“Buscar la buena suerte es lo natural... ¿verdad?... no siempre es así... en este juego se invierte este principio universal buscando perseguir la cara adversa de la fortuna”, así versa el inicio (merece la pena no desvelarlo íntegro para mantener cierto factor sorpresa sobre el paradigmático humor que prima) de Mala suerte; con el ingenioso recurso de dividir la “t” junto a cambiar la “e” final por un tres para aludir al número a evitar por excelencia (al menos para supersticiosos), la enésima propuesta lúdica de Zacatrus ve la luz distanciándose de otras de semejante índole dentro del saturado pero decepcionante mercado.
Los componentes básicos son las cartas (un total de cuarenta y ocho entre las que se encuentran seis de ayuda que facilitan la consulta de las acciones a realizar), aunque también se añade una ficha en forma de ferro grabado en madera (el clásico hierro semicircular que se clava a las caballerías en las pezuñas para protegerlas) que señala el sentido; por supuesto se entrega el reglamento de rigor íntegramente en castellano (con precisos ejemplos e instrucciones), la única dependencia idiomática que apenas abarca cinco hojas desplegables a doble cara (en formato casi A7) para no demorar un ápice el disfrute.
La fugaz preparación (como siempre es un placer adjuntar al término de la presente reseña un vídeo explicativo de masivi para disipar cualquier duda al respecto) antecede a rápidas partidas (consta como estimada el ya citado dígito creído maldito), entusiasmando sin remedio por la constante e intensa interacción entre contendientes (de dos a media docena); con una dinámica tan sencilla como estratégica (dictará sentencia cada cual con sus decisiones e incluso engañando al resto si se desea como artimaña), los movimientos se sucederán hasta que alguien tenga un trébol en su pila o se quede sin naipes tras un turno.
Esencialmente en lo detallado (obviamente existen matices omitidos para no generar desidia con el artículo) consiste la mecánica, debiendo enfatizar el hecho de evitar los tréboles de cuatro hojas (popularmente relacionados con positivismos) para soslayar prejuicios impuestos por la sociedad; asimismo conviene destacar que la misión intrínseca es utilizar los recursos sabiamente (de nada servirá hacerlo careciendo de justificación), pues cada uno (cuervos, espejo roto, herradura, gato negro, mal de ojo o sal derramada) goza de sus particulares efectos a aplicar en beneficio propio de elegirse el momento oportuno para ello.
La compacta caja (las dimensiones alcanzan los trece centímetros de alto por diez de largo por cuatro de ancho) resulta de obligatorio transporte ya solo por su estética (las ilustraciones de Tomás Hijo la rodean tanto en la parte más externa como en la inmediatamente inferior colindante a la cuna con una feroz tormenta), mas la rigidez que denota (con una especie de barnizado que la torna de alta calidad) asegura su perdurabilidad en el tiempo; el alegato definitivo radica en un precio (catorce euros) apto para todos los bolsillos, esos en los que prácticamente cabe tan loable e imaginativa creación de Nico Cardona.