La sinopsis versa “el portero Baldomero es un juego de engaño y deducción en donde uno de los jugadores tomará el papel del portero de nuestra comunidad mientras que el resto seréis los vecinos, un poco marujas eso sí, del edificio... Baldomero es un portero diligente y muy servicial pero tiene un pequeño defecto, es un poco cotilla y quiere conocer todos los chismes de los que se habla en el descansillo de vuestra casa... el objetivo del resto de vecinos es intentar descubrir quién es Baldomero... el portero debe prestar atención a todos los chismes que pueblas nuestra comunidad, pero mucho cuidado... ¡si los vecinos le pillan fisgando es muy probable que pierda el trabajo!”; la contextualización es, en efecto, reconocible a la par que sensacional.
La caja (perfectamente customizada para la ocasión tanto externa como internamente en las paredes y la cuna respectivamente con un sinfín de detalles que ambientan la velada desde incluso antes de la fugaz fase de preparación) contiene un reglamento (ocho páginas íntegramente en español con las imágenes precisas para ilustrar los textos explicativos), dos dados (numerados del uno al ocho), ocho cartas (siete de timbres y una de Baldomero) y doce tarjetas a doble cara (de buzones), estos tres últimos componentes salvaguardados en sobres protectores; como complemento estrella se proporciona un blog de cincuenta hojas para personalizar las temáticas, siendo este el verdadero incentivo para que el entretenimiento se torne experiencia.
Con la sumamente sencilla (una vez que se asimila que las columnas están representadas con el color rojo y las filas con el verde para no delatarse) mecánica que consta en el vídeo de apertura (el resto son partidas reales en orden creciente de prolongación) sito dos párrafos arriba (el tutorial del compañero Masivi de Zacatrus es inmejorable), pese a triviales puntualizaciones subjetivas (es aconsejable pactar el tiempo de vocalización de la palabra presuntamente asociada a la seleccionada y no admitirse clonaciones para evitar gratuitas argucias aprovechándose del prójimo), en tan solo quince minutos (certera duración aproximada) el respetable cederá ante el impulso de repetir; la dificultad radica pues en decidir el momento de parar definitivamente.
Entre las materias se encuentran “bebidas” (cerveza, té, café, whisky, ron, ginebra, agua, leche, limonada, zumo, vino, batido, mojito, caipiriña, cicuta o gaseosa) e “instrumentos” (flauta, tambor, acordeón, guitarra, batería, castañuelas, piano, tuba, saxofón, arpa, bajo, armónica, triángulo, campana, violín o gaita), por citar dos ejemplos que evidencian cuán diversas son las veinticuatro que se adjuntan prediseñadas amén de las que se observan a lo largo de la review; las generadas personalmente son inabarcables por antonomasia, con el sumatorio educativo que implica conjeturar un campo semántico de cosecha propia mediante consenso para que todo el mundo aporte sus ocurrencias valorando reunirse como un lujo recobrado postpandemia.
Aunque se indica que el juego es apto para un abanico de personas de tres a ocho (se recomienda asimismo que sean de diez años en adelante pero no existe problema aparente si menores de dicha edad se unen a la festividad con las debidas consignas previas), es menester mencionar la opción de llevar a cabo una modalidad para parejas (totalmente extraoficial pensada por los miembros de la página al probar en profundidad su viabilidad) añadiendo más naipes “neutros” (sin el protagonista en ellos) consistente en unir esfuerzos para dilucidar si ambos son “inocentes” o hay un “culpable”; así, respetando escrupulosamente la esencia de la propuesta, la colaboración o competición dependerá de la contienda en sí para desestabilizar más.
Conviene advertir que es imprescindible que entre los participantes haya buena sintonía, porque de lo contrario el resultado puede ser desastroso (a nadie le gusta que le señalen sin razón cuando de antemano hay cierto recelo hacia el denunciante en cuestión), siendo también primordial que todos asuman el rol oculto que les haya sido encomendado azarosamente con la máxima ambigüedad, ya que sino tan importante vertiente perderá por completo el sentido (si se opta por la desidia a la hora de intervenir la diversión será nula para los presentes); por lo demás, la dinámica permite que cada cual muestre sus dotes interpretativas para beneplácito del grupo, pues comprobar cómo los allegados tratan de disimular sus designios es desternillante.
Algunas críticas negativas que circulan por la red aseguran que las similitudes con el exitoso El espía que se perdió o el casual El mentiroso son alarmantes, pero la entidad lograda gracias al arte de Pablo Tomás plasmando a la perfección la idea de Rikki Tahta con una puesta en escena sencilla pero funcional en la que abundan los matices típicos del telón de fondo en el que se desarrolla la obra es lo suficientemente diferencial como para no secundarlas; además, el hecho de conseguir patentar una especie de caricaturesco icono (a raíz del lanzamiento la firma lo ha utilizado en anuncios e iniciativas varias) no es fácil, por lo que la valía es absoluta por el desembolso de doce euros y medio con el que se corresponde el precio de venta al público.