Título original: Apollo 18
Año: 2011
Nacionalidad: EEUU
Duración: 86 min.
Género: Ciencia ficción, Terror
Director: Gonzalo López Gallego
Guión: Brian Miller
Reparto: Warren Christie, Ryan Robbins, Ali Liebert y Lloyd Owen
Sinopsis
Una misión a la Luna llevada a cabo en el más estricto secreto produjo un encuentro alienígena inesperado, del que se tomaron imágenes por parte de los astronautas. Ese material será encontrado y expuesto, demostrando por qué la NASA no ha querido volver a la Luna...
Crítica
Rumorología varia ha envuelto desde siempre el tema del hombre y la Luna, una relación de amor-odio creída y renegada por igual; dejando de lado la más que cuestionable realidad de que el ser humano haya aterrizado en la Luna a través de la persona de Neil Amstrong el 21 de Julio de 1969 (acto denominado “conquistar”, cosa que no alcanzo a entender), Gonzalo López Gallego nos hace reflexionar sobre la existencia de otra vida, la temida extraterrestre, en un lugar tan remoto como extensamente desolado, del que no puedes huir y ni tan siquiera respirar (símil perfectamente traído en relación con la premeditada y lograda sensación de agobio que la cinta desprende en todo momento).
La historia (propia del mejor cine fantástico pero guardando demasiadas semejanzas en algunos compases con la mítica Alien) transcurre en el 1972, año en el que los Estados Unidos enviaron a tres astronautas a la Luna para analizarla, componiendo el equipo Benjamin Anderson (un muy creíble Warren Christie), Natahan Walker (un sobresaliente Lloyd Owen) y John Grey (Ryan Robbins), los dos primeros se encargarán de retransmitir en directo su alunizaje y estudios referentes al lugar al tercero, que permanecerá en órbita a la espera de que regresen con el material audiovisual solicitado por el Departamento de Defensa de la todopoderosa NASA; los primeros días transcurrirán con relativa normalidad, consiguiendo grandes aportes de interés al análisis a realizar, e incluso logrando recoger muestras, y precisamente son éstas (pequeñas rocas) las que causarán toda la serie de fatídicos hechos que sucederán posteriormente, cuando los dos astronautas hallen una nave soviética abandonada y el cuerpo (o lo que queda de él) del tripulante de la misma, pues no ha sido precisamente la gravedad (espacialmente hablando) la que ha terminado con su vida, sino que el responsable de ello es un ser mucho más inquietante, un (o unos) alienígena que no dudará en hacer todo lo posible por manipular, enfrentar e invadir.
Tras el éxito cosechado con El rey de la montaña, el director madrileño se ha embarcado en una historia de dimensiones épicas y popularmente intrigante en cuanto a temática (así como inusual); explicó tras el rodaje de la cinta que la realización de Apollo 18 en Estados Unidos había sido muy atropellada, en gran parte por la pública animadversión que produjo en los responsables de la NASA, que ante la posibilidad de que la gente creyera que el viaje a la Luna que narra el filme fuera verídico trató incansablemente de prohibir o cuanto menos censurar el mismo (puede que este curioso y poco frecuente suceso hiciera que la película generara más expectación e ingresos si cabe, aunque su acogida entre el público ha sido desigual, algo comprensible al tratarse de un metraje destinado a un sector muy concreto de espectadores pero disfrutable por todos).
Lejos de recrearse en el tema de la conspiración, lo que pretende el director es crear incomodidad y sumergirnos en un clima de misterio presidio por el poder hipnótico, paralizante y a la vez amenazador que genera el hecho de encontrarse en la más desolada de las superficies y mirar cara a cara la negrura e inmensidad del espacio; el milimétrico montaje de Patrick Lussier beneficia enormemente la sensación de peligro (erizando la piel y trastrocando los conductos neuronales en numerosas ocasiones) que padecen los astronautas, algo similar a lo que ocurrió con Moon (del ya consagrado Duncan Jones, el cual no recibió tan buenas críticas tras la decente pero muy primitiva a pesar de la rareza de la misma Código fuente) pero de una forma mucho más directa.
La experiencia norteamericana de Gonzalo López Gallego ha sido dura, porque ha visto cómo un sinfín de proyectos crecían y morían entre sus manos por razones ajenas a él y, finalmente, cuando un proyecto se ha materializado ha tenido que rodarlo en dieciocho días y montarlo en ocho, a lo que tampoco ayudó el ajustado presupuesto del que disponía; sin embargo, el resultado es espectacular y, tras la apariencia de un falso documental lunar, se encuentra una cinta de terror extremo que tiene la virtud de parecer realmente un documental montado a partir de las imágenes borrosas e imperfectamente grabadas por los propios astronautas en el interior de la claustrofóbica nave y el exterior de ésta; el director supo explotar este hecho y, durante su promoción en Estados Unidos, los productores jugaron la baza del despiste y aseguraron que la obra era real y que se había montado a partir de material que el Departamento de Defensa había ocultado hasta el momento (más tarde confesaría que el prolífico producto es pura ficción), algo que corrobora que la imaginación del director alcanza grandes niveles estratosféricos.
Daniel Espinosa
Hara-kiri: Death of a samurai
(Takashi Miike, 2011)
Hanshiro es un joven samurái que trata de acabar con su vida por el método del hara-kiri; para ello decide acudir a la residencia de un clan, en la cual el cabeza del grupo trata de convencerle para que no lo haga, narrándole la vida de Motome, un chico que llegó al mismo sitio con la misma intención y que resultará contraer una relación directa con él.
Crítica
Takashi Miike nos presenta una historia en la que el valor de los samuráis (y del ser humano al fin y al cabo) quedará en entre dicho, una trágica aventura en la que el dolor y la necesidad irán cogidas de la mano para presentar la más temida de las etapas de la vida, la muerte.
Hanshiro Tsugumo (muy buen trabajo el realizado por Ebizo Ichikawa, que solamente titubea en los momentos más emotivos) acude a una residencia perteneciente a un clan para que le practiquen el ritual de asesinato japonés, es decir, un hara-kiri; decide llevar a cabo su muerte en este emplazamiento porque es popularmente creído que el lugar en el que muera una persona será representativo de la vida que ha tenido y, por lo tanto, cuanto más grande sea el lugar más reconocimiento tendrá el difunto entre las personas que permanezcan con vida de su entorno (además de ser un acto legendario que demuestra la valentía de los hombres al afrontar la muerte con total frialdad e infinita pasividad).
Cuando el líder del clan, Kageyu Saito (Koji Yakusho), comience a explicarle la historia de un joven, Motome Chijiwa (el actor conocido por Eita, dato tan curioso como la labor que desempeña el mismo en el filme, magnífica), la relación entre el recién llegado y éste es sumamente estrecha, resultando ser familiares a los que distintos motivos han llevado a ese mismo monasterio y cuyo desenlace no será sino un reflejo de la inhumanidad que actualmente asola el tan lastimado planeta tierra.
La costumbre que radicaba en tiempos de la existencia de samuráis en tierras japonesas de evitar (mediante la ofrenda de una cierta suma de dinero), por parte del maestro del monasterio, que aquellos que acudieran con el pensamiento de suicidarse no lo hicieran sirve de premisa para cuestionar la verdadera intención del viajero, pudiendo tratarse de un trasfondo meramente económico; la idea fundamental que se desprende del filme es genuina e interesante, pero cuesta en exceso entrar en la trama y conectar con ella, ya que la lentitud con la que es narrada resulta desesperante, algo que ya suele ocurrir con la mayoría de cintas asiáticas aunque después se tornan frenéticas e incluso asfixiantes (éste no es el caso); además, hay que sumarle que la cinta está presentada en el inútil formato (para la ocasión) de las tres dimensiones, para nada aprovechado y totalmente innecesario, puesto que realmente no hay ni una sola secuencia en tres dimensiones en las más de dos horas de duración de la película (incluso las razones expuestas al respecto que atribuyen a tal formato la pretensión de dar profundidad a la trama no proceden al no cumplirse tal función en ningún momento).
Si dejamos a un lado los innumerables defectos que presenta la película nos queda una dirección mediocre y unas interpretaciones correctas pero frías (salvo en los últimos compases, en los que acontece toda la acción y los actores sí están a la altura, a excepción del protagonista), que no hacen sino desesperar todavía más al espectador, que pretendía disfrutar de una trama medianamente decente (la esencia la tiene, pero el producto no reluce tal cualidad) y fluida a la par que evolutiva (el primer aspecto no se atisba en absoluto y el segundo sí, pero únicamente en el último cuarto del metraje, por lo que tampoco se puede considerar fructífero ni mucho menos y sí fallido) y no se encuentra con ello.
Daniel Espinosa
The raid
(Gareth Evans, 2011)
Ficha técnica
Título original: Serbuan maut
Año: 2011
Nacionalidad: Indonesia
Duración: 101 min.
Género: Acción, Suspense
Director: Gareth Evans
Guión: Gareth Evans
Reparto: Iko Uwais, Yayan Ruhian, Joe Taslim, Donny Alamsyah, Ray Sahetapy, Ananda George, Verdi Solaiman, Pierre Gruno y Tegar Satrya
Sinopsis
En el corazón de los barrios más peligrosos de Yakarta se encuentra un edificio seguro e impenetrable para los asesinos y gánsteres más peligrosos del mundo; hasta ahora, el bloque de apartamentos en decadencia ha sido considerado intocable para los miembros más valientes de la policía. Oculto bajo el manto de la oscuridad antes del amanecer, un equipo SWAT de élite tiene la tarea de asaltar el edificio con el fin de acabar con un famoso capo de la droga que se oculta en su último piso, pero cuando un encuentro casual con un ayudante descubre su plan, la noticia del asalto policial llega el señor de la droga...
Crítica
Con un planteamiento que recuerda plenamente al de La horda (sustituyendo a los zombies protagonistas inevitables de ésta por personas armadas), Gareth Evans dirige y escribe una de las cintas más espectaculares del Sitges Film Festival 2011, una espiral de violencia que argumentalmente no resulta especialmente atrayente (tal vez por la recurrencia al mismo) pero visualmente convierte la propuesta en una experiencia extremista como pocas al mezclar la espectacularidad asiática (procedencia del metraje) con los recursos estadounidenses (a cargo del director); siendo sus puntos fuertes la inmaculada puesta en escena y la brutalidad de sus secuencias, el filme logra transmitir de brillante manera el sentimiento de dolor que los innumerables personajes secundarios (en gran medida, aunque también algún que otro protagonista) que van apareciendo en escena padecen, sensaciones que prácticamente se viven en primera persona gracias a una cámara posicionada estratégicamente, recogiendo los cientos de proyectiles que las decenas de armas disparan y las contundentes (y abundantes) escenas centran las armas blancas como principal utensilio.
Un equipo de fuerzas de élite se introduce en un bloque de pisos de Jakarta (muy similar al que vimos en la ya mencionada La horda), en el que los criminales más peligrosos del país se refugian; el soldado Rama (la estrella del cine asiático Iko Uwais, que actualmente es una de las más flamantes figuras del género de los últimos años y vuelve a demostrar el por qué, demostrando que la excesiva popularidad no siempre conlleva el desastre) vivirá el fracaso de la misión quedando atrapado, junto a otros compañeros suyos, en evidente inferioridad de condiciones en un edificio que bien podría convertirse en sus tumbas, hecho al que contribuye la certeza de no poder abandonar el lugar al estar completamente bloqueado y vigilado de arriba abajo (a través de un cableado de televisión que se encarga de capturar todo movimiento).
Mientras el equipo de policías va sucumbiendo bajo el fuego enemigo, Rama intentará llegar a la azotea para poder enfrentarse a los enemigos con cierta racionalidad, al mismo tiempo que culminar con éxito (salvando el hecho de las numerosas bajas acontecidas) el objetivo inicial de la misión, consistente en terminar con la vida del mayor dirigente del lugar, Tama (Ray Sahetapy, soberbio en su papel); mientras éste utiliza a todos los vecinos (sicarios suyos) a modo ataque y protección, Rama deberá sobrevivir escondiendo en un lugar seguro a su malherido superior Jaka (Joe Taslim, algo exagerado pero convincente) y uniendo fuerzas con su reencontrado hermano Andi (Donny Alamsyah, genial a la par que mortal), un antiguo miembro del cuerpo infiltrado desde hace seis años en la organización criminal fruto de la intervención, al descubrir que toda la misión ha sido ideada por el teniente Wahyu (Pierre Gruno, soberanamente sobrante) en busca de su ansiada venganza personal.
The raid deja al espectador con la sensación de haber presenciado una de la obras más duras y violentas que el séptimo arte a brindado en su historia, y es que el dolor físico está tan (y en tantas ocasiones) recogido en la pantalla que resulta imposible no congeniar con él y recibir parte del mismo mediante su visión; no se trata de una cinta que aporte demasiado contenido a nivel emocional y/o intelectual, pero el despliegue de la inventiva visual y el diseño de las secuencias de acción (con una fisicidad plenamente contundente) son una verdadera gozada, mecanismos de los que se vale el atrevido director para elaborar un metraje que mantiene la adrenalina a altos niveles durante toda su duración, un ejercicio de violencia puramente física que agradecerá la inmensa mayoría del público y provocará más de un dolor de cabeza (instantáneo y prolongado) incluso al espectador más experimentado.
Sin más dilación procederé a la clara conclusión que se extrae del visionado de la película, que no es otra que la culminación de una vorágine de sangre (parcialmente lógica merced a la obligada supervivencia a la que se ven obligados a recurrir los protagonistas) totalmente brutal que compagina tiroteos con duelos viscerales, momentos de tensión con otros de acción y, en definitiva, una puesta en escena espléndida con unos efectos especiales de infarto que hacen de The raid una cinta indispensable para cualquier amante del cine, una de esas producciones que calan bien hondo de manera irremediable (y lo afirma alguien que no es precisamente partidario de este tipo de propuestas, pero ante el perfeccionismo no cabe otra posición que la congratulación y la magnificación de adjetivos positivos) y justifican que la industria del cine siga estando sumamente presente en la sociedad.