El gran Gatsby 19-03-2024 06:58 (UTC)
   
 

El gran Gatsby
(Baz Luhrmann, 2013)


El gran Gatsby




Ficha técnica


Título original:
The great Gatsby
Año:
2013
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
142 min.
Género:
Drama, Fantástico
Director:
Baz Luhrmann
Guión:
Baz Luhrmann y Craig Pearce
Reparto:
Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan, Isla Fisher, Elizabeth Debicki, Joel Edgerton, Jason Clarke, Adelaide Clemens, Callan McAuliffe, Amitabh Bachchan, Gemma Ward, Kate Mulvany, Felix Williamson, Stephen James, Goran Kleut, Kim Knuckey, Chris Proctor, Max Cullen, Jey Osman, Joel Amos, Jake Ryan, Drew Pearson, Bill Young, Jacek Koman, Jack Thompson, Richard Carter y Vince Colosimo


Sinopsis


Nick Carraway, un aspirante a escritor, deja el medio oeste y llega a tierras en neoyorquinas en búsqueda de su propia versión del sueño americano; tiene como vecino a un misterioso millonario y al otro lado de la bahía a su prima Daisy y el mujeriego marido de ésta, así es como se verá inmerso en el
cautivador y peligroso mundo  de los millonarios.


Crítica


El australiano Baz Luhrmann se ha caracterizado desde sus orígenes por su poderoso estilo visual, barroco, alambicado y lleno de un esplendor casi teatral u operístico, particularidades que dio a conocer en su país natal con la decente El amor está en el aire y su puesta de largo en el cine estadounidense con la prescindible Romeo + Julieta (en la que despuntó Leonardo DiCaprio como el joven galán de moda en el que con posteridad se convirtió, si bien es cierto que pasó una larga etapa desapercibido y en la actualidad ha resucitado gracias al acierto de seleccionar con tanta poca habitualidad como gran acierto las obras en las que participa, costumbre apenas extendida e indudablemente necesaria), a la que siguió el notorio musical cuya banda sonora estaba compuesta por reinterpretaciones de canciones pop de toda la vida Moulin Rouge, tras la cual se mantuvo lejos de las pantallas durante casi siete años hasta el estreno de la desapercibida Australia, dedicándose desde entonces a la realización de campañas publicitarias para importantes marcas de alta costura como Chanel o Prada; plasmar brevemente la filmografía del imaginativo y colorista autor es un acto totalmente obligado al suponer cada uno de sus trabajos un auténtico fenómeno cinematográfico, mas si regresa de su inactividad con una nueva adaptación de la novela homónima de Francis Scott Fitzgerald (se trata de la tercera al correr a cargo de Elliot Nugent la primera y de Jack Clayton la segunda, ésta última con Robert Redford y Mia Farrow como protagonistas contando con el guión del todopoderoso Francis Ford Coppola y obteniendo reconocimientos en forma de prestigiosas estatuillas al Mejor Vestuario y a la Mejor Banda Sonora) con tanta destreza como la que adopta en la presente producción no es una opción sino menester hacer mención al laborío contraído por el mismo a fin de prevenir al espectador de lo que le depara (la fidelidad a su estilo es tal que en ciertos compases cuesta diferenciar la presente obra de las anteriores al contener situaciones prácticamente idénticas).


Asegurar que se trata de una de las mejores adaptaciones de todos los tiempos no se antoja una afirmación exagerada, pues el método empleado para convertir los nada menos que ciento veinticinco millones de dólares invertidos en la propuesta (casualmente el mismo presupuesto con el que contaba en su predecesora aunque la inversión de la suma dineraria nada tenga que ver con aquella) en solamente aciertos logra hacer de ella una imperdible película que únicamente peca de ciertos tópicos románticos (al fin y al cabo ese es el género que predomina en el filme más allá de la intríngulis que contrae la sucesión de decisiones adoptadas por los diferentes personajes en un contexto social determinado y las pequeñas referencias tanto al bélico como al criminal, al fantástico, al dramático y al de acción, exquisitamente introducidos para compensar posibles recurrencias secuenciales), combinándose el resto de componentes magistralmente; la personificación del mito de la pasión (gran parte de la trama está destinada a múltiples relaciones amorosas), la fundición de la literatura con la vida (la narración es llevada a cabo a partir de unos escritos como método psicológico de superación del lejano pasado) y la confianza tornada egocentrismo (la misma que hace sentirse a un ser superior a los demás en un frustrante intento de ocultar sus carencias propias) son los tres pilares básicos sobre los que pivota la absorbente e hipnótica historia que, a pesar de alcanzar las dos horas y media de duración, transcurre con tanta fluidez (el perfecto ritmo narrativo es el mayor causante de ello) que a su término deja al público con ganas de mucho más, ávido de sumatorias resoluciones e ideologías alternativas (las tesituras que recogidas se solventan inflexiblemente).


En plena década de los años veinte neoyorquinos, el bondadoso aspirante a escritor Nick (Tobey Maguire, distanciado por completo de su encasillamiento como hombre araña pero ridículamente afeminado en no pocos momentos que exigen muestras de masculinidad bruta) deja el medio oeste en busca de su sueño americano para instalarse en una modesta casa situada junto a una virginal ensenada, la cual lo separa de su infeliz prima Daisy (Carey Mulligan, extrañamente bella e irreprochablemente certera) y el mujeriego marido de sangre azul de ésta Tom (Joel Egerton, repulsivo en todo momento como su papel exige y por ello excepcional), quien mantiene encuentros carnales con Myrthle (Myrtle Wilson, tal vez la integrante del equipo actoral más sobrante al permanecer muy alejada del ímpetu sentimentalista generalizado), la exuberante mujer de su mecánico de confianza George (Jason Clarke, el cual ha pasado de ser el implacable torturador de La noche más oscura al resentido amartelado que interpreta en ésta de igual correcto modo); no tarda en descubrir que su flamante vecino es el excéntrico multimillonario Gatsby (Leonardo DiCaprio, una vez más insuperablemente majestuoso como en la reciente Django desencadenado, con la que guarda congénere desenlace interpretativo, merecedor de todo reconocimiento habido y por haber al volver a estar envuelto por una innata aura mágica), un misterioso y seductor galán que noche tras noche alterna con la alta sociedad organizando suntuosas fiestas en las que se erige como el centro de atención mientras pasa el resto del día en absoluta soledad recluido en su gigantesca mansión.


Qué se oculta detrás de la máscara de superficialidad del magnate (el distanciamiento preventivo para intentar no sufrir y la insaciable ambición que presenta éste son dos poderosas razones) y cómo consiguió su fortuna siendo sus orígenes humildes (la casualidad tendrá mucho que ver en un destino asazmente alejado al que le habría deparado su existencia) son dos de los muchos interrogantes que se planteará el recién llegado tras la figura del magnate, arquetipo de hombre en el que se concentran todas las cosas buenas y malas, llegando a la conclusión que a pesar de todo el suntuoso universo que le rodea es infeliz porque no pudo conseguir al amor de su vida en sus tiempos de juventud; la curiosidad y fascinación que Gatsby despierta en Nick propicia que comiencen a entablar una (supuestamente) sana amistad que ve incrementada su intensidad y extensión temporal a medida que avanzan los días, viéndose inmerso en el cautivador mundo de los millonarios, sus ilusiones, amores y engaños mientras asiste a sus vidas como testigo dentro y fuera del universo en el que habita escribiendo una historia de amor imposible y sueños incorruptibles, contemplando una tragedia de alto octanaje reflejo de la época moderna y sus dificultades en la que los seis personajes citados se verán envueltos de manera directa en una vor
ágine fatalista.

“Cuando era más joven y más vulnerable mi padre me dio un consejo, que siempre que sintiera deseos de criticar a alguien recordara que no a todo el mundo se le han dado tantas facilidades como a mi” y “y así seguimos adelante, botes contra la corriente empujados sin descanso hacia el pasado” son las primeras y últimas palabras, respectivamente, con las que se inicia y concluye el metraje (así como el libro), filosóficas a las par que reveladoras frases que no hacen sino resumir los propósitos de El gran Gatsby de recordar que las apariencias en muchas ocasiones engañan (prejuzgar con anterioridad a conocer a la personar es por ende un error) y evidenciar la necesidad de recordar hechos ocurridos como tristes añoranzas (querer recuperar con exactitud lo acontecido en lugar de rememorarlo gratamente no es posible por mucho que el empeño dilapide cualquier resquicio de raciocinio); poco más cabe añadir ante semejante obra de arte, tal vez dilucidar que el doblaje cumple sobradamente las condiciones exigibles (la versión original siempre aportará más matices pero la función al respecto se puede catalogar de excepcional) y que el formato tridimensional mejora ostensiblemente el visionado (la profundidad que infunde a cada imagen lo convierte en preferente en relación a la proyección en las clásicas dos dimensiones), ambos aspectos normalmente ubicados en el apartado de los defectos a destacar de cualquier trabajo de semejante índole y que en el objeto de la presente crítica se añaden a la larga lista de alegatos positivos e incuestionables motivos para visionar una obra difícilmente repetible.



Daniel Espinosa




 
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