Título original: Battle of the damned
Año: 2013
Nacionalidad: EEUU
Duración: 85 min.
Género: Acción, Ciencia ficción
Director: Christopher Hatton
Guión: Christopher Hatton
Reparto: Dolph Lundgren, Matt Doran, Esteban Cueto, David Field, Lydia Look, Jen Kuo, Melanie Zanetti, Broadus Mattison y Kerry Wong
Sinopsis
En un futuro próximo, lejos de la civilización, un puñado de supervivientes aprende a luchar contra los infectados con la esperanza de un rescate que venga desde el exterior, pero existe una amenaza aun mayor, un grupo de prototipos de robot en mal funcionamiento; armados e increíblemente peligrosos, pueden convertirse en un inesperado aliado.
Crítica
Battle of the damned se postulaba desde su concepción como una digna sucesora de la trilogía Terminator (el cuarto título está tan alejado de la esencia de la franquicia que tan siquiera puede considerarse parte de ella) al compartir idéntica temática (al igual que con muchas otras, pues el clásico conflicto entre humanos y máquinas capaces de sublevarse no es precisamente nuevo) y presentar unos efectos especiales de infarto (la fotografía obra de Roger Chingirian luce espléndida, al igual que la articulación de la mecanización) en relación al escueto presupuesto dispuesto, y aunque el hecho de que fuera lanzada directamente al mercado doméstico en el siempre contemplativo territorio estadounidense hacía sospechar que lo que se presumía en un principio genial finalmente no iba tan siquiera a aproximarse al nivel medio que esta clase de largometrajes alcanzan, en no pocos aspectos supera con creces las exigencias que suscita; realizando el análisis como es debido, es decir, en consecuencia a la validez del producto en sentido global, la curiosidad felizmente no se confunde con la mediocridad (algo que suele ser habitual) y la originalidad no brilla por su ausencia sino por su uso al contar con todos los clichés del subgénero al que pertenece sin caer en la linealidad y simpleza argumental de una trama que no está exclusivamente urdida para ensalzar la portentosa figura del salvador de turno, Dolph Lundgren (tanto indudable protagonista como productor ejecutivo), quien se desenvuelve con soltura tras las cámaras al desigual ritmo que marca tanto direccional como escrituralmente Christopher Hatton, cuya última propuesta, Robotropolis, sirve como punto referencial aun habiendo pasado tres años entre una y otra al guardar grandes semejanzas ambas (especialmente en cuanto al aspecto de los invasores se refiere, sino exacto sospechosa y claramente análogo).
El sudeste asiático se convirtió hace algunos años en un recurrido refugio para las empresas de biotecnología que querían evadir las leyes, elaborando una de ellas un patógeno de prueba que se propagó en una zona urbana, propiciando que el contagio creciese volviéndose rabiosa la gente hasta llegar a la situación presente, una cuarentena por la que el ejército ha bloqueado las entradas y salidas a fin de impedir que nadie más se contamine ni los infectados puedan seguir sembrando el caos más allá del territorio ya ocupado (ésta es la síntesis introductoria, cuasi textual, del propio filme); un padre preocupado (Matt Doran, sobre el cual recae la responsabilidad un tanto desaprovechada de ser culpable de la plaga según se comenta en los compases finales) recurre para que encuentre y rescate a su hija Jude (Melanie Zanetti, su método de aparentar dureza no es muy ortodoxo pero al menos transmite buenas vibraciones su interpretación) al antiguo miembro de una unidad paramilitar privada actualmente retirado Max Gatling (un portentoso e inconmensurable Dolph Lundgren), quien junto a su experimentado equipo ve cómo a medida que los tiroteos se suceden la munición escasea y la premura por gozar de salvaguarda cobra especial relevancia aunque, una vez llegan al punto de extracción ubicado en el norte que supone la meta de tan quimérico deseo, prefiere seguir con la misión que regresar a casa en el helicóptero que ha acudido para recogerles en un alarde de patriotismo (e importante interés dinerario).
Con una escopeta por bandera, el requerido objetivo recorre las calles (así como las tiendas y viviendas) de tan peligroso emplazamiento con la soltura propia de una militar (las pintadas de su rostro delatan, aun no sirviendo más que para ocultar las posibles ojeras que haya acumulado en los últimos días por la falta de descanso, que muchas películas de dicha temática ha visionado) hasta que se ve sorprendida por un grupo de infectados (el término correcto es éste o equivalentes al no poder aplicarse el de zombie, pues se trata de una afectación del encéfalo que mata las funciones corticales superiores del cerebro), instante en el cual entra en escena el implacable soldado que encuentra (supuestamente de manera fortuita) a la chica mientras recorre las avenidas montado en su moto (qué oportuno que lo haga provisto de tan veloz vehículo para escapar de los enemigos que la atosigan), reuniéndose ambos con el clan al que pertenece ella, el cual subsiste gracias a respetar unas estrictas normas que acaban de ser quebrantadas (una prueba de embarazo es la causante de ello); cuando todo parece desmoronarse definitivamente, descubren que unos robots asesinos de servicios avanzados ensamblados por el departamento japonés de robótica pueden ser utilizados a su favor, pues suponen un seguro de vida (se rigen por un código basado en los valores térmicos para decidir el destino de quien se interpone en su indefinido camino) y esperan nuevas instrucciones a seguir, por lo que el grupo puede aprovecharlos para disparar, soldar y demás acciones servibles (que todos sean de repente expertos ingenieros capaces de construir letales complementos armamentísticos para sus camaradas de metal y mantengan con ellos profundas conversaciones resulta cuanto menos curioso) para salir de allí antes de que acontezca la anunciada lluvia de bombas incendiarias que el gobierno ha dispuesto como último recurso a tan indeseada pandemia.
Cámaras estratégicamente situadas (las de las cloacas enfocando hacia la calle las más impactantes), vómitos de sangre indicadores de la portación del virus que está asolando el lugar, afilados cuchillos que blanden sus hojas en cientos de putrefactos cuellos, ametralladoras que más que armas delatan la posición y alertan a más indeseados seres, saltos imposibles sobre vallas a los que correr por encima de una sucesión de coches para efectuarlos no suma verosimilitud, presentaciones de supervivientes que no interesan lo más mínimo, brindis cuyo objeto son los franceses que inventaron el vino, músculos que seducen más que un físico agraciado, sudorosas prácticas de espada, fecundaciones muy poco deseadas, personajes cuyo nombre no se adecúa demasiado a su nacionalidad de origen (que el asiático Jen Kuo sea Elvis tiene delito), intentos de huida fugaces a la par que penosos, abandonos con esposas a farolas, reencuentros un tanto difíciles de creer a tenor de la grandiosidad de una metrópolis, desiguales enfrentamientos en los que vence el que está en desventaja, preguntas existenciales formuladas en inoportunos momentos, comprensibles temores paternales (“¿hay zombies por donde mires y temes los pañales sucios?”), inflamables bidones enigmáticamente situados en plena arboleda, charcos que producen sensacionales efectos visuales... todo esto y mucho más es lo que ha dado de sí un rodaje en Johor Baharn, Malasia, en el que se han exprimido magníficamente los paisajes que presenta previo desalojo para transmitir la debida desolación que produciría encontrarse ante un panorama tan extremo como el propuesto aquí.
La cinta finalmente se torna una parodia mitad bélica mitad futurista de enorme disfrute y mayor calidad (podría tener tanta aceptación como éxito, pues sin ir más lejos eso era lo que ofrecía exactamente Los mercenarios, pero es evidente que el reparto estelar fue determinante) es el mejor resumen de una película más que notable cuya simple trama (para nada negativo este aspecto al no contraer más pretensión que la de entretener) se ve secundada por la justa duración que abarca (es de agradecer que no alcance la hora y media y que desde un inicio vaya directa al grano inspirándose continuamente de manera directa en la formidable serie The walking dead, a la que recuerda tanto por determinados enfoques como por la intríngulis interpersonal de los personajes), habiendo conseguido el autor que tanto el trillado argumento (mil veces visto en producciones de este género) como los rápidos movimientos de la cámara para dar la sensación de realista frenetismo permanezcan en un segundo plano aun suponiendo una torpeza mayúscula (que apenas se capte sangre en las secuencias más propicias para ello no se podría catalogar de tal al verse compensadas por recursos todavía más ideales); mucha acción (si bien es cierto que se echa en falta algo más de ella) y gran carisma son los deseados atributos más llamativos de Battle of the damned, en la cual el extenso prólogo (nada menos que trece minutos) es de lo más destacable siendo el resto de la trama un tanto lenta (que no aburrida, ya que el dinamismo y la evolución de los diálogos evitan que los bostezos hagan acto de presencia de presencia merced a la sostenibilidad de la incertidumbre de saber quién se proclamará vencedor del conflicto a tres bandas que se desarrolla), cuyo principal (y a la postre único realmente diferenciador) aliciente es contemplar cómo una vieja gloria (Dolph Lundgren para más señas) es capaz de destruir absolutamente todo lo que desea sin aparente esfuerzo y menor sentimentalidad recuperando (por suerte tanto para todos los nostálgicos como para quienes observen por primera vez su inconfundible rostro) sensaciones creídas extintas que resurgen.