Título original: Frankenstein’s army
Año: 2013
Nacionalidad: Alemania
Duración: 81 min.
Género: Acción, Ciencia ficción
Director: Richard Raaphorst
Guión: Aleksandar Radivojevic y Srdjan Spasojevic
Reparto: Karel Roden, Joshua Sasse, Robert Gwilym, Alexander Mercury, Luke Newberry, Hon Ping, Andrei Zayats, Mark Stevenson, Cristina Catalina, Jan Lukowicz, Zdenek Barinka, LindaBala y Valentine Berning
Sinopsis
En los compases finales de la Segunda Guerra Mundial, en un laboratorio secreto nazi se empezó a experimentar con el diario de un malvado doctor; los científicos utilizaron el trabajo de éste para reunir un ejército de soldados formados por partes cosidas de los camaradas caídos en una última táctica desesperada para evitar una inminente y definitiva derrota.
Crítica
El debut en el largometraje del alemán Richard Raaphorst (quién mejor para hacer una crítica tan constructiva como despiadada a las más populares atrocidades históricas que dicha nacionalidad protagonizó durante la guerra en la que la trama se ubica), en cuyo currículum curiosamente destaca su labor en el departamento de arte de diversos títulos de la extinta Fantastic Factory como la rompedora Rottweiler y la divertida Beyond Re-Animator aunque quizás el nombre sea más reconocido si se menciona el proyecto del que mucho se habló y nada se supo dos años atrás, Worst case scenario, en el que en el marco de la final del mundial de fútbol de mil novecientos setenta y cuatro entre la anfitriona (Alemania) y Holanda que estaba a punto de desembocar en un conflicto de escala internacional un par de jóvenes se daban de bruces tras dirigirse a las afueras de la ciudad en un burdo intento de huir de la locura que se había generado a raíz del mencionado evento deportivo con todo un regimiento de zombies dispuestos a iniciar la ofensiva, prometedor argumento que desgraciadamente nunca se llevó a cabo (según afirman fuentes cercanas al autor por problemas financieros); en cualquier caso ahora sí lo ha logrado y su personal (como así se ha encargado de afirmar el mismo) Frankenstein’s Army ha conseguido materializarse en un producto más que notable en el que robots, no muertos y diferentes subtemas sociales se combinan en el mejor reflejo de la desbordante y en cierta medida macabra imaginación que ya ha demostrado sobradamente el realizador en ocasiones anteriores (si bien es cierto que, como se señalaba al principio, nunca se había responsabilizado del rodaje, limitándose a participar en otras tareas).
Habiendo sido todo lo expuesto supuestamente grabado mediante una cámara súper ocho al más puro estilo material encontrado fortuitamente con posterioridad a su filmación (tan de moda en los últimos tiempos al no suponer grandes costes y sin embargo conllevar cuantiosas ganancias, estratosféricas en casos como los de la interminable saga Paranormal Activity), lo cierto es que el único punto negativo realmente alarmante se da en las continuas interrupciones de más que discutible necesidad, pudiéndose llegar a entender la razón de ser de algunos cortes para infundir realismo al tratarse de una serie de sucesos inconexos que destapan una terrorífica realidad pero otros en absoluto están justificados al omitirse a causa de ellos detalles de suma relevancia (o al menos eso parece cuando se deja de disfrutar de la, hasta ese instante, absorbente imagen); qué duda cabe que muchos vincularán la presente película con la infame Iron sky por la temática compartida de ambas, pero se antoja imprescindible aclarar que mientras que el contenido de aquella se circunscribía en una constante burla por todo lo que sucedía (con mínima aceptación y mucho descontrol) en ésta se establecen unos parámetros más racionales dentro del marco de la ciencia ficción, ensalzándose el sentido bélico (no por recrearse tiroteos y demás tipicidades conflictivas sino por sucederse las más clásicas técnicas tanto de defensa como de ataque) en una curiosa batalla entre despiadados alemanes y vengadores rusos que bien podría definirse como la versión más retorcida (y grata) de La guerra de los mundos.
Un batallón de la unión soviética (Joshua Sasse, Robert Gwilym, Alexander Mercury, Hon Ping, Andrei Zayats, Mark Stevenson y Luke Newberry, soberbios todos ellos, en especial el último al interiorizar el rol del más débil del grupo magníficamente) cuyo único propósito es el de erradicar la liberación fascista de la opresión (el comunismo es en primera instancia un arma efectivita pero en última una condenatoria condición) inicia la empresa de rescatar a los camaradas que han sido capturados días atrás cuando aconteció la temida invasión anunciada desde hacía mucho tiempo (es decir, la Segunda Guerra Mundial), una feroz lucha que parece tocar a su fin tras haber derrocado a cuantos ejércitos nazis se han enfrentado en su arduo camino (recogido por el graduado del instituto de cinematografía de Moscú que les acompaña a fin de documentarlo todo) desconociendo que todo obedece a una orden directa ultra secreta procedente del oficial superior (en efecto, los engaños y las traiciones facilitarán de este modo la resurrección de un mal que parece haber convivido con la raza humana desde siempre); los valerosos miembros, de todas las razas y religiones (lo cual apenas se aprovecha en banales discusiones en un par de escenas) e incluso condiciones, pues el amplio abanico de personalidades abarca desde el soldado al que todos toman por inútil hasta el capitán respetado profundamente por su dilatado historial de éxitos observan que, a medida que avanzan hacia el emplazamiento en el cual les han asegurado están retenidos sus compatriotas, espeluznantes seres mecanizados creados por el enemigo para defenderse con una ventaja considerable (decisivo factor que resulta más propio de un futuro todavía por llegar a día de hoy que de la época en la que se ambienta la película), y es que el excéntrico doctor Viktor (Karel Roden, pletórico en cada matiz que le toca asumir), conocido como Frankenstein (aquí radica la motivación del título), ha pensado desde que era pequeño que los hombres serían más fuertes si tuvieran más partes que miedos y, por ello, ha buscado soluciones en la sofisticación de la ingeniería hasta poder fabricar máquinas que ni siquiera necesitan comer para seguir con vida.
Situaciones claustrofóbicas a la par que simples, frenéticas persecuciones cuyas ortopédicas transiciones distan mucho de las deseables, opresoras atmósferas que no acaban de exprimirse al máximo, vestuarios válidos aunque minimalistas, mugrientas edificaciones que transmiten tanto terror como abandono, interrogatorios que operan sin contenido clasificado ni cometido definido, atisbos de crueldad animal que no se consuman para beneplácito de las sociedades defensoras, experimentos cerebrales en los que la combinación de dos mitades permite radicalizar el sentimiento patriótico del sujeto tornándolo híbrido, apoteósicos incidentes que propician rocambolescas muertes explícitamente impactantes, niños aparecidos de la nada que son sacrificados en aras de provocar más caos al ya existente, descargas eléctricas restauradoras de la vitalidad humana, abundante sangre cuya coloración invita a añadirla a cualquier pasta hervida e ingerirla como plato principal de una comida y oportunas despedidas en forma de recurrente confesión pretenciosa que provocan risas en lugar de lágrimas son solamente algunas de las propuestas que Richard Raaphorst recoge en un metraje en el que los aciertos se estropean mediante formalismos que, junto al precario apartado de maquillaje y los ridículos efectos digitales de los monstruos, hacen que no reluzca tanto como pudiera (o más bien debiera) y, por ende, es evidente que no recibirá el reconocimiento que mereciera aun siendo muy superior en todos los aspectos a decenas de filmes que semanalmente ven la luz inmerecidamente (al fin y al cabo la industria del cine es un negocio y salvo escasas excepciones el triunfo se debe más a la publicidad que a la calidad) las carteleras de los cines de todo país (incluso recóndito).
Por si la premisa no contuviera suficientes alicientes para dar una oportunidad a tan inhabitual propuesta cabe afirmar que a muchos espectadores la trama les recordará al desarrollo de un videojuego de aventuras con grandes dosis de singularidad (el mejor ejemplo radica en la primera incursión de los intrépidos militares en el imaginativo mundo de las alteraciones genéticas, teniendo lugar grandes destellos de originalidad basada en la formación de las mismas), y es que de hecho muchas de las secuencias destacadas pueden relacionarse directamente con clásicos como “Bioshock”, “Doom” y “Wolfenstein” al observarse pasillos y grutas prácticamente idénticos a los de éstos, algo que el propio autor se encarga de corroborar al haber declarado recientemente en una entrevista concedida que “los juegos en primera persona, por supuesto, son realmente interactivos, saben envolver a la gente que juega con ellos, y para dar a nuestro público una sensación de inmersión, de estar allí realmente, añadimos algunos elementos que equiparan la experiencia a la de un videojuego, pero esto es una película y lo realmente interesante para mí fue contextualizar dicho recurso en el sí de la misma para hacerla más íntima”; Frankenstein’s army es, en resumidas cuentas, una descomunal rareza fílmica que cuenta con excelentes ideas parcialmente logradas (las creaciones solamente se pueden tildar de fascinantes, en especial las que permutan brazos con taladros) e insuficientemente dinámicas (la palabra más adecuada para definir la sensación que resta al término del visionado es la de reiteración, indebida repetición tanto visual como argumental), posiblemente debido al escaso presupuesto con el que ha contado el voluntarioso equipo de producción, habiendo sido de buen seguro mejor en cuanto a conjunto de haber dispuesto de un mayor arsenal de medios, pues en no pocos compases parece tratarse de un trabajo realizado entre amigos para pasar el rato más que una cinta comercial (aunque sea en el ámbito doméstico como bien demuestra el estreno de manera limitada en el mercado estadounidense) aun añadiendo ello algo de encanto a la más que entretenida historia, artesana personalidad que sin duda debe alabarse y de poder ser premiarse abundantemente siempre.
Daniel Espinosa
Lesson of the evil
(Takashi Miike, 2012)
Ficha técnica
Título original: Aku no kyoten
Año: 2012
Nacionalidad: Japón
Duración: 126 min.
Género: Drama, Terror
Director: Takashi Miike
Guión: Takashi Miike
Reparto: Takayuki Yamada, Ruth Sundell, Daniel Genalo, Hideaki Ito, Fumi Nikaido, Howard Harris, Saki Takaoka, Shota Sometani, Yukito Nishii, Mitsuru Fukikoshi, Rio Kanno, Kaoru Fujiwara y Kento Hayashi
Sinopsis
Seiji Hasumi, un profesor muy querido por sus alumnos y de plena confianza para sus compañeros, que en realidad es un psicópata, nació sin la capacidad de empatizar con los demás; aun así todo va bien, en su vida personal y profesional, intentando pasar desapercibido y vivir una vida más o menos normal, así es hasta que empieza a ser intimidado...
Crítica
Toda propuesta de Takashi Miike posee su toque personal (con todo lo que ello lleva implícito, tanto para bien como para mal) y, aunque sus producciones a veces se puedan catalogar de bastante irregulares, casi siempre ofrecen al público lo que espera de ellas, un rebuscado hilo argumental y sorpresas varias (algunas de ellas sin tener cabida no motivaciones pero igualmente celebrables), no habiendo sucedido así en sus dos últimos trabajos, sendas incursiones en el clásico género de samuráis tituladas 13 asesinos (las luchas de espadas acaparaban toda la atención del espectador pero el pausado devenir de los acontecimientos lo distraía continuamente) y Hara-kiri: Muerte de un samurái (revisión casi idéntica de la obra maestra de Misaki Kobayashi sin el más mínimo encanto y con una prometida tridimensionalidad poco menos que denunciable), alejándose ambas de las coordenadas psicotrópicas (a fin de cuentas exigibles en correspondencia a la llamativa controversia de su particular estilo direccional) propias de su vertiente más desbocada, aquella que a su vez es la más ansiada por sus incondicionales (los cuales se cuentan por decenas de cientos de miles, pues el vanguardismo se premia con la siempre agradecible fidelidad del seguimiento); el pasado año fue prolífico para el japonés, pues dirigió tres películas que se estrenaron en las grandes pantallas de su país natal (entre las que se encuentra la que es objeto de la presente crítica) y un episodio para la serie de televisión “Q.P.” en el que adaptaba un manga de Takahashi Hiroshi (del cual ya había reconvertido las dos entregas de sus más famosas criaturas voladoras, Crows zero y Crows II), y es que el renombrado director nipón parece haberse aficionado a recoger lo que otros sembraron para darle una vuelta de tuerca y conformar un producto de fácil visionado y mejor disfrute, como es el caso de Lesson of the evil (la propia nomenclatura no deja la menor duda de cuál será la temática de la historia), la cual nació de la mente del novelista Kishi Yusuke (hecho singular al no soler éste involucrarse en tareas de guión) para posteriormente trasladarse a la perfección a un largometraje a modo de brutal thriller que remite a una de sus mejores obras, Audition, tanto por la estructura que presenta (claramente dividida, al igual que aquella, en dos partes) como por la planificación de algunas escenas (los recursos tal vez no sean los mismos pero el impacto de las mismas es directamente relacionable), lo cual se traduce (para beneplácito de todo aquel que deseaba volver a la pureza de tan inconfundible método narrativo), a pesar de contener alguna que otra rareza y varios momentos delirantes (conseguir escapar de un psicópata escondiéndose en la cornisa dejando la ventana abierta para facilitar la tarea persecutoria del sádico perseguidos y contrarrestar una acometida con una imponente escopeta con una pequeña navaja dan fe de ello), en el reflejo de su lado más despiadado y, por consiguiente, menos estrictamente comercial.
En la primera parte se narra de forma sosegada (que no lenta, pues no paran de suceder cosas) las relaciones entre los diversos miembros del lugar de aprendizaje mientras va desvelándose la verdadera personalidad que cada uno de ellos esconde bajo una máscara de cordialidad impuesta por las normas sociales al ceder ante la necesidad de escapar del caparazón que se han fabricado para dejar que los deseos más oscuros que albergan en su interior se materialice para, ya en la segunda mitad, arrollar con una portentosa fuerza visual que regala alrededor de una hora de violencia gráfica y orgía de sangre que no difícilmente se olvidará en tiempo (la ausencia de vísceras y mutilaciones en primer plano, lejos de antojarse un defecto, se perciben como toda una declaración de intenciones con el objetivo de poner en entredicho la necesidad de recurrir a tan explícitas escenas para conmocionar sobremanera); así, la eterna la cacería cuya espectacular realización sitúa a los asistentes como espectadores privilegiados en el epicentro de la fría y sádica matanza llevada a cabo por el supuesto ángel salvador sin la capacidad de intervenir para frenarla, y a pesar de que el producto final no es el idílico (algunas tramas, como la investigación policial, se inician a abandonan sin retomarlas ni mucho menos resolverlas) y puede resultar algo confusa en ciertos compases (las idas y venidas al pasado y el presente del protagonista se suceden sin previo aviso), está muy bien facturado, es entretenido y contiene un exquisito humor negro que brinda dos horas estupendas a los amantes de las experiencias extremas.
El entusiasta profesor de inglés Seiji Hasumi (Hideaki Ito, solamente es preciso escribir un adjetivo para definir su labor, pletórico) lucha incansablemente por erradicar la corriente que se ha difundido entre los estudiantes de copiar (entre las medidas que baraja se encuentra la de emplear señales de radio para interferir en el correcto funcionamiento de los móviles, dispositivos que utilizan con habitualidad al estar familiarizados con ellos hasta el punto de no tener que mirar la pantalla para valerse de ellos, bloqueándolos para dejarlos sin cobertura, inhibidores que muy perspicazmente oculta en el interior de los enchufes de las clases en las que imparte enseñanzas para controlarlos y a su vez incomunicarlos), ganándose el respeto de todos ellos al llevar a cabo métodos poco ortodoxos (de hecho ilegales) pero efectivos; atractivo (el hombre soñado por toda señora de mediana edad), simpático (las bromas no son su punto fuerte pero las utiliza con pertinencia) y agradable (la parsimonia que de su conducta se desprende genera tranquilidad), se va implicando cada vez más en los percales del instituto preocupándose tanto a nivel académico como personal de sus alumnos (tal es así que el cariño y la confianzahacia su persona es generalizado) en aras de solucionar todos sus problemas en una turbadora vivencia diaria repleta de miserias en forma de conductas lascivas, acoso escolar, relaciones homosexuales, vejaciones sexuales, redes clandestinas en las que se recogen acusaciones anónimas y, en definitiva, decenas de vidas tremendamente frustradas, un retrato de la sociedad japonesa que se esconde bajo una (muy) falsa apariencia de normalidad y tranquilidad.
En este contexto de congregación absoluta de las problemáticas educativas tristemente más comunes en la actualidad, y a raíz de comenzar a flirtear con una de sus alumnas (más concretamente con Reika, formidablemente encarnada por Fumi Nikaido), la verdadera personalidad de tan modélico profesional (la propia de un psicópata despiadado y cruel) aflorará para impartir una lección que nadie olvidará, y es que todo aquel que muestre síntomas de ser antisocial y/o pervertido (es decir, todo el mundo, incluido él mismo) será castigado como el todopoderoso desearía (así lo describe el mismo aunque, sin embargo, hacer que alguien prenda cual antorcha humana aprovechándose de su adicción a los cigarrillos al verse sorprendido por un cambio del líquido acuoso que contenían las botellas situadas delante de la casa para que los felinos no se acercasen por queroseno dista mucho de lo que se presume un acto divino); la fiesta de graduación se tornará así tan inolvidable como original (no lo es el hecho de que se considere la separación grupal como una alternativa preferente frente a la de permanecer juntos, decisión adoptada por posibles supervivientes en miles de cintas con destino igualmente catastrófico), y es que la incapacidad de empatizar con los demás por parte del asesino quedará patente en su frialdad a la hora de ejecutar a sus víctimas, nula compasión que hará inútil cualquier intento de súplica para encontrar el perdón, y es que la mera rutina de un asesino en serie es elevado hasta su máximo exponente al contener elementos de la mitología escandinava (y nórdica, pues según ésta última dos cuervos, simbolizando el pensamiento uno y la memoria el otro, vigilaban el mundo para remitirle posteriormente las novedades a Odín, vinculándose ambos con las principales características del mal en estado puro que en resumidas cuentas es, como podría ser cualquier otro, un monstruo tan depravado).
Estudiantes de secundaria con uniforme, un ser patológicamente enfermo que de pronto desatará toda la violencia que guardaba en su interior contra quienes cree deben ser ajusticiados por sus inasumibles conductas (la religión entra en juego en estos compases al justificar sus actos no en el placer que le produce consumar dicha venganza sino en la voluntad de Dios, quien le ordenó matar a todos los demonios sobre los que ejercía de tutor para salvar sus almas), mucho derramamiento de sangre y grandes dosis de drama (enturbiadas por unas interpretaciones que las hace confundir con comicidades) son los elementos principales de esta obra que ha sido definida, no sin justificación, como una especie de respuesta a Battle royale de Kinji Fukasaku con pinceladas de Confessions de Tetsuya Nakashima, y es que la serie de sucesivas visiones a modo de grotescas divagaciones que tiene el protagonista (y a la vez antagonista) a lo largo de la trama conjuga magníficamente con los metafóricamente significativos e ingeniosos juegos de palabras y con unas apoteósicas cámaras ralentizadas que magnifican el poderío visual (y la extrema dureza) de determinadas atrocidades vengativas; todos aquellos que tengan la oportunidad de disfrutar de Lesson of the evil deben hacerlo de forma obligada sin dilaciones ya sean seguidores del director o no, pues a los primeros no les defraudará lo más mínimo y a los segundos les resultará un acercamiento interesante al personal universo del prolífico y polémico autor, del cual querrán saber más en adelante y esperarán impacientes una prometida secuela (al menos esa es la lectura del “continuará” que sirve como antesala de los títulos finales, a los que acompañan una pegadiza melodía que desentona con la banda sonora escuchada hasta entonces en la que el estilo clásico primaba).
Daniel Espinosa
The green inferno
(Eli Roth, 2013)
Ficha técnica
Título original: The green inferno
Año: 2013
Nacionalidad: EEUU
Duración: 103 min.
Género: Drama, Suspense
Director: Eli Roth
Guión: Eli Roth y Guillermo Amoedo
Reparto: Lorenza Izzo, Ariel Levy, Richard Burgi, Sky Ferreira, Nicolás Martínez, Kirby Bliss, Aaron Burns, Magda Apanowicz y Matías López
Sinopsis
Tras sufrir un accidente aéreo sobre una jungla de América Central, un grupo de jóvenes son capturados por una tribu de indígenas que tienen intención de sacrificarlos para ofrecérselos a sus dioses ancestrales...
Crítica
Después de seis años sin dirigir un largometraje para la gran pantalla, el actor (maravilloso como bateador de nazis en Malditos Bastardos y ridículo como superviviente en Aftershock), productor (su implicación en la sensacional El último exorcismo se limitó al desembolso dinerario que dicho cargo implica), guionista (la retorcida Cabin fever le valió para darse a conocer) y director (suyas son las dos primeras entregas de la impactante saga Hostel) Eli Roth vuelve dispuesto a crear tanta controversia como furor con otra propuesta gore a la par que polémica, y es que partiendo de la evidencia que se ha ganado a pulso la mayor clasificación para su exhibición en territorio estadounidense no es menos cierto que lo recogido es brutalidad en estado puro; la misma vendría a ser la de obligación de acompañamiento adulto que conlleva la prohibición de la entrada a menores de dieciocho años en el español con la diferencia que allí sí se cumplen las normativas de restricción de acceso a las salas, y los motivos que han llevado a otorgársela son, entre muchos otros, elevado contenido de violencia aberrante, perturbadoras torturas, breves escenas de desnudos, alto contenido sexual, lenguaje malsonante y consumo de drogas, no siendo osado afirmar que se trata de unos de los títulos más salvajes del año destinado a un amplio aunque selecto sector del público (quienes no soporten semejantes hostilidades que eviten por completo visionarlo, pues de lo contrario tratarán de huir más deprisa que los protagonistas del percal en el que se ven envueltos).
Tras la enorme expectación generada (con un autor tan distanciado del resto como el norteamericano no podía ser de otro modo) el producto iba a ser (y de hecho así está siendo) analizado minuciosamente por parte de la crítica y los espectadores en aras de resaltar los aciertos y señalar los errores que éste contuviera, no siendo ningún misterio cuáles iban a ser, ya que si por algo se ha caracterizado es por ser fiel a sí mismo y respetar escrupulosamente (por imposible que parezca aplicar este término al responsable es el más adecuado) la fórmula que ha hecho de su carrera una tan merecidamente laureada como injustamente reprochada (salvo en casos muy particulares esa ha sido la tónica objetiva) y ésta no es precisamente la excepción que confirma la regla; aún así, con toda la previsibilidad que implica conocer cuál será el destino final que les depara a los personajes de la trama, ya sean libertinos turistas como en Hostel o desorientados accidentados como en ésta (inmediata comparativa a pesar de plasmarse circunstancias sumamente diferentes), la personalidad con la que dota a dicho devenir es tan particularmente interesante que uno no puede sino rendirse a la magia creada con sumo cuidado, desde la profunda extracción de todo lo que los paisajes proporcionan (reminiscencias a Apocalypto y Congo son inevitables) hasta la intensa intríngulis en la que se ven inmersos todos aquellos que van transitando por la pantalla por motivaciones e intenciones no tanto dispares como contrapuestas (el bien que ansían unos lo tratan de evitar a toda costa los otros para beneficio propio).
La virginal (en el sentido más amplio del término hasta que cierta mujer ahonda en su aparato reproductivo) e inocente Justine (Lorenza Izzo, descomunal su trabajo interpretativo aun suponiendo un verdadero reto al ser variopintos los matices que en cada momento debe otorgarle a su personaje), la hija de un máximo cargo de la ONU (Richard Burgi, poco presente pero tan imponente como en Hostel II), decide unirse a un grupo de defensores de los derechos humanos (más concretamente de las mujeres) en los países menos desarrollados que se propone impedir que una despiadada compañía de gas tan interesada en la riqueza del subsuelo del en otras circunstancias idílico emplazamiento que no dudará en hacer uso de la fuerza bruta de encontrarse con la más mínima oposición para consumar sus pretensiones extractoras extermine a un clan primitivo de ancestrales costumbres (las mismas serán claramente mostradas con posterioridad) en la misión humanitaria más trascendental efectuada hasta la fecha (con la correspondiente deseada difusión que la misma supondrá); tras ser seducida por el representante de tan honrada (al menos eso es lo que aparenta) entidad, Alejandro (Ariel Levy, grandioso su don para despertar el deseo de verlo morir), la joven decide embarcarse en el viaje más peligroso de su vida junto al resto de integrantes, experimentando primeramente en sus propias carnes el desespero (cuando es utilizada como moneda de cambio a fin de velar unos ideales todavía no asumidos) y segundamente la alegría del triunfo (salvan no solamente la raza objeto de la expedición sino también todo el bosque peruano que ya se creía perdido en virtud de la gran compañía invasora), y es que aunque la empresa se presumía quimérica al ser una lucha desigual (las poderosas armas de fuego de la milicia son contrarrestadas con amenazas de grabación y posterior difusión por la red) tan loable causa fructifica, pero cuando emprenden el vuelo de regreso los neoyorquinos sufren un accidente de avión (posiblemente la secuencia más absorbente, impactante así como destacada de todo el metraje) y caen en un rincón perdido de la jungla peruana, lugar en el que serán acechados por unos caníbales que pretenden sacrificarlos para honrar a su dios (se podría ser mucho más explícito y adjuntar más detalles pero ahí es donde reside el encanto del filme, en la serie de desastrosos acontecimientos que a raíz de tan indeseado encuentro sufren los, por decirlo de algún modo, el conjunto de provincianos).
En plena época de eternos retornos donde la evolución de los géneros parece transitar por la revisión y actualización de sus formas pretéritas pareciendo que ya no queda nada por exprimir del fantástico la fiebre reivindicadora de las películas de caníbales había pasado por alto hasta que el hombre que diera forma al concepto de “torture porn” ha decidido que deje de ser así, que ya era hora de que el espectador vuelva a sentir la añorada náusea que provocaron títulos como Caníbal feroz de Umberto Lanzi, de recuperar una determinada tradición de la violencia cinematográfica extremando aquello que se muestra en pantalla (la labor desempeñada por Greg Nicotero y su equipo en el apartado de efectos de maquillaje es excepcional) sin obviar la pulcritud de aspectos políticamente incorrectos (el propio desenlace deja patente la opinión del director de que si se pudiera comprender el canibalismo se resolvería el problema del hambre en el mundo, frase textualmente pronunciada por el mismo que no hace sino demostrar que la sociedad no parece importarle en exceso, pues de suceder lo que menciona la población no solo decrecería en picado sino que la convivencia se complicaría más si cabe); aunque la banda sonora bien merezca la pena plantearse adquirirla en formato físico (a excepción de la penosa versión latina de “Corre” del grupo musical Jesse y Joy todos y cada uno de los temas penetran profundamente merced a la contundencia con la que suenan y la pertinencia que guardan con las escenas en las que son introducidos), la visceralidad de algunos compases alcance cotas creídas imposibles (el menú culinario que se propone hace remover las tripas) y, en resumidas cuentas, la gratitud que despierta encontrarse con una cinta de semejante índole, el hecho de que sea argumentalmente inconsistente (se plasman secuencias de auténtico horror visual escasamente justificado) resta gran parte del mérito (y el divertimento) que podía (y debiera) haber contraído, traduciéndose todo más allá del exceso en nada menos que un intento de feroz sátira no a la civilización sino específicamente a aquellos que se consideran cívicos y al peligro de la sobreexplotación irracional, temas tremendamente trascendentales que son tratados de forma irrespetuosa sucediéndose un sinfín de burlas (escatológicas, machistas, políticas, religiosas... absolutamente de todo tipo), lo cual tampoco ayuda a mantener la tensión que, en determinados compases, es mayúscula.
Con The green inferno el autor ha logrado (al menos parcialmente) lo que pretendía, rendir un sentido tributo a sus títulos preferidos del género de los setenta (indudablemente el máximo exponente es Holocausto caníbal) sin mencionar en ninguna de las entrevistas que ha concedido el filme homónimo de Antonio Climat datado de mil novecientos ochenta y ochoen la que una expedición formada por cuatro amigos se adentraba en una recóndita zona de la selva amazónica para buscar a un profesor desaparecido que parece estar viviendo con una legendaria tribu de nativos custodiando un tesoro de incalculable valor, argumento un tanto distante al de la película presente pero sin duda directamente relacionable con ella, mas según ha ido explicando el mismo realizador a través de las redes sociales el rodaje se llevó a cabo en un remoto lugar del Amazonas en calamitosas condiciones sin electricidad ni agua corriente en aras de recrear de la manera más fiel posible la esencia de tales clásicos, lo cual se debe añadir al largo listado de esfuerzos por emular dichos clásicos; sea como fuere, y admirables implicaciones a parte (con el castigo interpretativo que éstas implican al no permitir actuar con la tranquilidad que un buen entorno proporciona), la acogida ha sido tan formidable (en especial por parte de la prensa especializada, llegando a sentenciar algunos medios que se trata de una obra de culto en toda regla) que la confirmación de manera oficial de una secuela no se ha hecho esperar (el productor de la presente, Nicolás López, es el mejor postulado para la probable segunda entrega), hecho cuanto menos curioso al no haber comprobado fehacientemente cómo los jueces supremos, los espectadores de a pie, la reciben, aunque no parece atrevido predecir un elevado porcentaje de críticas positivas frente a algunas (siempre las hay y en este caso con más motivos aún por las contrariedades citadas anteriormente) negativas, entrando en juego precisamente la subjetividad sustentada en los gustos personales de cada uno aunque, si a imparcialidad se refiere, lo cierto es que se esperaba bastante más (no tanto en cuanto a ferocidad como a coherencia narrativa) de tan prometedora propuesta aun sin llegar a defraudar enormemente al poder disfrutarse más que aceptablemente.