Día 6 (Sitges Film Festival 2012) 25-04-2024 00:58 (UTC)
   
 

Sound of my voice
(Zal Batmanglij, 2011)


Sound of my voice




Ficha técnica


Título original:
Sound of my voice
Año:
2011
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
82 min.
Género:
Drama, Suspense
Director:
Zal Batmanglij
Guión:
Brit Marling y Zal Batmanglij
Reparto:
Christopher Denham, Nicole Vicius, Brit Marling, Davenia McFadden, Kandice Stroh, Richard Wharton, Christy Meyers y Alvin Lam


Sinopsis


Peter y Lorna, una joven pareja de investigadores, se infiltran en una secta en el valle con el objeto de conocer a su líder y desenmascararla.



Crítica


En sentido global, una secta (ya sea religiosa, esotérica, mágica, política, extraterrestre o cientificista) es considerada como aquel grupo de personas aglutinadas por el hecho de seguir una determinada doctrina o líder que con frecuencia se ha escindido previamente de algún clan doctrinal mayor respecto del cual generalmente se muestra crítico, no se trata de una definición sociológica, sino de una facilitada por la iglesia, cuya ancestral experiencia en este ámbito (creída absenta de dicho término pero incuestionablemente frecuentada como supuesto recurso salvador) la convierte en la única aceptada hasta la fecha como afirmativamente representativa y de la cual parte Zal Batmanglij (hace apenas un año ya demostró poseer el don de distanciarse de convencionalidades varias para dotar de una incuestionable personalidad a sus obras con Another earth) para proponer al espectador un reto, un dificultoso desafío consistente en no ceder ante el poder de convicción de una ser que se cree (y se muestra) superior cuya arte oratoria termina por penetrar en lo más profundo de la conciencia, un sujeto de origen comúnmente indefinido (pudiéndose constreñir como divino o extraterrestre) que defiende sus credenciales sin importarle qué acciones deba emprender para justificarlos y transmitirlos; el perfil psicológico del adepto sectario comprende la predisposición caracterológica, la atracción por lo sobre natural, la religiosidad, la predilección por la jerarquización, las carencias afectivas, la soledad, la dificultad para relacionarse socialmente, el idealismo, los intolerables niveles de angustia, la insatisfacción con la vida cotidiana y el padecimiento de problemas de comunicación (así como de orientación, desempleo, conflictos familiares y drogas), adoptando una actitud socialmente pacifista, rechazando las libertades sexuales, absteniéndose de emplear la violencia, mostrando una elevada emocionalidad, posicionándose políticamente demócratas pero más abstencionistas que los demás y siendo religiosamente sumamente creyentes en el espiritismo en lo que resultará ser una secta destructiva (cuya principal particularidad reside en su dinámica de captación y adoctrinamiento, utilizando técnicas de persuasión coercitiva que propician la desestructuración de la personalidad previa del adepto y lo dañan severamente transform
ándolo).

Los puntos definitorios de esta clase de corporaciones (al fin y al cabo no dejan de ser eso, una empresa que trabaja para cosechar el máximo beneficio posible de cuanto se une a la misma) son la cohesión del grupo con una doctrina tan religiosa como demagógica encabezada por un líder carismático que pretende ser la misma divinidad o bien un supuesto poseedor de la verdad absoluta (siempre relativa) en cualquier ámbito social, la estructura teocrática vertical y totalitaria donde la palabra de los dirigentes es dogma de fe (exigen que sus órdenes sean ejecutadas sin la menor crítica), la exigencia de una adhesión total del grupo obligando bajo presión psicológica a romper con todos los lazos sociales anteriores (característica recogida en los compases iniciales cuando a los protagonistas se les obliga a deshacerse de todo material que porten e incluso se les venda los ojos para que desconozcan la localización del lugar), la vivencia en una comunidad cerrada en total dependencia del grupo, la supresión de las libertades individuales (así como el derecho a la intimidad, el control de la información que llega hasta sus adeptos (manipulándola completamente), la utilización de sofisticadas técnicas psicológicas (también neurofisiológicas, enmascaradas en un renacimiento espiritual), el rechazo total hacia la sociedad (desvinculándose de ella), la tenencia como actividades primordiales del proselitismo (de forma encubierta, para recaudar dinero) y la obtención bajo coacción psicológica de la entrega del patrimonio personal de los nuevos adeptos de la secta (los miembros que trabajan fuera de la secta tienen que entregar todo el salario o parte del mismo); resulta oportuno mencionar dichos aspectos e invertir gran parte de la presente crítica en detallarlos porque todos y cada uno de ellos se reflejan a la perfección en la pantalla, sintetizando la esencia de la complejidad y la problemática que contraen (y en la inmensa mayoría de ocasiones ocultan) dichas congregaciones, y es que en determinados compases lo mostrado se aproxima estremecedoramente al ambiente que se respira en ellas, un entorno aparentemente apacible y realmente hostil que nunca ha estado seguido legalmente como debiera y, como bien se mencionará en el último párrafo, sigue siendo un gran problema inmiscuido en la sociedad.


Tras varios meses de preparación en el exterior reuniéndose en intervalos semanales en un centro comercial junto con otros veinte reclutas que fueron eliminados eventualmente al no superar las pruebas cada vez más exigentes, Peter (Christopher Denham, impecable y honesto demostrando que puede llegar a ser considerado un genio de la interpretación), un matemático que suple esporádicamente al profesorado de las más variadas disciplinas, y Lorna (Nicole Vicius, de singular belleza física y privilegiadas dotes emocionales), una recién reinsertada que no ha tenido vigilancia adulta alguna durante su adolescencia, una joven pareja residente en el humilde pueblo de Silver Lake, se dispone a llevar a cabo un trabajo propio del más atrevido periodismo de investigación consistente en documentar con todo tipo de detalles el submundo de una secta cuya actividad se desempeña en el valle de San Fernando, emplazamiento al que se dirigen sin titubeos con la pretensión de desenmascarar a su líder; ésta se encuentra en la figura de la inmunológicamente sensible (excusa que la sirve para permanecer recluida en el misterioso sótano en el que se celebran las quedadas) Maggie (Brit Marling, sensual e indiscutiblemente hipnótica), la cual permanece inamoviblemente en el lugar llevando a cabo su labor de manipulación sin consentir el más mínimo rechazo una vez ha emitido el dictamen diario que recoge las pautas que sus sumisos discípulos deben seguir, quienes creen a ciegas que proviene del años dos mil cincuenta y cuatro y por lo tanto se trata de una guía espiritual a seguir a fin de convenir ser uno de sus elegidos para ser llevados a un lugar seguro.


Integrándose concienzudamente en el grupo a lo largo de diez demoledoras etapas cronol
ógicamente variantes en cuanto a concepción del ideal infundido se refiere (intercaladas con pequeños apuntes del relevante pasado de los protagonistas), la dupla investigadora creedora de que la viajera temporal no es más que una maestra de la estafa comprobará cómo los adeptos la alimentan, la santifican obsesivamente y hasta la ceden su propia sangre para numerosas transfusiones, actos que deben presenciar y finalmente ser partícipes de los mismos para no levantar sospechas y poder filmar todo lo que acontece mediante sofisticadas cámaras ocultas mientras van cobrando cada vez más relevancia en los rituales y actividades que se realizan, implicación que hará que la primitiva intención de poner en evidencia a la farsante y liberar a los miembros de su sumisión se convierta en redención total hacia la misma, evolucionando la misión hacia una vertiente puramente mística e interiormente trascendental; la luz al final del túnel se atisbará cuando el departamento de justicia mediante la actuación de su agente Carol (Davenia McFadden, en absoluto pertinente más allá de la simpleza que su personaje contrae) les revele que la persona que dice ser una especie de deidad es en realidad una delincuente buscada por cometer robos a mano armada y practicar la piromanía, debiéndose todo (incluyendo el encargo del secuestro de una niña de ocho años que asegura es su madre) a un plan para saciar sus ansias de sembrar el caos entre los más necesitados de atención (al fin y al cabo éstos son los que acuden a ella en busca de respuestas), aunque tal vez los errados sean ellos y de veras la megalómana posea el don que tanto proclama...

Recientemente varios expertos del sector han documento que el trece por ciento de los jóvenes españoles (por aquello de dar cifras válidas y limitarse al territorio de incumbencia) son proclives a pertenecer a sectas, alarmante porcentaje que pone de manifiesto y refuta la pretensión última del director de evidenciar que cualquier individuo puede ser captado si es abordado en el momento oportuno y, así, centrando sus esfuerzos en demostrar el poderío credencial del adalid, la creíble trama logra generar en el público una gran fascinación e incluso cierto terror al observar cuán sencillo es verse inmerso en una espiral de sutiles manipulaciones que desemboque en una dualidad pensativa de difícil solución, y ello se consigue no empleando burdas añagazas sino aplicando metodologías profundamente admirables desde una perspectiva puramente racional que se ven reforzadas por unas interpretaciones mayúsculas y una fotografía impactante, aunque la espectacularidad visual no tenga cabida y el transcurso argumental se vea entorpecido por la parsimonia narrativa (frustrante en algunos compases) y un desenlace, como era de prever, oportunamente incierto aunque desmesuradamente ambiguo; dirigida de forma elegante con unos planos muy específicos que recrean la cotidianidad de la pareja y la naturalidad de la religiosidad en los momentos en los que se opera para consumarla usando la luz y los encuadres para crear opresión en dichos segmentos (siempre de forma natural), la película se alza por la poderosa encarnación de quien coescribe el guión (Brit Marling para más señas), consiguiendo lograr las muy específicas ambiciones que se la presumía sin despuntar pero encontrando en esa modestia y regularidad su mayor hallazgo, creando un inesperado interés en lo ocurrido mediante técnicas muy básicas y asumibles que engrandecen la dureza extrema recogida en ciertos compases, no siendo nada descabellado afirmar que se trata de una película de culto tan válida como la imperdible Donnie Darko como bien demuestran frases tan memorables como “cada vida es una muerte y la mayoría son suicidios, algunos más graduales que otros como el cáncer tras años de fumar” o costumbres tan originales (as
í como impactantes) como la purificación a través del vómito tras la ingesta de alimentos.



Daniel Espinosa




Thanatomorphose

(Eric Falardeau, 2012)


Thanatomorphose




Ficha técnica


Título original:
Thanatomorphose
Año:
2012
Nacionalidad:
Canadá
Duración:
100 min.
Género:
Drama, Terror
Director:
Eric Falardeau
Guión:
Eric Falardeau
Reparto:
Kayden Rose, David Tousignant, Erika Cantieri y Karine Picard


Sinopsis


Laura se despierta un día y se encuentra con que la carne de su cuerpo se ha corrompido; sexo, horror y muchos fluidos será lo que experimente.



Crítica


Para muchas culturas la muerte ha sido (y sigue siéndolo) un gran tabú al significar el deber de enfrentarse a su sentencia y a todo lo que ello conlleva, generando angustia e incomodidad debido al vacío existencial que supone afrontar lo desconocido, la distancia entre el cuerpo y el alma (metafísicamente entre lo tangible por un lado y la nada por otro) son conceptos filosóficos que a un nivel puramente espiritual forman parte de un gran misterio indescifrable, siendo el organismo el enlace directo a través del cual el ser humano experimenta el placer y el dolor y, por ende, el sexo, la vida y la muerte son tres conceptos que dialogan entre sí y a los que el debutante Eric Falardeau (quien concedió entrevistas solucionando multitud de dudas en el marco de la presentación de la película del Cryptshow Festival 2013 expresándose en catalán en un alarde de premeditada simpatía y posteriormente en su idioma nativo en el evento del formato doméstico planificado por Tyrannosaurus Entertainment estando el director de dicha compañía también presente en la cita) recurre; el objetivo autoimpuesto desde un inicio y consumado prácticamente desde el primer segundo es componer una visceral (el término pocas veces se adecúa tanto) y personal historia no apta para todos los estómagos titulada Thanatomorphose (a pesar del dispar parecer que suscita tuvo una espléndida acogida en el Sitges Film Festival 2012 y se alzó con el premio a la Mejor Película concedido por el jurado del Festival de Cine de Terror de Molins de Rei 2013, amén de haber congregado a decenas de personas en el presente festival debido a la descomunal expectación que ha generado en clara correspondencia a la calidad que alberga tan atrevida propuesta), rareza fílmica sin igual.

Pese a que muchos la han catalogado de mediocre proyecto de final de carrera de alguien que cursa audiovisuales, la fabulación es el divertimento preferido de largos períodos de aburrimiento en los que lo único que importa es escapar de la realidad, buscando continuamente, dentro o fuera de uno, algo para engañarse a sí mismo, para distorsionar el contexto envoltorio que tanta fatiga le crea, fardo que puede extenderse (a colación de la temática narrada) a la corporeidad misma, adivinándose erráticamente los músculos firmes debajo de la piel, una de tantas reflexiones a las que invita el autor plasmando de un modo sumamente particular que el mañana se convierte en hoy e incluso en ayer asiduamente, cavilación próxima a la locura que, sin embargo, se antoja más asumible que la autoconvicción; al término de la película se evidencia que toda máquina, por muy perfecta que sea (o cuanto menos lo parezca), tiene sus mecanismos de autodestrucción, obsolescencia programada que obedece a un sabio orden natural que prevé que después de la expiración el mecanismo de autoaniquilación, la tanatomorfosis en definitiva, empiece a funcionar inexorablemente, y esto es precisamente lo que se forja aquí de arriesgada e inquietante manera hasta llevar al espectador al límite, bebiendo en cierta medida de obras a las cuales pretende emular o cuanto menos ampliar sus horizontes (tales como A l’interieur y Martyrs, dos de las piezas francesas más escatológicas y laureadas de la última década) sin percibirse pretenciosa, lo cual la hace muy atractiva aunque irregular merced a la poca flexibilidad (o lo que es lo mismo, sumo rigor) del puritano rodaje.

Aun llegando a ser soberanamente lenta y contemplativa, el proceso narrado, que incluye vómitos y todo tipo de líquidos provenientes del interior del cuerpo humano (curiosamente la idea surgió de una tesis sobre fluidos en el cine para adultos y gore por parte del propio autor tal y como reconoció en la rueda de prensa del antedicho certamen badalonés) en el que el trabajo de David Scherer y Remy Couture en el apartado de maquillaje y efectos especiales (totalmente artesanales) solamente se puede catalogar de excelente, no sólo a nivel visual sino también en el artístico, consiguiendo un escenario acorde con la degradación de la protagonista que, al fin y al cabo, es la ejemplificación más radical de la fragilidad de la carne confirmando la máxima de que a veces es peor lo que se intuye que lo que se ve (sin embargo en esta ocasión se ve y se oye, para beneplácito de aquellos más extremistas e incomodidad del resto); la simple y única premisa que se recoge en la cinta canadiense de corte independiente y muy ajustado presupuesto protagonizada por la actriz y modelo Kayden Rose (la cual se enfrenta al difícil papel de mostrar su desnudes desde el primer minuto y carga prácticamente con todo el peso de un metraje explícito en todos los sentidos) encarnando a una joven y bella (adjetivación discutible donde las haya al ser subjetiva) mujer que mantiene una relación con un tipo mezquino, desinhibida dama de la que no se sabe nada excepto que es escultora y que tiene un grupo de amigos entre los cuales se encuentra un chico que intenta seducirla para acostarse con ella (en todo momento se magnifica la importancia del cómo y se desvaloriza la del por qué), manteniendo una rutina en la que reina la apatía y la insatisfacción plasmándose sin reparos y con todo tipo de detalles su intimidad (el público la verá comer, dormir, ducharse, compartir una velada con amigos, mantener relaciones sexuales e incluso ir al baño) en una cotidianidad continuada a través del silencio y la contemplación, hasta que algo desordena el curso normal de su efímera existencia, una evolución retrospectiva que la remontará hasta la génesis más primitiva...

A nadie puede sorprender que en un intervalo de apenas siete años que del uno de cada diez menores españoles de veinticinco años que ni estudia ni trabaja se haya pasado en la actualidad a uno de cada seis (lo que se traduce en el diecisiete coma dos por ciento, o lo que es lo mismo, más de seiscientos noventa y siete mil jóvenes, sin tener en consideración los cientos de miles de mayor edad que, aunque por motivos bien diferentes, se encuentran en idéntica situacional no ocupacional), y es que el derrumbe social que ha afectado a todos y cada uno de los aspectos cuotidianos conlleva una disminución del interés general y de la cultura en articular, porque el cine es la máxima expresión creativa del ser humano y un certero termómetro del padecer comunitario y que la cifra proporcionada anteriormente, unida al hecho de que los desahucios multipliquen por diez la petición de abogado de oficio (ambas noticias las recogía el diario gratuito 20 minutos), confeccionan un catastrófico contexto en el que propuestas como ésta se tornan más necesarias si cabe, pues imperan las comerciales y se agradecen otras menos fundamentalistas pero reivindicativas en la medida que no se rigen por los cánones habituales; la producción mantiene más alerta que cuando anuncian por la megafonía del transporte metropolitano la advertencia de vigilar las pertenencias para evitar que algún carterista se apropie de ellas (mensaje que se emite, como bien enseñan en los cursos preparatorios de vigilancia, cuando algún malhechor merodea por las cercanías de incautos usuarios propensos a convertirse en inminentes víctimas de hurto o incluso robo si se da la casuística de la violencia), esto es un hecho irrefutable, y la mayor de la virtudes de ello es que se logre a partir de tediosas imágenes que de buen seguro permanecerán grabadas en la retina durante mucho tiempo y, además, sin embelecos.

Es precisamente en el anteriormente comentado choque entre la aparente normalidad y el inicio del insólito proceso de descomposición donde la producción capta la atención del espectador que observa cómo la sensual figura hasta el momento mostrada experimenta todas las fases de descomposición de un cadáver mediante planos largos y estáticos en los que el autor obliga a éste a ser testigo del deterioro y el sufrimiento ajeno y, más adelante recurriendo al desenfoque y el movimiento abrupto de la cámara enfatizándose la sensación de desasosiego y estado cercano a la locura (inusualmente controlada) al emplearse un ritmo que avanza merced a la descomposición gradual del físico y se ve interrumpida en varias ocasiones por la incursión de unos fragmentos oníricos estridentes y psicodélicos donde se reproducen a modo de videoclip imágenes saturadas de escenas de sexo para satisfacer el paladar de los semióticos; el detallado cúmulo de teologales y desagradables (o hipnóticas) particularidades implica que el posicionamiento del público sólo pueda ser a favor o en contra, ya que agradarán infinitamente o disgustarán por completo, pero en todo caso se distancia de cualquier otra cinta siendo la fotografía, de Benoit Lemire, de una belleza tal que bien merece por sí sola conceder un visionado al metraje, el cual no dejará indiferente a nadie, eso seguro.



Daniel Espinosa



The lo
rds of Salem
(Rob Zombie, 2011)


The Lords of Salem




Ficha técnica


Título original:
The lords of Salem
Año:
2011
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
101 min.
Género:
Suspense, Terror
Director:
Rob Zombie
Guión:
Rob Zombie
Reparto:
Sheri Moon Zombie, Sid Haig, Udo Kier, Dee Wallace, Bruce Dern, Billy Drago, Meg Foster, Ernest Thomas y Christopher Knight


Sinopsis


Heidi Hawthorne es una estrella de radio que tiene un programa de rock duro en una emisora de Massachusetts; un día recibe un enigmático vinilo firmado por una banda que se hace llamar The Lords y, tras escucharlo, se siente turbada por sus siniestros acordes y los sonidos que oculta.



Crítica


El imaginario de uno de los maestros contemporáneos del cine de terror, Rob Zombie, parece no dejar de destilar suculentas y apetecibles ideas, así lo sugirió la magnífica La casa de los 1000 cadáveres (que supuso su debut detrás de las cámaras nueve años atrás), lo corroboraron sus dos revisiones de la clásica saga Halloween (a las que imprimió una inimaginable veracidad) y lo confirma definitivamente The lords of Salem, la obra más ambiciosa y personal del cineasta estadounidense hasta la fecha; recibida en el Festival de Toronto 2012 con más estupor que elogios, la película mezcla (buena) música, intriga, magia y religión en una composición de difícil digestión pero indudable calidad (siendo visualmente poderosa y sonoramente intensa) que asegura controversia y diversidad de opiniones, provocando multitud de discusiones al respecto (algo que ya aconteció en el apasionante Sitges Film Festival 2012).


La historia adentra al espectador en la mitología de la ciudad de Salem (a escasos kilómetros de Massachusetts, donde nació y creció el director) datada del 1696, concretamente en el suplicio padecido por una bruja (Meg Foster, terroríficamente entregada y desmesuradamente esquelética) y su aquelarre al ser castigadas por sus satánicos dones, instantes después de maldecir eternamente al sexo femenino del lugar atribuyéndole un futuro renacimiento del mal en las entrañas de una mujer de incierta identidad; años más tarde, en plena época dorada del rock, Heidi (Sheri Moon Zombie, impecable y sufridora como su papel requiere), Salvador (Jeff Daniel Phillips, entrometidamente prescindible aunque físicamente inquietante) y Jackson (Ken Foree, vocalmente penetrador) forman un trío radiofónico cuyo programa (presentación del cual resulta ser uno de los detalles más agradables del filme al conllevar reminiscencias de un pasado no muy lejano) es seguido exclusivamente por una selecta minoría, oyentes que disfrutan a diario con las anécdotas más inverosímiles y las melodías más inciertas que el grupo propone.


Al término de la jornada laboral de un día cualquiera, Heidi recibe un misterioso maletín de procedencia desconocida que contiene un disco de vinilo (con solamente un tema grabado, ensordecedor y repetitivo pero fulminante) perteneciente a un enigmático grupo de música local que se hace llamar The Lords, dirigiéndose personalmente a su persona anunciando un único concierto en la ciudad; convertido en uno de los temas habituales de la programación, cada vez que suena produce una inexplicable sensación de angustia e inquietud (a pesar de que permanezcan en una quietud sepulcral) en las mujeres que lo escuchan y especialmente en Heidi, que empieza a tener demoníacas y malsanas alucinaciones acerca de un sádico ritual que desconoce por completo.


A pesar de la desvinculación con la realidad que parecen guardar las visiones en cuestión, pronto se revelarán como un macabro plan maestro elaborado por las antiguas habitantes de la metrópoli basado en el renacimiento del comúnmente temido Lucifer, el antagonista natural de Jesucristo que una vez habitó dichas tierras y al que hasta su último estertor brindaron un sentido tributo las integrantes del oscuro clan sacrificado; de este modo, la tenebrosidad de la situación irá evolucionando a largo de cinco días (los que abarca la trama) ante el constante seguimiento de las curiosas y sospechosamente interesadas vecinas de la joven involuntariamente implicada, Christina, Sonny y Alice (Bonita Friedericy, Dee Wallace y María Conchita Alonso respectivamente,  las tres muy acertadas) y Francis Matthias (Bruce Davison, majestuoso), un estudioso de sucesos históricos que temprana e il
ógicamente relaciona el caso analizado con la brujería y que tratará de impedir que acontezca lo que parece de inevitable consumación.

Con un reparto formidable y un guión tan curioso como incomprensible, Rob Zombie no pretende convencer ni tan siquiera agradar, su único propósito es el de plasmar sus más internas inquietudes relacionadas con la religión y las reencarnaciones, sin filtro alguno, magnificando el concepto de arte visceral y cercenando todo atisbo de lógica racional más allá de la que el mismo concibe como adecuada, ya que si bien es cierto que la trama se antoja comercial y perfectamente entendible hasta el ecuador de la misma, no lo es menos que a partir de ese preciso momento todo se torna confuso y exageradamente desorbitado, motivo por el cual el producto se asimila costosamente y las consecuentes dudas comienzan a aflorar; la producción apasionará a los acérrimos seguidores del director (quienes conseguirán extraer las conclusiones perinentes ocultadas tras el grotesco desenlace), resultará indiferente a la gran mayoría de los atónitos espectadores que acudan a su visionado sin más pretensión que la de disfrutar de una película diferente y descolocará a la par que defraudará a todos aquellos que esperaban un nuevo festival de referencias y homenajes al género basándose en anteriores propuestas, pues en absoluto se trata de una propuesta enfocada a dichas finalidades, sino a unas mucho m
ás profundas y ambiciosas.



Daniel Espinosa

 
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