“Los peores alumnos de la escuela menos prestigiosa del reino se miden en una intensa batalla para no quedarse castigados durante todo el verano y volver a repetir curso... a través de distintos encantamientos deberán demostrar que son capaces de reconocer los elementos básicos y alcanzar los niveles máximos de poder... lo que sea con tal de no volver a pasar por las clases del Doctor McPherson otra vez”; así versa la reveladora introducción de Alakatrus, una de las últimas novedades de Zacatrus (editorial amiga de este página con sección propia) que desde la misma convicciona cuán original e hiperdivertida es desde una perspectiva proactiva, pseudoeducativa e incentivadora.
La tremendamente portable (doce por nueve por tres centímetros redondeando al alza) caja (exenta de compartimento e inserto alguno para almacenar óptimamente los componentes pese a que en idéntica posición a como viene de serie la bolsa que incluye las piezas de menores dimensiones se consigue prácticamente inmovilizar el conjunto) no presenta ninguna customización (siempre se agradecen los matices internos para sumergir al respetable desde su apertura en la temática); no obstante la propuesta se sustenta en una baraja que consta de un total de cincuenta y nueve cartas (de hechizos y ayudas) que colman las expectativas pregeneradas, por exageradas que sean.
En el reglamento (cuya fragilidad implicó que viniera ligeramente fracturado en una de las dobleces) presentado en dos idiomas (tanto francés como español) se explica con todo tipo de detalles (tal vez demasiados) el objetivo (lograr el mayor número de gemas a través de los enfrentamientos con el resto de compañeros tornados rivales para la ocasión), el desarrollo (dos fases divididas en pedir información primero para posteriormente retar a duelo) y el final (especificándose los requisitos para proclamarse flamante ganador); efectivamente quien acumule más joyas a la postre vencerá, además de resultar (por supuesto en plano ficticio) el único en aprobar todas las asignaturas.
Cada partida se prolonga pocos minutos (concretamente se estiman veinte aunque pueden disminuir ostensiblemente cuando se dominan las mecánicas esenciales), por lo que apenas solicita tiempo de dedicación aumentando por ende el entretenimiento lúdico; entre los aspectos técnicos destaca el diseño (de Diego Burgos) que casa a la perfección con las ilustraciones (de Orlando Ohmke), sin descuidar las múltiples revisiones (a cargo de Eduardo Bravo, José Álvarez, Ketty Galleguillos, Laura Mena, Manuel Warner y Simón Weinstein en riguroso orden alfabético) para ofrecer un producto de alta calidad combinando la estrategia con bluff (raciocinio con ataques) sin fisuras.
En definitiva, pese a ciertos negativismos (no se entiende por qué se facilitan diez naipes de consulta al permitirse participar solamente hasta cinco personas ni que las creaciones principales de agua, fuego, planta, luz y sombra difieran escasamente entre sí) la obra se antoja sumamente recomendable para regocijarse en familia (la certera edad mínima indicada es de ocho años), mas por diez paupérrimos euros (cifra monetaria sin duda asequible para cualquier bolsillo) es una compra obligada; que nadie titubee en adquirir un ejemplar (o más) porque no le defraudará en absoluto, no extrañando a juzgar por su valía que se agoten las existencias de esta edición inaugural en breve.
