Guerra mundial Z 21-11-2024 10:31 (UTC)
   
 

Guerra mundial Z
(Mark Forster, 2013)







Ficha técnica


Título original:
World war Z
Año:
2013
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
116 min.
Género:
Acción, Suspense
Director:
Mark Forster
Guión:
Damon Lindelof, Matthew Carnahan y Michael Straczynski
Reparto: Brad Pitt, Mireille Enos, Matthew Fox, Eric West, David Morse, James Badge, Elyes Gabel, David Andrews, Michiel Huisman, Julia Levy, Trevor White, Lee Nicholas, Daniel Newman, Gregory Fitoussi, Feodor Atkine, Iván Kamarás, Katrina Vasilieva, Gordon John, Fana Mokoena, Mustafa Harris, Peter Basham, Vicky Araico, Nick Bartlett y Okezie Morro


Sinopsis


Gerry Lane, un empleado de las Naciones Unidas, recorre el mundo en una carrera contrarreloj para detener una pandemia zombie que amenaza con derrocar a los ejércitos y gobiernos y diezmar la humanidad misma.



Crítica


Los corresponsales de medios audiovisuales de Madrid y Barcelona tuvieron la oportunidad de disfrutar en primicia de tres escenas (perfectamente representativas de la cronología que se recoge) de una de las producciones más esperadas del inminente verano, Guerra mundial Z, título dirigido por Marc Foster basándose (muy vagamente) en la novela homónima escrita por Max Brooks que ha suscitado desde sus orígenes (sumamente confusos al estar impregnados constantemente de rumorología varia) tanta expectación como temor a causa de la grandiosidad que se presumía y la posibilidad de reducirse todo a un mero espectáculo pirotécnico sin más alicientes que la presencia del siempre atrayente (más por trayectoria que por trabajos realmente destacables) Brad pitt y cantidades insanas de destellos balísticos respectivamente (el resultado se aproximaría más a la vertiente positiva que a la negativa aunque el material), un adelanto de quince minutos de las prácticamente dos horas de duración del filme (excesiva suma temporal de la que se resiente en ciertos compases el mismo cargándose de escenas banas) que plasmaba a la perfección lo que vendría a ser el producto final;  la primera de ellas situaba a los asistentes en un atasco en Filadelfia donde una su familia comprueba cómo un policía rompe el espejo retrovisor de del flanco del conductor con su moto y un camión arrolla todo cuanto se encuentra por delante propiciando que el clan emprenda una huída incierta mientras centenares de personas enloquecen misteriosamente acometiendo contra otras multiplicándose de forma exponencial el número siendo capaces de hacer todo tipo de movimientos espectaculares (la apabullante realización apenas deja tiempo para el respiro), la segunda tenía lugar en Jerusalén cuando el protagonista está aparentemente de paso buscando al paciente cero de la pandemia que según se comenta está en La India mientras el campo de refugiados fortificado con unas paredes inmensas celebra su subsistencia alterando a los zombies que construyen espontáneamente una torre de incalculable altitud para vencer las defensas y escalarlas generando el caos al tiempo que los soldados luchan contra la amenaza (el adelanto promocional emitido meses dilapida cualquier posibilidad de impacto), mientras que la tercera acontecía en un avión con destino Gales en el que el valeroso militar viaja junto a la presumible solución física al percal viéndose toda la tripulación sorprendida por el ataque de un no muerto que infecta al pasaje con rapidez y efectividad (el recurso de la granada para abrir un enorme agujero en el aeroplano para tratar de librarse de los muertos vivientes se antoja una divagación total pero también un inmejorable festival visual de apote
ósica calidad fílmica).

Los tres recortes, aparentemente inconexos (cinco minutos de largas secuencias no pueden traducirse en más que incomprensión conjuntiva), presentaban los síntomas que a la postre caracterizan la propuesta, destacando entre todos ellos la tenencia de una gran carga violenta pero apenas mostrarse sangre (únicamente la originada por ciertos disparos y accidentes, no siendo motivación suficiente ni mordeduras ni amputaciones varias, ausencia que posiblemente deba su oportunismo al hecho de ser una película apta para todos los públicos y así lograr una mayor recaudación, pues los más de ciento cincuenta millones de dólares invertidos deben estar siempre presentes a la hora de optar por unas estrategias u otras), y es que omitir la abundante presencia de dicho líquido en una película de caminantes (expresión traída a colación a modo de gratuito aunque propicio guiño a la formidable serie televisiva The walking dead) resulta un hecho tan llamativo como injustificable, y mucho menos ser lo preciso para empezar una franquicia (esa parece ser la intención final de los productores, ofrecer una trilogía en caso de confirmarse el éxito que se presupone a esta primera entrega); en lugar de seguir las reglas preestablecidas por el maestro del terror George Romero en la inolvidable La noche de los muertos vivientes (a pesar de ser de finales de los setenta sigue siendo el precedente por excelencia de la temática en cuestión), el autor alemán opta de manera pretenciosa por un contenido mucho más ecléctico con componentes éticos (la colaboración entre todos aquellos que dispongan de recursos es indispensable), militares (la deleznable conducta adoptada únicamente favorece a aquellos que sean indispensables), políticos (la poca armonía ideológica hace estragos especialmente en momentos de auténtico caos colectivo) y religiosos (solamente un milagro puede hacer que alguien consiga ver la luz entre tanto ser oscuro cerciorándose que es bien cierto el dicho que asegura que en los pequeños detalles es donde se hayan las grandes respuestas), amén de los familiares (sin lugar a duda el tema central más allá de la indeseada irrupción difunta), en una mezcolanza que más que atraer más bien puede provocar una profunda decepción (sobre todo entre aquellos admiradores de la obra literaria, pues el respeto que a ella se guarda brilla por su ausencia).


Gerry (Brad Pitt, plenamente heroico de nuevo aun presentando ciertas dificultades a la hora de llevar a cabo determinadas acciones atléticas), un antiguo empleado de la Organización Mundial de Salud de las Naciones Unidas, disfruta de un soleado día familiar junto a su inseparable esposa Karin (Mireille Enos, certeramente pasional aunque escrupulosamente correcta en desmesura) y sus dos hijas, la inocente Constance (Sterling Jerins, inapreciable es su aportación salvo el complemento de unidad familiar clásica que significa) y la asmática Rachel (Abigail Hargrove, compleja a la par que maravillosa interpretación la suya); lo que suponían iba a ser una jornada llena de diversión y distracciones como demuestra el juego adivinatorio que emprenden en el vehículo que les sirve para desplazarse prontamente se torna horripilante cuando innumerables ataques se suceden alrededor suyo hacia civiles aparentemente normales por parte de otros cuyo repertorio gimnástico traspasa cualquier barrera humana (saltos de altura y longitud de varios metros así lo denotan), obligándolos a huir desesperadamente en busca de un refugio seguro que no encuentran.


Tras barajar varias opciones deciden que la de unirse al teniente Thierry (Fana Mokoena, intrascendental tanto en su mal hacer como en su cometido) en su empresa de combatir a tan peligrosos seres encontrando al paciente cero para así descubrir el método batallador más indicado con el que enfrentarse a ellos, obteniendo a cambio amparo en uno de los compartimentos del barco en el cual reside la tropa militar, a la que se adiciona el cabeza de familia en aras de brindar una ventaja merced a su pasado y facilitar la tarea de los investigadores (nefastos supervivientes al morir uno tras otro sin apenas mostrar resistencia e incluso uno de ellos dejando este mundo por su torpeza al resbalar y hacer fatalmente); viajando por los territorios más recónditos y dispares de la Tierra (siendo por ello multicultural la cinta aun remitiéndose dicha nomenclatura meramente a las ubicaciones y no a las habitualidades de los residentes en los distintos lugares) el equipo averiguará que tan imparable raza tiene un punto débil, precisamente la debilidad corporal, pues lo que les atrae de los seres humanos es la vitalidad que albergan...


Si bien es cierto que la espectacularidad plasmada en Guerra mundial Z alcanza cotas raramente atisbadas hasta la fecha (los efectos especiales excorian la excelencia y el apartado sonoro logra estremecer de veras aunque en cuanto a temas solamente uno se reproduzca continuamente a lo largo de todo el metraje), no lo es menos que el retrato documental recogido en el libro al narrar las consecuencias de una supuesta pandemia zombie en la sociedad actual apenas se ve reflejado en la pantalla al prescindir de la narrativa subjetiva con la que eran expuestos los hechos en el relato con las correspondientes cuestiones formuladas en multitud de entrevistas realizadas a los hipotéticos supervivientes que tuvieron un importante papel en la guerra e incluso a aquellos que no hicieron absolutamente nada y continúan creyendo que todo permanece igual (incesantes a la par que verosímiles en su gran mayoría al detallarse racionalmente los factores tecnológicos, militares, sociales, económicos y políticos que contribuyeron de distinta forma a la salvación de la raza humana); la alternativa es ofrendar al público grandes dosis de tensión (lo cierto es que muy lograda en particular en el tramo conclusivo) y, especialmente, acción (la cual posiblemente verá incrementado su efecto gracias a la opción tridimensional, pues el filme será comercializado en ambos formatos como parece ser menester últimamente) presentándose la historia a través de una metodología muy común (arriesgarse a respetar escrupulosamente tal característica hubiese sido admirable pero un vaticinado suicido cinéfilo) guardando en todo momento una inusual seriedad corrompida por la publicidad subliminal (si se puede denominar así, pues más evidente es imposible) de Pepsi en uno de los momentos más delirantes e inoportunos de la producción que sucede tras acontecer uno igualmente cómico debido al extravagante ruido que emite cierto doctor en el que se desvela que la respuesta combativa es introducirse en el cuerpo un virus (descabellada aunque racional reflexión al no distar apenas de la composición y el cometido de las vacunas), una resolución de los acontecimientos cuanto menos distinta a la recurrida con asiduidad aun sin ser más que un producto veraniego destinado a grandes masas cuya finalidad no es otra que la de congregar a cientos de miles de espectadores en las salas de cine y que se entretengan enormemente mientras devoran sus palomitas.



Daniel Espinosa




 
 
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