“¡Nora ha perdido el control de la Burgerblaster!... Aron se ha rebelado... construye un mazo para llevar la nave a través del tiempo... ¡lucha con cuidado o acabarás en una dimensión paralela!, así versa la sinopsis de TimemiT (curioso palíndromo ); se trata de un trabajo exclusivo para dos jugadores (uno encarna a la autora de una inteligencia artificial que se propone terminar con la humanidad y otro a la propia creación) que derrocha talento a raudales tanto por su ágil mecánica (la duración de cada contienda apenas asciende a media hora) como por su simpática estética (el arte conceptual congratula sin remedio), tornándose la estratégica empresa en rotundo divertimento.
Los componentes son 86 cartas (de poder con el dorso verde, de evento morado y de kronos fucsia o azul), 12 fichas (de paradoja), 3 tableros (de tiempo y de personaje) y 1 galeón (con guía), amén del reglamento de rigor (en francés, español e inglés) también incluido en la caja (escasamente customizada en el interior con el logotipo pero sí en los bordes externos con sendos protagonistas de la ocasión con un ligero relieve en la portada); la facilidad de transporte (las dimensiones respetan las estándar de la compañía) se antoja genial para la cantidad que alberga, ni siquiera pesando bastante (de hecho poco) atendiendo a la calidad de la materia prima de fabricación de todos los accesorios.
Con la misión de llegar al pasado 1980 o al futuro 2220 (según a qué figura se represente), la secuencia (dividida en un máximo de ocho rondas desde el inicio hasta el final con el combate y la subasta entre ambos) aprovechando óptimamente los efectos (el abanico es amplio e ingenioso por igual) evitando llenar de penalizaciones (seis en concreto) el casillero ya que de ser así se perderá inmediatamente; por supuesto se adjunta (en la conclusión de esta reseña) el vídeo del compañero zavivi con su profundo análisis de las normas básicas, nombrando las consignas establecidas a respetar escrupulosamente en aras de proclamarse justo vencedor aquel que logre su arduo objetivo.
La lista de iconos principales abarca cinco ítems, desde avanzar o retrasar la embarcación hasta eliminar naipes revelados en la fase dos pasando por colocar cédulas o recurrir a los descartes; la retahíla de recursos comprende multitud de ocurrencias (chupa-chups, lápices, teclas, abrelatas, disquetes, navajas, tarjetas, esperantos, gorras, buscas, cervezas, vacunas, gatos, ovejas, relojes, dentaduras, croquetas, máquinas, bicicletas, patitos, tenedores, comidas, barbas, pajitas, champús, piedras, dirigibles, palomitas, walkmans, rascadores, gafas, cuchillos, pilas, detectores, ositos, aspiradoras, bañeras, guitarras, peines...), demostrando la imaginación que atesora la obra.
La idea original (de Fabien Gridel) se complementa a la perfección con unas ilustraciones (de Juan Jiménez junto a Dabiz del Reino) de órdago por los veinte euros (el precio de venta al público) de desembolso requerido, funcionando en conjunto de maravilla por la fluidez con la que se asimila la provocativa (en la mejor de las acepciones aplicables) dinámica; por último solo resta aconsejar la adquisición a todo el mundo, pues convencerá hasta a los más escépticos a causa de la absoluta eficacia con la que se desarrollan las partidas sin importar predilecciones previas ni impresiones posteriores al agradar plenamente cuanto más se acumulan experiencias lúdicas.
