Título original: Du zhan
Año: 2012
Nacionalidad: China
Duración: 103 min.
Género: Acción, Drama
Director: Johnnie To
Guión: Ka-Fai Wai, Nai-Hoi Yau, Ryker Chan y Xi Yu
Reparto: Louis Koo, Honglei Sun, Yi Huang, Michelle Ye, Wallace Chung, Tao Guo, Suet Lam, Guangjie Li, Siu-Fai Cheung y Ka-Tung Lam
Sinopsis
El jefe de un cartel de la droga es arrestado tras verse involucrado en un accidente automovilístico; la venganza que protagonizará será cruenta...
Crítica
Johnnie To es sin dudar a dudas uno de los mejores directores que uno se puede encontrar en el panorama cinematográfico actual y por eso resulta extraño que nunca halla rodado fuera de su Hong Kong natal, sin embargo, para este largometraje rueda en China con su propia productora ayudada con dinero chino, lo cual le ha provocado tener que pasar por la censura que el gobierno ejerce en todas sus producciones consiguiendo, no obstante, conformar una más que notable cinta en la que tienen cabida los elementos más variopintos (es decir, los más empleados para esta clase de filmes); Drug war es un intenso thriller con reminiscencias al género puramente de acción (en concreto dos tiroteos impactan de veras, demostrando el responsable una vez más que sabe perfectamente dónde colocar la cámara, como antaño se hacía, sin frenéticos movimientos que infunden nerviosismo no por conocer el devenir de los hechos sino por marear incesantemente) rodado con la habitual maestría a la que tiene acostumbrado su autor, dándole un ritmo pausado (que no lento) a la primera parte de la película (tras la interminable retahíla de productoras se congregan innecesariamente situaciones paralelas al solamente ser desarrollada una con posterioridad) para aun acelerar más en su tramo final (el última cuarto de hora es fulminante) y dejar en todo momento un gran sabor de boca además de conseguir dar un acabado perfecto (globalmente) a la cinta.
La ciudad de Jinhai sufre una gran amenazada al descubrirse en el peaje fronterizo más de una docena de portadores de vainas previa ingesta de las mismas (la expulsión se produce en unos barreños, algo tan poco higiénico como impensable tratándose de un centro sanitario el lugar donde se procede a ello), motivo por el cual una unidad especializada en el narcotráfico (de la sección de antidrogas para ser más exactos) comandada por el Capitán Zhagan (Honglei Sun, tremendamente versátil) inicia una intensa búsqueda con el objetivo de dar con alguno de los responsables de tan indeseable corriente; por casualidad (tras un inexplicable accidente de tráfico en el que estrella su coche contra el escaparate de un pequeño comercio), consiguen detener a Timmy Choi (Louis Koo, con su inseparable tirita en la nariz se muestra apático como se le requiere), quien tras ser sometido a varios interrogatorios y conocer que será condenado a muerte de no facilitar información confiesa estar relacionado con un importante encargo (en los bolsillos de sus pantalones porta cincuenta gramos se anfetamina pero eso no parece importar demasiado a las autoridades) en el que se verán envueltos algunos de los jefes (y por consiguiente los numerosos lacayos de éstos) más perseguidos durante un extenso período temporal.
Para evitar que su mortal castigo se consume no duda en cooperar en el entramado que se practicará con la empresa de desmantelar tan dañina (social y económicamente) organización a base de interpretar unas personalidades tremendamente interesadas en adquirir su material, ocultando a los agentes que mantiene contacto con ella empleando códigos en sus comunicaciones a modo de descifrables mensajes indicadores de los detalles de la entrega que se supone debe realizar esa misma noche personalmente al disponer de la confianza que brinda ser un cliente habitual de la gran fábrica de mercancía de la que se valen los altos cargos, quienes complican enormemente la tarea al exigir determinados actos que van en contra de los principios éticos y morales de cualquier persona con un mínimo de sentido común para ganarse el respeto suficiente como para merecer negociar con ellos (llenar una bañera con hielo para darse un baño solucionando así una sobredosis impacta de veras); es entonces cuando una espiral de traiciones que no dejará de crecer se pone en marcha, una batalla que no deja de ser el recurrente duelo entre la ley y la ilegalidad y, en último término (si se es ancho de miras), entre el bien y el mal, defendiendo cada uno de los dos protagonistas un bando, no saliendo ni uno ni otro ganador a juzgar por el cruento e indiscriminado desenlace que el destino les depara a ambos.
Huídas de hospitales un tanto bochornosas (transitar de una sala a otra avanzando hacia la salida es suficiente para burlar a cuantos sujetos se desee), sorprendentes dotes adivinatorias para acertar en qué nicho de una morgue se esconde el fugitivo que se está buscando (teniendo en cuenta que hay centenares la probabilidad es bien baja), vendedores de cocaína que nunca consumen una sola raya (con total certeza será el primer caso que se dé), incautaciones de cantidades ingentes de fajos de billetes (no parece importar en ningún instante la desorbitada suma), redadas en las que los disparos son sustituidos por granadas cegadoras (al menos en primera instancia, después se cuentan por miles las balas derramadas), numerosas flotas náuticas zarpando al unísono para impresionar a terceros (gran parte del presupuesto ha sido invertido en tan majestuosa escena, de buen seguro), colegios en los que en lugar de educación de imparten enseñanzas armamentísticas y compulsivos delatadores que tienen su justo castigo son algunas de las lindezas que deja esta especie de aventura propia del agente secreto (en este caso encubierto) James Bond de ojos rasgados, pudiéndose diferenciar ésta con cualquiera de las entregas de la saga que protagoniza al no plasmarse ni exuberantes chicas ni despilfarros pirotécnicos, dos de los grandes pilares sobre los cuales ha sustentado su éxito la franquicia.
En Drug war el maestro del género hongkonés da una lección excepcional sobre la forma de dar un toque fascinante y completamente nuevo a la clásica persecución de policías y ladrones, y es que morderse las uñas con la acción tan ligera (bien escrita y filmada también) que ofrece será lo más normal, acercándose el resultado no tanto a la grandeza como al disfrute, pues aun siendo su atmósfera muy tradicional cuenta con tensos e imparables impulsos con unos protagonistas moralmente ambiguos y con unas secuencias sumamente atractivas aun tratándose el tema de la lucha contra los fabricantes de drogas (más concretamente la confiscación del material necesario para su elaboración es el eje central de la trama) de un modo incorrecto aunque ingenioso (la participación de unos hermanos sordomudos, en especial cuando queman millones para mostrar el respeto a su maestro, se antoja sino denunciable cuanto menos deplorable); aunque Johnnie To nunca haya conseguido el estatus de culto de John Woo a nivel mundial (esas ya son palabras mayores y lo mejor que puede hacer es no obsesionarse con ello, pues de ese modo solamente conseguirá hace más evidentes sus carencias), para la ocasión se muestra explosivamente divertido (dentro del entretenimiento que puede generar tan controvertida temática), evidente hecho que generará nuevos fans para un director que merece todos los respetos habidos y por haber y que será seriamente considerado para formar parte de numerosos festivales al traducirse sus obras en un enorme espectáculo que nada tiene que envidiar a otras.