Título original: Killing them softly
Año: 2012
Nacionalidad: EEUU
Duración: 104 min.
Género: Drama, Suspense
Director: Andrew Dominik
Guión: Andrew Dominik y George Higgins
Reparto: Brad Pitt, Richard Jenkins, James Gandolfini, Ray Liotta, Scoot McNairy, Vincent Curatola, Sam Shepard, Ben Mendelsohn y Trevor Long
Sinopsis
Dos paletos de la América profunda, guiados por un mafioso de poca monta, cometen el mayor error de sus vidas al atracar una partida de póker que sustenta la base del negocio del hampa; este error les llevará a cruzarse con Jackie Cogan, el sicario encargado de solucionar el percal.
Crítica
Mátalos suavemente supone la nueva película del neozelandés Andrew Dominik, responsable de la aclamada El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (proyecto para el cual ya contó con Brad Pitt para el papel protagonista, al igual que en el filme en cuestión), quien resucita y adapta la novela escrita treinta años atrás por el autor estadounidense George Higgins titulada Cogan’s Trade; para la ocasión, el director ha decidido, con enorme acierto, transformar la temática adictiva en la que se centraba la obra literaria por otra mucho más criminalística (a pesar de que aquella también se plasma en una interminable escena definitoria de los clásicos efectos conocidos provocados por las drogas duras), amén de recoger en la propia nomenclatura del metraje la metodología que el personaje protagonista emplea en sus incívicos e ilegales trabajos en lugar de hacer referencia directa al mismo, variaciones que no hacen sino dotar de más personalidad y brutalidad a la producción, siendo ésta un trepidante y oscuro thriller que introduce al espectador en el mundo del hampa.
Frankie (Scoot McNairy, sencillamente descomunal) y Russell (Ben Mendelsohn, desvergonzado a la par que impecable) son dos criminales no demasiado inteligentes y recién salidos de la cárcel que deciden aceptar el servicio solicitado por Johnny Amato (Vincent Curatola, poco presente pero muy correcto), el propietario de una tintorería cuya solvencia económica no procede de dicho negocio sino de pequeños robos medianamente asequibles; el golpe encomendado versa sobre el saqueo de una partida ilegal de póquer entre mafiosos controlada por Markie Trattman (Ray Liotta, tan impactante como el sufrimiento que padece en la trama), poco respetado por los integrantes mafiosos de la misma a raíz de que tiempo atrás se le vinculará (con fundamentos posteriormente corroborados por él mismo) con una estafa de índole semejante a la que pretende llevar a cabo Johnny, aprovechándose precisamente de tal hecho para que todas la miradas se centren en Markie y lo culpabilicen basándose en los pasados sucesos.
El plan parece haberse culminado con éxito hasta que los jefes de la mafia deciden contratar, a través de su máximo representante (Richard Jenkins, el cual no goza de nombre en la película pero sí de importancia), a Jackie Cogan (Brad Pitt, inconmensurable, inmejorable, rejuvenecido y brutal) para que resuelva el caso, encuentre a los ladrones y acabe con ellos sin levantar sospechas; éste, sabedor de que el mejor modo de progresar en su investigación es a través de terceras personas y contactos de confianza, tratará de aprovecharse de la inexperiencia de los responsables y, con la ayuda de su viejo compañero Mickey (James Gandolfini, demasiado acaparador de inservibles anécdotas paralelas), descubrir el verdadero autor de lo que termina suponiendo un entramado tan enrevesado como peligroso para los implicados en la amplia trama.
Durante el transcurso del Festival de Cannes 2012, Brad Pitt desveló la esencia de su descarado personaje sosteniendo que retratar la violencia de un mafioso es menos costoso que si hubiese tenido que encarnar, por ejemplo, a un racista, cuyas agresiones nacen de una discriminación sin fundamento (algo que al fin y al cabo no ocurre con Jackie Cogan, pues éste mata sin causar daño excesivo a su víctima y no sigue ningún patrón de marginación social o cultural), una sincera confesión que se refleja a la perfección con la sublime interpretación que realiza a partir de un guión pletóricamente inteligente que brinda tanta elocuencia como palabras (los diálogos abundan increíblemente) y, además del exquisito apartado argumental, el audiovisual nada tiene que envidiar a cualquier superproducción, ya que no precisa de innumerables secuencias de acción para impactar y estremecer, contrarrestando éste hecho con escasas pero formidables (a la par que fundamentadas) secuencias de violencia extrema que consiguen sobrecoger agradablemente; según declaraciones del propio director, el hecho de que la historia transcurra durante las elecciones en plena campaña electoral del año 2008, cuando John McCain y Barack Obama se disputaban la presidencia de los Estados Unidos en pleno mandato de George Bush, es una forma de tratar el tema principal de la película, que no es otro que el siempre polémico capitalismo (el mejor ejemplo de ello es la frase que cierra la cinta, “Estados Unidos no es un país, es un negocio, y ahora págame”, comentario que emite Jackie Cogan al escuchar las palabras de los aspirantes a la presidencia por televisión), ejemplificado en el modo de grabado de las escenas más violentas al ritmo de la música y a cámara lenta, un estilo que sigue directamente la fórmula de algunas de las películas más exitosas en la historia del cine como Matrix o Pulp Fiction, resulta indiscutible que Andrew Dominik (y por consiguiente la productora de Brad PittPlan B, encargada de producir filmes de tanto renombre como Kick Ass e Infiltrados) consigue retratar fidedignamente la época contemporánea que el mundo en general y la sociedad estadounidense en particular viven, en la que el dinero prima sobre cualquier otro bien (e incluso se sobrepone a la moralidad) y un mundo en el que las calles desiertas de un barrio cualquiera de las afueras son el espejo de las esperanzas depositadas en los gobernantes.
Mátalos suavemente es, en definitiva, una feroz crítica ética, política y social a la desconcertante situación económica actual respecto a la cual nadie parece encontrar soluciones de mejoría rodada sin concesiones ni miramientos de ningún tipo, siendo mucho más dolorosa la violencia verbal (por ser fiel a la realidad) que la física, aunque ésta también resulta tan destacable como censurable; en todo caso, la propuesta se traduce en una verdadera obra de arte al primar el atrevimiento frente al clasicismo, la lógica frente al sensacionalismo, el talento frente al presupuesto dinerario y, en definitiva, las buenas (y necesarias) ideas frente al bochornoso autoritarismo cultural que la sociedad padece.