Título original: Obra 67
Año: 2013
Nacionalidad: España
Duración: 104 min.
Género: Comedia, Suspense
Director: David Sainz
Guión: David Sainz
Reparto: Álvaro Pérez, Jacinto Bobo, Antonio Dechent, Ricardo Mena, Daniel Mantero, Ken Appledorn, Álvaro Gil, Alonso Velasco, Antonio Velázquez, Javier Lería, Tomás Moreno, Teresa Segura y David Sainz
Sinopsis
Después de veinte años encerrado, un ladrón de chalets sale de prisión y se reúne con su hijo, quien planea conseguir dinero para cumplir su sueño musical utilizando a su idolatrado padre como referencia a seguir.
Crítica
David Sainz, autodidacta canario de veintinueve años formado en una televisión local sevillana, montó su propia productora Diffferent Entertainment SL gracias al éxito de “Malviviendo”, de la cual era guionista, director y actor y merced a la cual cosechó más de treinta y ocho millones de reproducciones y una centena de premios a nivel nacional e internacional, una carta de presentación que incrementaba las expectativas generadas por su posible debut en el complejo formalmente y limitado promocionalmente formato del largometraje; pues bien, congratula enormemente notificar que el mismo se ha consumado con Obra 67, una película que cuenta con la llamativa particularidad de haber sido rodada en tan solo trece horas repartidas en tres jornadas (a juzgar por el acabado nadie lo creería, y es que la combinación de lenguaje callejero, planos elegantes y ritmos alternativos con letras artísticas es formidable) pudiendo presumir de ofrecer excelentes resultados y que, sin duda, lo erige no solamente como un talento a seguir de cerca sino que también deja claras las razones (no es preciso figurarse visionario para aseverarlo sin pudor alguno) por las que merece un lugar de honor dentro del panorama cinematográfico no tanto futuro como actual.
La sorprendente ópera prima de la mente pensante de la citada popular serie emitida a través de internet evidencia, con el manifiesto difundido por el canal que ha apostado por semejante ocurrencia fílmica (nada menos que la televisiva Calle 13), que las películas deben rodarse en un solo día (de hecho con la mitad de una jornada es suficiente como bien se demuestra aquí) con un reducido equipo técnico y un guión totalmente improvisado (que primeramente ha sido confeccionado es obvio), tres imposiciones que se respetan escrupulosamente sin apenas resentirse; conociendo y sabiendo plasmar a la perfección los tópicos andaluces como ya demostrara con “El viaje de Peter McDowell” y exhibiendo un nivel de producción al que pocos pueden alcanzar en tan poco tiempo de dedicación con “Flaman”, sus otras dos piezas destacadas, el responsable ha gozado con mérito de una gran acogida por parte de los medios e incluso de las distribuidoras, más concretamente de Versus Entertainment, que se convierte con esta acción en la primera distribuidora que lleva a salas comerciales un producto concebido inicialmente para exhibirse con exclusividad en la televisión y la red.
Tras cumplir una condena de veinte años (período que ha aprovechado para lograr el título de graduado en educación secundaria) en una cárcel de alta seguridad, el célebre ladrón de chalets (para ser más exactos de dos cientos quince) “El Candela” (Antonio Dechent, tan rudo como excepcional) abandona la prisión y se reúne con su hijo, “El Chispa”, un humilde barrendero, y el amigo de éste, “Cristo”, un noble empleado de mantenimiento en servicios nocturnos (Álvaro Pérez y Jacinto Bobo respectivamente, una dupla sensacional que se compenetra a las mil maravillas), inseparables compañeros de viaje que comparten piso (además de desgracia en los terrenos amoroso y capital) y que, abatidos por las penurias con las que han tenido que lidiar desde que eran pequeños, ansían conocer un método para ganar dinero fácil y rápidamente para cumplir su sueño musical (para más señas los sonidos circunscritos en una mezcla entre el estilo rap y el electrolatino), oportunidad que se les presenta a raíz de que el antiguo presidiario conceda (previo acuerdo del abono de cinco mil euros semanales) a Mario Cruz (Ricardo Mena, tedioso en cuanto a presencia pero útil en lo referente al propósito que le es atribuido), un intérprete encasillado en papeles de impotente seductor que cree firmemente en que la solución a la intensiva preparación de su futuro personaje es el exhaustivo seguimiento de alguien parejo a quien deberá encarnar (en efecto, el perfil es precisamente el del recientemente liberado) grabando cuanto declare para estudiar sus gestos y la manera de expresarse posteriormente con tranquilidad; mientras se adapta (o al menos lo pretende) al cambiado mundo con el que se ha encuentro (los dispositivos móviles de última generación, la prohibición de fumar en locales cerrados y los diversos sistemas operativos son algunas de las novedades asumidas socialmente que no consigue asimilar con desenvoltura hasta el punto de ser despedido tres veces en apenas un mes), el experimentado delincuente inspira a los dos confiados emuladores a atreverse con su primer acto delictivo, para lo cual registran la urbanización seleccionada para cerciorarse de que ni perros ni vigilancia serán impedimentos físicos para su empresa y se equipan con artilugios caseros (entre ellos guantes de cocina para no dejar huellas, bolsas de supermercados para no llamar la atención, pistolas de plástico para simular estar armados aun teniendo las punteras rojas y máscaras de animales para imponer respeto) pero, una vez realizado el allanamiento de morada propiedad de una pareja de ingleses de clase alta con éxito, se encuentran que la lujosa vivienda está siendo asaltada por Alejandro Polo (Daniel Mantero, soberbio en su complicada bipolaridad), quien afirma ser un empresario de la construcción fracasado dispuesto a colaborar con ellos organizándose y repartiéndose los beneficios del robo, pero la revelación de que en realidad es un cirujano de prestigio convencido de ser un creador de colecciones únicas al convertir la muerte en arte a través de la captación en vídeo de emociones diferidas desembocará en un impensable caos absoluto.
La humilde y a la vez ambiciosa pieza, ubicada inciertamente entre la sardónica comedia y el dramático suspense (lo primero llega a resultar algo recurrente en los cuarenta y cinco minutos iniciales pero lo segundo atrapa enormemente a partir de entonces), Obra 67 es una de las más insólitas producciones del cine patrio de los últimos tiempos, algo que ya es por sí solo plausible siendo conscientes del origen de la misma, la viva demostración de que con pocos euros (o la moneda que se aplique en el país en el que se lleve a cabo) se pueden confeccionar metrajes importantes si son pergeñados desde la originalidad y la diversidad (es así al partir de la comedia negra para adentrarse en terrenos mucho más pantanosos y salvajes maridando culpables risas con coagulada sangre); en el caso concreto fruto del presente escrito, la idea se desarrolla magníficamente atrapando tanto por la autenticidad de sus diálogos como por el poder de transmisión de unos personajes (la maniobra de desinhibición a angustia que padecen en este brusco viraje desconcierta al público y a ellos mismos) que se ven implicados en una serie de peligrosos acontecimientos a los que una reducción de la duración total con un debido proceso de montaje (más de cien minutos se percibe como una suma ciertamente excesiva) tal vez hubiera facilitado la digestión aunque, no obstante, no llega a disgustar en ningún momento.
Aportando reminiscencias a la mítica Pulp fiction de Quentin Tarantino, a la perturbadora Funny games de Michael Haneke, a la sensacional Secuestrados de Miguel Vivas y a la cercana e imperiosa Diablo de Nicanor Loretti, con interpretaciones innovadas a medida que se desarrolla la trama (cuanto menos eso es lo que aseguran los responsables, pero en cualquier caso se perciben auténticamente creíbles), David Sainz logra formar una loca historia que engancha por su frescura y velocidad desde el minuto cero (para ser sinceros desde el ecuador), una necesaria demostración de que con bajo presupuesto pero interminable ingenio se pueden fabricar verdaderas joyas, producciones titánicas que nunca obtendrán el reconocimiento que merecen por más premios que reciban; en un principio bastante espesay conclusivamente muy convincente (es menester, como siempre, mencionar tanto lo bueno como la malo, no cabiendo duda de que unir géneros tan dispares es de costosa congratulación sin predisposición), la obra (y nunca mejor dicho ateniendo al título), destinada a triunfar dentro de un grupo reducido de personas valoradoras del arduo trabajo bien hecho (algo que parece estar en curso al haber registrado el portal que ofrece su visionado más de seis mil quinientas descargas en los escasos dos meses que lleva disponible) invita (o más bien obliga) a comprobar cómo evoluciona la carrera de un profesional que, desde ahora, de buen seguro sumará paulatinamente seguidores sin cesar cual fenómeno de masas.