Título original: Buck wild
Año: 2014
Nacionalidad: EEUU
Duración: 92 min.
Género: Comedia, Terror
Director: Tyler Glodt
Guión: Matthew Albrecht y Tyler Glodt
Reparto: Joe Stevens, Meg Cionni, Matthew Albrecht, Jarrod Pistilli, Dru Lockwood, Isaac Harrison, Mark Ford, Phillip Albrecht, Whit Albrecht, Tyler Glodt, Wilson Smokey, Joe Canik, Aaron Pozzi y Jason Harris
Sinopsis
Craig, junto a dos amigos y su primo, emprenden un viaje a un pequeño pueblo texano para disfrutar de la caza; una vez allí, un virus se propaga rápidamente y comienza a transformar a las personas en zombies...
Crítica
Que los difuntos regresen a la vida no resulta nada novedoso y que lo hagan conllevando jocosas situaciones tampoco (la cantidad de películas que en los últimos años han tratado de unir ambas casuísticas es realmente elevada, generalidad sin lograr trascender lo más mínimo), pero que se adhieran los dos particulares componiendo un producto refrescante y divertido sí, y eso es precisamente lo que ha conseguido un tal Tyler Glodt (ejercer de director y de productor es todo un requisito para que un proyecto con semejantes privativas, sin ayuda comercial de ningún tipo, vea la luz aunque sea en el ámbito doméstico); el osado debut se centra en la figura de un mito histórico, la del Chupacabras, como principal reclamo para aquellos que no se sientan atraídos por una temática que suscita ilusión y rechazo a partes iguales, compartiendo el segundo sentimiento cada vez más espectadores al ir comprobando que todo filme de tal índole que se lanza se traduce en desencanto pero, contra todo pronóstico (quién iba a imaginar que un director desconocido sin experiencia constatable ni delante ni detrás de las cámaras sería capaz de firmar una obra de la calidad de la presente), Buck wild se aleja de tan infernal corriente de pérdida de tiempo e infinito sacrificio (tanto por el número de víctimas que se suelen recoger como por el esfuerzo del público por no pausar la proyección e iniciar otra actividad de buen seguro más provechosa) para patentar una alternativa válida.
La dupla escritural (el propio autor y Matthew Albrecht, ambos formando parte del reparto junto a varios familiares entre las decenas de extras haciendo valer aquello de que “todo queda en casa”, siendo éste gran número de participantes el por qué de no valorar particularmente en el párrafo siguiente a cada uno, bastando agruparlos en la calificación de muy notable) no se ha basado en concepciones preestablecidas (si bien algunas son inevitablemente idénticas a otras anteriormente patentadas) que desembocan en los anteriormente comentado sino en representaciones festivas costosamente asumibles pero en cualquier caso distraídas más cercanas a la desinhibición que al terror, bastando apenas diez minutos para presentar a todos los personajes principales (nada menos que ocho) de la trama, algo que puede presumirse precipitado pero que no es tal, pues es meramente significativo del segundo plano en el que aguardan la mayoría a excepción del cuarteto protagonista; el independentismo que rezuma cada escena no hace sino evidenciar que se trata no de buen cine propiamente dicho sino de una cinta perteneciente a la siempre menospreciada serie z, aquella en la que se circunscriben quienes sienten verdadera pasión por el entretenimiento, lo cual es más meritorio, pues la emoción de sentirse cómplice con la misma permite regocijarse de sus aciertos y deleitarse de sus defectos, reuniendo todos los elementos necesarios (incluyendo, como no podía ser de otro modo, chicas de buen ver semidesnudas y gente con poca cultura y menor sensatez predestinada a profesar la salvación del mundo) para convertirse en esa pequeña pieza a descubrir (si las distribuidoras tuvieran algo más de valor se programarían más metrajes de mención como éste pero por infortunio no es así) y compartir posteriormente, transmitiendo el comunicante la ferviente alegría pasajera emanada.
La joven Candy (Meg Cionni) se encuentra intimando con un chico (que es promiscua queda recalcado desde ese preciso momento) sobre la cosecha de tulipanes cuando Clyde (Joe Stevens), su padre, es mordido, después de lanzarle una llave inglesa al integrante masculino del acto carnal, por el Chupacabras, el legendario críptido al que los escépticos catalogan de coyote rabioso con sarna (desde luego la presencia física de dicha bestia es similar a la de un horrendo mapache) que se rumorea habita en ciertas partes de la América profunda subsistiendo al beber la sangre de sus víctimas, no prestando ninguno de los dos atención alguna a tal ataque a pesar de los síntomas víricos que inmediatamente comienza a padecer, ocasionando un brote vírico masivo que convierte a las personas (previa transmisión de la enfermedad por el aire o el propio contacto con un contagiado) en agresivas y ávidas de carne humana; poco tiempo después, un cuarteto de amigos de lo más variopinto entre el que se encuentra Jerry, un impetuoso excéntrico que no se desprende nunca ni de su bolso ni de sus puros (Jarrod Pistilli), Lance (Isaac Harrison), un rompecorazones al que le encanta consumir drogas, Tom (Dru Lockwood), un maleable pusilánime al que no satisface nada, y Craig (Matthew Albrecht), un cuerdo fracasado cuya derrotista actitud le acompaña por muchos quilómetros que se aleje de su patética vida, emprenden un viaje hasta territorio texano para reunirse con el aludido guía para que les acompañe a la cabaña rodeada de linderos que han alquilado para practicar la caza de ciervos, pero cuando coinciden en la gasolinera en la que se detienen para repostar con Billy (Mark Ford), un acomodado analfabeto a quien todos temen por sus estrafalarias costumbres, y el oficial Shipley (Tyler Glodt), un guardabosques tan poco desconfiado como permisivo, la idílica festividad se complica, y más lo hará cuando descubran que para volver a sus respectivos hogares sanos deberán derrotar a decenas de hordas de putrefactos campesinos británicos deseosos de alimentarse de ellos...
Es probable que sorprenda atisbar una nota (como siempre en una escala del cero al diez) tan alta atribuida a un producto aparentemente básico y lineal, pero es menester reconocer la enorme satisfacción que supone el último tercio, compensando cualquier amago de ingratitud a partir de un hilarante desenlace (el cual no es fugaz, sino que abarca varios minutos) al más puro estilo “Left 4 dead” (para quien no lo conozca se trata de un magnífico videojuego multiplataforma) en el que un amplio arsenal armamentístico (lo forman desde rifles hasta sables, pasando por pistolas y otros objetos utilizables a modo de material arrojadizo o golpeador) se convierte en el infalible medio ejecutor; cierto es que algunas ocurrencias resultan desechables (tales como la discusión acerca del terminación de la trilogía mafiosa más famosa de la historia del séptimo arte o los semblantes de los lugareños ya convertidos asaltando una cafetería) pero priman las de alta brillantez (la teoría de la inseguridad vinculada a no amamantar, la fundamentación de interrumpir cualquier proceso para defecar, la oración religiosa en un santuario de cabezas de animales disecados, el curso a distancia de daltonismo proyectado en una televisión, la poética matanza de un sacerdote con su propio crucifijo y un sinfín de casi imperceptibles detalles como el tono orgásmico del móvil del seductor del grupo y la irrebatible frase lapidaria “las espadas no se quedan sin balas”), un hecho poco frecuente que dilapida cualquier parecer negativista de los diálogos y/o las tesituras.
Buck wild, que no guarda relación alguna con el programa televisivo homónimo emitido por el canal estadounidense MTV (antaño emisor exclusivamente de videoclips musicales) en el que se reinventa la fórmula de la clásica teleconvivencia patentada por “Gran hermano” fusionando sus formatos más recordados (la saga “Shore” y las imprudentes pruebas físicas de “Jackass”) mediante un grupo de jóvenes que parecen tener intereses vitales más allá de salir de fiesta o ir al gimnasio enfrentados a diario en temerarias pruebas bajo el lema “pase lo que pase, que pase” (ruedan colinas abajo en el interior de neumáticos gigantes, conducen imponentes camiones sin conocimientos previos del manejo de automóviles de tales dimensiones por el barro, descienden desde puentes situados a grandes alturas sin importar sus vértigos...), logra, con mucha simpatía (los sentimientos de empatía afloran rápidamente) y mayor laborío (el maquillaje congratula aun siendo puramente artesanal), devolver el subgénero conocido como zombedy (aquel en el que la presencia de no muertos es tratada desde una vertiente puramente cómica) a la posición que paulatinamente fue abandonando tras la magnífica Zombies party; ésta especie de Resacón en Las vegas en su versión campestre (con lo cual el concepto de salvajismo es más extenso que en aquella) con tintes de Tucker & Dale vs Evil (es inevitable tenerla siempre presente cuando se trata de una cinta cuyo telón de fondo es un frondoso bosque) ha cambiado la mencionada tendencia para redefinir el método estipulado como idóneo para, a partir de numerosas congratulaciones verbales y visuales (posiblemente son más alabables las primeras que las segundas atendiendo a la dificultad de confeccionar un guión sencillo pero repleto de sublimes lindezas).