“Bienvenido al espectáculo único de Tempo donde la armonía, el ritmo y la melodía de tu voz serán los protagonistas”; así versa la escueta pero reveladora sinopsis de tan arriesgado trabajo, ideal para amantes del arte en general y de la música en particular que, sin embargo, no será del agrado inmediato (sí póstumo) de todo el público debido a la voluntad participativa (y ciertos conocimientos en la materia) que exige para desarrollarse adecuadamente, pues el gran Pak Gallego (responsable de la aclamada compañía GDM Games), con la inestimable colaboración artística de LittleHouse BoardGames, ha patentado tan peculiar (y necesaria) propuesta con el propósito no de contentar a masas sino de aproximar a propios y extraños a un universo probablemente inexplorado para la mayoría pero interesante.
Aunque el reglamento apenas resuelva las dudas (se disipan en el vídeo final publicado por los compañeros de Zacatrus a tal efecto) que a cualquiera ajeno a este tipo de actividades le invadirá cuando trate de comprender la mecánica (el texto solo abarca unas líneas y los ejemplos visuales no abundan), con el paso de las rápidas partidas (cada una se prolonga durante unos quince minutos) se entiende hasta tal punto que atisbar el momento adecuado para dejar de seguir se presume quimérico; también cabe aclarar que pese a que en la normativa se explica una modalidad solitaria esta no se antoja viable a juzgar por la dinámica a respetar, puesto que alguien debe asumir el rol de metrónomo humano para controlar si los verdaderos jugadores (se aconseja no superar la media docena) consuman (o no) su vital misión.
Si bien las piezas que subdividen la cuna no permiten depositar (ni coger) los dos mazos (un total de cincuenta y cuatro cartas más otra meramente promocional con las últimas novedades de la firma) con facilidad (de hecho resulta harto complicado al no ser lo suficientemente rígidas como para cumplir dicha funcionalidad), volcando el contenido con suavidad se desprenden de ella sin oposición alguna convirtiendo la objeción en anecdótica; en contraposición a lo expuesto, la escala de niveles progresivos desde el uno (con notas negras) hasta el ocho (con cadencias negras, corcheas, tresillos y semicorcheas), amén de otros tres contemplados de manera adicional (con aparato, subida de tempo y grabación personal), permite que la ausencia de práctica sea la razón primordial para no regocijarse.
En definitiva, el producto que ocupa rezuma calidad ideológica (tal vez no tanto tangible) a raudales, mas la compaginación vocal (al son de “cha”, “chan-chan”, “chin”, “chin-pum”, “din-dan”, “din-dan-don”, “din-don”, “do-re-mi”, “do-re-mi-fa”, “fa-mi”, “hey”, “la”, “la-la-la”, “la-la-la-la”, “mu-si-cal”, “plas”, “pum”, “re-do”, “re-mi”, “rem”, “sin”, “sin-sol”, “son”, “ta-ca-ta-ca”, “ta-da”, “ta-ra-ri”, “tan”, “ti”, “ti-ti”, “ti-ri”, “ti-ri-ri”, “ti-ri-ti”, “ti-ri-ti-ri”, “ti-ti-ri”, “tik-tok”, “ton”, “tss”, “tun-buc-tu”, “wa-ka”, “wa-ka-wa” y “wa-ka-wa-ka” en estricto orden alfabético omitiendo el signo de exclamación que acompaña las onomatopeyas) e interpretativa (golpeando el cuerpo, los objetos cercanos o el suelo según se indique) es maravillosa; conceder una oportunidad por el irrisorio desembolso de nueve euros es casi obligatorio, estando garantizada la satisfacción.
