Título original: Godzilla
Año: 2014
Nacionalidad: EEUU
Duración: 123 min.
Género: Acción, Ciencia ficción
Director: Gareth Edwards
Guión: Dave Callaham, Frank Darabont y Max Borenstein
Reparto: Bryan Cranston, Aaron Johnson, Ken Watanabe, Elizabeth Olsen, Juliette Binoche, David Strathairn, Sally Hawkins y Richard Jones
Sinopsis
Varios monstruos producto de mutaciones radioactivas amenazan la existencia humana tras ser creados a partir de su propia arrogancia.
Crítica
Desde que se lanzara la primera película centrada en la amenaza de gigantescas dimensiones más voraz de la historia del séptimo arte allá por el mil novecientos cincuenta y cuatro, la productora japonesa Toho se ha encargado de llevar a cabo nada menos que veintiocho producciones sobre el famoso monstruo (algunas versiones más afortunadas y alabadas que otras), pero no ha podido ser hasta ahora, en plena era de la digitalización tridimensional, cuando la mostración en todo su apoteósico esplendor, más maligno y dañino que nunca, se ha podido barajar como una posibilidad tangible, sin embargo, da la sensación que la voracidad y la evolución del clásico formato podrían haberse exprimido infinitamente más; en su quinto filme detrás de las cámaras en un intervalo en menos de una década (los dos primeros, Cuatro formas de acabar con el mundo y Héroes y villanos, circunscritos en la emisión televisiva, y el último traducido en uno de los visionados más insufribles del Sitges Film Festival 2010, Monsters), Gareth Edwards se consolida como uno de los referentes dentro del género de la ciencia ficción, no por la acogida pública de sus piezas sino por la enorme ayuda económica con la que es recompensado en ellas (en especial en ésta, pues que Warner Bros Pictures haya dispuesto un presupuesto de dos cientos quince mil dólares es una auténtica barbaridad de complicada, sino directamente imposible, igualación), pues al manifestar una vez más su afán en superarse, en ofrecer al público, el único que dictará finalmente sentencia, un reto de proporciones épicas, volverá a generar más rechazos que celebraciones al solventarse con poca firmeza (como bien se especifica, ése esa era su aspiración, no habiéndolo logrado).
Situada espaciotemporalmente con anterioridad respecto a la cinta de mil novecientos noventa y ocho dirigida por Roland Emmerich y con la promesa de desvelar los orígenes del famoso monstruo japonés al tiempo que hacer reflexionar acerca de los peligros que puede suponer el progreso experimental cuando no se contemplan las consecuencias que el mismo puede comportar (esto último tal vez sea el único aspecto que no desmerece su relevancia), el espectador es testigo de excepción a lo largo de aproximadamente dos horas de duración de una epopeya cinematográfica cuyo sustento reside en la diferencial mixtura entre las técnicas más primitivas (valga señalar que el grito de la criatura fue tomado del chirrido que hacía la puerta de los estudios de grabación) y las más novedosas (el despliegue técnico es descomunal en determinadas secuencias, sin ir más lejos la inundación que azota las paradisiacas playas de Hawái); no se aprovechan las sucesivas pruebas que se hicieron sobre la bomba atómica en el Pacífico Sur (el nacimiento de la leyenda está estrechamente ligada con ellas, bastando buscar por la red información al respecto para nutrirse extensamente sobre dicha cuestión) para marcar diferencias alejándose de pedantería varia ni reside (como muy insistentemente se aseguraba) la directriz primordial de respetar la tradición fílmica, es más, la decisión de concretarse todo en un romance apenas disimulado de trasfondo (se dibuja primeramente levemente como prescindible subtrama y después como principal reclamo) para exprimir al máximo el drama humano de un acontecimiento como el que se forja causa vergüenza ajena, algo a lo que el creador de la imprescindible y longeva serie televisiva The walking dead es el gran artífice junto a Dave Callaham y Max Borenstein, la tríada escritora de un guión con grandes (de hecho inmensas) lagunas y apenas eficiente.
Joe Brody (Bryan Cranston, de sobras conocida es su estupenda asunción y adecuación interpretativa en cada una de las decenas de películas en las que ha participado, no siendo la presente una excepción) es un ingeniero tildado de perturbado por sostener que quince años atrás no fue una anomalía en el correcto funcionamiento de la central nuclear en la que trabajaba sino pulsos magnéticos provenientes de una actividad superior la causante del fallecimiento de su esposa en aras de impedir que criaturas de gran tamaño (aunque el protagonismo absoluto recaiga sobre Godzilla hacen acto de presencia otros dos, correspondiéndose cada uno de ellos con las tres esporas prehistóricas repartidas por el mundo que permanecen conservadas) sembraran el caos por todo el planeta (lo cual sucede en la actualidad de Japón a San Francisco, pasando por Nevada, París y California) y, decidido a hacer todo lo que sea necesario para descubrir la verdad y demostrar así que dicha teoría no es fruto de su imaginación y que la atentación contra la paz (si se le puede llamar así a una permanente sensación, sino por un motivo por otro, de conflicto mundial) de la raza humana puede acontecer en cualquier instante; la hipótesis de que todo es debido a un desastre natural cae por su propio peso (aunque bien es cierto que se trata de una fuerza de la naturaleza que ha despertado) cuando se hace irrebatible que las autoridades están intentando ocultar exactitudes a los ciudadanos a base de mentiras, momento en el cual el teniente artificiero (desactivador de bombas para más señas) Ford Brody (Aaron Johnson, su transición de magnífico superhéroe en las dos entregas de Kick Ass a la especie de defensor patriótico en el que se convierte aquí no le glorifica especialmente), hijo del anterior, se ve empujado (que no obligado, pues no es una imposición propiamente dicha la que le impulsa a ello pero es preciso si desea reconcentrarse con su mujer e hijo) a prestar servicios militares en defensa de su bandera, emprendiendo así la misión de acabar con la liberación de la presagiada serie de deidades (aéreas, marítimas y terrestres), a cada cual más agresiva que la anterior (todos dejan mucho que desear para resultar temibles, asemejándose más a robots que unidades orgánicas), depredadores alfa que han absorbido durante años las radiaciones para gestarse, parásitos pertenecientes a la cúspide de un sistema superior que lucharán entre ellas (todo obedece a una feroz pugna entre dos machos para proceder al inexorable ritual de apareamiento con la hembra que ambos se disputan) con catastróficos daños colaterales para los habitantes de la Tierra y, en particular, para el poco menos que forzado valeroso valedor...
Rumores varios afirman que el monstruo fue confeccionado como una representación del miedo que experimentó la tierra nipona con el bombardeo atómico de la Segunda Guerra Mundial por parte de los altos mandos estadounidenses (pese a que se han eliminado ciertas escenas para evitar que se dé una mala imagen del empleo de las armas nucleares, las cuales formarán parte muy posiblemente del material adicional del formato físico, no llega a considerarse una razón de peso) y apartándose de la batalla legal contra Legendary Pictures (suscitada a raíz de la demanda en la que se expresaban los esfuerzos del trío productivo formado por Dan Lin, Roy Lee y Doug Davinson alegando no haberse limitado su participación a aportar notas que no se utilizaron), el autor perfila desde un inicio sus intenciones para que, tras ser visto en multitud de series de televisión, tebeos y videojuegos, el icónico apocalipsis corpóreo goce del ensalzamiento que siempre ha merecido, intención que en absoluto se consuma; adentrándose en un terreno en el que el espectador siempre exige más de lo que en el mejor de los casos se le ofrezca (el cual no se da, pues que infundan más respeto los promotores que, sin previo aviso, asaltan en mitad de la calle a pobres incautos que por inocente respeto les conceden parte de su valioso tiempo aun a sabiendas de que el producto ofrecido no será de su interés que los propios protagonistas de la lucha tripartita es tan insultante como que la resolución de dicha batalla implique rociamientos de fuego azulado invitando a venerar al ser que por su propia concepción debe ser temido), lo cierto es que Garth Edwards no ha optado más que por conformar una historia parcialmente entretenida (que pierda enteros cuando se deja de insinuar para mostrar es un desacierto que produce incalculable desasosiego, derrumbándose rápidamente los aparentemente sólidos cimientos que se construyen durante el primer tercio) y, en cualquier caso, falta de suficientes incentivos como para recomendarla más allá de por la extraordinaria experiencia sonora.
Desde que se dieran a conocer los primeros materiales en el Comic-Con de hace una temporada (convención anual de cómics que se celebra en tierras californianas en el que muchos de los asistentes coincidieron en que todo lo que envolvía el trabajo transmitía una gran sensación de autenticidad) se perfilaba la principal empresa del autor, la de firmar un metraje poco alejado de convencionalismos pero también de la irrealidad extrema pero, más allá que los excesos sean evidentes, en ningún momento se mantiene esa vertiente próxima a una realidad alternativa (aceptando como válida la tesitura central expuesta), no resultando asumible merced a que la exposición de razonamientos sea más inverosímil a medida que avanza la trama con detestable superficialidad; la presente Godzilla es un renacimiento primeramente inesperado y finalmente inentendible (ateniendo a la circunstancia de poder exprimir una vez más tan popular figura haciendo gala de un apartado audiovisual sin parangón hasta la fecha) que hará las delicias de los amantes de la espectacularidad pero dejará insatisfechos a aquellos que esperaban encontrarse con un producto genuino, pues más allá de algún que otro detalle de fundamentación distinta (el removimiento de conciencia que despierta es genial pero equivocado en su desarrollo) lo cierto es que el argumento es un calco de muchos otros, es más, una mezcla de ellos que no termina de homogeneizarse a excepción de aquellas secuencias que exigen la menor de las fundamentaciones, distinciones que se extienden asimismo al reparto secundario, ensalzando a Elizabeth Olsen (bella y creíble) y diezmando a Ken Watanabe (tan ridículo como exagerado).