Título original: Jack the giant slayer
Año: 2013
Nacionalidad: EEUU
Duración: 114 min.
Género: Aventuras, Fantástico
Director: Bryan Singer
Guión: Christopher McQuarrie, Dan Studney y Darren Lemke
Reparto: Nicholas Hoult, Eleanor Tomlinson, Ewan McGregor, Stanley Tucci, Eddie Marsan, Ewen Bremner, Ian McShane, Christopher Fairbank, Simon Lowe, Ralph Brown, Joy McBrinn, Chris Brailsford, Warwick Davis, Craig Salisbury, Peter Bonner, Lee Boardman, Lee Whitlock, Jody Halse, Richard Dixon, Bill Nighy y Cornell John
Sinopsis
Jack es un joven que vive en el campo y, sin darse cuenta, libera a unos monstruosos gigantes que estaban esperando su oportunidad para arrasar con la raza humana; él será el único que pueda ponerles freno, para lo que tendrá que convertirse inesperadamente en un guerrero.
Crítica
La adaptación del popular cuento de hadas (en efecto, otra más...) “Jack y las habichuelas mágicas” (publicado por primera vez), la cual narraba la historia de un niño pobre que cambiaba una vaca propiedad de su madre por unas habichuelas mágicas que crecían hasta el cielo para elevarse por encima de las nubes y propiciar que conociera a un gigante rico (ésta es la síntesis del escrito y resulta propicia comentarla para manifestar la excesiva libertad con la que el responsable ha realizado la obra, inspirándose únicamente en la ideas más abstractas propuestas por el anónimo autor de la fábula); a pesar del sinfín de títulos con reminiscencias a esta narración (El gato con botas de Chris Miller y Diversión y fantasía de la todopoderosa compañía Disney son los ejemplos más inmediatos), uno de los grandes impulsores de la reciente oleada de superhéroes cinéfilos (cabe recordar que allá por el dos mil dirigió la atractiva y revolucionaria X-Men contando con un reparto estelar y una premisa perfectamente redituada, amén de darse a conocer por deliciosas propuestas como la alabada Sospechosos habituales y la premiada Public acces, siendo reconocida su trayectoria profesional en el Sitges Film Festival 2011) como es Bryan Singer, consolidado estadounidense que ha decidido apostar por la simplicidad narrativa y la espectacularidad audiovisual en aras de malograr en cierta manera la prometedora premisa de la que partía, hecho que no puede tildarse de equívoco al destinarse producto al público más pequeño (con todo lo que ello implica para el supuestamente inevitablemente acompañante adulto).
Con una diversión inversamente proporcional a la presentación de inoportunas garrafales erratas como la falta de adecuación dimensional que denota uno de los elementos más importantes como es la corona (los humanos la portan en la cabeza y los gigantes ni tan siquiera en un dedo cuyo grosor podría, no sin dificultades, concederse como válido sino en dos) y la sorprendentemente pasividad con la que la colonia real recibe cada nueva coyuntura (nada sorprendida por la prolongada raíz cuyo fin no se atisba al adentrarse en el cielo ni ver físicamente a los entes invasores), la tercera dimensión se exprime al máximo en aquellas secuencias en las que las temibles criaturas protagonizan vulgaridades varias (entre ellas el dejamiento del bello corporal, el enorgullecimiento de sonoras flatulencias y el hurgamiento de la fosa nasal) y se desperdicia en el resto, llegando incluso a empeorar la pobre imagen de la que en un principio goza la acción (la animación en los compases iniciales carece de elocuente rigidez), aunque ésta va creciendo en intensidad y fluidez a medida que avanza la trama; por otro lado y como firme alegato positivo, paisajes y texturas se aprovechan en cierta medida del formato en el que el metraje es exhibido, aunque teniendo presente (y reciente) la más que decente primera entrega de la trilogía de El Hobbit se antojan totalmente insuficientes (sin embargo respecto a Oz: Un mundo de fantasía, con la que compartirá taquilla, la comparación entre una y otra película sirve para acercarse a la mencionada tendencia digitalizadora desde dos posiciones dispares y a la vez muy parecidas, sirviendo ambas como poderoso tributo a la fantasía digital pero siendo mucho más convincente la presente al buscar en la verticalidad y en los juegos de escala las fronteras de la tecnología estereoscópica sin escatimar en recursos).
Cuenta la leyenda que miles de años atrás La Tierra yacía bajo el dominio de una raza de origen desconocido y apabullantes dimensiones que controlaba a su antojo los quehaceres de la raza humana, obligándola a permanecer sumisa a sus órdenes si no quería ser extinguida, indeseada soberanía que permaneció hábil hasta que el rey Erik fabricó una corona hecha del mismo material que el corazón de dichas bestias para someterlas a sus órdenes, así como unas judías mágicas con las que llegar más allá del cielo a un inhóspito lugar en el que dejarlas completamente aislados; de la historia solamente restan meras habladurías confiadas de padres a hijos, la reluciente guirnalda, seis habichuelas, ambas protegidas en el castillo real de la hermosa y ávida de peripecias princesa Isabelle (Eleanor Tomlinson, cuyo pasmado rostro y sosegada motricidad hacen de ella una desesperante actriz) hasta que un misterioso monje las hurta, siendo perseguido por las tropas de la fortaleza y viéndose obligado a entregárselas al joven campesino Jack (Nicolas Hoult, que en vísperas de estrenar próximamente la esperada y posiblemente indecente Memorias de un zombie adolescente malogra un papel superlativo a pesar de mostrarse encantador y cándido), que casualmente transitaba por el lugar tratando de vender su estimado caballo a cambio de algunas monedas merced a la imperiosa necesidad que sufre junto a su tío (increíble es, por lo tanto, que apruebe el trueque del innecesario alimento como señal de pago).
Sin darse cuenta, abre una puerta hacia otra dimensión (una escena tan impresionante como oportuna la de la lluvia que propicia el crecimiento del frijol), precisamente en la que se encontraban atrapados los monstruosos gigantes anteriormente citados esperando su oportunidad para arrasar con la raza humana a modo de venganza y hacerse con el control del planeta, que consideran como legítimamente suyo, quedando atrapada en el mismo Isabelle después de huir de su lujosa morada al sentirse presionada por su reputado padre (Ian McShane, un tanto sobreexcitado pero igualmente correcto) y ampararse en la humilde morada de Jack; precisamente éste es el único que puede ponerles freno al conocer lo ocurrido, por lo que se convertirá en un guerrero y en un héroe de manera improvisada al mismo tiempo que experimenta el primer amor y el peso de la responsabilidad, aunque para evitar que la venganza se consuma deberá confiar en el valeroso guerrero Elmont (Ewan McGregor, quien simpatías o tirrias a parte no brilla como el deslenguado y divertido secundario al que encarna), el incierto hombre de confianza del rey Roderick (Stanley Tucci, el cual no parece adecuarse al malvado perfecto) y el desquiciante futuro heredero Wicke (Ewen Bremner, insoportable a la par que inadecuado), para que así la tierra que tanto ha labrado él y poseído ella está siga siendo segura (el mundo real y el fantástico se darán la mano en el apoteósico e imaginativo desenlace revestido de un contundente empaque visual).
Obviando el estrepitoso fracaso en taquilla que ha padecido Jack el caza gigantes en tierras estadounidenses (probablemente suceda los mismo en españolas, pues la novedad sugerida no parece ser suficientemente locuaz como para poder presagiar lo contrario) y la falta de entusiasmo direccional que adopta Bryan Singer, es indiscutible el acierto demostrado a la hora de plasmar una historia tan banal como distraída, facilitando la presumible contradicción un equipo actoral vivaz a la par que arriesgado (hasta tal punto es así que las interpretaciones no consiguen alcanzar el universo celestial al que el protagonista debe ascender para rescatar a su amada debido al extremo énfasis al que apelan para infundir personalidad a sus respectivos personajes); la abundancia del bochornoso infantilismo constante imposibilita el deseable entretenimiento general del filme, pero qué duda cabe que el propósito se ha consumado incluso gratamente (siempre y cuando éste hubiera sido desde su origen ofrecer la posibilidad a los jóvenes entusiastas de gozar bárbaramente de una mitológica leyenda de obligado conocimiento sin aportar nada más que artificial belleza generada por ordenador, por supuesto) y las sensaciones no podrían considerarse en absoluta ínfimas aunque el mensaje abstracto (repleto de típicos tópicos disfrazados de trascendentales innovaciones vocacionales en el clásico romance entre dos jóvenes de clases opuestas separados por las imposiciones sociales y unidos por la atracción existente entre ambas), tan funcional como aborrecible, sí.