|
|
|
|
|
|
|
|
“La frontera negra”, de Silvestre Vilaplana (Algar Editorial)
La caótica e incluso insincera sinopsis (no respeta el orden cronológico de las ideas plasmadas) versa (debidamente suprimido el comienzo y modificado el nudo para mantener intacto el factor sorpresa) “ha llegado la hora... la era más temida está cerca y una serie de acontecimientos por todo el planeta la preceden”; conviene advertir de antemano que los continuos saltos espaciotemporales dificultan el seguimiento de una historia que de por sí precisa de altas dosis de atención para comprenderse plenamente, con cuestiones sumamente diferentes e inconexas (al menos aparentemente) como las resumidas (se corresponden con los dos capítulos de apertura y clausura para evidenciar el abanico de temáticas tratadas) en los párrafos siguientes.
El eslogan “asómate al abismo” de la portada (valga añadir que tan minimalista como majestuosa) es la magnífica carta de presentación de una novela no apta para quienes deseen una lectura amena e insustancial, pues la que ocupa es todo lo contrario (el hecho de que se haya optado por reseñarla de manera escueta e incompleta para no eternizar el análisis ni desvelar detalles relevantes ha sido casi quimérico); no obstante, la lírica utilizada es digna de mención, recurriéndose a expresiones aceptadas académicamente en lugar de otras más populares para nutrir de lingüística a un texto que, por otro lado, rebosa cercanía para que la siempre plausible empatía (o animadversión según el caso concreto) se formalice (casi) sin fisuras.
(1) una compungida mujer encabeza la afligida procesión de la ceremonia fúnebre por la pérdida de su hijo junto a una abundante e incrédula comitiva por las circunstancias en las que se ha producido el fallecimiento con los enterradores como testigos del dolor ajeno que ya han asumido como costumbre hasta que unos ruidos provenientes del ataúd la retornan de su afligido letargo; tan arriesgado e inusual inicio (rara vez se empieza con un entierro y todavía menos de un presunto menor de edad) resulta una división por secciones demasiado exagerada (mediar menos de cuatro páginas entre ellas es curioso), apreciándose por ende desde la misma estructura la genuinidad de una trama en la que se perciben (no expresamente) turbias connotaciones.
(2) un médium recibe la vehemente visita de tres damas en una sala casi en penumbra con el sonido de la lluvia de fondo para emplear su tablero de ouija junto al instrumento de guía en forma de lágrima que señala las letras elegidas por las almas en pena en aras de formular preguntas al contactar con los difuntos maridos de estas no obteniendo exactamente las respuestas que ansiaban sino una serie de enigmáticos mensajes; cuán celebrable es aproximarse a la clásica vertiente paranormal sin necesidad de (des)dibujar situaciones típicas, mas los personajes (que gozarán de soberana relevancia a la postre) no despiertan el sentimiento de pertenencia en estos impases pero sí más adelante cuando se profundiza más en sus temores e inquietudes.
(34) una desconcertante estancia en la que los pasos resuenan metálicos habitada por un ser de luz con tonalidades rojizas emulando el vacío más absoluto de intensa negrura en la que el mal en su estado menos amenazador visualmente trata de confundir e instigar a quienes han acudido armados con una daga e impartidos por una profecía que asegura esa criatura posee la llave del dolor extremo con dos naturalezas confrontadas entre sí dominando el arte de la manipulación depara emociones fuertes; las reminiscencias a la célebre It (salvando las distancias) facilitan que uno sienta de veras el pánico de unos protagonistas guiados por una convicción que se diluye rápidamente ante unas maniobras de distracción (ir)racional que helarán la sangre.
(35) una impoluta morada de monótona decoración sirve de escenario de un supuesto rapto que deriva en lamentaciones por actuar justamente como no se debía frete a un estudioso de la mente humana que sostiene una teoría desde luego fulminantemente radical e impactante para quien hasta entonces no dudaba un ápice de su salud e integridad mental; el giro de guión que se da no es fácilmente digerible al estar completamente desvinculado de los fascículos predecesores, invitando a reflexionar sobre las percepciones de la realidad (específicamente la subjetividad albergada en los análisis del entorno y la vida misma) que sueles diagnosticarse como enfermedades de un modo automático ante la sintomatología de rigor.
La autoría corresponde a Silvestre Vilaplana, filólogo de profesión nacido en Alcoi allá por el mil novecientos sesenta y nueve que ya ha firmado decenas de escritos de la más diversa índole; este número se traduce en el cincuenta y dos de la línea Algar joven; en ella constan títulos tan interesantes como “Rostros sobre Bagdad” de Juan Kruz, “El sabor de la ciudadanía” de Enric Senabre, “Cartas de amor” de Fran Alonso, “Wendy Ataca” de Andreu Martín, “Mi hermano y yo” de Isabel Simó, “Sueños rotos” de Jordi Sierra, “La playa de las mujeres” de Daniel Bautista o “Relatos de fantasmas” de Charles Dickens, por citar solo algunos de los mayores éxitos obviando hacer lo propio con otras incursiones del responsable en dicha colección para no (sobre)saturar.
Por último, indicar que la edición es ligera (el peso asciende a escasos gramos) y compacta (las dimensiones permiten llevarla a prácticamente cualquier lugar), mas el eterno conflicto entre formato digital o físico no tiene cabida al no estar disponible el virtual (sí se extraña que en este tangible no se adjunte un punto de libro customizado para aumentar la sensación de inmersión en tan perturbador universo); por lo expuesto, cabe recomendar fervientemente la compra (por un precio de venta oficial de once paupérrimos euros) a aquellos devotos del misterio sostenido, limitando ostensiblemente el disfrute a los demás un desarrollo con fisuras argumentales (las incógnitas que restan al término abundan) que obligan a conjeturar e imaginar algunas partes.
Daniel Espinosa, a fecha 01 de agosto del 2022 |
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|