“Cuando nos vamos, ¿a dónde vamos?”, de Isabel Vila
Cuando nos vamos, ¿a dónde vamos?
La fotógrafa, enfermera, cooperante y vicepresidenta de Misión y Desarrollo para Goundi, Isabel Rodríguez Vila, presenta su libro más íntimo tras haber publicado con anterioridad dos centrados en el concepto de la contribución (“Goundi, unas vacaciones diferentes” y “Descubriendo el corazón de la tierra” en dos mil nueve y doce respectivamente), una tercera incursión literaria que se traduce en un compendio de relatos muy personales que, en orden cronológico, evidencian su alto interés y evolución en la comprensión del fin de la vida a través de experiencias cercanas a tal conclusión (la muerte de sus dos abuelas, de su propio hijo, de su madre, de amigos o el suicidio de su tía son algunos ejemplos del contenido) que, a lo largo de los años como ayudadora en países en vías de desarrollo, la han servido para investigar, explorar, profundizar y aceptar todo lo que rodea a la muerte y su proceso; la idea nació hace apneas unos meses de la intención de construir un centro de salud en N’Dilate y recientemente una segunda edición ha sido publicada (el reeditado lo ha firmado Editorial Círculo Rojo), merced a la gran acogida en ventas y prensa, para seguir destinando íntegramente los doce euros de cada ejemplar a dicha edificación, sumando ya una cifra de beneficios nada desdeñable pero nunca suficiente (si una ínfima parte de lo que percibirá el nuevo rey proclamado, una cuantía próxima a los trescientos mil euros, se asignara a semejantes empresas de buen seguro se solucionaría en gran medida éste nefasto desasosiego globalizado) de la que la asociación sin ánimo de lucro fundada en tierras barcelonesas once años atrás por la responsable del trabajo que ocupa junto con Mario Ubach (cuyo objetivo es mejorar las condiciones de la población de Goundi, situada en la zona africana subsahariana, mediante iniciativas sociales, sanitarias, educativas y, como los cánones más tradicionales dictan si se desea consumar la meta procurada, de desarrollo económico) hará buen uso, sin duda.
Así, en éste relato autobiográfico de incalculable impacto emocional confeccionado en clave de tragicomedia, la autora desarrolla una narración no solamente sobre la ansiedad suscitada a partir de la idea de la defunción como insoportable estado anímico (lo cual ya sería de por sí lo suficientemente interesante como para conceder una oportunidad) sino sobre la realidad de la misma, abracando desde su infancia hasta la madurez ese inevitable desenlace final para, cuanto menos tratar de, convencer a propios y extraños que se ha de aceptar dignamente y con la mayor serenidad posible infundiendo la esperanza de que, como aseguran muchas culturas y religiones, la permanencia del espíritu sea una posibilidad tangible, emanando sus pensamientos a través de episodios (el método recurrido recuerda, no por contenido sino por estructuración, al visionado en el largometraje dividido en dos entregas para su estreno en salas comerciales Nymphomaniac del provocador e incomparable, tanto para bien como para mal, Lars von Trier) de escasa extensión pero poderosa intríngulis psicológica; tan crudo y visceral como tierno y sensible, con adecuada suavidad y pertinente rigor, el enfoque que se da a tan fatal momento instiga (por no sentenciar que obliga) a la reflexión acerca de la desmitificación de éste al tiempo que incluye varias hipótesis (a cada cual más atrayente) sobre la continuidad de la existencia del alma de manera efectiva obviando que la sociedad actual teme el sufrimiento y el dolor en su afán de disfrutar de los máximos privilegios que sean permitidos olvidando normalmente que el ser humano es carne pero también espíritu y que, mientras la primera va deteriorándose, el segundo crece a medida que se trabaja, atendiendo a que la eterna figura de la guadaña amenaza desde la propia concepción de la naturaleza al ser el último acto de cualquier organismo capaz de todo y a la vez de nada (es completamente efímero, subjetivo e intransferible el significado de tal posibilidad de libertinaje pensativo si uno se detiene a meditarlo).
La forma de proceder al breve y simbólico resumen siguiente será citando el título del capítulo precedido de un adjetivo definitorio y reseñable, al menos personalmente, de aquello que el mismo contiene (omitiendo la edad concreta que se adjunta a fin de agilizar el epítome), encontrándose el comprador así con la emotiva “Dedicatoria”, el racional “Prólogo”, la aclaradora “Nota de la autora”, el extrasensorial “Señorita, ¡he visto a Dios!”, el iniciador “La primera corona”, el desagradable “La tieta de Vic”, el entrañable “La Gordi”, el martirizante “La iaia”, el estigmatizador “San Medir”, el comprometedor “El pastoral de los enfermos”, el devastador “La muerte de un hijo”, el sentimental “La muerte de mamá”, el ecuánime “El secreto”, el ocultista “El juego del engaño”, el machista “Un caso difícil de catalogar”, el detallista “Las mascotas también mueren”, la reveladora carta al lector “Entender la muerte”, el justificador “Epílogo”, la específica “Bibliografía” y los conmovedores “Agradecimientos”, siendo prácticamente imposible resistirse a empezarlo y terminarlo sin pausa alguna; cierto es que algunas fundamentaciones (la inmensa mayoría de ellas religiosas) pueden considerarse excesivas en la medida que exclusivamente serán compartidas por los creyentes y que resta la impresión de que algunos detalles son proporcionados con la sola empresa de no dar más opción de creencia que la que en todo momento se defiende, incluso que se dan múltiples destellos de ficción divina ciertamente difíciles de asumir (de hecho la propia responsable confiesa en varias ocasiones no saber discernir qué ha sido real y qué no) y que los mensajes evangélicos resultan subjetivamente sanadores pero manipuladores en muchos compases oscurecidos por un fuerte egoísmo, pero tales errores (por clasificarlo de alguna manera) son tan reconocibles que generan empatía y no rechazo, es más, la serie de relatos debe ser entendida como una declaración de intenciones autoliberadoras y no como un discurso radical y, por ende, cualquier conjetura cercana a la maquiavélica intencionalidad o explícita imposición filosófica premeditada es, sin ofender, muy desacertada.
A lo largo de ciento treinta tres páginas el lector es testigo de una infinidad de situaciones que invitan a la meditación acerca de la existencia misma al permanecer la mente en constante actividad cuestionándose múltiples vacilaciones (es tremendamente duro comprobar cómo el avanzar de los folios provoca un vacío tal que ni tan siquiera la vertiente menos positiva del más infortunado pueda predecir), algunas ya olvidadas y otras latentes, un viaje hacia la concienciación y asunción de conceptos (la cantidad de explicaciones médicas que se recogen son tan eficaces como agradecibles) que no dejará a nadie indiferente (a excepción de quienes disfruten con programaciones televisivas de ínfimo contenido cultural y demás sujetos cuya inquietud se circunscribe en sus salidas nocturnas, a pesar de ser precisamente éstos colectivos los más afortunados al no plantearse apenas, ya sea por imposibilidad o por convencimiento, asuntos existenciales); como bien afirmaba el antropólogo, teólogo, jesuita y prologuista Javier Mellori en recientes declaraciones, “plantea un encuentro biográfico con diferentes momentos de su morir, donde van apareciendo toda la gama de posibilidades de cómo morimos los humanos, pero en vez de sentirlo como una amenaza, Isabel lo convierte en un aprendizaje”, recogiendo asimismo un artículo muy oportuno publicado el quince de mayo de la presente temporada en La Vanguardia la esencia de lo que con claridad puede extraerse del mensaje intrínseco que alberga al tratarse de “una obra sencilla, directa y nada dogmática, pese a su apuesta por una dimensión espiritual de la existencia”, no siendo ambas del todo ciertas, como no lo es casi nada.
Si bien es cierto que en Cementerio de Notícias no se suele optar por posiciones puramente serias y pensativas, no lo es menos que la ocasión merece que así sea y por ello así se ha intentado que sea, pudiendo emitir un humilde veredicto positivo y asegurar que, para aquellos que opinan que debe criticarse que ser inconformista y revolucionario sea creída una remota opción más que un necesario acto de valentía (como bien versaba una incívica pero certera cita plasmada con rotulador permanente de importante grosor en uno de los autobuses de la capital condal, “si sigues al rebaño acabas pisando eces”, habiéndose buscado un sinónimo en lo referente a la última palabra con el propósito de no vulgarizar la fascinante ocurrencia), Isabel Rodríguez Vila ha logrado su designio, ha conseguido mostrarse osada y sincera como pocos profesionales (ya no de este campo artístico sino de todos), restando aconsejar encarecidamente la adquisición de “Cuando nos vamos, ¿a dónde vamos?” y, cómo no, agradecer la facilitación de una copia por parte de Editoral Círculo Rojo en general y de la amable y atenta responsable de comunicación, prensa, redes sociales y gestión Marta Molas en particular al haber sido la persona mediadora para la correcta recepción de la misma; por último, mencionar que es recomendable para todo aquel que desee ampliar sus nociones en estos lares adquirir “Tiempo muerto” del doctorado en filosofía Javier Barraycoa, quien sostiene que “tanto las sociedades tribales como las civilizaciones, y de forma muy específica la occidental y su deconstrucción, han articulado formas culturales para tratar con ese gran desconocido que es el tiempo pero, mientras que todas han buscado en la construcción formas de asomarse a la eternidad, sólo la posmodernidad parece dispuesta a matar el tiempo y, con él, la eternidad”, otra buena dosis de sabiduría sustentada en prácticas presenciales y no teóricas, en este caso optando por la objetividad y los datos históricos, por lo que se trata de un manual complementario y no alternativo (sería algo impertinente) al presente.
Daniel Espinosa