Título original: Reset Año: 2013 Nacionalidad: España Duración: 72 min. Género: Ciencia ficción, Drama Director: Pau Martínez Guión: Joana Ortueta y Óscar Bernàcer Reparto: Carmen Comes, Pau Durà, Javier Butler, Enrique Victoria y Carmen Díaz, Lucía Abellán, Paula García, Iván Martínez y Pilar Alcayde
Sinopsis
Un doctor combina la hipnosis con una innovadora técnica de cirugía psiquiátrica; los resultados obtienidos son realmente sorprendentes...
Crítica
Un relato de terror con tintes dramáticos que narra la historia de un grupo de jóvenes sometidos a una terapia experimental que promete borrar de su mente los diversos traumas (de hecho prácticamente todo desde que tienen uso de razón) que lastran sus vidas es la llamativa premisa de la cual parte Reset, la enésima producción española que se une al largo listado de obras de muy ajustado presupuesto que, lejos de resucitar el género de autor patrio, contribuyen a que sea considerado todavía menos válido de lo que, injustamente, siempre ha sido; de acuerdo que el punto de partida es diferente al resto y esto debe ser plausible al obviar los cánones dictados, pero el grado de presuntuosidad es tal que en todo momento se tratan de alcanzar cotas de majestuosidad y no se logran ni las mínimamente exigibles para poder tildar al trabajo de digno, algo que hace que el visionado se convierta muy tempranamente (para los menos curtidos tal vez los primeros veinte minutos puedan resultar interesantes, para el resto bastarán diez para que decidan abandonar la empresa de concluir la proyección) en aburrido sino molesto, pues la teoría es magnífica pero la translación a la puesta en práctica insufrible debido al imperdonable cúmulo de banalidades (el beso de despedida pseudoheróico y preadolescente sin justificación posible que se traduce en la antesala del precipitado desenlace es un inmejorable ejemplo).
El responsable de tan aparentemente curiosa y finalmente disfuncional propuesta es Pau Martínez, un valenciano que ha firmado todo tipo de piezas audiovisuales a lo largo de su ya dilatada carrera (desde cortometrajes como Franco ha muerto hasta largometrajes como Bala perdida, obteniendo por éste último el Premio al Mejor Director en la Mostra de Valencia 2003, pasando por productos televisivos como Omar Martínez con el que consiguió una docena de galardones en diferentes certámenes y ejerciendo de realizador en los programas Ésta es mi historia, Histories del cinema y Els territoris); en ésta ocasión, el versátil profesional asume el que supone su mayor reto hasta la fecha con escasa notoriedad, siendo el único aspecto verdaderamente celebrable la selección musical de la que hace gala (las composiciones sonoras corren a cargo de Ricardo Miluy), la cual logra dotar a la historia de la profundidad que las imágenes desgraciadamente captan muy esporádicamente y durante escasos segundos, observándose la voluntad de los participantes en la obra sumamente desigual (a la ingrata actriz principal la secundan otros artistas mucho más agradecibles).
Basándose en los estudios sobre cirugía psiquiátrica de un célebre facultativo, dos médicos pusieron en práctica por primera vez la técnica de lobotomía transorbital con la que el paciente es anestesiado mediante electroshock para introducirle un picahielos por el lacrimal hasta alcanzar los lóbulos frontales cercenados por el movimiento del punzón de un lado a otro, pero el método fue considerado tan excesivamente cruel que se abandonó al poco tiempo (no obstante, fueron más de tres mil cuatro cientas prácticas las llevadas a cabo sin ninguna experiencia ni garantía de éxito, acudiendo gente de toda clase y condición ávida de tratar sus dolencias mentales, desórdenes de personalidad, trastornos sexuales, hiperactividad infantil, depresión común... deseando paliar su sufrimiento y empezar de cero olvidando sus traumas e incluso sus recuerdos); en éste marco (la premisa narrada es esencial para que el espectador se sitúe en el eje sobre el cual pivota todo cuanto acontece), Ainhoa (Carmen Comes, cuya desastrosa interpretación contribuye a que el producto no sea todo lo placentero que pudiera), una antigua bailarina de ballet impedida por una cojera, es aceptada en una selecta clínica regentada por el excéntrico Doctor Uríos (Enrique Victoria, la frialdad se adecúa a su labor pero no transmite tanta demencia como fuera preciso).
La metodología que emplean asegura permitir disociar los sentimientos negativos de la fuente que los causa a través de la manipulación del subconsciente del paciente en cuestión (supuestamente son decenas los que permanecen internos pero solamente cuatro se observan físicamente a lo largo de toda la trama) en un plazo de una semana, pero el tratamiento es tan poco ortodoxo que el grado psicológico de las lesiones queda en entredicho al originarse multitud de efectos secundarios fatales sino mortales, y es que el aprovechamiento de las debilidades en beneficio propio haciendo uso de la hipnosis para reconstruir el pasado y crear un presente totalmente diferente, uno tan alternativo y alterado que no propone la aceptación de lo realmente ocurrido sino que invita a la asunción de una nueva concepción existencial mucho más benevolente para el sujeto pero al fin y al cabo eternamente artificial, no da los resultados previstos; así, entre análisis patológicos y recetas ansiolíticas, la recién llegada será testigo de excepción de una serie de experimentos a cada cual más peligroso para la integridad física y especialmente mental, pruebas a las que serán sometidos los internos del lugar mientras el accidente que causó su minusvalía la atormenta noche y día incidentemente al tiempo que la exigencia que su padre denotaba hacia ella, aunque en una vertiente mucho más oscura de la compartida motivación extrema, resurge...
Reset nació gracias al taller audiovisual Vivir Rodando, que tuvo una duración de cuatro meses (para más exactitud entre febrero y mayo del pasado dos mil trece) y contó con la tutela de profesionales como Saray Rodríguez (maquilladora de Las brujas de Zugarramurdi) y David Paricio (ayudante de dirección de la serie Gran reserva), dando como resultado una especie de falso documental en el que el imaginario del director cobra tintes fantásticos para tornar la ciencia en ficción (de ahí uno de los dos géneros a los que claramente pertenece el metraje, siendo ambos igualmente infaustos para la ocasión); el principal problema que la película presenta no es el de no ubicarse con certeza en la realidad o la invención, en lo asumible o lo irracional, algo que por otro lado se antoja imperdonable teniendo en cuenta que se trata de una confección argumental bien simple a pesar de lo que en primera instancia pueda hacer pensar la sinopsis sin más contenido pensativo que el de reflexionar acerca de una posibilidad remota de limpiamiento mental total, sino que el proceso de asimilación positivo es quimérico, siendo la incógnita planteada de hasta qué punto puede creerse deseable no poder reconocerse a uno mismo tan subjetiva como indeterminada, al igual que el contente pese a contener (pocos) buenos detalles técnicos.