La escueta sinopsis versa “hace muchos años en este lugar entraron unos monjes para estudiar casos paranormales y descubrir así qué sucedió con la anciana dueña del hotel”; la exigua extensión de la historia es consecuente al apenas cobrar relevancia en virtud de una tensión sostenida en la que los recursos de escasa inversión económica (como el inmenso acierto de exprimir al máximo las intervenciones de determinado juguete o el tramo en el que se debe agudizar la vista a través de pequeños elementos domésticos) resultan tan o más efectivos que aquellos de mayor (sin desmerecer ninguno).
La mayoría (por no sentenciar la totalidad) de enigmas son de corte clásico (oséase candados), por lo que los más puritanos aplaudirán la ausencia de mecanismos electrónicos, con unas fluidas transiciones entre estancias (no es ningún misterio revelar la pluralidad pero sí el número exacto de ellas) permitiéndose la meditación suficiente como para solventarlas con éxito; las respectivas resoluciones difieren en cuanto a dificultad (algunas de hecho rozan la proeza intelectual mientras que otras se intuyen casi de inmediato), siendo este aspecto eternamente subjetivo (sólo analizable por cada cual según su criterio).
Si bien las pruebas de valor escasean (en el momento de asistir Daniel Espinosa y Sergi Bernal en representación de esta humilde página ya que dejará de ser así en breve al añadirse nuevas con la debida justificación para no perder un ápice del sentido que impera) y la amplitud de las habitaciones impide percibir la siempre grata sensación de claustrofobia (al igual que lo anteriormente citado esto cambiará en cuestión de semanas), el recorrido evolutivo es enorme; conviene aseverar, en contraposición, que la no linealidad (sí secuencialidad) de los retos facilita la sucesión de sobresaltos (muchos contextualizados).
La decoración está a la altura de unos anfitriones cuyo acting (ajustable como la propia aventura previa petición en la reserva) merece todo elogio posible al lograrse así una espectacular puesta en escena global durante setenta y cinco minutos (al priorizarse el disfrute del respetable en lugar de la mera ganancia comercial tal vez se incremente ostensiblemente el tiempo) de pura adrenalina; a ello cabe sumar unos efectos ambientales de infarto entre los que destacan la aparentemente servicial recepción y el apoteósicamente visceral final para causar ese impacto que todo buen jugador desea sentir (o directamente necesita).
El local (perfectamente climatizado) está sito en la calle Rector Joanico nº28 (Sant Andreu de la Barca, Barcelona), gozando de plazas de estacionamiento públicas en los alrededores para que acudir en vehículo no suponga un problema; el nada privativo precio (dieciocho euros por persona con un simbólico pago adelantado de veinte para formalizar la sesión) se torna un aliciente complementario para no dudar en vivir las emociones que la posada alberga en su interior (enfatizar sobre la opresiva e inmersiva atmósfera es más una obligación que una opción para apiadarse de aprensivos en potencia).
Únicamente resta aconsejar hospedarse en tan genuino e inquietante hotel tanto a quienes ya lo hayan hecho en el pasado (se han revisado cuantiosos matices desde la reapertura a inicios de temporada) como a los que todavía no (congratulará sobre todo a los acérrimos seguidores del género de terror por la cantidad de referencias que captarán enseguida como El exorcista, El último exorcismo, La matanza de Texas, La monja o La señal); además, los primeros podrán optar por una genial modalidad exclusiva al repetir en compañía (basta con contactar antes con el maestro de ceremonias vía chat, correo o móvil).
A modo de eventual despedida (no será la definitiva de fructificarse cierta noticia desvelada en primicia que por ahora debe permanecer en secreto), agradecer al gentil propietario (Marcos Rosado) el trato recibido no solo en la partida sino también en la amena e interesante conversación posterior (repleta de anécdotas e intimidades); asimismo, para hacer justicia, es menester felicitar a los polifacéticos subordinados del regente (Hotel Maverick y Alan Beker), quienes ponen de manifiesto su talento interpretando con naturalidad los diferentes roles a lo largo de la épica experiencia (lo es en toda regla).