Título original: Alien abduction
Año: 2014
Nacionalidad: EEUU
Duración: 83 min.
Género: Ciencia ficción, Terror
Director: Matty Beckerman
Guión: Robert Lewis
Reparto: Peter Holden, Katie Sigismund, Corey Eid, Riley Polanski, Jillian Clare, Jeff Bowser, Walter Phelan, Jordan Turchin y Rick Chambers
Sinopsis
Una amenaza alienígena sorprende a una familia de vacaciones...
Crítica
Matty Beckerman ha decidido abandonar el cometido de limitarse a aportar dinero para que una película vea la luz (faceta que profesionalmente se cataloga como productor) iniciándose en la dirección de un trabajo que, tras varias nomenclaturas (el anterior al definitivo fue Project blue book) y dos años de silencio, al fin se estrena en salas comerciales (en lo pertinente al territorio americano, por supuesto, siendo la difusión patria presumiblemente nula o, en un remoto casual, directa a efectuarse en formato doméstico), y lo hace avalada por unos productores entre los que se encuentra Lawrence Bender, partícipe en idéntica tarea presupuestaria de obras tan célebres como Abierto hasta el amanecer y numerosas obras de Quentin Tarantino como Reservoir dogs, Malditos bastardos y las dos entregas de Kill Bill; que del presente proyecto cinematográfico se apresuraran desde un principio a ensalzar dicha característica no hacía presagiar nada bueno, pues cuando se trata de glorificar un aspecto puramente económico arguyendo que por ello se debe brindar una oportunidad difícilmente algo salvable puede esperarse y, pese a contener algunas secuencias realmente plausibles (por tensión infundida y no por pavor estrictamente dicho), lo cierto es que así, por lástima (y méritos propios), es, dependiendo la magnitud de la decepción de las expectativas generadas previamente, de buen seguro mayúsculas en la inmensa mayoría de curiosos espectadores esperanzados de poder encontrarse, al fin, con un producto de terror de corte independiente mínimamente disfrutable.
La premisa de la que parte Alien abduction (no confundir con la fascinante Alien abduction: Incident in Lake Country) atraerá de tal manera a más de uno (y de dos, y de tres...) que no podrá sino rendirse ante la innegable necesidad de visionarla, y es que basarse en comprobables hechos reales, concretamente en los enigmáticos acontecimientos de la especie de fenómeno (más mediático que contrarrestable) “Brown mountain lights”, nombre por el que se conoce a la serie de luces evasivas (para ser más exactos orbes perfectamente circulares cuya electrovalencia incita a interferencias varias) de origen incierto (éste se ha atribuido desde emanaciones pantanosos hasta gas rodón brillante, pasando por actividades militares) reportada cerca de las montañas de Carolina del Norte que va apareciendo de tanto en cuando desde el veinticuatro de septiembre de mil novecientos trece relacionándose con la desaparición de gente, fecha en la cual un pescador aseguró haber visto varias noches seguidas “luces misteriosas de color rojo y con forma pronunciada sobre el horizonte”, es inevitable garantía de suscitación de atención; un estudio geológico de Estados Unidos determinó que el área en cuestión no presentaba irregularidades racionales de ningún tipo sino que los declarantes confundieron las luces del tren que circulaba por las proximidades con presencias extraterrestres debido a una mala iluminación que castigaba su percepción y el afán de establecer contacto con el más allá, pero los informes siguieron sucediéndose con los oportunos descartes fundamentados en automóviles, fuegos o luces estacionarias mundanas, lo cual no deja de inquietar al documentarse, poco después de una inundación de gran intensidad que sacudió la zona propiciando que toda la energía se perdiera resultando inoperantes por un período de tiempo a partir de entonces todo acceso y circulación por la misma, más casos.
Mientras los Morris (clan de clásica composición con un matrimonio con una hija y dos hijos y común, Peter Holden y Katherine Sigismund como padres y Jillian Clare, Corey Eid, Riley Polanski como descendientes, ridículo quinteto interpretativo a cada cual más efímero) se dirige a un campamento en las montañas de Carolina del Norte para disfrutar de unas divertidas vacaciones, el programa de indicaciones posicionales del cual está dotado su coche comienza a perder la señal orbital de la que depende para no mostrarse defectuoso y les guía hacia una de las fronteras más interesantes de los fenómenos naturales sin explicación hasta la fecha, las “Brown mountain lights”; las imágenes filtradas por las Fuerzas Armadas Norteamericanas parte del denominado “Proyecto libro azul”, en el que se guardan las investigaciones paranormales realizadas por parte del gobierno encubiertas por el mismo, centradas en las grabaciones de la cámara portada por el integrante menor de la citada familia (un aparato aparentemente indestructible, pues cae desde cientos de miles de metros de altura, a través de una escena que con mucho ingenio y mayor permisividad se podría denominar la Hostel invasora del siglo veintiuno, sin sufrir los suficientes daños como para destruirse en millones de pedazos tras impactar con el suelo), un joven autista de apenas once años, muestran el sufrimiento que padeció la misma al tiempo que evidencia la existencia de otra raza cuyo propósito resulta insidioso...
Minimalista hasta la extenuación (desde el ligeramente ladeado cartel oficial hasta la pésima sensación de agobio que en ningún instante se apodera del público como clara y tenazmente se pretende), el responsable no ha podido (o tal vez ni siquiera alberga las suficientes nociones como para hacerlo, pudiendo confirmar futuras piezas suyas esto) desviarse de la intríngulis menos novedosa sobre la que tantos metrajes han pivotado anteriormente (las alternativas a ella son tan numerosas como mejores, sin ir más lejos, por citar una directamente reminiscente, Señales), no sólo provocando sopor sino además presumiendo patéticamente de una transmisión de falso realismo sencillamente detectable, instigando a formar un grupo de detractores tan grande como el de seguidores (de hecho podrían ser los mismos) al consolidado subgénero al que pertenece el trabajo, el de los avistamientos que conducen a una fatalidad humana como es la abducción, con el correspondiente sufrimiento que conlleva; dejando de lado el largo listado de contrapuntos (tanto los mencionados hasta ahora como los que siguen, así como otros que se han omitido para no pecar de redundancia o severidad), es preciso destacar que entre tanto negativismo residen algunos aciertos estimables, tales como la secuencia del colapso de vehículos en el túnel que sirve de antesala a la presentación de las criaturas conquistadoras (intrigante a la par que estremecedora cuando se observa la huella de lo que parece ser un ser proveniente de otro planeta y posteriormente la figura del mismo), la lluvia de animales voladores anunciadora de la fuerza aérea desconocida que envuelve al emplazamiento (el choque de éstos con la imaginaria potencia invisible está muy conseguida), la carga del medio de filmación para denotar correctamente que la batería se agota como cualquier otra (la mayoría de veces se presume infinita al durar horas) y el símil del modo de operar alienígena con técnicas de pesca convencionales (sin llegar a extenderse demasiado se aprecia que se asemejan mucho).
Una calidad de imagen pretendidamente baja (ni los incontables cortes de montaje ni la insana cantidad de minutos que la pantalla permanece violentada por el color negro se justifican por ello), unos efectos especiales de ínfima factura (el frenetismo y el inevitable vértigo que los sucesos narrados en primera persona conllevan, malestar visual acentuado por las constantes huidas a toda prisa para escapar de un lugar a otro sin que la teoría de que el movimiento es sinónimo de vida se pueda aplicar, no ayudan a valorar ciertas pinceladas de horripilante maestría) y unas interpretaciones dignas de postular a alzarse con el premio a las peores de la presente temporada (en especial cuando los rezos a modo de desesperadas plegarias salvadoras se balbucean sin convicción alguna) son las principales carencias que, de forma inmediata y prolongada, se sufren durante la proyección de Alien abduction, cinta de temática últimamente recurrida que presenta un argumento escasamente consistente y un ritmo inconcebiblemente lento, pudiéndose equiparar (por aquello de relacionarla con semejantes) a Report 51 de no ser porque aquella entretenía debidamente sin grandes alardes y ésta consigue desesperar rápida y esforzadamente con tanta voluntad como la que demuestra el autor en hacer creer que lo plasmado es cierto (con especial insistencia durante los compases iniciales y los prácticamente diez minutos que abarcan los créditos conclusivos, instantes en los que insulsas declaraciones provenientes de testigos locales tratan de dotarlo de inasumible verosimilitud); la simpleza con la que Matty Beckerman ha tratado de salir airoso de éste su debut direccional, aprovechándose de la metodología patentada por la inigualable (las críticas fueron variadas pero la recaudación unánime e imperial en todos los países por los que circuló) El proyecto de la bruja de Blair a base de plagiar tesituras e incluso conceptos, no puede agradar a nadie medianamente curtido e interesado en los temas desarrollados (de hecho sólo uno y de manera nulamente convincente), no obstante, como ejercicio de aguante expectativo y comprobación de cómo desperdiciar la jugosidad que ofrecen unos eventos registrados oficialmente no tiene desperdicio.