Título original: Contracted
Año: 2013
Nacionalidad: EEUU
Duración: 80 min.
Género: Drama, Terror
Director: Eric England
Guión: Eric England
Reparto: Najarra Townsend, Simon Barret, Caroline Williams, Alice Donald, Katie Stegeman, Dave Holmes, Chris Candy y Charley Koontz
Sinopsis
Después de un encuentro sexual con un desconocido, Samantha experimenta síntomas extraños; el médico carece de respuestas claras y su madre, su pareja y sus amigos comienzan a preocuparse por ella.
Crítica
A medio camino entre el drama personal y el terror, Contrated muestra la evolución tanto física como psíquica de una protagonista bien válida para aceptarse como fiel reflejo de una generación que ansía más el desinhibido disfrute que el apreciado aprendizaje del saber, una idea posiblemente precaria en cuanto a novedad pero mayúscula en lo referente a la atracción que despierta que se presenta y concluye notablemente pero resulta tediosa en su formulación, y es que el deseable buen ritmo se limita al inicio y al desenlace con una introducción lenta en demasía que merma las posibles esperanzas depositadas en la propuesta, pese a que el resultado final merezca la pena ser visionado; el responsable de la meritoria Madison County dos años atrás y participante activo de la irregular antología sensitiva Chilling visions: 5 senses of fear esta misma temporada, Eric England, asume la doble vertiente de dirección y guión (la tónica habitual en estos casos es precisamente la que aquí se da, la de un conjunto insuficiente con destellos de gran talento) denotando un muy correcto progreso profesional al mejorar con creces la labor de sus anteriores incursiones cinematográficas, hasta el momento (como dictan los cánones), en exclusiva tras las cámaras, insistiendo en desmesura en la importancia de los preservativos (para nada es banal mencionarlo tempranamente).
Dos son los puntos positivos más inmediatamente destacables (de hecho están estrechamente ligados entre sí), una creíble en todo momento Najarra Townsend que logra de veras transmitir cada matiz del personaje principal al que da vida y el excelente maquillaje (obra de Kathryn Fernández) que plasma peregrinamente la transformación de la anterior a medida que avanza la trama, el resto de apartados reafirman que la cinta no es aconsejable para todo el mundo, ni siquiera para la comunidad de fans del cine de terror en su totalidad, pero se eleva (leve pero muy plausiblemente) por encima de la media de calidad de este tan castigado por aberraciones varias género; es de aplaudir el esfuerzo asumido por el realizador por construir, con lo que a la vista está que han sido modestos recursos económicos, una alegoría sobre muchos de los males de la sociedad actual, tales como el egocentrismo, la superficialidad, el consumismo (que se ha extendido a las relaciones personales), la dependencia de la mirada ajena para erigir la propia autoestima y lo vulnerables que las personas se han hecho al rechazo y a la falta de lazos interpersonales sólidos, un cúmulo de existenciales asuntos que, más allá de los diversos reproches que se puedan verter sobre la película, son de agradecer al ser conceptos diferenciadores.
La cultivadora de exóticas flores azuladas (el símil entre éstas y la paulatina permuta que experimentará la propulsora es tan intencional como formidable) con las que labrarse una reputación y sueldo envidiables Samantha (Najarra Townsend, versátil y convincente como pocos intérpretes) acude a una fiesta con el propósito de desconectar con la dependencia tóxica que siente respecto a su actual pareja (recientemente se ha declarado homosexual, lo cual desentona bastante con los incesantes e irrespetuosos comentarios feministas y las múltiples alusiones religiosas defensoras de la pureza virginal), para lo cual no la basta con alcoholizarse sino que también mantiene un contacto íntimo parcialmente no deseado (cuando está sucediendo trata de interrumpirlo a toda costa) con Brett Jaffe (Simon Barret, cuya borrosa presencia es tan relevante como la de la anterior) en el coche de éste, un peligroso pedófilo buscado policialmente (las noticias de las jornadas siguientes así lo anuncian) del que solo se desvela que trabaja en un depósito de cadáveres (es la primera escena que se observa); el presumiblemente (no se aclara si es así) paciente cero de una misteriosa epidemia provoca que la chica padezca sucesiva (para ser más concretos la narración abarca tres días debidamente señalados e identificables) y crecientemente un cambio radical tanto interior como exteriormente a medida que afloran en ella preocupantes síntomas, dejando de ser la persona afable, positiva y comunicativa que era para convertirse en un auténtico monstruo, alcanzando el desconcierto su punto más álgido cuando el médico al que acude para tratar de paliar su percal la asegura que el único remedio es no permanecer en contacto con nadie, ante lo cual decide recurrir a las drogas duras como método curativo conocido (cabe señalar que era drogadicta), pero los males que sufre no hacen sino incrementar sus lastimosos e insufribles efectos sobre ella...
La pequeña fábula, con fuertes componentes simbólicos (el desconocido que infecta a la joven nunca es mostrado claramente y la virulenta inoculación que sufre la misma es tan plástica en sus manifestaciones somáticas como expresamente alusiva al sida), ofrece varios subgéneros en uno, entre ellos el pavor médico sobre misteriosos contagios sin aparente cura, el horror tipo gore (con gusanos vaginales, piezas dentales sueltas, latidos cardíacos inusualmente lentos, pérdida repentina del cabello, conjuntivitis aguda, uñas apenas sujetas a los dedos y demás tópicos siempre impactantes) y, en lo más profundo, la aprensión siempre latente en todos de perder la vida, la cordura y todo lo que da sentido a la existencia misma, pero también a sentirse incomprendido, a que nadie vea ni quiera ver lo que está a ojos vistas; no hay peor ciego que el que no quiere ver y aquí la pobre desgraciada sobre la cual gira la sintomatología plasmada (el origen de tan indeseable contaminación se desdibuja constantemente) se muestra pertinaz en negar lo evidente, una buena personificación de los defectos y fallos que cualquiera puede tener en una cultura que da más importancia a una apariencia pulcra, aséptica y triunfante sobre cualquier tipo de adversidad que a la honestidad de quien reconoce que no se encuentra bien y que necesita ayuda, donde la autosuficiencia y el eterno optimismo priman (en este sentido no es casualidad que se haya elegido la ciudad de Los Ángeles como escenario de la historia al tratarse del lugar icónico por excelencia de la belleza exigida, la frivolidad encubierta y la diversión a toda costa).
Errando desde la propia sinopsis oficial determinados detalles (el supuesto encuentro sexual no es tal sino una violación en toda regla, pues la chica está drogada y además se reitera varias veces durante el acto en su negativa de practicarlo), el progreso del metraje se antoja bastante poco coherente a partir de la exposición del problema (sobre todo cierto estrangulamiento sin el visible empleo de fuerza alguna, delictivo y patético a partes iguales como el repentino frenesí caníbal que sucede a tan atroz acto), sucediéndose comportamientos poco menos que absurdos que no reflejan las motivaciones de quienes los adoptan y no destinando el suficiente tiempo a las circunstancias primordiales que desencadenan otros conflictos (teniendo en cuenta que se trata de una producción extremadamente corta no hubiera estado de más invertir algunos minutos más en ello), amén de no recogerse la truculencia que se prometía en el avance y el cartel promocionales; a pesar de todo, Contracted se traduce en un buen intento (aunque no del todo certero) de proporcionar al ya curtido espectador una mirada distinta a la transición de persona a no muerto con un presupuesto limitado, caras poco conocidas y un objetivo simple pero bien desarrollado, un filme para entretenerse en una noche fría sin grandes pretensiones (no conviene pedir más de lo que puede dar) que, aun dejando la sensación de no resolverse como es debido (en especial la cabida que tienen ciertos secundarios y la moción por la cual han sido introducidos en una historia falta de carisma, por no mencionar la vengativa resolución que convierte las entregas de Kill Bill en una inocente broma), sirve para sumar otra metáfora (en esta ocasión la de las enfermedades de transmisión carnal) a una lista que cada vez es más extensa y que hace temer que, por una razón u otra, el tan temido holocausto zombie seguro que acontecerá...
Daniel Espinosa
The number 23 (Joel Schumacher, 2007)
Ficha técnica
Título original: The number 23 Año: 2007 Nacionalidad: EEUU Duración: 95 min. Género: Ciencia ficción, Suspense Director: Joel Schumacher Guión: Fernley Phillips Reparto: Jim Carrey, Virginia Madsen, Logan Lerman, Danny Huston, Lynn Col, Rhona Mitra, Michelle Arthur, Mark Pellegrino y Paul Butcher
Sinopsis
Un hombre vive obsesionado con un libro que parece describir detalles de su vida íntima, empieza a sentirse amenazado y se vuelve paranoico debido a un número que se repite sin parar una y otra vez...
Valoración
Lo mejor: la reducción de todo al número que da título a la película está muy lograda (artimañas aparte), consiguiendo que uno dude realmente si alberga la verdad absoluta (porque, de hecho, hasta la nota atribuida no es más que el resultado de multiplicar dos por tres, dígitos que unidos se tornan precisamente dicha cantidad); la fábula que le cuenta el detective a la joven suicida para tratar de evitar que se quite la vida, tan simple como concienciadora de hasta qué punto las creencias pueden trastornar la percepción del ser humano; la presentación de los personajes novelísticos es fascinante pese a que, a la postre, se desdibujan tanto que se perciben poco menos que caricaturescos de un libro cuya procedencia es tan dudosa como la consistencia misma.
Lo peor: la temeraria facilidad con la que el autor resuelve muchas de las cuestiones planteadas da que pensar, llegándose a la conclusión de que tal vez sea mejor concebir la obra como mero entretenimiento comercial y no como majestuosa paranoia racional; la labor de Jim Carrey en una faceta (casi) desconocida es muy intermitente, sucediéndose impases soberbiamente interpretados y otros burdamente sobreactuados, afirmándolo alguien que se considera (y demuestra) acérrimo admirador del actor; la escasa repercusión de un metraje cuanto menos curioso (qué duda cabe que es muy diferente al resto) y la consiguiente indigente fama que ha alcanzado en el mundo del celuloide a pesar de contener una apasionante intrahistoria que, como ya se ha indicado en varios momentos a lo largo de la presente crónica, peca de pretenciosa al valerse de actos supuestamente altruistas que, sin embargo, están más premeditados que el desarrollo.
Daniel Espinosa
The philosophers
(John Huddles, 2013)
Ficha técnica
Título original: The philosophers
Año: 2013
Nacionalidad: EEUU
Duración: 102 min.
Género: Ciencia ficción, Drama
Director: John Huddles
Guión: John Huddles
Reparto: George Blagden, Katie Findlay, Bonnie Wright, Maia Mitchell, Sophie Lowe, Daryl Sabara, Erin Moriarty, Hope Olaide y James Darcy
Sinopsis
En Yakarta, un grupo de estudiantes extranjeros se despide de su profesor de filosofía, que los somete a un último test; en pleno apocalipsis nuclear, solamente diez de los veinte alumnos pueden salvarse...
Crítica
John Huddles es un director y guionista (ambas facetas son inseparables en su figura hasta ahora) de escasa trayectoria cinematográfica, pues apenas disponía hasta la fecha de dos títulos en su filmografía, ambos realizados en los años noventa, Far harbor y At sachem farm, sendos dramas ambientados en el entorno rural estadounidense que siguen los pasos de un joven que tras abandonar su sueño de triunfar en el mundo de la música se sumerge en una serie de negocios decepcionantes que le apartaron de su verdadera pasión, tal y como ha reconocido el propio autor en numerosas ocasiones; la escasa fortuna (o tal vez las crueles aunque fundamentadas críticas vertidas hacia dichas producciones) que obtuvo con estas obras parece que le llevó a abandonar temporalmente el cine, pues en los últimos quince años su carrera muestra un vacío total, hasta el pasado dos mil trece, año en el que regresó con un trabajo de ciencia ficción que ya deja entrever (de hecho claramente) de qué tratará desde su propio título, The philosophers, ubicándose el mismo dentro de las convenciones del citado género aun fundiéndose éste con elementos del thriller con una fotografía impecable pero una recreación visual poco creíble y nada atractiva al no ofrecer un aspecto razonable para nada (cabe destacar que todo se desarrolla en un aula pese a que la simulación virtual es constante en las distintas tesituras presentadas), y es que tratar de emular a Christopher Nolan sin fundamentaciones no es nada sencillo.
El profesor de filosofía de una escuela internacional de Yakarta, Eric Zinit (James darcy, irremediablemente mediocre interpretación la suya), está decidido a poner en práctica su particular teoría de la supervivencia según la cual la inteligencia es la determinante del éxito y no la adaptación medio (de hecho es la recurrida expresión “vivir o morir” la lógica que defiende) para hacer que sus alumnos trasciendan y puedan ver la verdad de las cosas al explorar la imaginación misma (las tesis centradas en las probabilidades matemáticas y paradojas varias urdidas por célebres personalidades que se mencionan durante los primeros minutos es uno de los pocos detalles salvables del metraje) con credenciales para entender las exigencias que imperan en la sociedad del siglo veintiuno, una propuesta alejada del clásico ejercicio de fin de grado en el que creer lo que se siente en vez de lo que es como comúnmente suele suceder no es una opción válida; el experimento, aceptado por los veinte estudiantes (muy correctos en general y excelentes tanto en el caso de la actriz británica Bonnie Wright, conocida por su participación en la saga de Harry Potter, como en el del compatriota de ésta James D’Arcy, flamante antagonista de The purge) por llevar aparejado el suculento incentivo de la otorgación de la máxima calificación de la asignatura, consiste en enfrentarse a la difícil tesitura de elegir qué diez personas (el meticuloso diseño de la estructura no permite otra capacidad) deben ocupar el único lugar seguro que existe frente a la supuestamente anunciada explosión desencadenante de un fatídico apocalipsis atómico (el cual acontecerá exactamente en doce meses, trescientos sesenta y cinco días de interminable sufrimiento para los protagonistas y desgraciadamente también para los espectadores ateniendo al desesperante ritmo con el que transcurren), un bunker que supone un refugio necesario y exclusivo a la inminente radioactividad al estar equipado con toda clase de sofisticados recursos para ello.
Pese al atractivo inicial de la invitación, el deber de dividirse entre imprescindibles y descartables hará que los recelos previamente existentes entre ellos afloren mientras el instinto irracional determina quiénes ocupan las plazas disponibles, una rivalidad originada por el azar (o cuanto menos eso es lo que asegura en un principio el tutor), pues la elección ciega de una tarjeta es la que establece preliminarmente el rol a desempeñar (carpintero, astronauta, químico, electricista, vinícola, mayordomo, diseñador, heladero, zoólogo, psicoterapeuta, soldado, senador, poeta, granjero orgánico, ingeniero civil, cirujano ortopédico, agente de bienes, cantante de ópera, manager de banco, etcétera, con las correspondientes habilidades a defender como esenciales), un azar que evidencia la complejidad de un desafío (dividido en tres etapas de aproximadamente media hora cada una) ya de por sí confuso; bajo la influencia de la amenazadora nube tóxica venidera, el apremio del poco tiempo que la llegada de ésta brinda y la obligación de preservar la existencia de la raza humana después de la misma, la veintena de participantes (a pesar de la desesperación que padecen ninguno pierde un ápice de su inmaculado aspecto físico) deberán encontrar su propio destino al tiempo que definen cuáles son sus prioridades, aquellas necesidades imperiosas (los conceptos de evolución y procreación están curiosa y equívocamente unidos) que les permitan disfrutar del futuro del pasado (suena algo paradójico pero tras la proyección se entenderá semejante extravagancia expresiva) mientras mantienen un debate acerca de los límites de la moralidad, la cual obviarán en más de una ocasión para desmitificar el sinsentido de toda deliberación exigida.
La película se estrenó en el Festival de Berlín 2013 con el objetivo de conseguir distribución (oficialmente todavía no ha logrado tal empresa) bajo la particularidad, como explicó el responsable en una entrevista concedida al diario local The jakarta globe, de recurrir a la multiculturalidad como uno de los asuntos principales a tratar, siendo el mensaje oculto tras la misión de que la humanidad subsista tras un holocausto nuclear mediante la enorme capacidad de superación que el ser humano alberga, pero es que las comparaciones siempre son odiosas y si se tratan de clásicos como Battle royale todavía más, y es que aun siendo muy difícil (por no decir imposible) trazar una delgada línea de premisas entre la de The philosophers y aquella obviando el inmaculado apartado macabro de la obra de culto de Kinji Fukasaku inspirada en la novela escrita por el también nipón Koushun Takami al compartir la intríngulis conflictiva de la supervivencia del más fuerte en detrimento de otros más débiles, haciendo especial hincapié la presente en las relaciones interpersonales, algo se aproxima más al desorden presencial que a la locuacidad mental al desfilar por la pantalla un gran número de personajes sin otro propósito que el de incidir constantemente en el hecho de que cualquiera puede convertirse en el mal denominado alfa macho de la manada, aquel líder al que el resto sigue sin cuestionarle lo más mínimo sus imposiciones; a pesar de tratarse de una premisa sumamente atrayente, lo cierto es que los derroteros son totalmente diferentes a los anunciados, y lo que parece ser en un inicio un drama de dimensiones épicas teñido de convicciones científicamente poco demostrables termina convirtiéndose en una tediosa lucha en la que los instintos más primarios priman sobre las conductas apaciguadoras, un válido resumen de lo que la cinta alberga que suena mucho mejor de la sensación que resta una vez finalizada el correspondiente visionado del metraje al no distanciarse apenas (por no sentenciar absolutamente nada) de convencionalismos varios aun tratando de simular lo contrario mediante el empleo de dudas existenciales, dedicando cerca de sesenta minutos a abanderar la igualdad ante la división de clases para resultar finalmente que los jóvenes adinerados no solamente son astutos sino que además aprenden a adaptar sus pensamientos asestando un (supuestamente) golpe mortal a la capacidad reflexiva de su mentor, pero lo hacen cayendo en el mismo pecado que él, alimentando en el fondo la disparidad y la desemejanza envolviendo ambos conceptos en una hipócrita manta de comunismo místico que, por mucho que sea más vanguardista y moderna que pueda considerarse, se rige parecidamente.
La película plantea preguntas pero no las responde, siendo lo insuficientemente inteligente (o parece serlo, que también hubiese tenido mérito) como para dejar el espacio necesario al espectador y que éste mismo forme su opinión, es más, lejos de poder barajar que estas cuestiones de suposiciones extremas hagan cambiar la perspectiva que algunos tenían de sí mismo lo que se consigue es aburrir supremamente al resultar un ingrato ejercicio de paranoia argumental con tintes de simple conflicto amoroso en el que la única positividad radica en la evidencia de que cualquier postura, por más ridícula que se antoje, puede ser defendible, demostrando asimismo que el arte del tercer acto no es dominado por todos los profesionales del medio, ofreciendo el director al raíz del mismo una resolución alejada de cualquier previsión tolerable; en este caso, la imprevisibilidad no juega a favor del producto, porque lo que al principio es un deductivo juego pensador después se convierte en un cuento honorable en el que únicamente los adolescentes tienen voz y voto, alegoría del buen ambiente timorato y sin fronteras que aburre hasta la saciedad, pues hasta entonces se trataba de situar al respetable al borde del límite decoroso, desnudo ante la falta de soluciones y esa innecesaria clase, y más tarde se produce un impacto categóricamente inconcebible con una lección tan involuntaria como aborrecible de pura demagogia tan siquiera fundamentada sino poco menos que denunciable debido al modo con la que se plasma en la pantalla, con efímera elocuencia e insana imprudencia, algo totalmente inconcebible.