Título original: Rupture
Año: 2016
Nacionalidad: EEUU
Duración: 95 min.
Género: Ciencia ficción, Suspense
Director: Steven Shainberg
Guión: Brian Nelson y Steven Shainberg
Reparto: Noomi Rapace, Peter Stormare, Kerry Bishé, Michael Chiklis, Ari Millen, Lesley Manville, Percy Hynes, Sergio Dizio y Morgan Kelly
Sinopsis
Una madre soltera intenta escapar de una misteriosa organización...
Valoración
Lo mejor: la muestra de entornos valiéndose de planos en trescientos sesenta grados y vista subjetiva demuestra la habilidad de Steven Shainberg para adaptarse a las últimas tendencias, no siendo esto suficiente para convencer al público más innovador al aludir continuamente a soporíferos clasicismos (la lección de que no hay nada más humano que el miedo implora rechazo y el intento de disfrazar una historia de invasiones con vacíos fundamentos evolutivos demanda lo que encuentra, bochorno); el protocolo seguido por ciertos investigadores resulta en un primer momento fascinante (en último término redundante e indigno), recurriendo a las fobias (a arácnidos, a las alturas, al agua...) de los veinte humanos reconvertidos en pacientes al creer que poseen mayor potencial que el resto para lograr algo excepcional en ellos y que el terror ocasione un cambio en su material genético para, así, reestablecer el orden universal tras crecer en número, salvando de este modo al planeta de su eterno mal, los propios terrícolas; el código “G1012X” y su trascendencia (aunque la misma se revele de manera engañosa e imprevista) mantiene en alerta al espectador en aras de averiguar su significado, decepcionando a la postre al relacionar neciamente el tacto dérmico con otra sensitiva raza.
Lo peor: el profesional seguimiento que propicia el secuestro de alguien que deja abierta su casa para que cualquiera irrumpa en la misma es excesivo e incomprensible, mas ocultar cámaras en lámparas y microbombas en neumáticos se presume un control no desmesurado sino ilusorio, propio de la ciencia ficción en la que se circunscribe la cinta; la convivencia entre reclusos en un experimental laboratorio es nula, no siendo comprensible al tratarse de un propósito como el relatado, tanto o menos como que media película sea de desenfrenada fuga sin destino por interminables pasillos y conductos de ventilación que comunican todas las estancias de un recinto carcelario para facilitar la misión de huida a ciegas y confiar en otros conversando distendidamente en semejante tesitura, lo cual también ocurre para desesperar todavía más; la multitud de deslices, tales como desvestir a una víctima y permitir que mantenga su calzado para ocultar en él lo que precise, responder a impertinentes interrogatorios sin cuestionarse por qué se están llevando a cabo, instalar cerraduras de triple protección sin asegurarse de la correcta clausura de la puerta, poder deshacerse de potentes ataduras sin apenas esfuerzo al no emplear los típicos imanes de las contenciones psiquiátricas (por desgracia un servidor los tiene muy presentes en la unidad de neurología en la que presta servicio como Técnico en Curas Auxiliares de Enfermería) sino a simples nudos..., en definitiva, pinceladas ilógicas que tienen más delito que el propio acto criminal que se perpetra con enorme planificación.
Daniel Espinosa
The autopsy of Jane Doe
(André Ovredal, 2016)
Ficha técnica
Título original: The autopsy of Jane Doe
Año: 2016
Nacionalidad: Reino Unido
Duración: 82 min.
Género: Suspense, Terror
Director: André Ovredal
Guión: Ian Goldberg y Richard Naing
Reparto: Emile Hirsch, Brian Cox, Ophelia Lovibond y Michael Elhatton
Sinopsis
Una funeraria de una localidad recibe el cadáver de una bella víctima de un misterioso crimen, la cual no parece tener causa de defunción...
Valoración
Lo mejor: la magnífica apertura, que relata cómo un oficial acude a la escena de un brutal asesinato múltiple sin motivación aparente (nada ha sido robado y ni siquiera hay signo alguno de haberse forzado la entrada al emplazamiento) acontecido en un pequeño condado de Virginia para ordenar el traslado inmediato de uno de los cuerpos, sin identificación ni huellas dactilares en el sistema, a una morgue (y crematorio) funcional desde el mil novecientos diecinueve regentada en la actualidad por un padre y su hijo, forense y técnico médico respectivamente, quienes filmando y fotografiando el estricto protocolo que siguen para hallar la razón de la muerte (empleando para ello muchas veces el ingenio e intelecto) presenciarán múltiples descubrimientos, a cada cuál más fascinantes e inexplicable; la campana, estratégicamente situada y selectivamente recurrida, en uno de los tobillos de los difuntos y su maquiavélica pero imperdible explicación, tan acertada como el juego que irá dando a lo largo de la película; la tétrica atmósfera que acompaña al examen post mortem (o al menos así se solicita y procede, no teniendo una autopsia tanta relevancia desde la de Jigsaw en la saga Saw para reafirmar su autoridad incluso desde el más allá) de cierta mujer, el cual se divide en cuatro inmersivas etapas perfectamente diferenciadas, consistiendo la primera en una evaluación externa (este análisis mediante la observación y la palpación es, junto a determinada advertencia sonora proveniente de la emisora de radio que escuchan los profesional, la más inicial e inmediata señal de que algo siniestro se avecina, siendo realmente uno de los mitos más legendarios perfectamente disfrazado de mero crimen), la segunda en una interna (la calidad de los efectos visuales es más que impactante), la tercera en una exhaustiva inspección de los órganos digestivos (lo que esconden fundamentará el desenlace) y la última del cerebro (donde reside la clave del asunto).
Lo peor: el avance desvela demasiados detalles y, por ende, es más que aconsejable no visionarlo a fin de sorprenderse todavía más con la cinta, deparando la misma de todos modos un sinfín de inimaginables hechos; el clasicismo de algunos elementos, mayormente concentrados en el ecuador de la trama, restan muchos enteros a la genialidad que supone el largometraje hasta dicho momento, cuando misterio e inquietud ceden terreno en virtud de un involuntario encierro por una tormenta sin precedentes, tan épica como la que se desata narrativamente con parcial éxito; la nueva oportunidad desaprovechada por parte del autor que, al igual que sucediera con Troll hunter, congratula por sus intenciones pero no por su ejecución, valiéndose de relativos poco medios (a destacar la música, selecta e invasiva) para conformar sendas piezas de indiscutible valor pero, en ambas, restando la sensación de no exprimirse debidamente el culto que parece vislumbrarse aunque, por desgracia, paulatinamente se diluye.
Daniel Espinosa
The windmill
(Nick Jongerius, 2016)
Ficha técnica
Título original: The windmill massacre
Año: 2016
Nacionalidad: Holanda
Duración: 82 min.
Género: Suspense, Terror
Director:Nick Jongerius
Guión: Chris Mitchell, Nick Jongerius y Suzy Quid
Reparto: Noah Taylor, Patrick Baladi, Charlotte Beaumont, Ben Batt, Tanroh Ishida, Fiona Hampton, Adam Thomas, Kenan Raven y Bart Klever
Sinopsis
Una joven viaja de Australia a Ámsterdam huyendo de su pasado, pero la fuga la lleva a un autobús de turistas que, tras estropearse, se ven obligados a refugiarse en una destartalada morada habitada por un devoto del diablo que, años atrás, se dedicaba a recolectar huesos.
Valoración
Lo mejor: la serie de datos que se brinda acerca de los molinos como los tipos que existen (los que convierten la materia prima en productos consumibles, los propulsados por agua y los que hacen lo propio por martillo, a los que cabe añadir un cuarto propuesto, los movidos por sangre humana), gracias a los cuales uno puede culturizarse un poco al respecto; el fuego, más allá de ser un elemento purificador, ilumina la acción dotándola de cierto encanto, sin duda necesario atendiendo al triste devenir de una película que bebe del género de terror sin aprovechar ninguno de sus innumerables beneficios inspirativos más que los propios de la seria zeta, es decir, aquella cuyos precarios efectos originan crueles carcajadas en lugar de horripilantes temores, sucediéndose hechos, a cada cual más bochornoso, que de tan decadentes terminan por agradar tímidamente; la plasmación de la cita de Martin Buber, “todos los viajes contienen destinos secretos que el viajero desconoce”, como premonición dedicada a la protagonista y reflexión artística, contrarrestando en cierto modo la falta de ingenio de un director que opta por subestimar al espectador sin miramiento alguno.
Lo peor: el comienzo, desestabilizador y desesperante al abundar rostros sin conexión entre ellos, con situaciones dispares y poco interesantes, a excepción de un nexo en común ciertamente forzado como destino convergente, el de la pasión por aceñas y su inestimable aportación histórica, estructuras que cobrarán gran relevancia a posteriori sin encandilar como se pretende cuando el mencionado grupo es asediado por un psicópata de leyenda aparecido de la nada que los ajusticia por sus respectivos pecados, alimentándose de sus tormentosos recuerdos y siguiendo el patrón de asesinatos preestablecido de la temática en la que se integra la producción solamente eludible por medio de un remordimiento real; la poca consistencia y menor resistencia de las personalidades reunidas en un viaje hacia el conocimiento cuya primera y última parada es, por desgracia, el aburrimiento de lo más absurdo; el trabajo como pilar destructor de todo seno familiar si cobra tal importancia que el cuidado de sus integrantes se deja en un segundo plano, no por la idea misma sino por la representación de ella en una de las subtramas, desarrollada con mucha desidia como mera excusa.