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“Circo del terror”, de Circo del terror familiar
La presentación que consta en la web de la compañía versa “apetitosos amigos y enemigos... bienvenidos al Circo del Terror Familiar... el primero apto para todas las edades... es un lugar distinto a todo donde pasar ciento cinco minutos sin interrupciones en un carrusel de emociones... ¿os gustaría vivir una sensación similar a la de estar en una película de Scary movie?... ¡este es vuestro sitio!”; ante semejante introducción (debidamente modificada) solo resta aconsejar fervientemente leer detenidamente las siguientes líneas y, cuando se tenga oportunidad, visitar la genial calibración de elementos resultante.
En los carteles promocionales que plagaron Sant Vicenç dels Horts (la presente reseña se ha confeccionado tomando como referencia dicha población) figuraban decenas de rostros populares circunscritos en la pavura (desde el inquietante Billy de Saw hasta la viral Momo de Whatsapp), gozando de dispar protagonismo en la velada; personajes de lo más variopinto desfilaron por la tarima, destacando (aplicando la subjetividad) las intervenciones de Chucky, Ghostface (ambos desternillantes) y, cómo no, el villano navideño Grinch, el cual seleccionó a un servidor como diana de chanzas con absoluto respeto.
Si bien es cierto que los números (propiamente dichos escasos pero arriesgados) no brindaron grandes novedades en comparación a los de cualquier otro espectáculo de semejante índole (mencionar El circo de los horrores o El castillo de las tinieblas es injusto pues ni se logra ni pretende equipararse con ellos), no lo es menos que la genuinidad la atesoraron pequeños matices en la puesta en escena; en esta línea cabe alabar el uso de materiales reciclados, abanderando así un alegato a favor del cambio climático que por supuesto debiera extenderse a otras obras para corrobarar que es una viable alternativa.
Al acceder a la carpa (cuyas dimensiones superaban las esperadas juzgando el exterior) se percibió un viaje a otra dimensión en la que fantasía e ilusión (la misma que se infundió) casaron a la perfección a lo largo de (aproximadamente) noventa minutos, siendo efectivo para trabajar miedos irracionales e intentar superar fobias; sin descuidar nunca que se trata de un evento familiar (entendiendo como tal aquel que no contempla censura alguna para los menores al carecer de contenido violento u otro inadecuado para ellos), la mezcla de vertientes culturales (enfatizándose la interacción) fue sobresaliente.
La ventilación de las instalaciones cumplía con las actuales exigencias sanitarias (pese a extrañarse una climatización para combatir las bajas temperaturas típicas de invierno puesto que dicho período concluye oficialmente el veinte de marzo) y el confort de las butacas era mejor del preconcebido atendiendo a las circunstancias, por lo que uno se sentía realmente a gusto en cuanto a condiciones se refiere; el único pase en días laborales (sábados y domingos el doble) dificultó cuadrar la agenda para asistir (la limitación de medios vuelve a hacer acto de presencia), aunque la cita no ofrece discusión sobre su obligatoriedad.
Que nadie piense que la retahíla de horripilantes criaturas la completaron las aludidas porque decenas más como Vlad Tepes (Drácula), Víctor Frankestein (ídem), Johnny Blaze (Ghost rider), Freddy Krueger (Pesadilla en Elm Street), Valak (La monja), Mike Myers (Halloween) y un largo etcétera (mermado por las confesas lesiones padecidas) acudieron; contorsionismo, equilibrismo y malabarismo (así como otras prodigiosas habilidades con con aros, cuerdas y diábolos) confluyeronn sazonados con un humor blanco (exceptuando algún comentario político) acentuando la teatralización.
Con estrictas medidas Covid free (cero contacto físico incluido) y un apartado audiovisual de infarto (la actuación en directo del batería y el tributo a Michael Jackson fueron gloriosos) que evocaban a tiempos en los que la inocencia primaba, la complicidad alcanzada compensó con creces la ausencia de un guión catastrófica e intencionadamente poco hilado en virtud de un frenetismo sin parangón; no obstante, al confuso e inconexo cúmulo de sketches melódicos (en rguroso playback) y danzatorios (con coreografías algo arítmicas) le acompañaba la improvisación, denotando una loable capacidad de incalculable valor.
Uno de los principales peligros de tan arriesgada propuesta (sin duda lo es frecuentar emplazamientos durante apenas un par de semanas) es la escasa afluencia de público en las últimas jornadas, pero acudir a ellas (e incluso en la póstuma como en el caso de los miembros de Cementerio de Noticias) también conlleva un disfrute mucho más personalizado; en esta línea es menester ensalzar la enorme labor de los actores para hacer partícipe de los gags al respetable, convirtiendo la humildad que atesoran (apreciable en el más amplio sentido del término) en una profesionalidad tal que merece todo elogio existente.
El poco menos que simbólico precio de las entradas, trece euros para adultos y nueve para querubines con un leve incremento de dos para ocupar los asientos a pie de pista pero un descuento de tres al portar una linterna o un globo rojo (en evidente homenaje a Pennywise de It), objetos que sirven para formar parte activa del show en determinado momento, está más que justificado; en definitiva, el entretenimiento está asegurado para propios y extraños merced a una calidad global (qué mejor manera de demostrar que así es que capturándola en imágenes como las que constan en el artículo) eternamente celebrable.
Daniel Espinosa, a fecha 23 de febrero del 2022 |
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