- Nuevos mitos de Cthulhu 06-12-2024 01:01 (UTC)
   
 

                   “Nuevos mitos de Cthulhu”, de Marc Barqué

Nuevos mitos de Cthulhu

La sinopsis versa “el ser humano en su profunda ignorancia cree que comprende y domina la realidad... sin embrago cuando vislumbra la terrible verdad su mente se rompe y es empujado a la locura, la desesperación y el suicidio”; tan escueta pero contundente carta de presentación es la de Nuevos mitos de Cthulhu (con semejante título nadie duda de la temática central), una antología de diez relatos cortos autoconclusivos con elementos comunes (todos propiedad de Marc Barqué) de cien páginas a doble cara (incluyendo las de rigor con informaciones técnicas varias) a modo de conjunto mitológico de cosecha propia (las referencias son constantes pero las novedades se suceden) que nada tiene que envidiar a otros de renombre homenajeando a H.P.Lovecraft, ejerciendo de hecho dos citas suyas de apertura y clausura ensalzándose la influencia cultural (el celuloide, la televisión, la música, los videojuegos e incluso la ciencia dan fe de ello) haciendo las delicias de los acérrimos seguidores del célebre autor aunque también disfrutarán la obra los desconocedores de dicha figura.

Nuevos mitos de Cthulhu

En la introducción constan definiciones de conceptos sumamente valiosos (los orígenes del corpus lovecraftiano son tan curiosos como meritorios) y promesas posteriormente cumplidas (la aportación de criaturas inéditas como la depredadora de mundos se consuma tempranamente), incidiendo en la exposición de las características básicas de un subgénero literario (el cosmic horror) en el que todo aquello que no se adecúe al esquema lógico (considerado universal por consenso popular) se emplea cual metáfora de la soledad e incomprensión terrestre evidenciando su pésima e insignificante existencia pese a creer que no es así por mero costumbrismo (y conformismo) social; con los dioses exteriores (Azathoth, Nyarlathotep, Shub Niggurath, Yog-Sothoth...), los primigenios (Bokrug, Cthulhu, Dagón, Ghatanotihoa, Hastur...) y las razas menores (Antiguos, Mi-Goes, Profundos, Yithianos...) como las tres categorías de monstruos primordiales la amoralidad e intranquilidad se asegura hábilmente, mas la cantidad de subclases plasmadas podrían ocupar una longeva saga.

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En El horror caído del cielo una tribu de nómadas (recientemente dominadores del fuego) emprende una expedición para comprobar qué ha causado el enorme agujero que yace a los pies de una imponente colina con consecuencias fatales cuando se ven obligados a lidiar contra una nauseabunda hueste en proceso comandada por un ser invasor de (relativamente) reducidas dimensiones pero inmensa voracidad promovido por su instinto colonizador; la bestia arácnida que ejerce de villana (si se puede tildar así a algo que únicamente vela por su supervivencia) impacta tanto como la abrupta transición entre parajes (campamento, llanura, montaña, colina, bosque y galería se distancian disparmente según el momento concreto), resquebrajando la psique con pertenencia (la manera de referirse al sol como “el círculo luminoso del día” y a la luna como “la piedra esférica de la noche” es sublime para empatizar) mediante sutilezas (no las aludidas alteraciones genéticas perpetradas en las cadenas cromosómicas para que los linajes no escapen a la infectiva modificación) de gran aflicción.

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En El sultán de los demonios un equipo de jóvenes científicos con unas estimulantes e inquietantes directrices para estudiar un punto concreto de la galaxia al detectar protuberancias gravitacionales (al menos esa es la versión oficial) tornan su euforia en desesperación al analizar cómo se configura a nivel fenomenológico y subatómico con una melodía que sume a quien la escucha en una turbación mental cercana a la katarisis provocándole severas secuelas externas (intentos de autólisis) e internas (gangrena de amígdalas), así como pesadillescas premoniciones sobre un templo funerario en el que reside la clave del asunto junto a unos manuscritos con tintes apocalípticos; la orquesta luciferina agita tanto como la mención del Necronomicón (huelgan palabras al respecto), explorándose agujeros (negros y de gusano) con naturalidad con uno de los lugares insignia del universo que ocupa (Arkham), siendo la motivación para ello un tanto decepcionante ante tan desolador panorama (“es destrucción y aniquilación en un ciclo eterno de sumisión a la muerte y las tinieblas”).

Nuevos mitos de Cthulhu

En La maldición de Dunwich varias familias huyen del oscurantismo religioso hacia una zona con signos de realización de cultos paganos para convivir cual aldea unificada hasta convertirse en una plenamente asentada, pero la aparición de los pocumtuk (indios ataviados con bárbaros ropajes) con sus amenazas e intimidaciones (verbales y físicas) les hace ver la imperiosa necesidad de un ministro de Dios (romántica forma de referirse a un sacerdote) para combatir esa demoníaca visita depositando la confianza en un perspicaz forastero en aras de que la calamidad que se cierne sobre ellos sea liviana por quienes desean destellos de cognición con un sangriento espectáculo como colofón; hasta los escépticos empezarán a dudar de su integridad por la racional volatilidad con la que el anuncio de inefables e inaccesibles entes sellados durante miles de eones destierran la crisis de fe con fantásticas comparativas (labrador u hormiguero consternan) ampliándose retóricamente con el De Vermis Mysteriis del nigromante Ludwig Prinn y ambientalmente con los pueblos de Aylesbury y Salem.

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En El horror desvelado un viejo egiptólogo entusiasmado por la excavación en una pirámide olvidada (presidida por una esfinge sin rostro en la entrada) tras acudir a una conferencia y creer en las declaraciones de un ponente se sume en la más absoluta nada al hallar una escritura hierática en el sarcófago del soberano que antaño gobernaba el lugar con un pergamino en su interior, un salmo encriptado aparentemente absurdo que guarda una estrecha conexión atemporal que (parafraseando el texto) “así como Ícaro quiso volar hacia el sol creyendo arrogantemente que sus alas de cera no se derretirían con la alta temperatura del astro rey” el hombre apenas logra saciar su curiosidad (y ambición) cuando conos rugosos encierran a pólipos volantes en una caverna (tan extraña situación es resumidamente la descrita) derivando en un desenlace tal vez precipitado pero categórico; el trasfondo clasicista hiere sensibilidades sin trascender de lo anecdótico entre gloriosos datos (como el del último faraón de la tercera dinastía Nefrén-Ka) que fomentan la pasión.

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En Sangre en Ruanda una pareja de tutsis trata de escapar de sus persecutores (milicias de hutus armadas con afilados machetes a las que se otorga la nomenclatura de interahamwe) en medio de la frondosidad del bosque circundante tras el fatídico atentado contra el presidente que propició una oleada de crueldad y sadismo sin parangón con promoción de purgas e incentivos colaborativos, llegando a una especie de campo de refugiados defendido por patriotas militares no opresores poco después del asedio de un grupo de milicianos que rápidamente se topan con cierto clérigo (ya citado anteriormente) con secuelas tanto para asaltantes como para asistentes al turbarlos por siempre jamás; la oración en clave de potente sentencia “la tierra de las mil colinas era regada con la sangre de sus habitantes” pone de manifiesto (valga añadir brillantemente) que el genocidio es una práctica común en según qué países debido al odio entre etnias por un conflicto político que (por desgracia) perdura sin atisbarse su resolución definitiva, radicalización extrapolable a cualquier ámbito con ideologías.

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En La maldición del inca un húngaro (sin ánimo racista puesto que todos se dirigen a este exiliado de raigambre nobiliaria por dicho pseudónimo) investiga un decrépito paraje cuyos peligros se usan como barreras defensivas (habían víctimas habituales por venenos, picaduras, ataques e infecciones de insectos) para cartografiarlo minuciosamente en una expedición que lo lleva junto a los demás (en su totalidad castellanos) a una urbe (Vilcabamba) fuertemente fortificada, estudiando durante días los movimientos de sus gentes hasta que una pequeña comitiva de tres individuos con negras togas abandona el lugar dejando tras de sí una huella (materializada en un siniestro templo con cientos de ángulos no euclidianos y en sentido literal con una dantesca alimaña cuadrúpeda de corporeidad caótica) para los desdichados allí presentes; el pensamiento místico que refleja la mecánica cuántica (con el desdoblamiento espaciotemporal de una coordenada multidimensional) sorprende tan positivamente como la amigable actitud del jaguar con quienes despiertan extremistas fobias.

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En El horror de la Isla de Pascua un brillante estudiante dedica su carrera a frecuentar el templo del saber por excelencia (oséase la biblioteca) para ahora afrontar su tesis doctoral (lo común en el último año de campus) como el aspirante a antropólogo más prometedor de su promoción (mil novecientos veintisiete a treinta y uno para situar la acción en pleno crac de la bolsa neoyorquina), centrándose en folklores de la polinesia oriental desplazándose al epicentro de un arrecife en el que la Compañía (multinacional que controla cuanto acontece) está siempre connivente con el gobierno puesto que de su presidente depende que el contrato de explotación renueve gozando de un permiso de libre circulación repleto de moais (enormes cabezas de piedra cuyos rostros líticos de ojos ciegos son testigos del pasar de los siglos) presenciando un soborno (normal en una hiperregulación administrativa) que a la postre se traduce en su perdición; el descenso (textual) en el páramo subterráneo acongoja, no incidiéndose lo suficiente en lo que se encuentra en el cimiento del volcán Ranu Kao.

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En El advenimiento una bomba sísmica induce a movimientos de placas tectónicas en un futuro no muy lejano con un devastador tsunami pero también otros daños colaterales no previstos como elevaciones del suelo oceánico alzándose de él una ciclópea metrópoli cual monumento a la vesania, un delirio exacerbado al que se aproximan cinco peritos con la firme convicción de descifrar los secretos que oculta con documentos privados (se deja entrever la estructura típica de una novela negra) compartiendo conocimientos e inquietudes en un largo viaje (calculable en metros y astral) abundante en eventualidades sometiéndolos a una gran presión psicológica; la subdivisión por capítulos (La ciudad hundidaEl sueñoLas escrituras de PonapéLa grieta oníricaR’lyeh y El despertar) facilita la digestión de una trama que vaticina un caos bélico (la tercera Guerra Mundial) combinado con la manifestación de aquello que aterrizó del planeta Vhoorl (situado en una lejana nebulosa) adaptándose al medio como ninguna otra raza haciendo valer la sabia sentencia de Charles Darwin.

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En El gran cataclismo un profesor de séptimo curso repasa una actualidad (de los parámetros los más asombrosos son los de aplicaciones gubernamentales y recursos escolares al ser una Tecnocracia Militarizada Federativa y mapas holográficos interactivos respectivamente) en la que las travesías entre astros (merced al reciclaje activo de combustión) son tan usuales como la aprobación sin reproches de cuanto dicte la Administración (la autoridad máxima) en un paisaje posthecatombe, con unos fundamentos disciplinarios (los agobiantes e imponentes drones de vigilancia enfatizan la sensación de tiranía global) que desembocan en vídeos e imágenes de índole confidencial con un protagonista próximo ya a toda persona que se precie; como en el anterior relato, el seccionamiento de la narrativa (La claseEl congresoLa cumbreEl archivoLa calamidad que emergió del océano y El exilio) se antoja un mayúsculo acierto, al igual que las repetidas reminiscencias (con escrupuloso respecto o más bien anhelante devoción) a decenas de éxitos de la mencionada celebridad.

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En La visión una unidad de profesionales al borde del colapso permanece encerrada en un laboratorio ajeno a las actividades ilegales practicadas por el régimen (para asegurarse el monopolio comercial) hasta que abandona su cometido (establecer una colonia en Plutón) ya que el ordenador detecta anomalías (concretamente sonidos) en un punto periférico de la región RHF-32.5 de Andrómeda gracias a los fonosensores (reproduciendo las ondas en hologramas) en un fenómeno nunca probado empíricamente para originar un aquelarre de dolor y muerte al convertir en un archivo audible los gráficos restando absortos en un estado de extenuación e inestabilidad, surgiendo una colosal (preciso e inabarcable adjetivo donde los haya) mole con pactos tácitos de simbiosis o parasitismo (no se especifica) en su propio cuerpo como si de un satélite se tratase exterminando de raíz cualquier atisbo de sensatez; al abismo anímico se acentúa convirtiéndose en apabullante, con nociones dignas de enseñarse en una facultad para iniciar a los alumnos con excepcionales resultados.

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El anexo es un extenso bestiario para conocer los pormenores de los principales seres que han ido apareciendo en las historias, alfabéticamente Azaroth (el más terrorífico de todo el panteón), Cthulhu (el que llegó al planeta Tierra varias eras geológicas antes de la aparición de los dinosaurios), Ghatanothoa (uno de los más horribles), Ghor-Nakla (la depredadora de mundos nacida de las Tinieblas Exteriores en los confines más remotos), Nyarlathotep (el que suele inmiscuirse más en los asuntos humanos), Perros de Tíndalos (aberrantes criaturas de figura deforme pero que remotamente recuerda a un perro que habitan en las dimensiones ocultas en los ángulos), Shub Niggurath (una de las más poderosas), Vampiro Estelar (deambulante del Vacío Estelar sin ninguna presa de la que alimentarse motivo por el cual está siempre hambriento) y Yog Sothoth (el que posee El Conocimiento); la lapidaria frase “no está muerto lo que yace eternamente y con el paso de extraños eones incluso la muerte puede morir” sintetiza inmejorablemente el volumen”.

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En conclusión, se trata de una autoedición (con las consiguientes complicaciones que siempre lleva implícito el sistema de publicación) algo densa en esencia (los espacios entre líneas son escasos pero la tipografía permite una buena lectura) pero soberbia en contenido (en especial en cuanto a captación del clásico trasfondo filosófico se refiere), con un espléndido acabado realmente agradable al tacto (obviamente el formato analizado en la reseña es el físico ya que el digital no admitiría este tipo de apreciaciones o calificaciones) cuya portada de Nuria Sureda (ligeramente desenfocada ya sea por un error de impresión o por decisión expresa pero desde luego resulta funcional ya que la dota de un mayor desconcierto visual) y contra de David Barqué (majestuosamente nítida para beneplácito de los más puritanos) son sendas ilustraciones tributarias al universo; los catorce euros de desembolso requeridos para adquirir el libro en tapa blanda (disponible en la plataforma de comercio electrónico Amazon) están más que justificados, exhortando la compra sin importar predilecciones.



Daniel Espinosa, a fecha 05 de septiembre del 2022

 
 
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