|
|
|
|
|
|
|
|
“Sobrevive a la purga”, de World Real Games
La sinopsis versa “se celebra la salvaje tradición de la purga en España... el mejor refugio de Barcelona es el Poble Espanyol... la seguridad de las instalaciones lo convierten en una fortaleza inexpugnable y todos los que allí se refugien pasarán la peor noche del año en un ambiente familiar, agradable y seguro... a menos que los propios refugiados den rienda suelta a sus más oscuros instintos... ¿tienes lo que hay que tener para sobrevivir a la purga?... ¿apoyas la purga o estás en contra de esta brutal tradición?... ¡sobre todo no te dejes atrapar por los purgadores!”; el desafío era evidentemente arduo.
La iniciativa tenía la firma de World Real Games, una empresa única e innovadora en el territorio patrio dedicada a la creación, producción, desarrollo e investigación de eventos con nueve años de experiencia en el sector a la que avalan más de doscientos cincuenta producciones (entre ellas algunas de éxito que han traspasado las fronteras y se franquician en latinoamérica como Survival Zombie, La caza del Predator o la que ocupa); los hechos relatados se corresponden con los vividos por un servidor (Daniel Espinosa) junto a su fiel escudero (Sergi Bernal) como representantes de la web Cementerio de Noticias.
Haciendo un resumen sumamente teórico (la práctica distó ostensiblemente), se trataba de un evento de rol en vivo de cinco horas de duración (fue todo un detalle que se satisficiera la extensión aun implicando una salida del recinto más cercana al día que a la noche) que nació en dos mil dieciséis, cuando Universal Pictures encargó a la compañía responsable la gamificación del estreno de la tercera parte (Election) de la saga a la que se rendía tributo; conviene aclarar que los guiños a la franquicia no abundaron más allá del trasfondo, aunque no se percibió como un hecho negativo al atribuírsele una entidad propia.
La advertencia explícita sobre la censura en cuanto a posesión de armas de aire o fogueo, así como la prohibición de cualquier tipo de contacto con el resto (obviamente los profesionales sí podían ya que sabían a la perfección cuándo presionar o relajar la intensidad) evidenciaba el grado de verosimilitud e inmersión que ansiaba dicho ocio alternativo; desconociendo exactamente a qué hacer frente, se asumió la empresa descubriendo la intríngulis trivial e insustancialmente, entendiendo al término de ella por qué no deja de sumar adeptos a cada edición que se lleva a cabo en el territorio patrio.
Tras un check in con el maestro de ceremonias (un Diego de la Concepción Martínez al que esta humilde página debe agradecer eternamente su generosidad), la entrega de dos objetos (una cartilla con diferentes casillas y un billete de dos cientos customizado como moneda de cambio) y la facilitación de la pulsera según la modalidad preferida (verde para covid free o naranja para marcado) empezó la cacería; en cuanto al retraso de nada menos que cincuenta minutos que se produjo sería interesante modificar la política de acceso para no demorar tanto el proceso indicando expresamente las consecuencias.
La información brilló por su ausencia (aceptando que así se deseaba para motivar e incentivar al respetable al menos una mínima aclaración sobre la dinámica resultaría inestimable), pues incluso aquellos próximos a la organización (así consta tras hablar extensamente con uno de ellos) apenas pudieron completar la segunda de las tres rondas en las que se dividía la historia (por denominar de alguna manera a las etapas); las actividades requeridas (por ejemplificar la desconexión global) comprendían desde llevar porciones de comida (Plaza Mayor) hasta evaluarse de un examen psicológico (Jardín de las Esculturas).
La sensación de peligro fue constante pese a que en algunas zonas se observan limitaciones de recursos amén de las que no pertenecían al programa (derivando en irrespetuosas amonestaciones verbales de los vigilantes), por no mencionar que la decoración se reducía básicamente a elementos puntuales directamente vinculados con las misiones a consumar), obligando más que sugiriendo mimetizarse con un entorno tan hostil como atractivo; los grandes causantes de ello son los actores, quienes brillan con luz propia bordando sus respectivos cometidos, tremendamente dispares pero rotundamente memorables.
Puede que muchos consideraran como mejor opción permanecer en la sombra valiéndose del sigilo, pero con esa táctica no lograrían exprimir al máximo las enormes posibilidades subyacentes (ocultas a simple vista), ya que los desafíos secundarios abundaban e interactuar (con mesura o sin ella) era menester para, una vez descubiertos, elegir afrontarlos o simplemente omitirlos; la promesa de infiltraciones sólo era un mito a la postre (como otras tantas hipótesis únicamente existentes en la cabeza de cada cual), conviniendo no obstante no pecar de ingenuo cuando se percibían comportamientos sospechosos.
La frustración suscitada por no pensar con claridad ante la tensión que se apoderaba de uno hasta convertirlo en una nimiedad entre tanto caos era equiparable a la provocada por las aglomeraciones que se formaban en los espacios clave, mas no se incidió en las medidas higiénicas legalmente recomendadas para afrontar la actual situación pandémica a pesar de ser un asunto de incuestionable cumplimento; por contra, el maquillaje fue primoroso (retirándose posteriormente sin dificultades) para apelar a la concienciación sobre cuestiones morales de compleja meditación si uno se encontrara en tan delicadas tesituras.
La vertiente más novedosa fue el sistema de simulación de los daños recibidos sin que nadie restara eliminado, sufriendo penalizaciones de tiempo en forma de heridas, traduciéndose las mismas en que cada vez que un enemigo disparase o golpeara la diana humana en cuestión (la víctima no deja de ser una) debía permanecer en el suelo diez minutos antes de trasladarse a la enfermería (sita en un lugar neurálgico); amén de lo citado, también se podía optar (de haber algún valiente por los alrededores que decidiera cooperar arriesgando su integridad) por la asistencia al prójimo sin menguar el peso propio.
Las secuelas (tales como portar un cabestrillo después de la primera agresión o impedir el uso de las extremidades superiores tras la segunda) realmente mermaban en adelante las capacidades de cada cual, pero el lema “todo vale sin consecuencias” (en perenne vigor) evitaba frecuentemente las mismas negociando con los agresores pactos no tácitos; en el libro de la escueta normativa (cuatro señas que muchos obviaron para su beneficio) se iban anotando las afectaciones corporales y las pruebas superadas (veintiuna con un trío sorpresa en sendos instantes concretos) para plasmar visualmente el seguimiento.
El precio de las entradas era algo prohibitivo (33,50€ por persona), mas atendiendo al gran despliegue de medios (en especial de los ya aludidos intérpretes) para la ocasión podría afirmarse sin temor a errar que se trató de un desembolso más que justificado; el público dictaría finalmente sentencia sobre el disfrute, pero qué duda cabe que quien gustara de esta clase de actividades extremas se regocijó mientras sufría el asedio de enemigos (tal vez aliados disfrazados de tales o a la inversa) cuya principal arma era la manipulación, llegando a la conclusión de que lidiar con ella sabiamente era el mayor de los retos.
Daniel Espinosa, a fecha 25 de octubre del 2021 |
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|