Título original: It comes at night Año: 2017 Nacionalidad: EEUU Duración: 89 min. Género: Suspense, Terror Director: Trey Edward Guión: Trey Edward Reparto: Joel Edgerton, Kelvin Harrison, Christopher Abbott, Carmen Ejogo, Riley Keough, Griffin Faulkner, Robert Faulk y David Pendleton
Sinopsis
Un hombre que vive en una casa de madera junto a su esposa y su hijo no se derrumbará ante ninguna adversidad para proteger a su familia.
Valoración
Lo mejor: la fotografía, de Drew Daniels, recoge lares de fascinante encanto, mas al no aprovecharse argumentalmente (amén de servir para amparar desapariciones varias y amenazas invisibles) no cobran la relevancia sensitiva que permitieran, limitándose la oscuridad a lo meramente tangible; la música, de Brian Omber, sumerge en una tensión realmente inexistente, pues no deja de ser ilusoria atendiendo a la muy pausada historia y un guión, además, repleto de lagunas; el arte pintoresco, que representa batallas históricas entre bandos del cielo y la tierra con desigual poderío, logra transmitir alabables detalles técnicos como ningún otro apartado hace (si bien los escasos integrantes del elenco firman notables actuaciones), a excepción de algunas escenas perturbadoras que consiguen inquietar sobremanera.
Lo peor: la promesa de emociones fuertes (tanto en la sinopsis como en el avance) no podría ser más engañosa, y es que el relato postapocalíptico poca adrenalina alberga a pesar de las oportunidades que para ello se aprecian (las visiones del joven, por ejemplo, facilitarían la aparición de un terror más racional que el expuesto); la ausencia de aclaraciones sobre muchos aspectos, tales como el significado de la puerta roja, el destino del perro, la aparición de los asaltantes, el artífice del allanamiento, la causa de la epidemia o, sin ir más lejos, la pertinencia del título; el contraste de las inquietudes características de un adolescente de diecisiete años de edad en relación a la lucha constante por sobrevivir en un entorno de máxima hostilidad no se traduce más que en mensajes en defensa de la desconfianza (propia y ajena) y el desatino (al no mostrar impasividad) cuando, en teoría, el propósito del autor no es uno tan primitivo como el que a la postre se aprecia sino otro mucho más veraz y trascendental.