“Cuidado incauto lector... es posible que estés a punto de cruzar una puerta que tal vez jamás hubieras siquiera deseado abrir... terribles horrores y ominosas criaturas podrían arrastrarte a los abismos de la locura... contempla el horror y ahógate en tu vesania"; semejante advertencia es como versa la sinopsis de la segunda entrega de Nuevos mitos de Cthulhu, una obra que sigue la línea de su predecesora (cuyo análisis consta en la base de datos de la web desde su lanzamiento) para rendir un sentido tributo al célebre Howard Phillips Lovecraft con exquisito rigor e insolencia (desde la acepción más positiva del término) consiguiendo despertar auténtica fascinación.
La premonitoria dedicatoria (“para Cementerio de Noticias... gracias por el apoyo y todo tu trabajo... espero que te horrorice”) en el ejemplar gentilmente facilitado por el responsable para llevar a cabo la presente reseña (elaborada desde el más absoluto respeto e incluso admiración) es solo el preludio de un compendio circunscrito en el imaginario menos ortodoxo, entendiendo como tal el universo creado en su día por el maestro de Providence; el mismo está compuesto por los segmentos que se detallarán a continuación, con una breve síntesis (sin revelaciones) así como las emociones suscitadas en un servidor (con la sinceridad por bandera) para personalizar la cobertura como merece.
En “El árbol” un querubín se adentra en los dominios silvanos en el que abundan siniestras leyendas desencadenando una apremiante solución colectiva que implora un drástico sacrificio finalmente grotesco... la máxima expresión del conflicto naturaleza contra alquimia hiela la sangre en gran medida por la abrumante descripción de las pareidolias; en “El horror de Laponia” la archiconocida figura que habita en las montañas noruegas encargada de repartir regalos a quienes han sido bondadosos durante el año para colmar de felicidad sus hogares padece una fatídica adversidad... la reconversión de un cuento de navidad a tétrica pesadilla resulta tan controvertida como memorable.
En “La habitación en el vértice del tiempo” la heredera de una adeudada señora acepta la exploración de la mansión en la que habitaba la supuestamente fallecida para evitar que la derruyan... la temática ocultista casa a la perfección con la detectivesca para satisfacer el ansia de misterio con ligeros tintes pulp así como desconcertantes transcripciones; en “El templo” un grupo de tres doctorados en culturas paganas visitan un lugar repleto de secretos que nunca debieran descubrirse para el bien común... las ruinas mesopotámicas que sirven de telón de fondo ocasionan recelo e hipnotismo al simbolizar sabiamente la degeneración de la humanidad.
En “La sombra bajo Arkham” un investigador privado se percata en menos de veinticuatro horas que la atmósfera de la ciudad en la que se halla es más tenebrosa si cabe con los forasteros como él coexistiendo allí mismo multiversos escasamente halagüeños... las fábulas que acompañan a la principal incrementan ostensiblemente la impresión de perpetuo peligro; en “El pueblo negro” un licenciado en antropología comprueba cómo las habituales desapariciones en plena guerra del coltán obedecen a asuntos turbios tras accidentarse en una mina cayendo en un páramo central en el que un extraño poblado repite un impío salmo... la curiosidad transmitida se interioriza hasta ser propia.
En “Las catacumbas” una pareja de amigos viaja a dominios parisinos reuniéndose con otros insensatos para emprender una ruta en la que la fatiga da paso al derrotismo en un conflicto considerado de estado... la cercanía con la que se asumen los hechos los convierte en totalmente creíbles para estupor de los más sensibles; en “Innsmouth” tres jóvenes neoyorquinos llegan a un recóndito pueblo costero con excéntricos autóctonos para saciar su deseo de acumulación de alcohol en sangre originando precisamente esta el encuentro con un acechante persecutor... un escueto texto de seis párrafos basta para infundir incomodidad sobre una estirpe anfibia fácilmente identificable.
En “Monarca” un laboratorio lunar es el epicentro del manejo de sondas para analizar los recovecos del globo terráqueo en busca de certezas ónticas encontrando ignominiosos monstruos a eludir... el abanico de conceptos espaciales unido al cameo del ya popular en la franquicia que ocupa padre Koga transforma el pasaje en inolvidable; en “La espora negra” un exitoso empresario se enfrenta a los avances tecnológicos ajeno a los riesgos que a la postre conllevan... la episódica división ayuda a digerir la compleja intríngulis a modo de cuaderno de bitácora de una distópica odisea especialmente atractiva para los amantes de la ciencia ficción con sustento altamente probable.
En cuanto al formato físico el acabado vuelve a ser glorioso, con una suavidad al tacto que contrarresta con la consciente aversión generada por unos por unas historias de corta duración (la extensión oscila entre tres páginas y diez veces dicha cantidad) que ponen en entredicho la cordura no ya de sus protagonistas sino del consumidor; absolutamente nada se antoja fortuito, habiéndose estudiado minuciosamente hasta la serie de referencias (canales de audiolibro, partidas de rol, portafolios de diseño, covers de música...) enlazadas con códigos bidi del inicio para contribuir sutil pero eficazmente a la oportuna sensación de desasosiego al declinar las típicas explicitudes.
Por último pero no menos importante, es menester señalar que pese a que la forma narrativa es prácticamente idéntica a su anterior incursión se observa una grata evolución por parte de Marc Barqué en su evidente devoción por el citado novelista al regresar con una decena de relatos a cada cual más sorprendente e interesante (la densidad que prima en ellos es directamente proporcional al pavor que causan); poco más que añadir salvo la ferviente recomendación de la compra para deleitarse con una prosa digna de alabar, alejada por completo de la mera comercialidad (he aquí los beneficios de la autopublicación) para ofrecer un gran contenido que desde luego no deja a nadie indiferente.
