Título original: Return to Nuke’em High
Año: 2013
Nacionalidad: EEUU
Duración: 79 min.
Género: Ciencia ficción, Comedia
Director: Lloyd Kaufman
Guión: Casey Clapp, Derek Dressler, Lloyd Kaufman y Travis Campbell
Reparto: Asta Paredes, Catherine Corcoran, Peter Parker, Ashely Chris, Rick Collins, Dan Snow, Casey Clapp, Kelsey Lehman, David Hook, William Dreyer, Mike Schmal, Jeff Lasky, Lloyd Kaufman y Jess Mills
Sinopsis
Treinta años atrás, una fuga de material radioactivo contaminó el suministro de agua en la escuela de Tromaville, convirtiendo a los estudiantes en mutantes; ahora, la historia amenaza con repetirse...
Crítica
Lloyd Kaufman dirige (también coescribe e incluso aparece en pantalla realizando una pequeña aparición) Return to Nuke’em High, la nueva locura de Troma Entertainment que nace básicamente del seguimiento del ejemplo patentado por las tan de moda sagas juveniles que tan buenos éxitos dan, modelo que se respeta tanto en cuanto a argumento como en lo referente al paulatino lanzamiento de capítulos, pues es una constante la efervescencia de feromonas y se trata de una estrategia que naturalmente conduce a varias subtramas de cuestionable importancia con personalidades que no tienen otro cometido asignado en la trama que el de convertirse en fáciles víctimas (referirse a la vagina como una “caja”, defender que “la propagación es alud” y animar a una chica que está luchando con otra a grito de “golpea su útero” son posturas tan vergonzosas como anunciadoras de una muerte inminente) o forzados bufones (despotricando contra todo cuanto existe sobre la faz de la tierra, ya sea a través de comentarios racistas, feministas u homófobos, sin un por qué); pese a que la cinta no se alzará con ningún premio artístico, lo cierto es que a partir de su ecuador (hasta entonces es costoso no entrecerrar los ojos fruto del aburrimiento) se percibe ligera y avanza con la suficiente agilidad como para divertir sin sentirse engorrosa, y es que vulgar, ruidoso y amateur, el trabajo entretiene más que muchos otros (la incerteza de concretar si de humor o ciencia ficción es irremediable, pero en ningún caso de terror) producidos con mayor presupuesto y supuesto profesionalismo, siendo a pesar de ello muy costoso obviar las innumerables carencias, de las más distintas índoles como se irá señalando en las siguientes líneas junto a las oportunas explicaciones.
Habiendo explotado al máximo la franquicia de El vengador tóxico (con cuatro secuelas, una serie animada, diversos cómics y un prometido producto venidero situado con anterioridad a los primeros sucesos narrados), el siempre creativo responsable fundador de Troma Films buscó en el amplio catálogo de su estudio otro título que pudiera resucitarse para audiencias contemporáneas y ésta se convirtió en último término en la presente propuesta, una pseudosecuela (si se puede aceptar el término como válido) de la clásica Class of Nuke’m High (de hecho la activación de nostalgia transportadora a un pasado que nunca regresará la activará el pequeño resumen introductorio de aproximadamente dos minutos), cuya similar premisa incluye innovaciones para distinguirla de su predecesora y adaptarla a la época actual sin perder, como no podía ser de otra manera, los elementos que tanto disfrutan los seguidores de tan particular estudio, si bien la fijación por recoger relaciones sexuales y masturbaciones, así como estridentes sonidos escatológicos, es tan preocupante como la cantidad de absurdeces y cortes en el montaje; en esta ocasión las protagonistas son unas atractivas féminas que no sólo se enfrentan al resto de los estudiantes sino que tratan de aceptar las confusas emociones que surgen entre ellas (la excusa perfecta para explotar la vertiente lésbica y lucir los atributos de las bellas actrices), confiriendo finalmente un inusitado sentimiento a su relación y logrando así trascender la trivialidad para formar una sólida pareja que realmente envuelve en la narrativa a pesar de ser tan excesivamente caótica cuya conclusión subraya la importancia de contar con sólidos personajes (aun siendo exhibidos previa congelación de la imagen adjuntando a la misma un titular definitorio, a cuál más odioso) que despierten suficiente interés en el espectador como para esperar deseosos que la segunda parte (no oficializada pero sí pactada verbalmente entre los que se postulan como firmes participantes) vea la luz y no traicione la confianza suscitada, lo cual habrá conseguido únicamente en el caso de los seguidores, pues la justa calificación será de ocho en la escala fan y de cuatro en la global.
En mil novecientos ochenta y seis, una fuga de material radioactivo contaminó el suministro de agua de Tromaville High School, la escuela preparatoria situada en las proximidades de la central nuclear fuente del desastre que, a la postre, fue derruida por completo después de que dos estudiantes erradicaran la plaga mutante que estaba asolando el hasta entonces tranquilo centro de aprendizaje con una gran explosión que hizo retumbar los cimientos de todos los edificios de la ciudad misma; ahora la historia amenaza con repetirse, pues donde antes se ubicaba la planta se construyó una fábrica de alimentos procesados, comida orgánica que a diario ingieren, casualmente, los alumnos de la citada academia, siendo en esta ocasión Chrissy (Asta Paredes, deseable hasta límites insospechados) y Lauren (Catherine Corcoran, quien compensa su falta de empatía con grandes muestras de solvencia interpretativa), peligrosa la una y adinerada la otra, previa involuntaria liberación de un pene de gigantesco tamaño al ceder una tubería del departamento del profesor de educación física y sembrar éste el caos al hacer mutar ilógicamente a los calenturientos adolescentes que pueblan la residencia educativa, las que deban hacer frente a tan imprevisto, lastimoso y trascendental percal.
Por un lado, dosis extra de obertura de mente va hacer falta para que la producción consiga dibujar una sonrisa a alguien (el sentido del humor es propio de alumnos de primaria, ya que cualquiera que haya dejado atrás aquella época en la que comenzó a odiar de verdad las matemáticas y a fantasear en la intimidad de su alcoba con el escote de su tutora no es que no vaya a percibir gracioso todo el carrusel de verborreas propuestas sino que pasará sincera vergüenza ajena) y, por otro, la certeza de estar ante una de las entregas más descafeinadas ofrecidas en los últimos años por los propulsores de tan emblemático género cinematográfico (curiosamente destinado siempre a, en los mejores de los casos, adquirirse en formato doméstico y nunca encontrarlo en proyecciones comerciales por motivos axiomáticos); pero es que, por extraño que se antoje, existe un tercer paraje (las leyes de la física, por enésima vez, no se aplican al particular que ocupa), el de la naturaleza de la obra que atañe, concebida en dos fragmentos, algo que en condiciones normales no supondría un problema pero que aquí sí debido a la abrupta forma en la que se concluye la especie de aventura onírica, porque si se aguanta estoicamente el visionado es menester obtener al menos un desenlace (mejor o peor ya es otra cuestión), pero en lugar de dicha recompensa (mínimo requisito común en realidad) se ofrece un infame vacío que agudizará aun más si cabe la ya de por sí profunda sensación personal de sandez por haber perdido el tiempo con algo esperado desagradable e incluso asqueroso sino desternillante y divertido, lo cual no se da por más que ridículas hipérboles se sucedan, siendo el apartado erótico festivo el único elemento de peso gratificante.
Tromaville ya era la capital tóxica para los no pocos buenos conocedores de la vasta filmografía del universo Troma (la ficción puede tornarse rápidamente en asunción realística en sus envidiables imaginarios), pero incluso siendo un profano en la materia es apreciable que la factoría tóxica sigue siendo a su filosofía de no engañar ni pretender hacerlo, siendo por ende el margen de decepción, al menos en el espectador eventual, ya sea mínimo o gigantesco, previsible sin discusión, y es que intentar analizar un producto de tan particulares características es harto complejo y hacerlo con los baremos y herramientas habituales, aquellas con las que se suele afrontar el análisis de un metraje concebido para la parte mentalmente sana de la población o amantes del séptimo arte, clarifica que la concepción estándar no es aplicable salvo entender los trabajos de dicha compañía como un complemento para amenizar la ingesta de bebidas alcohólicas de un grupo de amigos solteros (a poder ser adolescentes) un sábado por la noche; cuatro son las gratificaciones supremas que pueden destacarse tras la hora y veinte de visionado, la breve aparición de la tienda “Obscura” junto a sus dueños (objeto de un programa televisivo emitido recientemente), algún que otro tema pegadizo compuesta por una irrisoria letra (sirva de muestra “ésta es la última canción que escribiré, me suicidaré esta noche”), el encuentro lésbico de los compases finales (la delicadeza se entremezcla con la más malsana grosería visual) y el laborío en los efectos especiales de Drew Bolduc (responsable junto a Dan Nelson de la eternamente recomendable The Taint), exiguos alegatos favorables de diversión entre tanta desfasada inconexión de una película que se sitúa en un nivel inferior al de similares como Poultrygeist: La noche de los pollos muertos al fracasar la genuinidad que trata de abanderar el director.