Título original: Stoker
Año: 2013
Nacionalidad: EEUU
Duración: 99 min.
Género: Drama, Suspense
Director: Park Chan-wook
Guión: Wentworth Miller
Reparto: Mia Wasikowska, Nicole Kidman, Matthew Goode, David Alford, Peg Allen, Phyllis Somerville, Harmony Korine, Lucas Till, Alden Ehrenreich, Dermot Mulroney, Judith Godreche y Ralph Brown
Sinopsis
India acaba de perder a su padre en un accidente de coche; destrozada, en el funeral conocerá a su misterioso tío, Charlie, que visitará a la familia para darle sus condolencias y presentar sus respetos; la joven se sentirá inconscientemente atraída por el seductor y ambiguo Charlie, aunque la atmósfera comenzará a enrarecerse a partir del momento en el que comiencen a desaparecer sin explicación personas de su alrededor.
Crítica
Con un presupuesto de escasos doce millones de dólares (teniendo en cuenta que se trata de una producción norteamericana de corte comercial se antoja una cifra insultantemente baja), el laureado surcoreano Park Chan-wook firma su primera película de habla inglesa (aunque éste debe su conocimiento y reconocimiento internacional a la sublime Oldboy, la cual lo convirtió en uno de los realizadores más influyentes de los últimos tiempos y que será objeto en próximas fechas de una revisión presumiblemente prescindible, al parecer fue Sympathy for mister vengeance la obra que llamó poderosamente la atención a la industria cinematográfica estadounidense) encontrando la justificación de su título en el apellido del clan protagonista de la trama, una diversidad de caracteres que a la postre componen un mosaico de sensaciones dificultosamente comparables con las ofrecidas en cualquier otra cinta de parecida temática; un oscuro e incierto (en el sentido más amplio del término, comprendiendo la suscitación de un enorme interés pero también la anarquía de una reconocible figura direccional que puede entusiasmar y al mismo tiempo decepcionar) viaje a las insondables profundidades del terror psicológico disfrazado de mero drama familiar es lo que propone Stoker, una posiblemente incomprendida pieza imperdible del séptimo arte que lejos de nutrirse de tópicos innova sobremanera (tal es así que la incursión del filme en un género concreto se torna imposible desde los primeros compases, en los cuales ya se vislumbra el retorcido devenir de los inquietantes acontecimientos) en todos los aspectos que conforman un metraje tan explícito como éste.
Ofreciendo de nuevo buenas dosis de sangre, sexo y perversión (y no precisamente en este orden) y mimando inmaculadamente tanto el apartado visual (en especial destaca la escena en la que un protector de la ley trata de huir de una muerte segura, a sabiendas que ya ninguna posibilidad de éxito le queda) como el sonoro (las melodías resultan tan propicias como hermosas), el inconfundible director vuelve a apostar por una intrincada iniciación esquinada para acabar urdiendo una génesis de algo mucho más terrible e imprevisible (si algo queda patente tras el visionado del filme es que ninguna cábala termina de confirmarse ni desmentirse, por lo que el espectador tiene un papel fundamental en la lectura de éste); fiel a sí mismo a pesar de las obvias presiones que su persona ha debido sufrir durante el rodaje, el autor combina referencias literarias y sutiles simbolismos (la omnipresente mosca que intenta atisbar una salida del lugar en el que permanece encerrada para encontrar su libertad tal vez sea el más onírica) para convertir un cuento de hadas gótico en una perversión contemporánea sin recurrir en exceso a florituras formales y culminando en una grandiosa y brutal catarsis.
Tras la misteriosa muerte de su padre a causa de un fatídico accidente de tráfico, India (Mia Wasikowska, de inocente a visceral soberana como ella sola) se encuentra perdida en un mundo que no comprende a pesar de percibirlo con inusual exactitud (comparativas con la sorprendente El sexto sentido son inevitables, pero en esta ocasión la sensibilidad se engloba en un apartado más terrenal y verosímil), captando cada imperceptible ruido y desapercibidas minucias que en su vida diaria ocurren, curioso don (o maldición, la subjetividad será la que dictamina sentencia) que la distancia todavía más de su madre Evelyn (Nicole Kidman, innecesariamente retocado se muestra cada poro de su piel aun conservando cierto atractivo innato, como congénito es su entrega laboral), con la que apenas comparte inquietudes y conversaciones; en el banquete solemnizado en la imponente morada de ambas posterior al entierro del difunto, conocerán a Charlie (Matthew Goode, tan glorioso como lo fue en su momento Christian Bale en la fascinante American psycho), el intrigante hermano de éste que las solicita hospedarse indeterminadamente en una de las habitaciones para así compartir recuerdos y rememorar el hombre desaparecido recientemente (aunque el tema pase a un muy segundo plano, cobrando especial e insistente importancia la relación entre el trío parental).
Una vez presentados los oportunos respectos y las exigidas condolencias (ambas ofrendas actitudinales intuidas y no mostradas), la cotidianeidad hace que India se sienta inconscientemente atraída por el seductor y ambiguo Charlie al mismo tiempo que Evelyn flirtea con el mismo en un penoso intento de recuperar la juventud que antaño disfrutó actualmente padece, originándose una enrarecida atmósfera sustentada en multitud de sospechas por parte de los unos hacia los otros y viceversa; cuando varias personas del círculo más íntimo de las dos féminas desaparecen (secuencias sangrientas e inspiradoras son las que plasman las ausencias) se ven abocadas a entablar un extraño vínculo de amor, deseo y terror con el recién llegado marcado por las relaciones de poder y la fuerza irracional que irradia un secreto de naturaleza enigmática y peligrosa, una incómoda situación que revelará el secreto que las une a él y la ineludible venganza que deberán emprender si desean seguir con vida (que el raciocinio siga acompañándolas es otra cuestión distinta...).
Cuesta encontrar motivos para comprender por qué el guión de Stoker (responsabilidad que recae sobre Wentworth Miller) ha sido incluido en la lista negra de peores escritos, pues si bien es cierto que la parsimoniosa y rocambolesca intríngulis que alberga no se aproxima lo más mínimo a lo medianamente correcto al intuirse levemente el propósito deseado no lo es menos que este defecto queda totalmente disimulado por la inmensa transmisión de impresiones que termina logrando el equipo actoral, escaso en número pero poderoso en contracción de talento (nada nuevo se descubre con ello, ya que las componentes femeninas poseen una carrera profesional dilatada a la par que celebrada y los masculinos una trayectoria más escueta pero igualmente válida); una propuesta tan repleta de detalles sumamente indicadores y consecuentes como la presente jamás estará bien considerada si no se mantiene la atención requerida en cada fotograma (la fluidez de las secuencias facilita que la tarea no se complique en exceso, hecho al que contribuye la exacta duración de la producción), pero si el espectador consigue permanecer vigilante y observador en todo momento encontrará en la misma un inmejorable ejercicio fílmico de gran belleza (la fotografía es espléndida) e impactante trasfondo social (no exento de dudosa moralidad) en el que la tensión se intensifica a medida que avanza la historia hasta desembocar en el morboso desenlace, atrevido y transgresor como pocos (de hecho hace años que no se disfruta de uno tan elaborado y con tanto fundamento), lineal pero indudablemente inteligente a tenor del paulatino camino que van recorriendo todos los personajes que por la gran pantalla transitan.
