“En busca del lagarto Juancho”, de Escape Portátil
La introducción versa “pronto tendrá lugar un congreso internacional de zoología muy importante..., este año se presenta un nuevo descubrimiento sobre los Anolis..., pero..., ¡nooo!.., alguien muy interesado en que se suspenda esta investigación ha hecho desaparecer a nuestro sujeto de prueba..., todos los datos se encuentran en peligro..., ¡necesitamos ayuda”, intuyéndose (sin equivocarse) que la coordinación y el orden serán fundamentales para lograr la empresa encomendada descifrando realistas invitaciones, crípticos mensajes, secretos compartimentos, fieles especímenes, distintivos menús e ilustrados folletos, entre muchas otras cosas vinculadas a animales de determinada familia (agama, basilisco, camaleón, diablo espinoso, dragón volador e iguana rinoceronte, por ejemplo); las imágenes adjuntadas permiten acceder a las diferentes superproducciones (no se trata de exagerar sino de alabar el buen hacer) de unos profesionales que merecerían convertirse en doctrina a estudiar en las universidades más prestigiosas del planeta para fomentar (e inculcar) cuán provechosa es la ausencia de digitalización (todos los recursos están disponibles tangiblemente) en la actualidad.
La caja (con el oportuno sello de la empresa y la obra) alberga el juego (la presentación es toda una declaración de intenciones que al contrario que en ocasiones pasadas se obviará especificar cuál es en aras de mantener intacto el factor sorpresa al respecto aunque agradará notablemente a todo el mundo), una nota (en la que se indica el orden a seguir para iniciar la aventura) junto a tres sobres, uno de instrucciones (con una serie de pistas e incluso las soluciones que conviene rascar progresivamente solo en caso de ser imperiosamente necesario), otro de misión (el punto de partida de la propuesta) y un último extra (un entretenimiento independiente al que se hará mención explícita en el próximo párrafo); como material adicional, el paquete contenía una bolsa exclusiva cuyo lema (“toda aventura empieza con un sí..., ¿te apuntas?”) no se puede sino secundar y una carta a modo de dedicatoria rubricada (“hola Daniel..., lo primero de todo..., ¡feliz extraña navidad..., te envío el juego En busca del lagarto Juancho para que puedas disfrutarlo junto a tu sobrino..., ¡espero que os guste!..., un abrazo”) que emociona por el espíritu altruista que derrocha en un cosmos que se nutre de un concepto artesanal que pocos imaginarían.
El complemento citado anteriormente sigue los patrones del clásico Laberinto para, con un tablero de cartón rígido, cinco fichas de plástico coloreado y un dado de seis caras, traducirse en un segundo producto que proporcionará horas de divertimento al respetable amén del tiempo que se destine a la resolución del principal (acertadamente estimada en un intervalo de entre cuarenta y setenta minutos en función de las habilidades del grupo), barajándose la posibilidad de que participen las mismas personas que en este (hasta cinco) con una edad mínima recomendable similar (a partir de siete años); como bien presagiaba la autora (a la que debiera deshacerse en palabras en cuantiosos artículos), la experiencia la ha realizado un servidor en compañía de su querido sobrino (de casi dos lustros) entre expresiones como “¡qué chulo!” o “¡cómo mola!”, locuciones de admiración que seguro serán habituales entre los más pequeños que, valga añadir, sería aconsejable (mejor pecar de precavido que al lamentar fatídicos infortunios) permanezcan supervisados por un adulto, no tanto por la complejidad (que también pese a estimarse la dificultad en un tres sobre diez) como por la intermitente manipulación de piezas de reducidas dimensiones.
Absolutamente todo guarda una estrecha relación con la temática sobre la que pivota la trama, la búsqueda de un lagarto (aquella especie que tiene la capacidad de cambiar de color) a través de la obtención de cierta información (clave, país e imagen), optando por no desvelar nada más al respecto para que cada cual vaya descubriendo la intríngulis a medida que investiga los acontecimientos acaecidos; la tarea no será sencilla, y es que múltiples e ingeniosas pruebas (algunas no tan simples como aparentan) obligarán a ejercitar las neuronas (hasta límites asumibles) del respetable, siendo tal vez el único “pero” que el desenlace no se percibe tan espectacular como pudiera al corresponderse con la comprobación manual de las respuestas solicitadas, pero qué duda cabe que se trata de una pieza (o mejor expresado varias) de coleccionista en toda regla que rezuma calidad (tangible e intelectual) y coherencia (siempre atendiendo al sector al que va dirigido), instando a que se proceda reproduciendo melodías infantiles (a un volumen lo suficientemente atenuado como para comunicarse con fluidez) para además ambientar sonoramente tan educativo recreo que nada envidia a otros de mayor presupuesto.
Invitar a propios y extraños a que adquieran En busca del lagarto Juancho por su asequible (considerando lo expuesto a lo largo de la presente crónica) precio de venta al público (48,70€) es poco menos que forzoso, antojándose un desembolso monetario totalmente justificado a la postre al ofrecerse una distracción a domicilio (es menester enfatizar este detalle ya que en pleno confinamiento las salas al uso se han visto tan perjudicadas que la alternativa en cuestión cobra imperiosos tintes) que transporta a un mundo de ensueño en el que las frustraciones no tienen lugar (si bien será indispensable alinear correctamente los dígitos en su posición para ahorrarse evitables e improcedentes disgustos); siendo un generoso e inesperado regalo por parte de los amigos de Escape Portátil a Cementerio de Noticias, cuya atención es directamente proporcional a su entrega porque las tres creaciones que han lanzado al mercado hasta la fecha (la laboriosa Gorriones negros y la gloriosa El desván de tía Carol, amén de la que ocupa) son formidables por igual, el gozo de quien escribe como representante de esta humilde página ha sido mayúsculo, restando eternamente agradecido especialmente con la espléndida responsable.
Daniel Espinosa, a fecha 29 de diciembre del 2020