“Luces y música por todos lados... sonrisas en los rostros de la gente... esto solo puede significar que... ¡la feria ha llegado a la ciudad!”; así empieza la gloriosa introducción de la idea original (vaya si lo es) de Sergio Ortiz (quien ejerce de autor y diseñador secundado por las ilustraciones de Isaac Murgadella), quien ha patentado un producto reluciente (en sentido figurado y literal) cuyo reglamento (repleto de ejemplos tanto textuales como visuales e incluso un código bidi que redirecciona a un vídeo tutorial) es solo la antesala de un maravilloso universo en el que, con la diversión por bandera, el objetivo es conseguir el mayor número de puntos, alzándose igualmente vencedores todos en lo referente a la alegría ya que está asegurada.
Con cuatro sencillos pasos (sucesivos e intuitivos) se construye la máquina dispensadora (el elemento estrella por excelencia) mediante la unión (sin pegamento ni derivados) de las cinco piezas que la conforman para, posteriormente, guardarla sin necesidad de desmontarla (aunque un servidor ha sido incapaz al no cuadrar los dos grandes separadores interiores), eligiendo el modelo que más agrade (azul claro u oscuro) previamente; tras ello (simplificando al máximo la preparación), se colocan los cincuenta (ahí es nada) dados, se reparte al azar una carta de “Caseta” de valor diez a cada contendiente, se mezclan las restantes para distribuir cuatro en la “Plaza” (el centro de la mesa) y las de “Bolsa sorpresa”, “Almacén” (track) y “Tickets” al lado.
En cuanto a la mecánica, cuesta de asimilar (existen muchas variantes que confluyen al unísono dificultando su entendimiento conjunto), pero una vez se han interiorizado proporciona decenas de horas de entretenimiento (la estimación de que la partida se prolongue de treinta a cuarenta y cinco minutos es certera) para toda la familia (la edad mínima recomendada es a partir de diez años); no obstante, en uno de los naipes consta (a doble cara) un resumen de los turnos y los poderes, por lo que las dudas generadas en los “visitantes” (jugadores) se subsanan con una rápida consulta en momentos de confusión por tan imaginativos e imprevisibles modificadores, añadiéndose metas adicionales (“súper logros”) para incentivar una (sana) competitividad.
Las citadas nomenclaturas no hacen sino ambientar (todavía más) las zonas de un trabajo que transporta a donde pretende, prácticamente percibiéndose los objetos que sirven de pequeños e inconmensurables indicadores (“algodón de azúcar”, “patatas fritas”, “globo”, “patito” y “caja de regalo”) y palpándose los premios (desde “mano loca” hasta “cuerno de unicornio” con el diploma del anverso del escaparate en el que se van situando los tokens mientras hay stock como cima); además, la coloración global infunde un nostálgico sentimiento de júbilo que nunca nadie debiera dejar de olvidar, porque como decía la coprotagonista de la película Díque sí encarnada por Zooey Deschanel “la vida es un patio de recreo”, invitando a una trascendental reflexión.
Huelga aseverar que el precio oficial de venta al público (algunos céntimos menos de treinta euros) está más que justificado, no cabiendo la posibilidad de errar en dicha afirmación al igual que resulta imposible hacerlo con la satisfacción de la compra, y es que estéticamente (dinámicamente también pero es lo habitual en una firma que a medida que pasa el tiempo se consolida más si cabe como una referencial del territorio patrio) se trata de una de las mejores propuestas que el equipo de Cementerio de Noticias ha tenido el placer de disfrutar colaboración mediante; por todo lo expuesto, qué duda cabe que se debe aconsejar rotundamente la adquisición de un ejemplar para que ocupe un lugar privilegiado en toda estantería recreativa que se precie.