La recuela (haciendo alusión al término pronunciado en la sensacional “Scream” estrenada a principios del recientemente inaugurado dos mil veintidós que complementaría sin fisuras a la que ocupa) del espectacular street escape (huelga enumerar las características al reflejarse en la reseña del original) “El asesino de la máscara” ve la luz tras dos largos años de espera (omitiendo la formidable “La lanza del destino” al tratarse de una propuesta ajena a la saga aun respetando escrupulosamente la dinámica de las dos entregas que hasta la fecha que la conforman); que nadie piense que predomina la repetición de ocurrencias porque cualquier parecido entre unas y otras es pura coincidencia (la que se atisba sirve de nexo empleándose una sugerente e intencionada superficialidad para cohesionarlas en un universo sin parangón), traduciéndose en un rotundo éxito por los motivos que se expondrán (y decenas más) en los párrafos venideros.
Recuperando a los personajes insignia de la franquicia (no podían faltar a la cita el cruel psicópata que luce en la portada y el servicial compañero que con sus palabras focaliza la atención donde se debe), el público emprenderá una apasionante e impredecible investigación sobre la nueva oleada de crímenes que está aconteciendo a nivel global (ni el sitio más remoto está exento de peligro) atemorizando a los residentes, en especial a altos cargos relacionados con una polémica pero popular industria underground (autodenominado subgénero al que se rinde un maravilloso tributo); la misión (conviene aclarar que, pese a que no es imprescindible jugar la primera parte, sí es un requisito para el pleno disfrute, por lo que es una oportunidad única de adquirir ambas) se desplegará gloriosamente sobre sí misma mostrando las turbias e incívicas consecuencias de la mencionada corriente circunscrita en la legal y notoriamente denunciable darkweb.
La caja contiene una licencia (sigue en vigor la singularidad de uso por lo que es esencial planificar con antelación la actividad), tres sobres (perfectamente diferenciables al constar una marca en la parte superior derecha para que solo se abran cuando expresamente se indique), una guía de usuario (detallándose todo tipo de pormenores para esclarecer cualquier duda de antemano) y otra rápida (con las precauciones básicas a adoptar en aras de que no surja ningún problema enfatizándose el recordatorio de vigilar el entorno ya que obviamente el tráfico no se detendrá); dichos materiales tangibles son comunes en el abanico de ciudades disponibles (más de cincuenta a excepción de “El misterio de la colecciónrobada” que es exclusiva del territorio madrileño), cambiando la ruta a completar (la distancia neta oscila entre los ochocientos cincuenta metros y los dos mil ochocientos de San Sebastián) por las múltiples modificaciones virtuales efectuadas.
Tras descargar e instalar la aplicación oficial en el dispositivo móvil (de agotarse la batería e iniciar sesión en otro basta con introducir los datos del registro previo para continuar desde donde se ha dejado sin perder el avance) a través de Apple Store o Google Play (dependerá de la tienda del sistema operativo) y aceptar los permisos de rigor (acceso a cámara y posición), los intrépidos exploradores (se desaconseja el modo solitario al carecer del sentido de pertenencia que transmite consumar las misiones de manera cooperativa) se verán involucrados en una serie de misteriosos sucesos con un sádico e impasible elemento común, el lunático sobre el que pivota el excelso trabajo; la vertiente idiomática ya no es tan limitada (ahora ya alemán, catalán, español francés, holandés e inglés), adaptándose a una futurible expansión a países extranjeros para distribuir tan fantásticas ideas reconvertidas en auténticas películas a protagonizar subjetivamente.
Visitando algunos de los lugares más emblemáticos de la urbe que se elija como escenario a recorrer (en el caso particular del equipo de Cementerio de Noticias ha sido Tarragona con el punto de partida en el céntrica Plaza Imperial ya que las predecesoras fueron Barcelona perdiendo por ende la ocasión de aprovechar la tesitura para conocer emplazamientos de ensueño totalmente ignotos), los desafíos se sucederán instando a consultar asiduamente los dos menús desplegables (cuaderno de bitácora y mochila de objetos); el puntero con bolígrafo (así como una hoja en blanco para tomar apuntes) posibilita llevar a cabo un exhaustivo seguimiento de los pasos consumados, anotando las claves obtenidas (tal vez posteriormente tengan utilidades paralelas a las que al comienzo se las atribuyan) a partir de advertencias, audios, etiquetas, evidencias, extractos, fotografías, huellas, mapas, planos, tarjetas y centenares de archivos.
Alternándose pruebas complicadas e intrincadas con simples e intuitivas, los artífices (Javier Díez y Roberto Barroso con la inestimable colaboración de Andrea Sánchez, Anna Álvarez, Arantxa Sánchez, Beatriz González, Claudia Sánchez, Corina Bustamante, Dafne Corregidor, Elena Gómez, María Prieto, Paula Marín y Rodrigo Cuervo) mantienen en constante tensión sin necesidad de la siempre eficaz presión espacial (yendo de un punto a otro rápidamente con una cuenta regresiva cual Geocaching de índole deductiva); si bien la inclusión de decisiones que repercutan directamente en el devenir de la trama fomentaría el interés en desvelar las bifurcaciones argumentales compartiendo la elección personal por redes sociales en una comunidad creada específicamente para ello, las pistas adicionales desbloqueables al responder ciertas preguntas para superar victoriosamente el sinfín (sin exagerar) de situaciones son geniales.
Aunque la duración estimada es de dos horas (sin contabilizar las pausas que el grupo conceda para profundizar en la historia tanto ficticia como real) el tiempo transcurre tan deprisa (a causa de un ritmo que sin llegar a ser frenético no permite demasiados instantes de relajación salvo en aquellos en los que prima el raciocinio) que se percibe como escasos segundos, dando fe de que ningún fallo técnico acontece (o al menos así debería ser en condiciones normales portando un aparato compatible) a lo largo de una aventura que infunde emoción e intriga a raudales; considerando que la tabla de puntuaciones resultante (cuatro mil doscientos para un servidor y su inseparable curtido camarada de batallas) genera tremendo recelo (por la ecuanimidad que subyace en los ítems valorables), la verdadera importancia no reside en el trivial sumatorio sino en un camino que, desde luego, congratulará al más veterano en tan escabrosos lares.
En definitiva, Escape City Box presenta una secuela (o algo análogo con matices) que, otra vez (el mérito es mayor al compararse irremediablemente con la anterior), logra sorprender sin remedio a propios y extraños valiéndose de un guión digno de una superproducción (los vídeos que conectan las distintas etapas son de bella factura aun luciendo en una calidad premeditadamente ínfima) que absorbe todos los sentidos desde la apertura hasta la clausura de la función (el hecho de que la puesta en escena recuerde poderosamente a una obra teatral facilita traer a colación semejante expresión); es menester recomendar encarecidamente (en contraposición al precio que asciende a algo menos de cincuenta euros individualmente) la compra (ya sea para vivirla o regalarla) no solo de una sino de sendas invenciones (lo son en toda regla) porque no defraudarán al más exigente al transgredir culturalmente con acierto.
