Título original: Chernóbyl diaries
Año: 2012
Nacionalidad: EEUU
Duración: 90 min.
Género: Suspense, Terror
Director: Bradley Parker
Guión: Oren Peli, Carey Van Dyke y Shane Van Dyke
Reparto: Devin Kelley, Jonathan Sadowski, Ingrid Bolso Berdal, Olivia Dudley, Jesse McCartney, Nathan Phillips y Dimitri Diatchenko
Sinopsis
Un grupo de turistas decide visitar la ciudad de abandonada de Prypiat en la que residían los trabajadores de la famosa central nuclear de Chernóbil; después de la explosión de uno de los reactores hace veinticinco años, se supone que todo el mundo se marchó, pero al explorar el terreno de la ciudad fantasma comprobarán que no es así...
Crítica
Un sentido de la originalidad alarmantemente nulo, una fotografía desaprovechada al máximo, un reparto cuya calidad interpretativa resulta más que discutible, una laboriosidad maquilladora que deja mucho que desear, un enfermizo guión carente de interés alguno, una extraña infección que lejos de llamar la atención repele, un ejército completamente errático tanto desde la perspectiva moral como desde la física, una relativamente nueva temática arruinada, un secreto que se descubre tempranamente, una radiación siempre presente pero de escasa convicción, un decorado sumamente minimalista... semejante cúmulo de despropósitos es el que reúne Atrapados en Chernóbil, título de nomenclatura tan significativa como inadecuada (ya que la retención a la que alude se produce en un pueblo cercano a dicha y fuertemente vinculado a la misma ciudad pero no en ella) que lograría situarse sin dificultad alguna en la lista negra del menos exigente e incluso convertirse sin discusión en la producción más lamentable del año hasta la fecha; el inconcluyente y precipitado final (tras una larga secuencia que pretende atemorizar e infundir tensión y sin embargo se podría tildar de cómica merced a la desmesurada exageración de los protagonistas) es el mejor ejemplo de la poca seriedad que transmite el filme, evidente certeza que no debería haber tenido lugar si el desarrollo argumental no hubiese sido tan previsible y precario (también contribuyen a tal indeseado resultado los factores anteriormente mencionados, pero un buen guión hubiera solucionando en gran medida la realmente mediocre acometida).
Chris (Jesse McCartney) y Natalie (Olivia Dudley) son una joven pareja que deciden visitar, junto con su amiga Amanda (Devin Kelley), al hermano del primero, Paul (Jonathan Sadowski), el cual reside en Ucrania; sabedor de la pasión que comparten los tres recién llegados por los escenarios rústicos y el misterio, Paul decide confiar en Uri (Dimitri Diatchenko), un intrépido autónoma cuya dedicación se centra en organizar viajes extremos (se trata de una nueva forma de turismo real conocido como turismo extremo o turismo de choque, consistente en visitar lugares peligrosos o practicar actividades de alto riesgo) para mostrarles los lugares más recónditos del país a aquellos aventureros que quieran experimentar emociones fuertes en tierras de dificultosa supervivencia, y ofrecerles una apasionante retahíla de sitios emblemáticos (como símbolo de la tragedia sobre la que pivota la trama la famosa rueda de Prypiat fue reconstruida para la película, aunque solamente la parte inferior para plasmar ésta en primer plano y utilizar efectos digitales para completarla por la parte superior, muy curioso).
De este modo, el grupo se unirá a dos descerebrados más, Zoe (Ingrid Bolso Berdal) y Michael (Nathan Phillips) e iniciará una peligrosa e ilegal visita a Prypiat, la ciudad abandonada en la que residían los trabajadores de la famosa central nuclear de Chernóbil; tras la explosión de uno de los reactores acontecida veinticinco años atrás el lugar quedó totalmente deshabitado debido a los altos niveles de radiación que quedaron sobre la atmósfera de la ciudad, la cual todavía presenta cierto componente radioactivo; los aventureros comenzarán a explorar el terreno de la ciudad fantasma dándose cuenta de que no son los únicos, y es que un terrible (e inverosímil) secreto se mantiene oculto en el corazón de las ruinas, propiciando que sean testigos involuntarios del descubrimiento de una nueva raza mutante a la que tendrán que enfrentarse si quieren sobrevivir a tan desagradable tesitura.
Dirigida por el debutante Bradley Parker (responsable de los efectos especiales de la magnífica El club de la lucha) y escrita y producida por Ori Peli (responsable de la exitosa franquicia Paranormal Activity), la cinta cuenta con las peculiaridades habituales del sello que ha imprimido en los últimos años el género cámara en mano, a pesar de hacerlo en el sentido más peyorativo y reprochable posible, pues las pocas expectativas que pudiera haber generado el metraje se desvanecen antes de haberse consumado el primer tercio del mismo, cuando la parte documental (parcialmente aceptable) desaparece y comienza a cobrar cada vez más protagonismo la peculiarmente raza que habita el lugar; así, utilizando diferentes cámaras a modo de dispositivos de grabación (filmación en teórico tiempo real de los hechos en aras de alcanzar el pretendido terror imprevisto) del peor modo posible, la historia descentra constantemente al espectador y lo sumerge en una vorágine de ideas inconexas que termina desembocando en uno de los desenlaces más catastróficos (desde la perspectiva cualitativa) que se recuerdan.
En la víspera del 26 de Abril de 1986 (día del accidente de Chernóbil), en la ciudad de Prypiat, situada a tres kilómetros de la central y habitada por aquel entonces por 50.000 habitantes, se decretó un toque de queda que propició que durante las treinta horas siguientes al desastre nuclear todos fueran evacuados (el accidente fue de tal magnitud que se puede observar la abrupta salida de sus habitantes por los objetos y vehículos abandonados en ese lugar), convirtiéndose desde entonces en una ciudad fantasma debido a que la tasa de radiación es letal, motivo por el cual el filme no se rodó en dicho emplazamiento por cuestiones de seguridad, sustituyéndose por ciudades de Belgrado (Serbia) y de Budapest (Hungría), realizándose la grabación bajo la misma ciudad de Belgrado en antiguos túneles de la Segunda Guerra Mundial; ante tal majestuosidad de premisa es evidente que exigir un mínimo de decencia en el producto se traduce en un hecho de obligatorio cumplimiento por parte de los responsables (a la vez que se convierte en una obligación aceptada por los mismos), responsabilidad que no se solventa.