“No me pidas que me queme”, de Andrés López
La introducción que consta en la contraportada versa “poco a poco noto como el olor a ceniza me consume..., el dolor no cicatriza si el fuego se une..., la esperanza se desliza por una cuerda haciendo equilibrio entre amor y odio propio..., lo obvio sería quemarme a fuego lento y terminar el episodio..., pero no..., si me quemo seré un alma en pena..., mis demonios me susurran al oído acepto la condena..., es ahora cuando mi cuerpo implora la luna llena..., no se trata ahora de sentir misericordia..., el sentimiento de culpa ejerce discordia..., converso a solas con la conciencia..., conservo aún un ápice de luz dentro de las tinieblas de la caverna..., llegó el momento de la decisión..., quemarme o no”; con tan categórica e incendiaria (adjetivo nunca mejor traído a colación) carta de presentación uno no puede sino sentir una curiosidad tal que, lejos de desvanecerse durante la lectura, no deja de incrementar hasta desembocar en una especia de éxtasis novelístico sin parangón, pudiendo afirmar tan atrevida sentencia por los aspectos que durante la presente crónica se expondrán de un modo tan escrupulosamente respetuoso como objetivo, al menos tanto como un artículo como una ocasión tan diferencial como la que ocupa permite.
La galantería del propio autor al autodefinirse (“soy lo que aquí ves, mi nombre es Andrés..., a lo doce años empecé a necesitar escribir..., los versos me sanan, me hacen vivir..., curan alguna que otra cicatriz..., en ocasiones hasta me hacen feliz..., Barcelona es la ciudad en la que nací..., pero no soy de aquí ni de allí..., soy de sonrisa frágil..., también de sentir fácil..., en este primer libro voy a compartir..., una gran parte de mí..., adelante, de doy la bienvenida..., a un universo con entrada pero sin salida..., qué bellos son los viajes con billete de ida y con dirección a un paradero desconocido”) ejemplifica magníficamente el carácter distintivo de una obra que pretende remover algo más que estómagos, mas aquellas mentes que se ejerciten con ella (en la medida que sea) gratificarán posterior e inmediatamente; en el índice se especifican los diez capítulos (“quemándome a fuego lento”, “llamaradas”, “huída”, “cenizas”, “tras los escombros silencio”, “absoluta soledad”, “conciencia”, “renacer”, “un nuevo amanecer” y “piel quemada”) y sus respectivas divisiones (desde “anhelos de madrugada” hasta “sin final”) en que se estructura el volumen, sintetizando la esencia del producto en las analíticas líneas siguientes.
Un prólogo escrito a cuatro manos (por Coral Sur y Leti Blanco) que es toda una declaración de intenciones (“¿y si te dijera que incluso agonizando en el infierno este se puede convertir en cielo?”) sirve para iniciar un profundo e introspectivo viaje (no solo limitado al artífice sino extensible al consumidor) en el que se antoja quimérico no estremecerse al sentirse identificado con muchos de los versos que trascienden más allá de los textos que conforman en conjunto; pecando tal vez de osadía para elegir aquellos extractos más meritorios, cabe mencionar el rotundo “sintiendo el fuego”, el breve “jugando bajo máscaras”, el filosófico “¿continuará?”, el rememorativo “superando(te)”, el demoledor “contemplando la vida pasar”, el dubitativo “conversando en soledad”, el implacable “cadáveres vivientes”, el alentador “crecimiento interior”, el simbólico “déjame abrazarte”, y el reivindicativo “fuck típicos tópicos” como los más plausibles para un servidor de este enigmático, pletórico y reflexivo recorrido mental con una cronología vital muy definida sin orden establecido (algo deliberadamente paradójico que se respeta para incitar a cuestionarse lo normativo) que no dejará a nadie indiferente.
Mención aparte merecen las láminas ilustradas facilitadas en exclusiva a Cementerio de Noticias junto a un ejemplar dedicado (la díptera “ruido”, la rosácea “salvación” y la cadavérica “todo llega”), cuyos acabados nada tienen que envidiar a los que lucen en los carteles promocionales de grandes superproducciones, al igual que ocurre con una imagen principal que encandila sin remedio por la labor artística que se aprecia, luciendo el todo su glorioso esplendor en la tapa semirrígida de dicha edición lanzada al mercado bajo el sello de Converso conversos allá por el dos mil dieciocho, percatándose por ello uno del abrumador e incesante paso del tiempo ya que en apenas dos temporadas la situación del globo terráqueo ha cambiado radicalmente; evidentemente la fatídica pandemia que ha azotado (y de qué manera) al mundo entero ha contribuido a que la citada sensación se acentúe, pero obviando tan desagradable tesitura sería una desfachatez negar que los días transcurren como si de segundos se tratasen cuando se vive pausada e intermitente, lo cual es común sin importar creencias, razas y cualquier otra clase de discriminación (pre)concebible traduciéndose en funestas pérdidas de oportunidades existenciales.
Las frases conclusivas (“luchemos por un mundo mejor, donde abunde el respeto por la diversidad, la empatía y sobre todo el amor..., un amor que únicamente se puede ofrecer de forma si previamente has aprendido a quererte..., y para lograrlo, hay que conocerse en profundidad..., a partir de la soledad, del silencio, de enfrentarte al fuego interno, incluso de llegarte a quemarte..., algunas veces será necesario huir con tal de volver con más fuerzas..., pero lo esencial es volver y hacerle el amor a tus pensamientos más miserables..., abrazarlos para que sanen”), tras unos agradecimientos que derrochan humildad y tolerancia (el recuerdo a los parientes es habitual pero a infructuosas relaciones pasadas con la estima que aquí se hace en absoluto), ponen el broche de oro a una experiencia extrasensorial; como despedida se hará referencia expresa a la segunda creación (en el más amplio significado del término) del responsable, Por si las moscas sobrevuelan mi cadáver, un proyecto que exige todo el apoyo posible y más después de lo expuesto, convirtiéndose en poco menos que una obligación recomendar a propios y extraños a convertirse en patrocinadores del mecenazgo en cuestión, adjuntada acto seguido.
Vínculos
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Daniel Espinosa, a fecha 28 de diciembre del 2020