Día 9 (Sitges Film Festival 2013) 25-04-2024 04:46 (UTC)
   
 

The battery
(Jeremy Gardner, 2012)


The Battery




Ficha técnica


Título original:
The battery
Año:
2012
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
97 min.
Género:
Drama, Terror
Director:
Jeremy Gardner
Guión:
Jeremy Gardner
Reparto:
Jeremy Gardner, Adam Cronheim, Niels Bolle, Alana O’Brien, Jamie Pantanella, Larry Fessenden, Kelly McQuade, Eric Simon, Sarah Allen, Nichole Kinnett, Lyles Williams, Elise Stella y Matt Bacco


Sinopsis


Dos ex jugadores de béisbol deberán atravesar las carreteras de Nueva Inglaterra para evitar ser atrapados por los cientos de muertos vivientes.



Crítica


Ha quedado más que demostrado a lo largo de la historia del séptimo arte que con pocos recursos pueden conseguir elaborarse grandes obras (de hecho el estar limitado en cuanto a medios magnifica en el autor en cuestión, si lo posee, el potencial imaginativo), pero The battery no es el caso, y es que el predominante aburrimiento (los largos silencios son insoportables y las conversaciones al más puro estilo Quentin Tarantino no profundas sino banales) ensombrece por completo los  aciertos (escasos pero lo hay, por supuesto) de Jeremy Gardner tras las cámaras, quien ha errado estrepitosamente su planteamiento desarrollando equivocadamente un argumento que de tan primitivo podría haber resultado cuanto menos curioso (muchos comentarios son, en efecto, muy sugerentes aun no suponiendo más que chistosas suposiciones como la que sostiene que la fuente de la infección de la pandemia que se ha extendido mundialmente son unos olorosos calcetines); comparar los lamentos de los no muertos con la lluvia que cae sobre el tejado de una casa y afirmar que ambos sonidos son igual de relajantes es una opinión tan subjetivamente válida (la convicción que adopta quien profiere tal símil en la trama es enorme) como la cámara que recoge la (poca) acción en todo momento (una que convierte la tercera persona en primera cuando no conviene), elección fílmica que desentona con el meticuloso minimalismo que prima en una historia en la que las situaciones que los espacios reducidos pudieran ofrecer no se exprimen para nada (el mejor ejemplo de ello es el encierro en un coche que ocupa prácticamente el cuarto final del metraje en el que no se suceden más que propuestas de distracciones tan recurrentes como desesperantes que culminan con el acuerdo de morir al día siguiente, pacto que surge de la embriaguez propia de una fiesta celebrada por dos amigos, inapropiado jolgorio que de hecho se extiende al resto de la película quedando la sensación de haber presenciado una despedida de soltero y no una mortífera invasión), aconteciendo el resto en decorados que solamente han precisado ser desalojados para emplearse como apocalípticos (insuficiente estrategia al no suponer sumatorio alguno).


Escenas muy próximas al ridículo más denunciable como la danza con una botella de whisky en una mano y una pistola en la otra y las interminables secuencias de hasta siete minutos sin pausa ni pronunciación de palabras (llegando a comprender un cuarto de hora y un desenlace tan trágico como abierto), junto con el minuciosa aunque fatalmente humor negro seleccionado (puede llegar a considerarse muy poco respetuoso en determinados compases debido a la fuerte e injustificable carga crítica que posee), hacen de la propuesta un ejercicio de superación por parte del espectador a fin de no abandonar el visionado antes de su término (lo cual tampoco sería un error al poder dedicar ese tiempo a cualquier otra labor sin duda más provechosa), y es que todo se resume en dos buenas actuaciones (que flojean en aquellos instantes más exigentes) sobre un frondoso telón de fondo a plena luz del día (oscurecido por el interior de un vehículo posteriormente); una correcta edición en la que los cortes abundan y una clásica grabación que muestra claramente lo que sucede sin demasiado criterio no son motivaciones suficientes para disfrutar de una especie de concierto local (que la excelente banda sonora sea más frecuente que los diálogos curiosamente se agradece pero no es lo pertinente) en el que el controlado desenfreno se contradice a sí mismo al igual que lo hacen los dos supervivientes de la trama al tratar de sobrevivir en un mundo al borde de su más dramática extinción sin descuidar aquellos detalles en los que nadie prestaría atención en dicha tesitura (como sería la higiene personal menos general, pues en uno de los asaltos domésticos que efectúan confiscan un par de cepillos de dientes en lugar de provisiones) por más que se trate de justificar todo ello mediante el alegato de haber dispuesto de una escasa suma dineraria como presupuesto, ya que una producción de zombies en la que la lucha contra los mismos (por muy defectuosa que sea) se reduce a la habitualidad más esporádica no puede considerarse celebrable si en lugar de ello no tiene lugar otra vertiente medianamente lograda (precisa y tristemente es lo que sucede).


Dos ex jugadores de béisbol (antigua afición de ambos que cobra especial relevancia en aquellos compases en los que un bate de dicho deporte se emplea como mero entretenimiento e incluso contundente arma de defensa, y es que de hecho el estudio de campo ante el desconocimiento previo revela que el título hace referencia a la colaboración entre el lanzador y el receptor del mismo y no a una pieza automovilística) que han entablado recientemente una amistad obligados por las circunstancias, Ben (Jeremy Gardner, irregular al cumplir portando un bandolera y en su interior un revólver cargado cual vaquero del viejo oeste pero no simulando soportar fuertes olores sin apenas inmutarse) y Mickey (Adam Cronheim, al igual que el anterior impreciso), emprenden un camino sin rumbo fijo a través de las zonas más típicamente rurales (paisajes de veras hipnóticos que engrandecen la naturaleza) de una desolada zona inglés refugiándose en los recovecos que presentan los caminos y la frondosidad de los bosques que les rodean para mantenerse al margen de los cuerpos tambaleantes (es decir, como se diría en el argot de The walking dead, los caminantes) que patrullan las antaño bulliciosas ciudades y hasta hace bien poco acogedores pueblos; para sobrevivir deben superar las marcadas diferencias de personalidades que albergan cada uno de ellos, chocando continuamente al adoptar un estilo de vida cada vez más salvaje el primero (el afán por subsistir pescando llega a ser repetitiva) y un rechazo de aceptación de la dura realidad del nuevo mundo que le hace añorar las comodidades que una vez dio por sentadas el segundo (algunos de sus pasatiempos son los de rascar billetes de lotería que nunca podría cobrar en caso de resultar premiados, escuchar música que recuerda a épocas mejores a través de unos llamativos auriculares y husmear entre la ropa interior de la mujer a la que amaba en su propio dormitorio).


El realismo de Ben (el pesimismo inunda su mente no sin motivaciones a tenor de lo que contemplar diariamente) y el romanticismo de Mickey (así denominan ellos mismos su comportamiento tildándolo de racional aun mostrando claras patologías sexuales como masturbarse al contemplar cómo una no muerta se frota contra la ventanilla al tratar de entrar al bólido en el que reposa éste) pasan a ser secundarios cuando interceptan una transmisión de radio emitida desde una aparentemente próspera comunidad protegida que envía cada cierto tiempo a una de sus integrantes, Annie (Alana O’Brien, incalificable al no aparecer físicamente más de dos minutos en pantalla reduciéndose su aportación a la sonoridad radiofónica), a investigar los alrededores; apelando al movimiento como única máxima en su forma de vida (exactamente igual que en la reciente Guerra mundial Z), los dos tratarán de tener un encuentro con la misteriosa representante de tan idílica agrupación de supervivientes para que les acepten en ella, pero descubrirán que las advertencias que recibían por parte de la misma acerca de no insistir en contactar con ellos al no ser bienvenidos no eran amenazadoras sino advertidoras (el desenlace es tan precipitado que tampoco se pueden extraer grandes conclusiones acerca del mismo, solamente que la raza humana ha sido, es y seguirá siendo la más peligrosa de la Tierra).


El director se amostró reacio desde un principio a afrontar retos que se le escaparan de sus posibilidades y, así, afirmó en unas declaraciones concedidas a un medio de comunicación que con The battery no pretendía más sumarse a la sinfín retahíla de metrajes (no por ello menos agradecibles) que se traducían instantáneamente en bocanadas de aire fresco (algo forzadas) de las que disponía en varias ocasiones cada temporada un subgénero que precisa de semejantes aportaciones para seguir causando el enorme furor que en los últimos años no ha hecho más que crecer sin cesar hasta situar la temática en un plano tan efectivo (y de hecho recurrido) como cualquier otra, con la gran diferencia de que las posibilidades que en ésta se pueden englobar abarcan un número considerablemente mayor al de prácticamente la totalidad del resto, y es que un pequeño matiz, un inapreciable cambio en el desarrollo de la historia consigue que las piezas cobren tintes completamente diferentes y por ende el resultado se perciba incomparable, desde la comicidad absoluta (sirva de ejemplo Zombies party) hasta la visceralidad total (véase 28 días después), pero el gran problema es que el presente filme no se englobaría en tal grupo sino en el de los más prescindibles, pues no contiene nada que pueda salvarla; la fuerte apuesta que muchos sectores están realizando en beneficio del cine de calidad llevado a cabo con pocos recursos (mal denominado de bajo coste, pues ello suele llevar al equívoco de creer con firmeza que la laboriosidad pueda ser mínima cuando es precisamente lo contrario al primar el carácter artesanal) encuentra su representante más irrisorio en ésta cinta, la cual merma de manera involuntaria la futura acogida de emergentes propuestas que gozan de especial importancia en los nuevos mercados del séptimo arte que se están proyectando el movimiento como una tendencia que abre circuitos y descubre talentos como es el caso de Jeremy Gardner (no por demostrar su validez sino por circunscribirse en esta novedosa ayuda), quien no solamente debuta como director sino que además se atreve a coprotagonizar la película (como ya hiciera en los trabajos The robert cake brett y The bags kay) y ejerce de productor, lo que vendría siendo una multitarea fácilmente resumible en una asunción insuperable de cargos que no fructifican lo más mínimo, pudiéndose catalogar su (arduo, evidentemente) cometido global de poco menos que deleznable.



Daniel Espinosa




The wolrd’s end

(Edgar Wright, 2013)


The world's end




Ficha técnica


Título original:
The world’s end
Año:
2013
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
109 min.
Género:
Comedia, Fantástico
Director:
Edgar Wright
Guión:
Edgar Wright y Simon Pegg
Reparto:
Simon Pegg, Nick Frost, Rosamund Pike, Martin Freeman, Eddie Marsan, David Bradley, Paddy Considine, Mark Heap, Thomas Law, Pierce Brosnan, Sophie Evans, Luke Bromley y Michael Smiley


Sinopsis


Un grupo de amigos quieren saldar cuentas pendientes con su pueblo natal, y es que cuando eran adolescentes participaron en una maratón bebiéndose hasta el agua de los floreros; ahora, veinte años después, se reúnen de nuevo en The World’s End para emborracharse, pero una invasión alienígena hará que el alcohol sea el mínimo de sus problemas.



Crítica


El fin del mundo (al menos tal y como lo anunciaban los mayas) no ha llegado todavía, pero hay otras cosas que si encuentran su término, como es el caso del movimiento creativo que Simon Pegg, Nick Frost y Edgar Wright iniciaron con la excepcional Shaun of the Dead (Zombies party), prosiguieron con la descafeinada Hot fuzz (Arma fatal) y ahora concluyen con The world’s end (Bienvenidos al fin del mundo), y es que el trío británico, confesados hasta la saciedad viejos amigos inseparables, completan de este modo su particular trilogía cinematográfica denominada por ellos mismos “Blood and ice cream trilogy” (las tres, que comparten director y dueto protagonista, están unidas por la sangre y la aparición de la marca de helados Cornetto en un momento u otro de la trama, siendo completamente diferentes pero compartiendo los personajes ciertas temáticas), la cual ha marcado, sin lugar posible a dudas, un antes y un después en el panorama del séptimo arte; mientras que el autor está ocupándose del rodaje de El hombre hormiga para satisfacer las expectativas depositadas en él por parte de la popular Marvel, el primero de los actores citados encabezará el reparto de la aparentemente gloriosa Hector and the search for happiness y el segundo actuará (e incluso se atreverá a bailar) en la comedia Cuban fury, no siendo ésta la primera vez que suman participaciones a sus ya dilatadas carreras por separado (Simon Pegg ejerció de miembro indispensable de Tom Cruise en la espectacular Misión imposible: Protocolo fantasma y Nick Frost encarnó a un desconfiado traficante de drogas en la imperdible Attack the block), por lo que se presume una despedida no definitiva pero al parecer duradera.


Era apropiado, pues, que su última película juntos (cuanto menos por ahora) se convirtiera en un inolvidable brindis (la expresión no podría estar mejor traída a colación), y vaya si lo es, pues el par de antiguos camaradas de un grupo que se reúne para ocuparse de llevar a cabo una nueva reunión entre todos los que antaño fueron inseparables compañeros de fechorías al que encarnan parece estar ideado (si en efecto no lo está) para atribuírsele a los peculiares intérpretes, habiéndose reunido ambos (en la vida real) con posterioridad en un hotel de Los Ángeles para conceder varias entrevistas y hablar de cine, de su amistad y de cerveza, aunque durante las entrevistas sólo bebieron agua con hielo (esto último puede considerarse una mera anécdota y, aun siéndolo, parece oportuno comentarlo a fin de resaltar la conexión de hermandad que comparten y que en no pocas ocasiones, por intereses obvios, ha sido cuestionada al no saber, o más bien querer, discernir el trabajo de la cotidianeidad); la conclusión a tan singular (auto)homenaje no podía cobrar tintes más épicos y desternillantes, y es que los escasos cuatro meses que fueron precisos para grabarla (para más señas de septiembre a diciembre del año pasado) se han empleado a las mil maravillas para magnificar el poderío de los escenarios en los que transcurre la acción (la mayor parte de la película se rodó en Letchworth Garden City en Inglaterra pero también se observan otros sitios como el rebautizado cine Broadway) y el director, negándose valientemente a adherirse estrictamente a una fórmula que tanto éxito le ha proporcionado, valerse de diálogos sagaces para componer una más que agradecible aventura de espíritu libre en la que abundan las ocurrencias (desprestigiar la validez del agua frente al alcohol afirmando que se trata de lluvia es genial) y las situaciones muy poco probables.


La noche del veintidós de junio de mil novecientos noventa pudo haber sido como cualquier otra pero terminó convirtiéndose en la mejor de sus vidas, en el que suponía su último día de escuela, para Oliver Chamberlain (Martin Freeman, quien deja la Edad Media de la recomendable primera entrega de la saga El Hobbit: Un viaje inesperado para reírse de sí mismo con elegancia), Peter Page (Eddie Marsan, posiblemente el más convincente de todos), Steven Prince (Paddy Considine, un tanto exagerado pero correcto), Andy Nightly (Nick Frost, cuyo tamaño es equiparable al don actoral que alberga) y Gary King (Simon Pegg, el carisma innato del que hace gala es su mejor arma, am
én de aparecer rejuvenecido), quienes se reunieron para participar en el maratón de bebidas “La milla dorada”, consistente en visitar doce pubs (el último de ellos “The world’s end”, evidente juego de palabras que se corresponde con un pronosticado fin del mundo) con un pinta en la mano dentro de la legendaria bienvenida de indulgencia alcohólica de Newton Haven (pueblo en el que residían con orgullo) mientras alternaban diversión, controversia, chicas, drama, tragos y mucha cerveza, tanta cuanto se deseara consumir, pero al llegar al quinto club de su recorrido se creyeron invencibles y decidieron comprar una refrescante (ese es el calificativo que se emplea en el filme para definir la sustancia) hierva a un desconocido al que llamaron reverendo verde, mención religiosa que propició que dieran por perdida la misión en su novena parada al presentar varios de ellos severos síntomas de embriaguez; los cinco aficionados a la espumosa se reúnen veinte años después cuando King, convertido ya en un hombre de cuarenta años que no conoce el significado de la palabra madurez y fuma compulsivamente desde la adolescencia (se deja entrever también otro grave problema de adicción en una aparente reunión de drogodependientes en la que está presente al inicio de la historia), decide volver retomar el evento convirtiéndolo en una ineludible meta personal, arrastrando de esta forma a su camaradas a su ciudad natal para, una vez más, seguirle a un olvido seguro tratando llegar a la taberna de fábula, el punto y final a tal ingesta.

A medida que tratan de conciliar el pasado (varios viajes memoriales a su juventud se suceden) y el presente (la oportuna puesta al día no es incidente pero sí necesaria a fin de comprender los cambios que han adoptado) se percatan de que la verdadera lucha no será por su banal reto sino por la de toda la humanidad, y es que una hostil invasión alienígena amenaza con hacerles olvidar su objetivo al antojárseles la bebida la menor de sus preocupaciones, emprendiendo una feroz batalla en la que los cinco unificarán destellos de lucidez (si bien es cierto que se producen muy de vez en cuando) en aras de evitar que la raza sucumba ante un atacante que se introduce en el cuerpo humano cual líquido acuoso (precisamente un intenso color azulado es el que les corroe y emiten los ojos de quienes han sido poseídos, una fuerte luz que deslumbra y al mismo tiempo fascina); dotados de poderes sobrehumanos, como si de muñecos articulados se tratasen la única forma de acabar (temporalmente) con ellos es extraerles (el término más indicado es éste al estar formados por piezas) las extremidades (lo cual se hace con relativa facilidad), y aunque sostienen con firmeza que no son robots al implicar esto la esclavitud (de hecho se definen como una potencial comunidad cuyo objetivo es el de ayudar a un ser superior), reemplazan y tornan a su imagen y semejanza a las personas fabricando mediante su ácido desoxirribonucleico (frecuentemente abreviado como adn) clones sin imperfecciones (un modo de reconocerlos es, por ende, buscar cicatrices conocidas) con el propósito de convertir a todo aquel que defienda la libertad (a pesar de la grandiosidad que se desprende de no pocas secuencias en las que los efectos especiales lucen magníficos, una interminable e infundada verborrea resolverá el percal, así que no conviene esperar un desenlace estelar sino uno algo fr
ío).

La espléndida dupla que dio vida a los dos desquiciantes supervivientes del divertido apocalipsis que proponía Shaun of the dead (no está de más volver a nombrar la producción al haber significado un salto a un estrellato medianamente importante para éstos) vuelve a aprovecharse de los tres elementos clave que tanto les han encumbrado (los amigos, la cerveza y los diálogos absurdos) para asumir el rol protagonista de la nueva oleada de ocurrentes situaciones irracionales que teóricamente podían disfrutarse a partir del diecinueve de julio del presente año en tierras españolas (supuestamente, pues el susodicho estreno previo en territorio estadounidense aproximadamente un mes antes sí se produjo pero la cinta aún no ha llegado en el que supone otro ejemplo de la indeseable demora que habitualmente azota productos de semejante índole, o más bien corte, pues el independentismo no parece causar furor en la industria al romper los cánones más rentables para las grandes compañías), un cúmulo de desvaríos en el que también prestará servicios Pierce Brosnan a modo de pequeñas apariciones (más concretamente dos, alejadas al máximo en la trama); The world’s end (aunque pudiera llevar a equívocos el título asignado a la cinta hace referencia a uno de los lugares en los cuales acontecen los desternillantes sucesos que la trama narra) no se distancia lo más mínimo de las directrices preestablecidas por el género en el que el propio Edgar Wright ha cultivado desde sus orígenes recogiendo asombrosos buenos resultados, aunque no por ello deja de ser atractiva e incluso indispensable (probablemente sea una de las citas más imperdibles para no pocos aficionados ya sea por el autor, su estilo o ambos), y es que el carisma de antaño de los actores se mantiene (la última ocasión en la que coincidieron, Paul, se tradujo en una parcial decepción) y el director innova (levemente) en algún aspecto narrativo sin limitarse a defender la errática creencia de que si algo funciona no tiene por qué modificarse, entendiendo a las mil maravillas que conviene no proponer una suma de repetitivas escenas recicladas y sí algunas originalidades por controvertidas que resulten (el aspecto de los antagonistas, cercanos a los de La invasión de los ultracuerpos en su tamaño estándar y a los de Ultimátum a la Tierra en el gigantesco no cuadran del todo pero se antojan cuanto menos curiosos y convincentes).



Daniel Espinosa




Willow Creek

(Bobcat Goldthwait, 2013)


Willow Creek




Ficha técnica


Título original:
Willow Creek
Año:
2013
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
78 min.
Género:
Drama, Terror
Director:
Bobcat Goldthwait
Guión:
Bobcat Goldthwait
Reparto:
Alexie Gilmore, Bruce Johnson, Bucky Sinister, Laura Montagna, Nita Rowley, Ranger Troy, Shaun White, Steven Streufert y Timmy Red


Sinopsis


Una pareja se adentra en los bosques de Willow Creek en busca de una fotografía que demuestre la existencia del mítico y singular Pies Grandes.



Crítica


Más metraje encontrado, nueva premisa, ése sería el sumamente escueto pero certero resumen de Willow Creek, la enésima producción que intenta justificar sus innumerables carencias asegurando tratarse de metraje encontrado siguiendo la estela de un título con el que guarda grandes similitudes (tanto por el título como por la manera de tratar la dispar pero relacionable acción), Wolf Creek (si bien aquella entusiasmaba y ésta despierta, en el mejor de los casos, indiferencia), lo cual resulta obvio que no es así (tampoco se observa el más mínimo énfasis narrativo por parte del responsable para convencer de ello) y, por ende, refugiarse en dicho argumento para no criticar duramente los muchos errores percibidos está de más, de hecho, volver a reincidir en aspectos negativos que muchas otras cintas han plasmado con anterioridad no debe sino ser reprochado directa y claramente con suma acidez; que God bless America (editada en el territorio patrio como Armados y cabreados) es una de las comedias más brutas del siglo es tan cierto como que esparcir publicidad por el suelo en plena calle es una estrategia infalible para que muchas personas sientan curiosidad y la recojan aceptándola mejor que si les fuera entregada en mano, una desprejuiciada revisión de American beauty examinando el sueño americano desde el punto de vista de un absoluto perdedor que decide cambiar las tornas a su favor firmada por Bobcat Goldthwait, quien para la presente ocasión ha elevado su ambición para abordar el formato del falso documental estructurando la historia en dos bloques formales, el primero más cómico y el segundo más obvio, ambos igualmente insatisfactorios al pretender (sin lograrlo) generar nerviosismo con planos fijos e indeseablemente prolongados (la secuencia de la tienda de campaña, que abarca casi un tercio de la duración total, es un suplicio).


Cómo no, el principal (de hecho único) reclamo en el que se basa el filme para despertar la curiosidad del público es centrar la intríngulis relatada en la célebre figura del Big Foot (la traducción española, Pies Grandes, impone mucho menos que la nomenclatura original), una criatura mitológica de aspecto simiesco que habitaría en los bosques de la región del noroeste del Pacífico (es decir, América del Norte) que, pese a no encontrarse restos físicos (cadáveres, huesos, piel, pelos, excrementos u otros rastros) de ningún ejemplar que no hayan sido identificados como de otro animal conocido, amén de varios rastros de huellas de pisadas (muchas de ellas claramente falsas o incluso desmentidas al poco de tiempo de anunciarse al hallarse los moldes con que se hicieron), alguna captura borrosa (cualquiera podría posar en la negrura de la noche y emplear las múltiples herramientas tecnológicas al alcance de un usuario medio para componer una imagen tétrica a la par que verosímil), una película de autenticidad muy cuestionada (por la red circula para quienes deseen visionarla) y múltiples observaciones de teóricos testigos (la mayoría han disfrutado de tan deseada vista por la noche y recalcan tanto un brillo rojizo ocular como el hecho de que se trate de machos solitarios), ha sido objeto de estudios oficiales (concretamente en mil novecientos cincuenta y ocho y, posteriormente, una investigación activa que se limitaba a aficionados que tomaron varios puntos de vista y elaboraron trabajos que iban de lo sensato a lo absurdo) y, en especial, de debates entre defensores y detractores; la comunidad científica sostiene que las pruebas existentes no son lo suficientemente convincentes y generalmente las consideran como el resultado de paganismos, tradiciones o identificaciones erróneas más que de un animal verdadero debido a la carencia de evidencias físicas, llegándose a afirmar que los estudios adicionales son una pérdida de tiempo pero que los partidarios de su coexistencia ven en ello una oportunidad única de filmar cualquier cosa relacionada con él y hacer negocio, no descartándose en cualquier caso que el ser que con tanta insistencia se quiere tildar de extraordinario no sea más que un descendiente del Gigantopithecus y, por ello, un signo más de la superioridad de la raza humana respecto a la del resto al dominar (o cuanto menos
así se afirma rotundamente) el planeta ésta.

La pareja de hecho de Jim Castle (Bryce Johnson, odiosamente inexpresivo), Kelly Monteleon (Alexie Gilmore, un tanto desmesurada en su sufrimiento), está decidida a que el sueño de él desde que tenía ocho años se cumpla y así, con motivo de su cumpleaños, emprenden un viaje hacia el bosque forestal de Bluff Creek, más concretamente al arroyo de Willow Creek, meca de la comunidad del Big Foot, para continuar con la grabación del reportaje datado de mil novecientos sesenta y seis de Roger Patterson y Robert Gimlin, la que se supone la única prueba fehaciente de la existencia de dicha criatura, plasmando en primera instancia el enorme lucro de los campesinos de la zona (restaurantes, hamburguesas, murales, carteles, calles, estatuas, moteles, librerías y canciones dan buena muestra de ello) y después indicios de pruebas de un ser tan perseguido como la respuesta a por qué todos los mecánicos, sin excepción, presentan las manos completamente negras incluso antes de iniciar su jornada laboral (se descarta aquí la casuística de que se trate de un individuo ajeno al linaje caucásico); a medida que avanza el día, y en gran medida por el poder de la sugestión que experimentan, la situación se vuelve más incómoda que las miradas (al principio desafiantes y al final cómplices, y es que el largo tiempo compartido en un espacio tan cerrado une posturas y suaviza caracteres) que intercambian los usuarios que esperan su turno para ser atendidos en una entidad bancaria (por citar un lugar frecuentemente concurrido e inevitablemente visitado), soliéndose originar microconversaciones para criticar el nulo cuidado recibido y la incompetencia de los trajeados trabajadores allí presentes tras sus impecables mostradores entre los miembros de ésta pequeña sociedad surgida del desespero que supone reunirse varios (sino decenas) desconocidos entre sí, de variopinta apariencia pero idéntico objetivo inmediato, hasta el momento de entrar por la puerta del establecimiento  y, en efecto, éstas últimas líneas (y de hecho gran parte del texto, cuyas múltiples comparativas se han introducido para amenizar la, cualquier otro caso, tediosa lectura) son ajenas al argumento, pero es que el mismo no da para más análisis.


Se pueden realizar filmes triunfantes con un presupuesto ínfimo, por todos es sabido (y así se ha demostrado) que una cantidad dineraria elevada no es sinónimo de calidad, pero éste no es el caso, pues aunque la idea de un mockumentary (el término es el empleado internacionalmente para referirse a la corriente ahorrativa que se ha citado párrafos atrás y que, habitualmente, conlleva un picardía propagandístico para que el espectador consienta sin pretenderlo ni tan siquiera percatarse ser engañado y acceder a algo que no puede ser admitido como real desde una configuración racional) sobre la todo poderosa bestia forestal de colosales proporciones por excelencia es cuanto menos llamativa, pero si lo que finalmente se presenta es humo la idea no tiene utilidad alguna, y el resultado de esta ecuación aquí es nefasto, no acompañando al terrorífico trasfondo ni el guión (urdido por el propio autor) ni el ritmo (pausado hasta desesperar), desperdiciándose un antecedente altamente atractivo; respecto al apartado interpretativo, todo el peso recae sobre sus dos protagonistas (el resto de personajes son puramente testimoniales), quienes se compenetran a las mil maravillas, pero negativamente, pareciendo mantener una feroz luchar por alzarse con el premio a la peor encarnación del año (por no sugerir de la década o, por qué no, de la historia del séptimo arte), él no transmitiendo emoción alguna y ella sobreactuando en exceso (puede que en su justa medida una pequeña demasía hubiese sido ideal, pero sobrepasarse como lo ha hecho empeora todavía más la pésima sensación creada), no ayudándoles nada la ínfima calidad del rodaje, propio de un principiante en la materia sin más aparato útil que un dispositivo móvil (aunque los de última generación superan con creces la eficacia mostrada en el filme).


Un reciente estudio llevado a cabo por expertos en la materia ha revelado que España es el primer país europeo en el consumo de cannabis y cocaína y, sin pretender incitar a ello ni mucho menos, no se podría considerar una disyuntiva inválida (de hecho prácticamente ninguna actividad lúdica, sindical o incluso nociva como la citada lo sería a excepción de casos tan evidentes como multiformatos de telerealidad y prácticas sectosas que colman de efímero orgullo pero oscurecen la conciencia dañando seriamente la cordura y la salud, mucho más que las aludidas sustancias ilegales de consumo cada vez más regular) ante propuestas de la ínfima calidad como la que la presente rezuma, urdidas por mentes de escaso imaginario y nulo sentido del espectáculo; treinta minutos de atrayentes indagaciones (en ellos se capta muy bien la esencia de una leyenda popular que, de tan difundida, se ha convertido en verdad subjetiva), dos de efímeras reflexiones personales (carentes de sentido), doce de extenuante excursionismo (a motor y a pie), veintidós de frustrante acampada (confesiones, proposiciones, rechazos, golpes, vocalizaciones, ruidos, angustias y sobresaltos se suceden sin lógica ni pausa) y, finalmente, doce de frenética acción cámara en mano (desenlace peor cuesta imaginar), esto y nada más es Willow Creek, trabajo minimalista donde los haya que resulta tan parcialmente práctico como indiscutiblemente innecesario, siendo ésta contribución de Bobcat Goldthwait al género de terror (si es que se puede llegar a aceptar que pertenezca a éste y no al familiar, pues el sopor está prácticamente asegurado y eso, para adormecer a los más pequeños, es un primor) un traslado a ningún lugar cuyo clímax se percibe abrupto y (muy) poco satisfactorio, un entretenimiento nulamente estremecedor (tanto como la interacción entre los intérpretes) solamente aconsejable a quienes no dispongan de nada mejor que desarrollar, sea cual fuere la alternativa.



Daniel Espinosa

 
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