Título original: Hell baby
Año: 2013
Nacionalidad: EEUU
Duración: 89 min.
Género: Comedia, Terror
Director: Robert Garant y Thomas Lennon
Guión: Robert Garant y Thomas Lennon
Reparto: Leslie Bibb, Rob Corddry, Thomas Lennon, Keegan Key, Riki Lindhome, David Pasquesi, Rob Huebel, Michael Ian y Robert Garant
Sinopsis
Una pareja que se muda a la casa más embrujada de Nueva Orleans se ve obligada a llamar a los servicios del equipo de élite de exorcismos.
Crítica
Como regla general, el cerebro es eficiente y trata de trabajar lo justo sin malgastar recursos que puede distribuir en otras tareas, y es que en el mundo en el que el ser humano vive rodeado de estímulos perturbadores por doquier (tráfico, publicidad, vecinos escandalosos, obras... y de otros no tan evidentes pero que saturan los sentidos) categorizar es un proceso necesario que es de gran ayuda para no perder la cabeza, siendo la ventaja de todo ello que se consiguen agrupar conjuntos de impulsos en otros mayores con el inconveniente de que en ningún caso está libre de error apreciativo (aunque pueda sonar muy filosófico lo cierto es que lo expuesto se podría resumir en que uno ya desecha de forma innata aquello que percibe desechable y se centra en lo que le llama la atención por un motivo u otro); trasladando lo explicado anteriormente al territorio del cine en referencia a los tipos de género en los que se divide (que no dejan de ser meros estratos para simplificar y tener un criterio sólido a la hora de referenciar) apareció hace pocos años y en un contexto casi exclusivo el de las zomedias como resultado de una combinación de dos géneros muy distanciados, casi antagónicos dadas sus características y las emociones que tratan de suscitar, la comedia y el terror (suele tratarse del subgénero de los no muertos pero no tiene por qué ser así, como es el caso que ocupa), encontrándose en este filme, de nuevo, esta extraña mezcla de sobresaltos y algunos momentos (a priori) desternillantes.
Codirigida (así como coescrita) por Robert Garant y Thomas Lennon (reservándose ambos un papel secundario en la trama al ejercer de incorrectos siervos del señor), responsables de Reno 911 (según comentan los pocos que la han visionado una cinta aconsejable) y la algo más popular (aunque ello no implique nada bueno al poderse considerar poco menos que una bazofia) Noche en el museo, el no tan diferente como aparenta proyecto es un tanto atractivo por la apuesta a la que apela (los sustos dejan paso con premura a chascarrillos cómicos y algo de sangre sobre todo en los minutos finales) no convence en absoluto, y es que su plato principal, el humor, está destinado a un público tan concreto que se antoja insuficiente, mas el forzado de situaciones hasta pasarse de vuelta rozando lo absurdo (pero sin chispa) parodiando al mismo género que se simula representar no puede ser considerado correcto; el entretenimiento que se plasma es más del esperado pero la diversión no alcanza el nivel que pretendía y de hecho podía haber logrado, siendo del agrado exclusivamente de aquellos fans de trabajos anteriores de directores y actores, pues aunque cambia un poco la forma, el fondo es el mismo que en aquellas (esto no puede considerarse bueno al limitar más si cabe el abanico de público que quedará contentado, aunque tildarla de mala tampoco parece oportuno al asemejarse enormemente a cualquiera de las últimas entregas de la exitosa saga Scary movie, siendo considerablemente más flojas que sus predecesoras pero aun así recibiendo mayormente críticas positivas).
El matrimonio Watson, Jack (Rob Coddry, muy notable en su papel) y Vanessa (Leslie Bibb, preciosa y precisa excepto en ciertos dramatismos), acaba de mudarse al enorme hogar que han adquirido por apenas cincuenta mil dólares tras un intenso regateo, una ganga que ellos mismos (incomprensiblemente) tildan como la peor idea de sus vidas desde el primer instante, cosa que no se aleja apenas de la realidad a juzgar por los diversos pseudónimos por los que lo conocen los lugareños (algo muy sureño), siendo el más extendido el de “Maison de sag” (es decir, “La casa de la sangre”), y que resulta propicio por las experiencias que en su interior les aguardan, siendo la menos preocupante de ellas las intermitentes visitas del vecino de enfrente importunando cuando menos se lo esperan los nuevos propietarios F’resnel (Keegan Key, compagina buenas aportaciones con insufribles verborreas), quien les cuenta múltiples anécdotas; el estudiante de la Universidad de Tulane (superada la cuarentena de edad y sin laborío conocido esa es su dedicación diaria) y la terapista ocupacional (a pesar de haberse podido aprovechar la profesión no es nada relevante para el devenir de la historia) esperan su primer bebé (mellizos para ser más exactos), pero el último ultrasonido médico les revela que en el interior de la joven está creciendo algo muy impío que la posee de manera esporádica, por lo que se ven obligados a solicitar los servicios del Cardenal Vicente (David Pasquesi, sobrante pero por suerte apenas presente), reputado miembro del Vaticano que aprueba que dos sacerdotes reconvertidos en exorcistas de su total confianza (Robert Garant y Thomas Lennon, cargantes tanto el uno como el otro) viajen a la casa del matrimonio (fumando sin parar y portando gafas de sol incluso cuando el astro no incide sobre ellos) para investigar los extraños sucesos que allí están aconteciendo y sembrando el caos en el pueblo.
Intérpretes con escasa oportunidad de lucirse y nulo carisma (en cuanto a personajes otorgados se refiere), defensas que sostienen que se está más seguro en una casa donde han tenido lugar asesinatos porque todas las moradas son susceptibles a ello y este hecho resta probabilidad al haber sucedido ya (como queda demostrado la originalidad deja paso rápidamente a la mera divagación), tragos que en lugar de bebidas convencionales contienen aguarrás (el líquido será recurrido sin ton ni son en varios compases), avistamientos bocabajo de lúgubres sótanos (a nadie se le ocurriría inspeccionar un lugar desconocido así), felaciones realizadas por supuestos entes fantasmagóricos cuya flácida piel asquea (que en realidad se trate de una anciana demente es todo un insulto octogenario), lenguajes perrunos que no entienden de sentido común (ni tienen cabida), trajes de ciclista que marcan el contorno del miembro viril con claridad (la obsesión por lo obsceno no se limita ni mucho menos a ello), desesperantes policías parroquiales que aseguran abrazos de agradecimiento (puede sonar algo raro pero una escena plasma precisamente esto), diálogos faltos de atractivo alguno (introducidos por motivos desconocidos), insanos atracones de comida en los que no falta la mala educación (gases varios sirven de postre), irrespetuosas convocaciones espirituales con marihuana como sustancia inspiradora (más allá de la denunciable burla religiosa no se antoja necesaria la alusión constante al consumo de drogas), prescindibles escáneres de harpías (un cuervo procedente del infierno que presagia un mal augurio es enviado de este modo al presentar su piel evidentes marcas distintivas) y un sinfín de confabulaciones en las que, con todo ello, no se encuentra el anunciado recién nacido demoníaco del cartel promocional (sin duda el principal atractivo del filme) hasta los setenta y siete minutos de metraje, cuando da comienzo la sanguinolenta carnicería final (realmente apoteósico, cabe añadir), llamando hasta entonces únicamente la atención la participación de la compañía Darko Entertainment en el proyecto al traer reminiscencias al espléndido largometraje de culto Donnie Darko por la propia nomenclatura y el logotipo del inolvidable conejo que abanderaba el contenido simbólico.
El peor aspecto de Hell baby es el más indeseado al tratarse de una fallida película de humor (no hace reír en ni una sola de sus escenas) y pseudoterror (no da nada de miedo), desapareciendo ambos conceptos a los dos minutos dando paso a una vergüenza ajena al pensarque los autores hayan sido capaces de invertir tanto tiempo y talento (nadie duda que los mismos albergan materia prima para realizar trabajos brillantes pero desde luego para la ocasión lo han disimulado concienzudamente) en algo tan simple, vacío y delirantemente efímero, una especie de parodia de Rosemary en la que las ventosidades y los eructos se emplean sin necesidad sumando personajes inútiles en dos únicas localizaciones (apenas una casa abandonada y un bar sucio); ninguna secuencia funciona coherentemente con el resto (parecen independientes entre ellas como si de cortometrajes unidos sin un nexo en común se tratase), el hilo argumental es pobre y los actores, aunque seguramente hayan dado el máximo de sí mismos, no consiguen hacer nada bueno con un material tan decadente, y es que la película apenas funciona cuando discurre por el camino de lo absurdo y aun y así lo peor de todo es que el espectador tiene la sensación de que él mismo podría hacer mejores bromas que las que observa en la pantalla, por lo que lo más probable es que el filme sea considerado a su conclusión como una soberana pérdida de tiempo aunque no sería justa sentenciar que solamente es recomendable para ser proyectada a condenados del corredor de la muerte que deben sufrir una hora y media de tortura previa antes de ser electrocutados puesto que tampoco conviene exagerar porque cierto divertimento, aunque muy pasajero y aun más olvidable, proporciona.
Daniel Espinosa
Kiss of the damned (Xan Cassavetes, 2012)
Ficha técnica
Título original: Kiss of the damned
Año: 2012
Nacionalidad: EEUU
Duración: 92 min.
Género: Drama, Suspense
Director: Xan Cassavetes
Guión: Xan Cassavetes
Reparto: Jesaphine de la Baume, Roxane Mesquida, Milo Ventimiglia, Anna Mouglalis, Michael Raport, Riley Keough, Juan Acevedo y Jay Bran
Sinopsis
Djuna, una bella vampira que trata de resistirse al encanto de Paulo, de profesión guionista, finalmente sucumbe; cuando su hermana Mimi llega inesperadamente, peligrarán tanto su historia de amor como la comunidad vampira, la cual se verá amenazada por la extinción.
Crítica
Combinando momentos fascinantes con otros innecesarios que no aportan nada a la historia, Kiss of the damned presenta un diseño elegante que recuerda a las películas europeas de finales de los sesenta y principios de los setenta (incluso a la ya muy lejana época del destape español), sensación a la que también contribuyen de desigual forma las interpretaciones de los actores principales (a pesar de la gélida formalidad de Milo Ventimiglia y la escasa capacidad emotiva de Jesaphine de la Baume), resultando tan parcialmente entretenida como mayormente censurable (aunque los desnudos totales no se dan si acontecen varios parciales, y eso alarma cuantiosamente a no pocos espectadores), no confluyendo suficientes alicientes para recomendarla (ésta suele ser la conclusión última de toda crónica que se precie pero por qué no alterar la clásica estructura escritural para la ocasión a fin de advertir primeramente la sensación final); así, la californiana Xan Cassavetes (responsable del espléndido cortometraje datado del año dos mil Dust, el cual también escribía al igual que lo hace con esta producción) demuestra que no es preciso pertenecer al género masculino para adentrarse en el territorio de los placeres y, más insistentemente, en el de la poca cordura que la pasión provoca en aras de verse complacida, abrumadora responsabilidad que no termina de llegar a buen puerto debido a la cometida muestra que de los cuerpos se da, siendo menester centrarse en estos detalles al ser verdaderamente los que podrían haber alejado al filme de convencionalismos varios, desgraciadamente los mismos a los que de hecho recurre con asiduidad.
Djuna (Jesaphine de la Baume, seductora a la par que impasible), una vampira atormentada, conoce por casualidad (para ser más concretos mientras se dirige a su videoclub habitual con el propósito de devolver una cinta que alquiló varios días atrás) en una noche como otra cualquiera a Paolo (Milo Ventimiglia, poco carismático e insípido), surgiendo entre la traductora de poesía y literatura a diversos idiomas y el escritor en busca de tranquilidad para elaborar su nuevo guión alejado de distracciones varias una incomprensible atracción desde el primer instante aun negándose ella a entablar más que una amistad con él por motivos desconocidos (prontamente se darán a conocer, y vaya si tenían suficiente fuerza como para no querer intimar con hombre alguno si de veras lo aprecia), lo cual lejos de hacerle perder interés le origina una obsesión que empieza a mostrar en su énfasis por volverse a encontrar con tan misteriosa dama, mas cuando ésta trata de explicarle que no puede exponerse a la luz del sol, debe alimentarse de sangre humana y no palpita como es normal (es decir, las tres características de un vampiro) y no la cree se lo demuestra de la forma más clarificadora posible, convirtiéndose delante de él (uno de los compases más apasionantes de la producción al estar realizada con mucha delicadez); el acto es rápidamente correspondido con la cesión de su mortalidad para compartir la eternidad junto a ella sin importarle cuán demencia implique su nueva existencia, pero cuando comienza a conocer con todo tipo de detalles las reglas de la pequeña y extremadamente ligada comunidad a la que ahora pertenece el hambre se torna dolor, y es que las ventajas de no envejecer ni enfermar, poseer mayor agudeza ocular y sanarse casi de inmediato tras ser dañado no son suficientes para mantener su pasional romance al verse obligado a respetar dichas normas inflexiblemente (“los primeros cien años son insufribles, le comenta uno de los integrantes más longevos de su actual raza mientras se deleita con sangre sintética procedente del ejército), y es que los impedimentos son grandes (tenerse que conformar durante día con observar la sociedad que le rodea con prismáticos desde su sombría casa como un fenómeno de imposible reproducción en su persona) y la tentación mayúscula, incrementando éste último hasta límites insospechados con la llegada de Mimi (Roxane Mesquida, tremendamente cómplice del papel que encarna), la hermana de su amada cuya llegada para pasar una semana con ellos al precisar hospedaje complicará todavía más la relación al desconocer sus límites y no sopesar la desestabilización que sus actos pueden llegar a implicar.
Los efectos visuales (que no digitales, pues no los hay) distan mucho de lo que podrían considerarse decentes (sin ir más lejos la primera secuencia en la que un chorro se estampa contra un árbol se asemeja más a una salsa alimenticia que al propio líquido corporal por su color y textura), la recurrencia a filmes en blanco y negro para dotar de sentido a la trama es inservible, la primigenia historia de amor deriva en una especie de thriller que no traspasa el mero drama familiar con componentes cornales poco ortodoxos (besarse a través de una puerta entre abierta es más cómico que romántico), la elección de la banda sonora (mitas retrospectiva mitad electrónica) no ayuda a sumergirse en una narración ya de por sí mermada por la escasa convicción con la que ha sido elaborada y, especialmente, el intento de normalidad (y casi humanidad) que trata de plasmarse rigiéndose los integrantes por unas costumbres que de incívicas se antojan inconcebibles, hacen un sumatorio de desaciertos que encuentra su mayor exponente en el desenlace, tan precipitado como pésimo; a pesar de todo lo señalado, el filme contrae cierto encanto en el método elegido para ser desarrollado (ciertos escrúpulos como evitar a las vírgenes y que los encuentros irresponsables, como se denomina al acto sexual a lo largo del metraje, se puedan considerar bellos resultan cuanto menos llamativos), no obstante, podría haberse condensado todo lo realmente interesante en apenas veinte minutos y no prolongarse hasta ser un largometraje.
Toda situación que se plasma acaba desembocando, de algún u otro modo (en general de manera bastante explícita), en situaciones sexuales que suben algo más que la moral, pero no en la vertiente más artística del concepto sino en la más ardiente, aquella que calenturientos agradecerán y puritanos detestarán con sus respectivas razones igualmente válidas, y es que si hay algo que se extrae en claro es que las escenas subidas de tono abundan sin mesura ni aparente razón más allá de la mitológica vinculación que mantiene con la raza protagonista de la trama (el arte de seducir es el don por excelencia de quien presenta dos orificios ya sea en el cuello o en cualquier otra parte del cuerpo, pues otra de las incisiones que se muestran va encaminada a la no necesidad de optar por clásicas zonas, por decirlo de alguna manera, propensas a ser mordidas); el caso es que no se sabe con certeza cuando concluye el filme si se trata de un homenaje, una película en sí misma o un experimento, lo cual lastra considerablemente el producto que tiene momentos de auténtica apatía narrativa logrando compases de buen cine pero no mucho más, y es que la pedantería del conjunto es impropia de una directora con la clase de la que se trata (no hay que confundir atrevimiento con repulsión), propiciando que el público bostece intermitentemente al perder continuamente el hilo de lo que se le cuenta (a excepción de los devoradores de rarezas ávidos de crónicas).
Sensual y provocativa (como lo son las féminas que desfilan por la pantalla), Kiss os the damned se perfila como una de las mayores controversias del año en el sentido que cuando los títulos de crédito finales aparecen habrá causado la sensación de acabar de ver una obra maestra o por el contrario un descomunal bodrio no exento de fundamentalismos (de ahí que la nota más justa sea un cinco en una subjetiva escala del cero al diez), pero precisamente es ahí donde radica el principal encanto de la producción, en la disparidad total de pareceres que genera una vez concluye (mientras tanto podrá antojarse más o menos entretenida pero no será hasta haber finalizado por completo que la opinión se habrá formado consistentemente), no siendo en cualquier caso rebatible el hecho de que sea irregular, pues es tan evidente como que el agua de lluvia cae de arriba abajo; burlándose descaradamente del insípido amor adolescente al que se imploraba en la franquicia Crepúsculo, la cinta redefine a los chupasangres (en este caso europeos) como descerebrados y arrogantes dementes con problemas de adicción que se nutren de sangre humana de inocentes americanos, una crítica tan mordaz como cristalina que no será bien recibida por parte de los fans incondicionales de la mencionada saga pero aplaudirán los demás espectadores, quienes al menos podrán positivar con cierto regocijo tal arremetimiento (a falta de aciertos obvios buenas son las pequeñas acometidas contra producciones que han lastimado sobremanera un género tan ancestral y esporádicamente gratificante).
Daniel Espinosa
Only god forgives
(Nicolas Winding, 2013)
Ficha técnica
Título original: Only god forgives
Año: 2013
Nacionalidad: Francia
Duración: 87 min.
Género: Drama, Suspense
Director: Nicolas Winding
Guión: Nicolas Winding
Reparto: Ryan Gosling, Kristin Scott, Yayaying Rhatha, Tom Burke, Vithaya Pansringarm, Byron Gibson, Gordon Brown y Joe Cummings
Sinopsis
Julian, un joven que ha vivido durante diez años exiliado en Bangkok, dirige un club de boxeo tailandés como tapadera de su negocio de tráfico de drogas; todo se complica cuando su hermano Billy es asesinado, momento en el que su madre llega desde Londres para pedirle que acabe con la vida de los responsables de la muerte de su hijo mayor.
Crítica
En dos mil once se pudo disfrutar en una sala de cine (hecho que parecía impensable en un principio al intuirse que iba a ver la luz directamente en formato doméstico) de una de las películas de género negro más contundentes, viscerales y apasionantes en lustros, Drive, que automáticamente se convirtió para muchos en el Taxi Driver del siglo veintiuno encumbrando a la primera línea del panorama cinematográfico a su autor, quien recibió innumerables matrículas de honor entre la prensa e interminables ovaciones por parte del respetable en los festivales internacionales en los que fue proyectada con anterioridad a su estreno comercial, causando auténtico furor allá por donde pasó, un recurrido que no fue ni mucho menos reducido; el responsable de tan notorio éxito fue un danés llamado Nicolas Winding de apenas cuarenta y dos años de edad que ya había demostrado su capacidad para elaborar productos muy potentes e interesantes como la hipnótica Valhalla Rising y la trilogía de Pusher, por lo que era evidente que la expectación por su siguiente producción estaba por las nubes, máxime teniendo en cuenta que le acompañaban nuevamente Ryan Goslin como actor protagonista y Cliff Martínez como compositor musical), pues aunque pocos se hayan atrevido a aventurar una repetición de aquella fórmula que tan bien funcionó potenciada y mejorada sí esperaban cierto nivel de calidad, pero desgraciadamente Only god forgives se aproxima peligrosamente a la nada, una vacuidad, eso sí, maravillosamente fotografiada con una estética recargada y un ritmo desigual (a momentos de verdadero frenetismo le siguen otros de auténtico sopor) que transcurre entre neones y ensoñaciones transportando al espectador a una violenta y sangrienta historia de venganzas aunque el primer adjetivo haya sido exagerado por evidentes motivos de interés (prometer grandes dosis de crueldad siempre llama poderosamente la atención) y el segundo se consume mediante incesantes cortes (la mayoría de la acción sucede en un plano no observable para dar como resultado el rojizo del decorado).
Dos hermanos, Billy y Julian (Tom Burke y Ryan Gosling respectivamente, el primero contundente y el segundo excepcional), regentan un gimnasio de boxeo tailandés que les sirve de tapadera para su negocio de drogas llevando una vida completamente distinta, pues mientras que el primero se dedica a abusar de las mujeres tanto en el plano psicológico como en el físico el segundo se conforma con asistir asiduamente a un club de alterne para compensar en cierta medida la solitaria existencia que lleva desde que tuvo que dejar su norteamericana tierra natal tras asesinar a su padre (esto se explica con posterioridad pero conviene señalarlo en este punto a modo de oportuna señalización); una noche, el conflictivo de ellos sobrepasa sus límites y termina por arremeter atrozmente contra una joven prostituta (para concretar más una niña de catorce años de edad), tras lo cual el policía Chang (Vithaya Pansringarm, el cual interpreta inmaculadamente a un ángel vengador que no se exprime lo que debiera), que aplica métodos poco ortodoxos para impartir justicia, la venga dejando que el padre de ésta aplique la ley del talión, oportunidad que no desaprovecha el desconsolado hombre.
Cuando Crystal (Kristin Scott, maravillosa salvo en ciertos compases un tanto delicados en los que se la exige total dedicación), la madre de los dos traficantes que acude a Bangkok procedente de Londres con un propósito claro y directo, vindicar la muerte de su primogénito sentenciando a todo aquel que haya tenido que ver con el fatídico suceso, eso sí, ella no pretende mancharse las manos, pretende hacerlo mediante varias contrataciones y su poco apreciado hijo pequeño; será entonces cuando de comienzo una sangrienta venganza llena de rabia y traiciones sin posibilidad de redención para Julian (como bien demuestran los innumerables golpes que recibe mientras trata de consumar su empresa, doloroso proceso en el que se han invertido gran parte de los poco menos de cinco millones de dólares presupuestarios del metraje), engendrándose así una espiral de brutalidad sin límites (como bien se indicaba no es tal a pesar de alcanzar un grado de dureza considerable).
Es innegable que el señor Nicolas Winding es un generador de iconografías impactantes y memorables, pero la poesía, ya sea visual o lírica, desprovista de fondo no conduce a ningún sitio, además, cuando los intentos de dotar a la cinta de cierta carga metafórica para que cada uno interprete lo que desee se basan en absurdas paradojas del instinto humano lo único que se consigue es complicar aún más la vacuidad y demostrar que es tremendamente complejo realizar lo que logran determinados autores (David Lynch y Peter Greenaway serían los ejemplos más inmediatos por la popularidad de la que gozan aunque no los únicos), quedando por el contrario solamente una sucesión de secuencias de una violencia parcialmente atroz rodadas con mucho atino potenciadas con una banda sonora de auténtico lujo, lo que es obvio no cabe ponerlo en duda; resulta imposible llegar a conocer por qué los personajes se comportan de la manera que lo hacen y cuáles son sus motivaciones últimas, ya que apenas se esbozan sus personalidades, su pasado se escamotea y es difícil entrever las traumáticas experiencias que parecen arrastrar, privando por ende al que visiona la producción de todo lo esencial de un relato en pos de la estética que una vez más se muestra incapaz por sí sola de mantener a flote una historia repleta de lagunas que tan siquiera debieran haberse plasmado al no trascender.
A pesar de que todo el elenco actoral se deja llevar y confían plenamente en su director éste no sabe dónde se dirige (paradoja no redundante) y termina por brindar, en resumidas cuentas, un cúmulo de inexpresividad, solemnidad, exotismo y alienación difícil de digerir al no aprovechar debidamente las articulaciones de forma coherente (y es que de haber sido así el filme podría haberse equiparado fácilmente a la trilogía a punto de concluirse de Kill Bill e incluso converse en una nueva obra de culto de forma instantánea, pues elementos no le faltan para ello), y es que no se explica ni la omisión del desarrollo de una trama donde tiene cabida la venta de drogas, la prostitución infantil, el incesto, la envidia, el deseo, la violencia y la venganza pero claro, es mucho más difícil dar vida a un papel en blanco que llenar un encuadre; el ridículo (por insuficiente) argumento de Only god forgives recogido en la parte media de la presente crítica es desgraciadamente el guión entero a excepción de los escasos diálogos presentados (bien podrían omitirse y así por lo menos hubiera despertado cierta curiosidad dicha característica), un relato típico de género negro cuyo tema central es la venganza y la familia como en las grandes tragedias griegas aunque desaprovechado y descentrado por completo, primando el ansia por magnificar la imagen y desperdiciar la exquisita esencia que podría haber destilado una historia que si para algo sirve es para demostrar que el perdón solamente es opción para aquellas personas cercanas a la divinidad, pues la propia condición humana lleva aparejado el resarcimiento como recurso a toda injusticia.