Deep in the darkness 25-04-2024 05:10 (UTC)
   
 

Deep in the darkness
(Colin Theys, 2014)


Deep in the darkness




Ficha técnica


Título original:
Deep in the darkness
Año:
2014
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
99 min.
Género:
Suspense, Terror
Director:
Colin Theys
Guión:
John Doolan
Reparto:
Sean Patrick, Kristen Bush, Athena Grant, Dean Stockwell, Blanche Baker, Anthony Negro, Cara Loften, Kathy Huber y Marty Gargle


Sinopsis


Un doctor decide dejar atrás el estilo de vida neoyorquino mudándose a una pequeña y tranquila localidad junto a su familia; sin embargo, al poco de llegar, descubren el secreto mejor guardado por toda la comunidad...



Crítica


El tercer largometraje de Colin Theys se circunscribe, como ya lo hicieran sus dos anteriores incursiones detrás de las cámaras (Remains y Dead souls, en dos mil once y doce respectivamente), en el ya poco fructífero debido a la sobreexplotación que ha padecido desde los orígenes mismos del séptimo arte terreno del suspense psicológico, pero no aquel que innova medianamente para despertar inquietudes sino el que se limita a complacer para hacer lo propio con la indiferencia, algo que en ocasiones (como ésta) es de agradecer al asegurar una servicial linealidad; el mayor problema de Deep in the darkness es que no resulta convincente, pero el hermetismo (sobre todo al principio) y el manejo de los tiempos por parte del autor (en creciente intensidad) hacen que uno quiera saber que va a pasar y, a pesar de no consumarse nunca lo que se insinúa, contiene grandes dosis de intriga e incluso algún que otro sobresalto, por lo que poco más se puede pedir (siendo realistas, si se desea elevar las expectativas hasta límites indebidos no se podrá llegar a tal determinación, por supuesto, al distar la vara de medici
ón).

El guión, obra de John Doolan (basándose libre aunque fielmente, según comentan los que han llevado a cabo tanto la lectura como el visionado, en la novela homónima que publicó hace exactamente diez años Michael Laimo), capta a la perfección el significado de la palabra venganza que la revelación definitiva conlleva, pero las lagunas argumentales abundan (o tal vez se recoge demasiado contenido para tan poco desarrollo), al igual que las preguntas sin responder, pudiéndose contentarse de la fluidez mantenida si tan desquiciante hecho se omite pero desagradando si se le atribuye la consideración que el detalle en cuestión merece; además del gran sinsentido global que implica lo mencionado, de entre las actuaciones la única que resalta es la del protagonista masculino participante hasta la fecha en nada menos que diecinueve títulos, quien logra encarnar un término medio entre el padre amoroso que protege a sus seres queridos y el médico ingenuo que funciona promovido por su insaciable curiosidad, algo que compensa en cierto modo una excelente fotografía repleta de tonalidades y una ambientación de fábula, así como un maquillaje indiscutiblemente logrado (aunque la mayoría de las muertes se produzcan fuera de plano) y una banda sonora dignamente eficaz, apartados magn
íficamente perfilados.

El doctor Michael Cayle (Sean Patrick, realmente convincente en una encarnación muy compleja), junto a su mujer Christine (Kristen Bush, irregular en su labor) e hija Jessica (Athena Grant, que aúlle más que un lobo cuando simula espantarse recela), deja atrás la concurrida a la par que caótica ciudad de Manhattan para instarle en un pequeño pueblo de Virgina (concretamente Ashborough) en busca de paz y tranquilidad para que el bebé que planean tener en próximas fechas crezca en un ambiente relajado y propicio para un desarrollo propio de otros tiempos, ateniendo a que en la actualidad el estrés prima por encima de toda sensación cotidiana; el gran cambio cultural que el traslado implica no se limita a las costumbres típicas de la zona y las curiosas miradas de los lugareños, sino que conlleva algo más, supone convivir con una raza que les es presentada como un perro rabioso, pero cualquier semejanza con dicho animal es pura coincidencia, pues se trata de un linaje más estremecedor que el peor imaginable, ajeno a todo sentimiento de amistad o piedad...


La mudanza, con mascota incluida (el considerado mejor amigo del hombre es un miembro más en cualquier clan feliz que se precie), comienza con una desmesurada hospitalidad por parte de los que ahora son sus vecinos y el conocimiento de la primera paciente del facultativo, una mujer de desfigurado rostro que será el preludio del mayúsculo secreto que alberga una comunidad en la que la religión es entendida como un grupo social (conmensurable manera de denominar al control totalitario mediante prácticas sectarias) y un toque de queda diario decreta a las ocho de la tarde que todos permanezcan en sus respectivos hogares; sin apenas cobertura ni señal por cable, amén de incesantes persuasiones y manipulaciones, el hallazgo entre las pertenencias de los antiguos inquilinos de la vivienda que han adquirido de unas muestras de plaga bubónica (la solución vírica final) despertará el interés definitivo en el profesional para, en última instancia, cerciorarse de la importancia de las tradiciones efectuadas durante décadas para mantener a los aislados (así se refieren a ellos) salvajes carnívoros alejados, para las cuales son necesarios ciertos sacrificios y, de no ser as
í, enormes consecuencias...

Que el filme se estrenara de manera limitada en determinados cines estadounidenses (a lo cual sucedió el oportuno lanzamiento en vídeo bajo demanda) se presume incomprensible, pues si bien no tendría demasiado sentido comercializar un producto como éste (para emitirse televisivamente sería ideal, ya que las pausas publicitarias facilitarían la digestión del filme, pero como largometraje destinado a ver la luz en salas deja bastante que desear) hacen lo propio metrajes de infinita menor calidad, significando el presente una meritoria mezcla entre la espantosa Wicker man de Neil LaBute y la inolvidable Rosemary’s baby de Roman Polanski, salvando con la segunda las distancias, pues es casi una temeridad citarla en la presente crítica; decretar si se respeta la esencia del libro en el que se inspira recae sobre quienes lo hayan leído pero, pese a pecar de rigidez direccional (posiblemente al tratar de no desagradar a los seguidores del escrito, apegándose así a mínimas libertades y extrañas líneas transitorias que no permiten averiguar al espectador cuánto ha transcurrido para poner a prueba su grado de atención, los momentos que construyen algo verdaderamente deseable de ver cómo se resuelve abundan (especialmente la escena de la fluorescencia que precede al claustrofóbico atisbo de las bestias acosadoras en todo su oscuro esplendor, una de las mejores recordables en esta clase de producciones y directamente rememorativa de la reveladora sesión fotográfica de la entrega original de Saw), no obstante, éstos se desaprovechan y el hecho de que el inicio adelante el desenlace (últimamente es algo normal que dicho recurso se emplee para no sorprender sino destripar la conclusión misma de la película) no agrada.




Daniel Espinosa

 
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