Hatchet III 19-03-2024 04:09 (UTC)
   
 

Hatchet III
(B.J.McDonnell, 2013)


Hatchet III




Ficha técnica


Título original:
Hatchet III
Año:
2013
País:
EEUU
Duración:
80 min.
Género:
Suspense, Terror
Director:
B.J.McDonnell
Guión:
Adam Green
Reparto:
Danielle Harris, Kane Hodder, Zach Galligan, Caroline Williams, Parry Shen, Robert Diago, Derek Mears, Cody Blue, Rileah Vanderbilt, Sean Whalen, Jason Trost, Diane Ayala, Thomas Hyde y Sid Haig


Sinopsis


Un equipo de búsqueda y rescate se dirige hacia un espeluznante pantano ubicado en Luisiana con el propósito de descubrir el secreto que finalice con la maldición vudú que permite al fantasma de Victor Crowley masacrar a la gente de Honey Island Swamp durante varias décadas.



Crítica


El veterano operario de cámara partícipe en cintas tan dispares como la frenética Jack Reacher (la enésima demostración de que Tom Cruise es inmortal) y la celebrada revisión de Halloween 2 (curiosamente propiciadora de tantas buenas críticas de la prensa especializada como descontentos por parte del público mundano), B.J.McDonnell, acepta el reto de tomar el relevo de Adam Green (responsable de las dos antecesoras, estrenadas directamente en formato doméstico en dos mil seis y dos mil diez respectivamente, que ahora se conforma con escribir el guión, tarea que también firmó en aquellas) para dirigir Hatchet III, la tercera parte de la incombustible franquicia en la que la sucesión de lindezas fílmicas tales como “vamos a empezar a juntar cuerpos por aquí” en el escenario de una reciente masacre en la que yacen multitud de restos de cuerpos resultan chistosas hasta el momento en el que llegan a ser tan desagradables que repugnan (si admirar testículos colgados en la rama de un árbol no produce dicha repulsión conviene hacérselo mirar), y es que la excentricidad y extrema dureza visual vuelven a ser los puntos fuertes de una obra que nada tiene que envidiar a grandes producciones en cuanto a imaginativo y consumación de propósitos se refiere (no es atrevido afirmar que son escasos los objetivos marcados pero se logran).


Iniciándose la trama exactamente donde concluyó la segunda película (toda una declaración de intenciones por parte de los responsables de corresponder la fidelidad de los seguidores que arrastran a base de menciones a ambas, no siendo éstas constantes pero sí especialmente relevantes en determinados compases a fin de entender los orígenes del horripilante monstruo, por lo que es un premio para quienes hayan visionado las dos entregas anteriores pero un castigo para los que no al limitarse ostensiblemente su capacidad comprensiva), siendo posiblemente la primera escena la más contundente que uno pueda llegar a recordar en muchos años, a la que sigue el transcurso de exactamente seis minutos y veinte segundos sin la pronunciación de una sola palabra (obviando la letra que contiene la marchosa música introductoria), solamente sollozos emitidos por parte de la protagonista en plena tarea desmembradora tratando de acabar con la vida de un ser que, como es sabido, no pertenece a este mundo (de hecho es tildado de fantasma) y por ende la empresa de la joven se convierte en una quimera de imposible fructificación; cabe señalar este hecho y que el primer cuarto de metraje sea más una autocrítica paródica que pone de manifiesto las incoherencias que en la hasta el momento trilogía (todo hace pensar que la promesa de nuevos y apasionantes episodios verán la luz en los próximos años, pues el abierto desenlace es propicio para ello y el escueto presupuesto que se precisaría para llevarla a cabo con resultados tan mayúsculos como los que se dan ésta no es impedimento alguno) se han ido produciéndose que la historia propiamente, lo cual no hace sino ensalzar la figura de un autor que no se limita a seguir los convencionalismos del (sub)género sino que opta por patentar una fórmula propia, aunque ésta contenga lagunas de injustificable existencia.


Después de presenciar cómo su familia ha sido brutalmente asesinada y creer haber consumado con éxito la correspondiente venganza contra el responsable de tan cruentos hechos Marybeth (Danielle Harris, perfecta en todo instante a pesar de la dificultad que entraña encarnar a una superviviente tan apática como a la que interpreta), una mujer que no alcanza la treinta de edad y ya ha sufrido descomunales contratiempos relacionados con su consanguineidad ancestral (esto es comentado fugazmente en los compases conclusivos del filme pero cobra tanta importancia en la intríngulis central que es menester señalarlo), acude ensangrentada a la comisaría próxima al pantano de Luisiana, solitario emplazamiento en el que ha tenido logar el crimen múltiple; el servicial sheriff Fowler (Zach Galligan, convincente en su labor de vulnerabilidad extrema hasta que se ve obligado a tomar sus propias decisiones) la atiende sin dar crédito a las paranormales explicaciones que da acerca de lo acontecido, pero la intervención de la periodista reconvertida en frecuente colaboradora de blogs Amanda Proman (Caroline Williams, realmente odiosa desde que aparece en escena), ex mujer y experta local en todo lo concerniente a la leyenda del ya famoso asesino (y su inseparable a la par que emblemática hacha) Victor Crowley (Kane Hodder, el terror que infunde es equiparable al de los grandes mitos del celuloide), le convence de que la irracional historia puede llegar a ser real, y es que pese a fallecer varios años atrás el monstruoso psicópata sigue sembrando el terror cada cierto tiempo dejando a su paso un reguero de sangre cuya suma en litros de sangre ascendería a decenas.


Al acudir al lugar el representante de la lay, relegado a un segundo plano autoritario por el oficial Hawes (Derek Mears, imponente y propiciador del espectáculo pirotécnico que conlleva la aplicación extrema de sus métodos de actuación, en especial el causado por un bazooka), quien pretende asumir el control absoluto de la peligrosa investigación policial refugiándose en su experiencia militar pasada, descubre que la maldición de tan vengativo engendro satánico es, además de repetitiva, insaciable, pudiéndose regenerar con pasmosa facilidad en contra de las teorías que místicos expertos han defendido en relación al extraño caso, hipotéticas soluciones que en esta ocasión apuntan a hacerle entrega de su padre para que disponga de su cuerpo eternamente; cuando creen haber hallado la respuesta a tan mortal percal averiguan que la única opción de obtener los restos de la criatura es visitar a Abbott MacMullen (el gran Sid Haig, divertidamente cascarrabias e irracionalmente temerario como siempre), un familiar lejano del mismo un tanto singular que conserva las cenizas de éste en una urna, empresa que se tornará más complicada si cabe al no dejar de increpar (tanto voluntaria como inconscientemente) a un enfermo mental que no pretende la salvación sino cobrarse venganza, siendo inservibles las lamentaciones proferidas e inútil el vaciamiento de cargadores contra él debido a su misteriosamente innata invencibilidad.


“Hace mucho tiempo un niño que nació deforme...” es la única referencia rememorativa que se brinda al personaje insignia de la que ya puede denominarse franquicia por excelencia de la serie z más pura (desde su propia concepción se desmarca del corte convencional e incluso del formalista en el que se traduce normalmente el mal denominado b debido al escaso requerimiento dinerario que se precisa para desarrollarlas en un ejercicio de sinceridad que se agradece al no tratar de engañar a nadie), y es que recuperar revelaciones pasadas no es para nada una de las finalidades que se ha marcado el director, prefiriendo éste presentar nuevos rostros (la mayoría de ellos sin apenas profundidad, lo cual no se presume un desacierto al encontrar la muerte tempranamente en su inmensa mayoría) y apostar por la alegoría más libertina de la fragilidad del cuerpo humano, llevada hasta límites insospechados a lo largo de ochenta minutos de visceral frenesí no apto para todos los públicos (decenas de atrocidades, a cual más sádica, dan buena fe de ello); si bien el guión no brilla por su locuacidad o consistencia (nada puede reprocharse al respecto tratándose de un producto independiente en el que el único aspecto analizable por ser el verdaderamente importante es el referente a la diversión, y vaya si la contiene), tanto el quipo de maquillaje como el de efectos especiales (adjetivo que habría que escribirlo entre comillas al no suponer precisamente una costosa congregación de medios) se ha lucido ampliamente (el abanico de posibilidades que ofrecen situaciones directamente vinculables con Pesadilla en Elm Street, Scream, Viernes 13 y sucedáneos de éstas es extremadamente amplio) y, por si fuera poco, todo lo que sucede tiene su correspondiente explicación (el razonamiento en no pocos asuntos es más bien ridículo pero al menos se tratan de argumentar), por lo que Hatchet III muy probablemente no llegará a considerarse una de esas cintas imprescindibles en la filmografía de todo buen amante de la citada serie a la que pertenece (si bien es cierto que podría ser así) pero debería destacar, sin ningún tipo de rebatimiento, por encima de muchas.



Daniel Espinosa




 
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