Título original: Bad times at the El Royale Año: 2018 Nacionalidad: EEUU Duración: 136 min. Género: Comedia, Suspense Director: Drew Goddard Guión: Drew Goddard Reparto: Jeff Bridges, Cynthia Erivo, Dakota Johnson, Chris Hemsworth, Jon Hamm, Cailee Spaeny, Lewis Pullman, Jonathan Whitesell, Nick Offerman, Mark Brien, Manny Jacinto y Bethany Brown
Sinopsis
Siete desconocidos, cada uno con un secreto, se reúnen en un sitio ruinoso con un oscuro pasado para una última ocasión de redención...
Valoración
Lo mejor: el reparto, amén de ser estelar, dota a los respectivos personajes de más profundidad que la que el propio texto permitiría (cabe destacar las labores de Cynthia Erivo, Jeff Bridges y Lewis Pullman, quienes firman unas actuaciones realmente memorables), despertando en el respetable un cúmulo de sentimientos hacia ellos tan fluctuante como sus comportamientos, si bien estereotiparlos es demasiado sencillo debido a la burda tipificación que exhiben (complacientes cantantes, gentiles ladrones, egocéntricos espías, penitentes recepcionistas, crueles féminas y manipuladores predicadores tratan de aparentar lo que no son y ocultar sus verdaderos propósitos sin creíble convicción); la división por capítulos se traduce en una muy acertada estructuración argumental, facilitando la comprensión (al principio nada se sospecha y al final todo se revela) mediante siete capítulos (cuatro de estancias y tres adicionales), a cada cual más revelador (y, sobre todo, clarificador) que el anterior; la recreación de la época en la que se desarrollan los fatídicos sucesos (violencia e imprevisibilidad se unen en la mayoría de compases) está grandilocuentemente lograda, desde tonalidades hasta vestimentas pasando, cómo no, por decorados, repletos de artilugios que dibujarán sinceras sonrisas en los rostros de melancólicos al ver cómo afloran sus recuerdos más intimistas, aquellos irremediablemente arraigados.
Lo peor: la inmediata comparativa que suscita la premisa (y el devenir) de la historia, recodando mucho el contexto situacional al de Los odiosos ocho (por la confluencia de extraños en un mismo lugar), Identidad (por la compartición de un secreto a guardar) y En el punto de mira (por la complementación de los conflictos desde varias perspectivas), lo cual no se antoja un oportuno homenaje sino un indeseable eco de las mismas; el material promocional no se corresponde con el producto final, anunciándose una comedia negra y no siendo más que un drama musical (la importancia sonora es tan tediosa como los momentos gratuitos destinados a tal efecto) con matices policíacos de corte clásico y, por qué no sentenciarlo, desfasado, no trascendiendo como pretende el autor de la genial La cabaña en el bosque sus nuevas (por adjetivarlas de alguna manera) ocurrencias; la alterna e ilusoria cronología de los hechos, lejos de contagiar el derrotismo que padecen los protagonistas (todos lo son y dejan de serlo en cuestión de segundos), provoca una dualidad de impresiones equiparable a la que posee el establecimiento biestatal (limítrofe con California y Nevada representando eternos polos opuestos cual ejemplar alegoría) en el que ocurre prácticamente todo.
Daniel Espinosa
Office uprising (Lin Oeding, 2018)
Ficha técnica
Título original: Office uprising Año: 2018 Nacionalidad: EEUU Duración: 85 min. Género: Comedia, Terror Director: Lin Oeding Guión: Ian Shorr y Peter Gamble Reparto: Brenton Thwaites, Jane Levy, Karan Soni, Zachary Levi, Gregg Henry, Kurt Fuller, Ian Harding, Sam Daly, Alan Ritchson, Corey Winston, Kenneth Choi, Barry Shabaka, Rhoda Griffis y Alisa Allapach
Sinopsis
Un empleado de una armería lucha contra sus compañeros zombies...
Valoración
Lo mejor: el irónico tono que subyace tras la mayoría de escenas genera, con algo de recelo (reducir todo al absurdo es de complicado disfrute si no se lleva a cabo con la rigurosidad propia de un erudito en la materia como el siempre peculiar Quentin Dupieux y aquí no se aprecia ni mucho menos así), un gran entretenimiento a base de ácidas críticas (sin duda atemporales al coexistir con el ser humano desde su presencia), si bien se abusa de ellas en demasiados compases solo para evidenciar que el compañerismo se desvanece cuando peligra el puesto profesional de cada cual; la inestabilidad personal que provoca el actual panorama laboral (muy factiblemente resulte indiferente el momento en el que se consulte el presente escrito), en el que el estrés y la preocupación casan para infundir ansiedad e inseguridad a propios y extraños, se recoge, absurdeces aparte (improcedentes despidos que se valen de promocionales objetos para indemnizar a los destituidos, motivacionales seminarios impartidos por organizaciones a sus todavía trabajadores en plena época de recortes, indignantes creaciones de departamentos específicos para minimizar gastos corporativos, erráticas impresiones de importantes documentos con más de mil novecientas faltas ortográficas detectadas por el corrector, militares sistemas que activan infranqueables blindajes para no permitir que nadie entre pero tampoco salga...), meritoriamente; el componente sanguinario (totalmente injustificado en general) está muy logrado (en especial en el feroz enfrentamiento que mantienen ciertos integrantes de contabilidad y de publicidad) y la diversión más que asegurada (mención especial merecen tanto la recreación en carne y hueso del aclamado juego Mario kart como el balón de pugilato situado en el escritorio del protagonista por mociones objetivas y subjetivas respectivamente), pues la película bebe directamente de clásicos como la magnífica Zombies party para entusiasmar sobremanera al público menos habitual en estos lares y contentar (sin más) al más frecuente.
Lo peor: el anuncio de la empresa líder mundial en la fabricación de armas de protección masiva que se proyecta en la introducción refleja el muy particular sentido del humor de la cinta, siendo el mismo para la inmensa mayoría de espectadores, probablemente, deficiente u ordinario juzgando las lindezas argumentales y las ridiculeces situacionales que se suceden; la arbitrariedad de los ataques de los infectados es, cuanto menos, imprudente, confundiéndose hostilidad con esquizofrenia en una propuesta cuyo montaje es altamente criticable (los innumerables cortes sugieren un proceso de postproducción poco cuidado si el destino no es televisivo para emitirlo con pausas propagandísticas); el listado de consejos para sobrevivir (concretamente siete, que van desde llevar un portapapeles para que nadie moleste simulando estar ocupado hasta dedicar tiempo a proyectos propios para asegurar un futuro en caso de cesantía) en un panorama como el plasmado no se antoja un homenaje a Zombieland (propulsora de semejante ingeniosidad) si no un burdo aprovechamiento de ella, mas si el reparto no despierta la empatía necesaria como aquí ocurre (únicamente podría destacarse la labor de Zachary Levi como villano, pues incluso Jane Levy, que en la estupenda revisión del clásico Evil dead dirigida por Fede Álvarez se postuló como una actriz de referencia, sobreactúa sin mesura) el naufragio de tan prometedor metraje (una bebida energética que transforma a quien la consume en el guerrero que lleva dentro, por decirlo de un modo sutil, es una formidable premisa) es considerable.
Daniel Espinosa
The night eats the world (Dominique Rocher, 2018)
Ficha técnica
Título original: La nuit a dévoré le monde Año: 2018 Nacionalidad: Francia Duración: 91 min. Género: Drama, Suspense Director: Dominique Rocher Guión: Dominique Rocher, Guillaume Lemans y Jérémie Guez Reparto: Anders Danielsen, Golshifteh Farahani, Denis Lavant, Sigrid Bouaziz, David Kammenos, Jean Cylly, Nancy Murillo, Lina Djedje, Léo Poulet, Déborah Marique, Tess Osscini, Fabien Houssaye y Jean Priou
Sinopsis
Al despertarse una mañana en una butaca, un hombre se da cuenta de que está solo y que las calles están plagadas de muertos vivientes...
Valoración
Lo mejor: el minimalismo al que recurre el debutante direccional para adaptar a la gran pantalla la novela original de Pit Agarmen puede ser entendido por muchos como insulso (posiblemente la historia en sí misma lo sea), pero si se aprecia de veras el séptimo arte lo concebirán como un desafío de aprovechamiento supremo de los escenarios en detrimento de grandes alardes visuales que, si bien no da como resultado la película de no muertos definitiva (sería una temeridad tan siquiera mencionar en la misma frase ésta y la complaciente Soy leyenda, por no citar la gloriosa 28 semanas después), sí contiene peculiaridades (el sigilo de los infectados es la más llamativa pero también los curiosos entretenimientos planteados, en especial las sinfónicas melodías compuestas a partir de objetos mundanos) que la hacen distintiva aunque, para ello, la horripilante figura en cuestión sea relegada a un muy segundo plano hasta adquirir un rol poco menos que ornamental; el contemplativo ritmo, pese a invitar al sopor en alguno instantes (la reiteración de situaciones es una gran contrariedad), es el perfecto para la inédita visión propuesta, defraudando sobremanera a quienes esperen frenetismo pero encandilando infinitamente a aquellos que acepten la sustanciación del suspense (que no terror) en la claustrofobia (un apartamento como exclusivo entorno de salvación... o sentencia) y la elegancia (muchas imágenes son muy potentes sin ser explícitas); la personalidad que destila el personaje principal (tal vez justificadora de los nulos sobresaltos gratuitos), quien no emprende quiméricas aventuras refugiándose en el refrán “mejor malo conocido...” hasta que la cordura deja paso a la desesperación, un sentimiento más indeseable que la amenaza corpórea que acecha en el exterior (y eso que aquí es ágil e inteligente, no como normalmente), cual billete directo a la demencia.
Lo peor: el guión (fruto de nada menos que seis manos) está plagado (por traer a colación la problemática plasmada) de un sinfín de fisuras que generan, a la postre, todas las incertidumbres de ese que según el título ha sido tomado por la noche (el mundo), deslices que provocan que a uno le venga a la mente la pregunta de la famosa canción de José Luis Perales que versaba “¿y quién es él?”, y es que apenas se revela del mismo que acaba de padecer un fracaso sentimental previo a la pandemia narrada (sobre su procedencia ni una sola hipótesis se vierte, lo cual se antoja tan intrigante como no despertarse con el mayor escándalo imaginable o dormirse en pleno intento de suicidio); la indefinición del paso de las jornadas para figurarse el sufrimiento de los pocos que resten con vida sobre la faz de la tierra (o, al menos, en el territorio francés, que es donde tiene lugar la trama), teniéndose que calcular con dudosa proximidad a la realidad según los hechos que acontecen y, en último término, observando cierta ventana al no afectar lo más mínimo a los caminantes (cómo no, The walking dead debía estar presente de un modo u otro en la crónica); la naturalidad con la que el protagonista asume tan desolador panorama, tomando muy sosegadas decisiones (cualquiera pensaría que ha estudiado minuciosamente tan remota posibilidad con prelación) alguien muy preparado para el postapocalipsis que, curiosamente, se muestra famélico desde el primer instante (incluso antes de recolectar víveres) y únicamente pone en riesgo su controlada seguridad (e integridad) por un gato callejero (minino que sirve de dificultosa explicación de determinada intrusión femenina), algo ilógico derivando de tan meticulosa (hasta su dieta estricta sigue respetando) persona en aras de mantenerse cuerdo (obviando la temprana estrecha comicidad vecinal y su posterior indignante adiestramiento) ante tanta hostilidad.