Ciclo: Chucky 24-04-2024 16:18 (UTC)
   
 

Curse of Chucky
(Don Mancini, 2013)


Curse of Chucky




Ficha técnica


Título original:
Curse of Chucky
Año:
2013
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
97 min.
Género:
Comedia, Terror
Director:
Don Mancini
Guión:
Don Mancini
Reparto:
Brad Dourif, Danielle Bisutti, Fiona Dourif, Brennan Elliott, Chantal Quesnelle, Maitland McConnell, Kally Berard, Kyle Nobess, Will Woytowich, Kevin Anderson, Summer Howell, Jennifer Tilly y Adam Hurtig


Sinopsis


Nica está destrozada tras el terrible suicidio de su madre, por lo que su hermana mayor Barb regresa a casa para ayudarla en este duro trance, trayéndose con ella a su hija pequeña, quien posee un muñeco parlante llamado Chucky que llegó misteriosamente por correo; a medida que una serie de brutales asesinatos comienzan a aterrorizar a la familia Nica sospecha que Chucky puede ser la clave del derramamiento de sangre, pero desconoce que realmente lo que se propone es terminar un trabajo que comenzó hace más de veinte años, y está decidido a hacerlo.



Crítica


Suscita gran curiosidad saber de qué manera o bajo qué excusa regresan los grandes iconos del slasher a su rutinaria vida de cortar y trocear una vez tras otra, y es que es bastante habitual que el asesino psicópata de turno muera al final de la película o incluso acabe destrozado, convertido en cenizas o enterrado diez metros bajo tierra, ya sea llamándose Jason (Viernes 13), Freddy (Pesadilla en Elm Street), Michael (Halloween) o teniendo las diferentes partes de su diminuto cuerpo de plástico remachadas por visibles costuras para asegurarse un regreso triunfal y feliz, pero lo cierto es que lo hacen con irrespetuoso regocijo para beneplácito de sus seguidores y lamentación de las víctimas que se cobrarán a lo largo de la nueva historia que protagonizarán (no cabe perder la noción de la cantidad anterior aunque sea la enésima vez porque todas ellas contendrán con certeza algún instante destacable); esta es ni más ni menos la sexta ocasión en la que Charles Lee Ray (nombre compuesto por algunos de los más destacados asesinos en serie del siglo veintiuno como Charles Milles Manson, Lee Harvey Oswald y James Earl Ray) regresará bajo la apariencia del presuntamente inocente muñeco de plástico llamado Chucky, el personaje ficticio poseído por medio de magia vudú por tan peligroso demente cuando éste estaba herido de muerte y acorralado por la policía (el sentido místico cobraba así relativa importancia al traspasar su alma al juguete de moda del momento, un Good Guy) creado por Don Mancini a finales de los noventa que, desde entonces, ha ido compareciendo de manera más o menos regular por las salas de cines y los comedores domésticos (en el caso de ésta última directamente por el segundo, pues su lanzamiento en formato físico imposibilitará verlo en la gran pantalla salvo en eventos especiales como el Sitges Film Festival 2013, certamen que ha reservado en una de sus secciones un lugar privilegiado para tan icónico psicópata, algo ilógico al ser la compañía distribuidora la todopoderosa Universal y permitir que decenas de producciones con mucha menor calidad que esta sean proyectadas en cines, lo cual debería hacer reflexionar acerca del criterio comerciante de la misma).


Los capítulos que conforman la extensa saga han ido viendo la luz en intervalos de tiempo desiguales (mil novecientos ochenta y ocho, noventa, noventa y uno, noventa y ocho y dos mil cuatro respectivamente, amén de la presente en el bien sabido dos mil trece), como dispares han sido los géneros principales de los mismos, pues mientras que las tres primeras partes se centraban en infundir terror (Child’s party o El muñeco diabólico acompañado del respectivo dígito según se resida en Latinoamérica o España) las dos siguientes únicamente servían para pasar un rato medianamente divertido (La novia de Chucky y La semilla de Chucky), habiendo sido el guionista, productor y director de cine estadounidense el responsable de escribir todas las películas de la franquicia y de hecho también de filmarlas (a excepción de la quinta, que la firmó Ronny Yu); sorprende (muy gratamente) que Curse of Chucky sea una secuela directa de la tercera (es decir, la cuarta en la cronología de la franquicia) y se hayan ignorando completamente las dos últimas, algo que se traduce en el (necesario) alejamiento del tono casi paródico iniciado por aquellas para retomar la faceta más oscura y cruel de tan sanguinario justiciero (cabe recordar que lo que le incita a consumar su sádicas fechorías es la sed de venganza en detrimento de aquellos que causaron la muerte del hombre que reside en su interior) y suponer, a su vez, el regreso del autor estadounidense (felicitaciones para él, pues el pasado cinco de enero cumplió la redonda cifra de cincuentena años de edad) tras las cámaras una vez transcurridos nueve años de permanencia en la inactividad más absoluta, quien vuelve a ofrecer un producto tremendamente grato que mantiene al público en tensión desde el inicio (un tanto pausado) hasta el desenlace (despiadado y muy en sintonía con el resto de la trama pone el magnífico broche de oro a una sucesión de muertes que inunda los escenarios de sangre hasta el punto de poderse llenar una piscina olímpica con toda ella de ser recogida, por no mencionar la agradecible aunque fugaz aportación de Jennifer Tilly).


A la casa de Nica (Fiona Dourif, postrada en su silla de ruedas vendría a ser una especie de Shakira del séptimo arte al guardar un enorme parecido físico con la diva de la música teniendo ambas un don en sus respectivos terrenos profesionales, la actriz por no mermarle lo más mínimo la limitación artificial que contrae y la cantante por la desorbitada venta de discos de la que puede presumir haber protagonizado a lo largo de su dilatada carrera) y su madre Sarah (Chantal Quesnelle, cómo catalogar a alguien que apenas alcanza los cinco minutos de presencia es una verdadera incógnita) llega un misterioso paquete procedente del depósito de pruebas; en interior alberga un intrigante muñeco pelirrojo parlante que dice llamarse Chucky (objeto de erratas sin explicación como poder abrir la puerta de un coche para sentarse en el asiento del conductor y pisar el acelerador a fondo con su tamaño cuya voz se corresponde con la de Brad Dourif, quien de forma muy tenebrosamente temible hace lo propio desde la primera parte limitándose su presencia física a escasos minutos en aquella y algunos más en ésta a través de unas antiguas grabaciones domésticas en las que aparece en segundo plano) pensando ambas, inocentemente, que será del agrado y disfrute de la pequeña Alice (Summer Howell, augurarle un futuro exitoso no es descabellado a juzgar por la enorme labor que desempeña) pero, unos gritos nocturnos alertan a la joven parapléjica que algo no marcha bien, y así es, pues su progenitora yace en el suelo del salón muerta (el reflejo que produce la sangre que ha derramado es realmente espeluznante).


A pesar de ello, al no relacionar el fatídico suceso con el recién llegado, la antigua estudiante del departamento de psicología que no terminó de cursar sus estudios por sufrir un severo trastorno de la ansiedad provocado por su discapacidad (de hecho una considerable ventaja ante la que se la avecina para al menos permanecer con vida algo más de tiempo) decide entregarle el juguete a la niña, que acude con sus padres Barbie e Ian (Maitland McConnell y Brennan Elliott respectivamente, la una con un ridículo nombre como lo es su sobreactuada interpretación  y el otro prescindible como lo es el resto de secundarios, en especial el cura que les acompaña a todos ellos, pero sino pocas cabezas rodarían) y con su niñera personal Jill (Danielle Bisuti, deseosa de ser asesinada desde que de la observa), cuidadora que parece compartir algo más que aficiones con el anterior a pesar de mantener un lésbico romance secreto con la señora esposa del mismo, amén de ser una experta forzadora de cerraduras como demuestra a los quince minutos de metraje; alegando que Nica se extralimita constantemente al sufrir problemas de corazón y necesita internarse en un centro en el que la cuiden a todas horas, el propósito de Barbie (por si no ha quedado lo suficientemente claro su hermana mayor) no es comparecerse del reciente fallecimiento materno y hacerla compañía sino convencerla de que debe vender la morada y repartir las grandes ganancias que ello supondría, pues es la mejor solución a su complejo percal existencial, y es que la relación de hermandad siempre ha presentado claros síntomas de resentimiento por ambas partes al envidiarse por motivos varios a raíz del ahogamiento de su padre, diferencias que deberán dejar aparcadas cuando descubran que la misión del ser de plástico es acabar con todos los miembros de las familias implicadas en su asesinato, un viejo amigo del clan que lleva nada menos que veinticinco años (dato significativo al ubicar la historia en el momento temporal correspondiente) tratando de consumar su venganza totalmente de una vez por todas despu
és de tanto tiempo.

La inmediatez con la que acontecen los traviesos juegos causando extrañas e inesperadas muertes presumiéndose en un principio accidentales (a pesar de los recortes que el director ha tenido que sufrir lo cierto es que torna esa impuesta restricción, tanto en libertinaje fílmico como en disponibilidad presupuestaria, en otras maneras de crear suspense, tales como verter veneno para ratas en un plato de sopa al azar para rotar con la cámara alrededor de la mesa como si de una ruleta del infortunio se tratase y exprimir al máximo las posibilidades del lugar en el que transcurre prácticamente la totalidad de la cinta) es el mejor preludio de la estupenda especie de revelación a modo de introducción para recién iniciados (a pesar de ello la destrucción que se plasma gratificará a viejos seguidores, ya que el salvajismo se recoge en numerosas ocasiones como en la que un ojo es extraído de su órbita para posteriormente rodar escaleras abajo) con un diseño completamente diferente al que tenía acostumbrado pero incluso más terrorífico (la expresividad cobra tintes sumamente realistas y, sobre todo, este cambio tiene una razón de ser extremadamente importante al ocultar una verdad impensable en un principio), complementando dicha novedad un trabajo de efectos especiales y títeres sorprendentemente talentoso (algunos movimientos resultan un tanto ortopédicos pero la exigencia de un virtuosismo articulatorio no tiene cabida); el extremo cuidado que se le ha dado a la película hace que entretenga sobremanera y los sobresaltos se produzcan casi por inercia sintiéndose muy cercanos a los del clásico salvando las obvias distancias, y es que los defectos no son tan abrumadores como podrían presumirse (la falta de gore es preocupante pero teniendo en cuenta el mencionado escaso margen de maniobra dispuesto es más que suficiente, como también el modelo autorreferencial puede llegar a ser considerado exagerado pero es una bella carta de amor sincero a los fans que ata muchos de los clavos sueltos hasta entonces), por lo que la más que posible continuación de la franquicia en los próximos años (incluso puede que en apariencia humana, así lo hace pensar el desenlace, más concretamente la escena de los créditos finales que para nada se percibe como despedida definitiva) hace salivar mucho y agradecer una vez más que se retomen, siempre y cuando se haga con escrupuloso respeto como en el caso que ocupa, clásicos antiguos para reconvertirlos debidamente y que puedan ser apreciados como merecen por parte de las nuevas generaciones.




Daniel Espinosa




Cult of Chucky

(Don Mancini, 2017)






Ficha técnica


Título original
: Cult of Chucky

Año: 2017

Nacionalidad: Francia

Duración: 87 min.

Género: Suspense, Terror

Director: Don Mancini

Guión: Don Mancini

Reparto: Brad Dourif, Jennifer Tilly, Fiona Dourif, Alex Vincent, Michael Therriault, Elisabeth Rosen, Zak Santiago, Summer Howell, Grace Lynn, Allison Dawn, Adam Hurt, Tom Ann, Aidan Ritchie y Paolo Bryant



Sinopsis


Una chica que vive en el manicomio por matar a su familia recibe, como parte de la terapia, un muñeco que guarda relación con su caso...



Valoración


Lo mejor
: la reaparición del protagonista de las primeras partes de la interminable saga para ayudar (o al menos intentarlo) a la de esta tras resumir su traumático pasado en escasos segundos y aclarar su armamentístico presente en otros tantos, así como la de la atractiva novia del cruel muñeco cual mensajera del terror, no por resultar relevantes sino por la nostalgia que comportan (que nadie descuide la breve escena de después de los créditos finales para avivarla todavía más); la música y la fotografía, de Joseph Loduca y Michael Marshall respectivamente, se complementan a la perfección en una película condenada a caer rápidamente en el olvido pese al ligero divertimento que brinda, logrando sobresaltar al respetable (siendo honestos y generosos en un máximo de siete ocasiones) al tiempo que demuestran que la robótica y la tecnología pueden ir juntas de la mano si no se abusa de la segunda (no obstante, los movimientos mecánicos de algunos compases son tan ortopédicos que la cinta no aterroriza y, lo que es peor, ni siquiera se pretende que así sea); la enorme brutalidad con la que se perpetran algunos de los crímenes, pese a que de autoría atribuible al rojizo e icónico villano (valga destacar que su peculiar sentido del humor, entre macabro y pícaro, se mantiene totalmente intacto aunque su aspecto se haya modificado ostensiblemente, sirviendo de ejemplo la dilapidaría frase “no tan rápido”) solamente se contabilicen cinco valiéndose de bicicletas, cristaleras, extremidades, objetos (varas, taladros y copas) y zapatos.


Lo peor
: la historia de siempre con nuevas víctimas, esa es la más simple y a la vez mejor definición del producto, lo cual no se traduce precisamente en algo bueno sino, más bien, en todo lo contrario, apreciándose un montaje muy fallido en el que el mítico Good guy producido en masa a finales de los años ochenta al que un delincuente transfirió su alma antes de fallecer en una juguetería coincide con otros en un espacio muy delimitado (siendo una pieza de coleccionismo cuesta imaginar tal hecho, por no juzgar la validez del hechizo que permite al antagonista que la posesión sobrenatural la sufran varios sujetos al unísono); la dirección, por no hacer mención al guión (repleto de lagunas como las ya mencionadas o la ofensiva visión que se recoge de la grave problemática de los trastornos mentales defendiendo la desinhibición gratuita, distorsionando la terapia grupal y pervirtiendo la hipnosis curativa), deja mucho que desear aunque, para ser sinceros, era de fácil intuición al provenir de alguien en cuyo currículum solamente constan La semilla de Chucky y La maldición de Chucky, es decir, dos de las entregas más pobres, en todos los sentidos, de una franquicia que, con la que ocupa, ya suma siete; el sinsentido de muchas acciones asumiendo que, aun sin comprenderse, los homicidios atienden a una insaciable venganza contra el mundo en general, restando un curioso entretenimiento de búsqueda de parecidos razonables como el del psicólogo con Andrew Lincoln (de la serie The walking dead) y el del internado de personalidad múltiple con Dani Rovira (de la exitosa película española Ocho apellidos vascos).



Daniel Espinosa




Muñeco diabólico (child’s play)
(Lars Klevberg, 2019)

Muñeco diabólico




Ficha técnica

Título original: Child’s play
Año: 2019
Nacionalidad: EEUU
Duración: 88 min.
Género: Comedia, Terror
Director: Lars Klevberg
Guión: Tyler Burton
Reparto: Mark Hamill, Aubrey Plaza, Brian Tyree, Tim Matheson, Gabriel Bateman, David Lewis, Ty Consiglio, Amber Taylor, Beatrice Kitsos, Carlease Burke, Hannah Drew, Kristin York, Nicole Anthony, Veenu Sandhu, Ben Andrusco, Johnson Phan, Zahra Anderson, Anantjot Aneja, Marlon Kazadi, Trent Redekop, Eddie Flake, Michael Bardach, Kenneth Tynan, Ariana Nica, Amro Majzoub y Nicholas Dohy


Sinopsis

Una madre le regala a su hijo un muñeco por su cumpleaños sin ser consciente de la naturaleza maligna que éste esconde en su interior...


Valoración

Lo mejor: la procedencia del malévolo proceder del muñeco (remontándose a unos creíbles orígenes creíbles potenciados por un aprendizaje automatizado basado en la experiencia diaria en el seno de la disfuncional familia que lo acoge), mucho mejor explicada que en anteriores entregas (incluso que en la original) además de adecuarse perfectamente a las inquietudes de las nuevas generaciones para captar su atención y (solo tal vez) remover alguna que otra conciencia; la serenidad con la que el autor flirtea con la tragicomedia más surrealista en la especie de subtrama que pivota sobre cierto obsequio, transcurriendo en dichos compases los minutos como si de fugaces segundos de tratase; la sensacional colección de carteles publicados con motivo del lanzamiento en salas comerciales compartido con Toy story 4, uno de los grandes (o el mayor) títulos del dos mil diecinueve.

Lo peor: la apariencia física del juguete provoca tanto rechazo como la repentina atribución del nombre al mismo (acontece mediante una artimaña secundada por una configuración conductual cuanto menos debatible), si bien se traduce en una de tantas novedades que convierten la ocasión en parcialmente genuina; el reclamo de Mark Hamill poniendo voz al antagonista (por momentos convertido en entrañable e inesperada víctima de la historia) es colosal y, aun cumpliendo con su cometido, no dota de la suficiente personalidad a excepción del tema principal de la banda sonora, en el que sí le infiere alma; el componente macabro no se acentúa tanto como pudiera, destinándose gran parte de los esfuerzos argumentales a posibilitar una disparidad de secuencias humorísticas (la mayoría más negras que el carbón) que transitan entre lo grandilocuente y lo deleznable.



Daniel Espinosa

 
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