Título original: Into the storm
Año: 2014
Nacionalidad: EEUU
Duración: 89 min.
Género: Acción, Fantástico
Director: Steven Quale
Guión: John Swetnam
Reparto: Sarah Wayne, Richard Armitage, Jeremy Sumpter, Nathan Kress, Matt Walsh, Arlen Escarpeta, Jon Reep, London Elise y Kyle Davis
Sinopsis
En el transcurso de un solo día, una pequeña localidad es azotada por una serie de tornados sin precedentes, sembrando el caos en el pueblo...
Crítica
El responsable de la tremendamente divertida Destino final 5 (para los aficionados a ésta gran saga mencionar que, de momento, la sexta entrega no ha sido tan siquiera oficializada), Steven Quale, firma la propuesta más ambiciosa de su carrera, En el ojo de la tormenta, un presuntamente trepidante viaje que le supera en todos los aspectos direccionales posibles, una aventura en la que las tormentas son presentadas de manera cercana a como lo hacían en el singular y desinhibido fenómeno Sharknado, es decir, sin seriedad alguna (la gran diferencia es que en aquella no importaba demasiado y en ésta sí debido al distanciado planteamiento del que parten); un guión (atribuible a John Swetnam) tan frágil como las interpretaciones (a excepción de la difunta mujer del protagonista de la aclamada franquicia The walking dead, de la que ha visto la luz recientemente la conclusión de la segunda temporada en su reconversión a videojuego) que exigen odiar ya no a los personajes sino a los actores, y es que su poca valía trasciende los límites de la obscenidad y suscita facilidad a la hora de reproches varios.
Allison (Sarah Wayne, ejemplar como lo ha sido anteriormente en los ocho largometrajes y once obras televisivas que constan en su currículum), la meteoróloga del equipo Titus, un grupo de cazatormentas y documentalistas cuya nomenclatura encuentra explicación en el vehículo con el que se desplazan (un tanque militar perfectamente equipado para resistir cualquier adversidad climatológica), detecta el inmediato inicio de una prometedora actividad que augura la posibilidad de presenciar algo de inmensa magnitud en el pequeño condado estadounidense de Silverton; la familia Morris, carente de integrantes femeninas (un fatídico accidente viario acabó con la vida de la esposa y a la vez madre), reside precisamente en dicha localidad y se dispone a aprovechar la ceremonia de graduación escolar para concluir un proyecto consistente en llevar a cabo videocápsulas del tiempo recopilando así los momentos más loables compartidos últimamente, uniéndose finalmente a los citados expertos por intereses diferentes pero confluyentes, articulando unos y otros fuerzas (tanto físicas como intelectuales) contra el ecosistema terrícola, presentándose éste en su máximo (y gigantesco) esplendor.
En el transcurso de un día, la ciudad es azotada por una serie de tornados sin precedentes, estando a merced de ciclones erráticos y mortales y haciendo que no exista refugio más fehaciente que los propios vórtices, pero situarse en el epicentro de estas estructuras verticales que destruyen todo lo que en su predecible pero cambiante trayectoria se aproxima o cruza no es nada sencillo (el primer tercio de película, destinada a inservibles entrevistas juveniles, cede ante el ímpetu de semejantes amenazas naturales); concibiéndose como el mayor de los retos salir indemne de tan exterminadora y desigual batalla, entre los protagonistas florecerán sentimientos creídos olvidados (la estimación paternal resurge mágicamente) y aumentarán la intensidad de los menos publicitados (sorprende que ante la adversidad el amorío cobre tanta relevancia siempre) mientras el mundo se derrumba, literalmente, ante sus pies, observando cómo casas, edificios, torres, vehículos y todo tipo de objetos son alzados al cielo como si de una simple pluma se tratase (la célebre escena del vacuno volador se repite, pero motorizadamente).
Sandeces tan sobrantes como los alocados entretenimientos de cierta dupla temeraria (actuando al más puro estilo Jackass), la patriótica selección de temas musicales (sentimiento que se extiende a la enésima plasmación de la bandera americana que ondea cual metafórica calma después de la tempestad), el absurdo comportamiento suicida disfrazado de libre altruismo que asumen con total convencimiento los personajes (las heroicidades ensalzan a cualquier persona siempre y cuando el sentido común descarte irracionales decisiones) y la ya clásica despedida filial ante la seguridad de morir en breve (el bochorno al que se somete al público se da, además, por partida doble) imposibilitan que esta especie de Twister (pese a que recuerda más a Dante’s peak por aquello de reducirse todo a escapar del destructor fenómenos climático y no primer el afán de filmarlo para destinar dichas grabaciones a investigaciones científicas, combinando ingratamente la grabación doméstica cámara en mano con la profesional alternando planos fijos y en movimiento) del siglo veintiuno albergadora de la mayor acústica optimizada que permite el sistema Dolby Digital consiga congratular.
Con un anunciado fracaso en las salas españolas (podría atraer la temática de la cinta dos décadas atrás pero en la actualidad solamente lo hace el apartado audiovisual, y más concretamente la limitada experiencia sensorial de la que han sido dotadas algunas proyecciones contando con efectos de agua y viento que, según afirman quienes han asistido a ellas, sumergen en la trama al espectador a base de empaparlo y congelarlo) certificado tras su nefasta primera semana de exhibición (rotundo fracaso que se amplía al ámbito internacional, aunque los escasos cincuenta millones de dólares presupuestarios hacen que las cifras de recaudación no sean las pretendidas pero tampoco pueda considerarse uno de los mayores fracasos del verano), por lógica la que más beneficios conllevará por más semanas que permanezca en cartelera, En el ojo de la tormenta únicamente estremece sin remedio (como se pretende y de hecho espera) cuando se produce la situación que fundamenta el título del metraje (y la plasmación de las consecuencias que ello conllevo), pero el resto de minutos apenas alcanzan la categoría de admisibles, restando el mayúsculo consuelo de poder haber sido mucho peor, pero desaconsejable e insultante, no obstante, para verdaderos amantes del cine inspirado en catástrofes.