Lo peor: la nula confrontación con el psicópata del que huir merma ostensiblemente la experiencia, portando solamente herramientas a utilizar automáticamente en los oportunos sitios de destino sin poseer jamás un arma para defenderse; la consistencia narrativa resta en entredicho con el inconexo e incierto devenir, tratándose de una sucesión de misiones en las que escasean tanto el concepto de lógica como el de intuición; la historia propiamente dicha apenas puede tildarse de tal, traduciéndose en una mera excusa para proponer una de tantas aventuras de terror con tintes de slasher en las que los escenarios lucen tan grotescamente macabros con infinidad de detalles sanguinarios como realmente reducidos pese a aparentar lo contrario.

Lo mejor: la variedad de expresiones físicas del mal en estado puro extasía a cualquiera, transitando desde posesiones humanas hasta extremidades con vida propia u objetos vivientes ávidos de cobrarse víctimas; la versatilidad del director para mantener en tensión al espectador abruma, logrando estremecer con un abanico de sonidos e incluso silencios solo al alcance de un maestro como él; la consolidación del protagonista como icónico personaje del celuloide en el que se traduce su presencia en esta segunda incursión de la saga colma de satisfacción, abanderando un terror cómico en el que la absurdez prima tanto como los componentes del slasher a medida que los pasajes del legendario e hipnótico Necronomicón van recitándose.

Lo peor: la argumentación de ciertos sucesos resulta cuanto menos criticable, aludiendo a justificaciones meramente pasionales en las que el raciocinio escasea tanto como la introducción de secundarios con el único propósito de fallecer sin contemplaciones; la sobreactuación del reparto puede desagradar a quienes disguste este tipo de estilo narrativo, pareciendo una obra teatral en muchos compases; el hecho de que los primeros minutos sean un remake de la primera entrega cuestiona la originalidad inicial, aunque a raíz de los mismos la película desborda ocurrencias eternamente plausibles sobre todo para una época escasa en cuanto a semejantes atrevimientos fílmicos rebosantes de energía se refiere abundando lo políticamente correcto.