“Sumas plumas”, de Clara Mendoza y Paolo Dossena
Tras alcanzar el objetivo planteado (dos mil cuatrocientos euros) en Verkami (la plataforma de micromecenazgo por antonomasia), al fin las recompensas se han entregado a los flamantes contribuidores (no dejan de serlo al aportar económicamente a cambio de ciertos beneficios), entre ellas chapas, camisetas, itbags y, cómo no, la versión comercial del juego; se trata de una tirada pequeña sin errores (a excepción de un matiz que los responsables advertirán al consumidor en el momento de la compra para que lo cambie a bolígrafo o con una pegatina) que hará las delicias de los amantes de la fauna autóctona.
La caja luce espléndida con el diseño de la portada (un cúmulo de las estructuras queratinosas de la piel de los pájaros y otras criaturas terópodos que ejercen de apéndices integumentarios estructurales que da sentido al título), observándose todavía más elegante al extraer la franja superior con un acabado blanquiazul; por su parte, la cuna es neutra (completamente en blanco ya que los costes de producción para customizarla aumentarían ostensiblemente el precio final), dividiéndose en dos por el centro (para almacenar convenientemente en cada lado un mazo de cincuenta naipes), cumpliendo perfectamente su función.
Las explicaciones del libro de instrucciones se antojan maravillosas (con todo tipo de ejemplos técnicos con textos de normas y visuales con columnas de resumen), mas la introducción de comodines (de seis clases) nutre el entretenimiento de una mayor dimensión; la división de los valores (en curiosidad, población y tamaño) determina la puntuación cosechada al término de la partida al corresponderse con la suma de ellos (la más baja sería quince y la alta veinticuatro), facilitando patentemente el entendimiento de una mecánica (ligeramente diferente si se opta por la modalidad rápida, media o larga) caótica de entrada.
Las aves están agrupadas en agua (charrán, cigüeña, cormorán, cuchara, espátula, flamenco, garza, gaviota, grulla, martinete, morito, pato, serreta, somormujo y zampullín), aire (águila, alimoche, azor, búho, buitre, cárabo, cernícalo, elanio, gavilán, halcón, lechuza, milano, mochuelo y quebrantahuesos), fuego (abejaruco, abubilla, arrendajo, avefría, calamón, carraca, cuco, faisán, grajilla, martín, oropéndola, perdiz, picapinos, urogallo y urraca) y tierra (alcaudón, carbonero, chochín, curruca, estornino, herrerillo, jilguero, lavandera, petirrojo, picogordo, pinzón, piquituerto, reyezuelo y tarabilla); sí, los elementos.
Los nombres comunes de las especies recogidas (íntegramente observables y nidificantes en el territorio patrio alineado con el Objetivo de Desarrollo Sostenible de la ONU) van acompañados de los científicos, por lo que la vertiente pedagógica es formidable; este componente se extiende a un apartado reglamentario en el que se sugiere cómo emplear la ocasión como recurso para docentes de ciencias naturales, aquellos que deseen tratar temas de biodiversidad o concienciación medioambiental adaptándolo los pormenores propios (como conocimientos previos o edad) de las instituciones educativas.
Junto a lo anteriormente señalado, que las fotografías de archivo (tal vez unas ilustraciones en su lugar conquistarían más a los pequeños del hogar ya que la obra está pensada para disfrutarse a partir de ocho años) sean dignas de una enciclopedia se traduce en que aprender a identificarlas e incluso verlas en entornos urbanos o al salir al campo con una mínima pericia se presuma totalmente viable; huelga añadir que en el actual escenario de crisis climática propuestas como la presente son fundamentales, pero es que la profesionalidad que derrocha trasciende la mera formalidad para percibirse indispensable.
Los artífices (Clara Mendoza y Paolo Dossena) se declaran fervientes aficionados de la ornitología (de hecho son socios de SEO Birdilfe e Institiut Català d’Orontilogia), definiéndose como personas creativas con inquietudes a las que, aparte de sus respectivos trabajos, les gusta tener proyectos en paralelo que les resulten estimulantes; en esa línea, aseguran que crear el proyecto que ocupa ha sido vivificante puesto que todo proceso creativo tiene su punto de efervescencia y entusiasmo y ha servido para aumentar sus envidiables sapiencias sobre los seres voladores respecto a las ya poseídas con anterioridad.
El plus didáctico es, en efecto, el alegato definitivo para recomendar la adquisición de una copia (o más), sin obviar que la sensibilidad lingüística (las limitaciones de fabricación han impedido aumentar la disponibilidad dialéctica como se pretendía pero en caso de un recorrido futuro se traducirá a más idiomas) y adaptación para daltónicos (mediante una pauta de colores); únicamente resta instar a todo el mundo a que se una a tan cultural iniciativa (fomentándose desde los cimientos la cooperación global pese al obvio e indiscutible fondo competitivo específico) porque desde luego que merece la pena.
Daniel Espinosa, a fecha 24 de julio del 2022