Título original: In fear
Año: 2013
Nacionalidad: EEUU
Duración: 81 min.
Género: Suspense, Terror
Director: Jeremy Lovering
Guión: Jeremy Lovering
Reparto: Iain Caestecker, Alice Englert y Allen Leech
Sinopsis
Atrapada en un laberinto de carreteras secundarias con solo su coche como protección, una pareja se encuentra aterrorizada por un torturador.
Crítica
El hasta la fecha autor de series y algún que otro documental Jeremy Lovering se inicia en el largometraje (tanto en el apartado de director como en el de guionista) con una historia de terror que, de tan clásica y convencional que resulta, se sitúa bastante por debajo de cintas de semejante índole e incluso parecido presupuesto (más escaso que el dispuesto en Wolf Creek, apenas un millón de dólares, es difícil de conjeturar y la presente se recibe con mucha menos gratitud que aquella) aun percibiéndose más que válida si se atiende a la hazaña de crear tensión cuando no existe la más mínima oportunidad para tan siquiera insinuarse (que dicha inquietud no se vea complementada es otra cuestión); In fear no innova lo más mínimo, de hecho ni lo pretende, se limita a presentar una ambientación muy lograda (a través de la sugerencia y no la mostración, lo cual tiene todavía más mérito) y aprovechar el minimalismo más exagerado (solamente tres intérpretes conforman el reparto actoral estrictamente principal) para, dosificando las piezas de la banda sonora (la labor de Daniel Pemberton y Roly Porter merece una mención especial al adecuar los temas compuestos a las respectivas secuencias, en especial el que acompaña a los créditos finales), infundir cierto miedo al espectador sin que éste sepa por qué, pese a no invitar a reflexión alguna al obviarse todo fundamento.
Entre los muchos (aunque en su inmensa suma de una relevancia tan pequeña que apenas castiga severamente el parecer) errores que el filme alberga se encuentran dos pecados capitales, el desesperante ritmo (que sea pausado puede aceptarse si merece la pena el resultado de tanta lentitud, lo cual no se cumple) y la primitiva intríngulis argumental (la originalidad que parece atisbarse en un inicio rápidamente se desvanece entre trivialidades completamente obsoletas), lo cual afecta directamente al nivel global de la película (obviando las mencionadas faltas alcanza una alta cota de calidad, aunque los primeros se presuman tan injustificados como inservibles); los que pudieron visionar In fear en la Sección Oficial del pasado Sundance Film Festival 2013 aseguran que una sala de cine es imprescindible para disfrutarla como es debido pese a que, sin pretender contradecir dichas opiniones, da la sensación que tal opción de proyección serviría exclusivamente para incrementar el apartado ya señalado como positivo (es decir, el sonoro) pero no afectaría para nada la sensación que el resto causa (concebir que la profundidad depende de los medios audiovisuales de reproducción parece absurdo), una teoría previsiblemente certera que en cualquier caso sólo sería demostrable pudiendo comparar una forma de visionado con otra, algo que se aleja de las propias posibilidades tangibles.
El enamoradizo e inseguro Tom (Iain Caestecker, quien no cautiva ni por su vertiente pasional ni por la pasiva) plantea a la jovial Lucy (Alice Englert, inicialmente correcta pero la sobreactuación se termina apoderando de ella), chica a la que conoció apenas dos semanas atrás en un encuentro fortuito, que le acompañe a un festival que se celebra ese mismo fin de semana en Irlanda (concluir si el emplazamiento está lejos o cerca del territorio de los jóvenes no es posible al desconocerse la procedencia de éstos), pretendiendo aprovechar la velada para disfrutar una noche de intimidad en el Hotel Kilarney (teóricamente a mitad de camino entre desde donde parten y el lugar al que se dirigen), en el que ha reservado una habitación con motivo de su aniversario de dos semanas (así definen ellos mismos la quincena que llevan de relación a distancia); todo parece marchar debidamente hasta que dejan de seguir al misterioso conductor de la furgoneta (hasta aquí puede antojarse un cúmulo de inciertos detalles pero los hechos no dan más de sí para concretar con mayor rigurosidad la intríngulis) que les marca el camino a modo de guía itinerario hacia el anunciado como aislado a la par que tranquilo parador en cuestión deben, momento en el cual son abandonados a su (nefasta) suerte y prosiguen con su aventura por su cuenta sin más alineación existencial que la que sus (más egoístas a medida que transcurre la historia) instintos de supervivencia les dictan.
Así, convertida la escapada romántica en una horrible pesadilla (tal y como hacía presagiar la cita que la protagonista femenina encuentra grabada en los aseos de un lúgubre pub en los que hace sus necesidades al principio del metraje, “If a man hurts an innocent person the evil will fall back upon him and the fool will be destroyed”, a la que escrituralmente ella contesta “or not”), el único propósito de la pareja será tratar de vislumbrar las señales viales indicadoras de su destino entre tanta frondosidad (tan abrumadora como la parsimonia con la que acontece todo), mas cuando auxilien a Max (Allen Leech, infunde el respeto que le es exigido), a quien atropellan accidentalmente en un descuido, la situación se complicará ostensiblemente; con el piloto rojo de la gasolina encendido y la imaginación jugándoles muy malas pasadas, consumidos por la desorientación (al igual que el respetable cuando trate de extraer una lectura válida del conjunto) descubrirán (a raíz de poner en práctica su ridículo sentido de la curiosidad extrema) que el peligro acecha y que una inocente provocación puede desencadenar un infierno sin parangón si el sujeto de la misma es un demente cuyo sentido del humor se circunscribe en el terreno de lo puramente macabro y su contundente lema es nada menos que “la violencia es la madre y la hija”.
El mayor acierto de la producción reside en el hecho de que no precise recurrir a la mostración explícita de un icono antagonista (hasta el minuto treinta y nueve no aparece con una máscara blanca ocultando su rostro y es a partir del cuarenta y dos que se percibe el semblante de tan indeseable amenaza) para originar la duda de cuán acertado es arriesgarse a circular por senderos desconocidos por el mero hecho de querer vivir aventuras, una práctica que en los últimos tiempos se ha puesto de moda hasta el punto de sucederse semanalmente quedadas (la mayoría de veces sin tan siquiera conocer quién acudirá a la reunión) para tal finalidad; el problema es que ésta cuestión la suscita la primera mitad del metraje, en la cual la incertidumbre prima por encima del terror (o se da pero desde una vertiente psicológica), pues a raíz de que se pueden atribuir características físicas al peligro en cuestión se pierde gran parte de la tensión, posicionando la cinta (por sus tópicos evidentes de guión) como una precaria e insustancial alternativa a Carretera al infierno con pinceladas de Nunca juegues con extraños que deja a un lado las interminables vías estadounidenses para situar la acción en los frondosos bosques ingleses, cuya imponente robustez consolida, eso sí, tanto el efecto de agobio permanente como el de constante pérdida posicional, restando la sensación de que de haberse dedicado más esfuerzo en la fase de montaje In fear hubiese resultado un filme notable.