Título original: Jupiter holdja Año: 2017 Nacionalidad: Hungría Duración: 118 min. Género: Ciencia ficción, Drama Director: Kornél Mundruczó Guión: Kata Wéber y Kornél Mundruczó Reparto: Merab Ninidze, Zsombor Jéger, Gyorgy Cserhalmi, Móni Balsai, András Bálint, Farid Larbi, Máté Mészáros, Szabolcs Bede, Lajos Valázsik, Péter Haumann, Zsolt Nagy, Zoltán Mucsi y Ákos Birjás
Sinopsis
Al intentar cruzar ilegalmente la frontera un joven emigrante recibe un disparo pero, en lugar de morir, la herida le otorga el poder de levitar...
Valoración
Lo mejor: el inicio, que recuerda al de El renacido tanto por la adrenalina (el constante frenetismo no concede un solo segundo de respiro) como por la visión (el juego de cámaras con muy primeros planos ofrece una perspectiva casi subjetiva de la acción) con las que se desarrolla solo puede tildarse de excelente, una breve (conviene delimitar lo siguiente a la apertura) joya audiovisual que trata de prolongarse con dispar éxito durante las dos horas (la extensión es sin duda excesiva) de una película que bebe directamente del buen hacer (en este caso no tan clemente) del gran Quentin Tarantino detrás de las cámaras, con étnicas e interminables secuencias; la fantasiosa estrategia para relatar la feroz trama (el terror pasado, presente y futuro de una sociedad que concibe la inmigración ilegal como una enfermedad a erradicar sin tratar de comprender las motivaciones de quienes la asumen) puede no contentar a muchos aunque, tratándose de un asunto tan delicado (concretamente el de la perenne amenaza del prejuicio cultural y, más concretamente, el de los refugiados sirios), no está de más hacerlo así, como un conmovedor drama encubierto del fantástico más extravagante que llamará la atención, sin duda, de un mayor público, siendo la lectura final tan terrenal como concienciadora merced a un personaje que despierta mágica empatía hasta estremecer sin remedio pese a la frialdad con la que actúa; el apartado audiovisual es poco menos que una proeza del independentismo (nada tiene que envidiar a la antaño revolucionaria Matrix, y eso que entre el presupuesto de la una y el de la otra la diferencia es abismal) que, valiéndose de forzada sensibilidad e insulsa filosofía, permite al espectador soñar con un mundo en el que la gente deje de vivir horizontalmente para volver a mirar al cielo, preciosa introversión (antedicha pasajera pero explícitamente en el metraje) donde las haya.
Lo peor: el guión, que invita aparentemente invita a una profunda reflexión moral, se muestra poco sólido (se exponen muchas temáticas de trascendencia trivialmente) y peca de partidista cuando los responsables se recrean en menesteres que no debieran abarcar más de escasos segundos (por no sentenciar que son totalmente prescindibles) e incluso dan lugar al humor negro (la teoría del por qué solo algunos muertos flotan, la renegación de la homosexualidad de alguien que alberga dicha orientación, la petición de patatas fritas en un restaurante de cinco estrellas...), algo que resulta tan desconcertante como la grandilocuencia del punto de partida (aprovecharse de la contrastada existencia de la cuarta luna más grande de las setenta y siete conocidas del planeta que consta en el título, la cual se supone la cuna de nuevas formas de vida al tener un océano de agua salada debajo de su superficie helada que recibe el nombre, curiosa y puede que causalmente, de Europa) de una propuesta teóricamente humilde que no deja de ser una presuntuosa reinvención del capítulo bíblico por antonomasia, aquel que se centra en la incomprensión de un iluminado al no ser considerado precisamente una bendición solo por sus orígenes; la exageración que rezuman la mayoría de escenas resta credibilidad a una historia que, si bien es cierto que está bien confeccionada, no lo es menos que presenta un sinfín de decisiones direccionales que sustentan en la irracionalidad su base argumental para, irremediablemente, generar otras tantas preguntas sin resolver (el por qué del incesante movimiento de las extremidades del joven mientras levita, de la infructífera persecución policial por las transitadas calles húngaras o de las llamativas casualidades contextuales que provocan la precipitación de los hechos son solo algunas de ellas, sorprendiendo especialmente el incidente en la estación de metro por la inmediatez con la que acontece); la exhibición gratuita de ciertas partes del cuerpo femenino es tan fácilmente denunciable (o deplorable como el comportamiento del coprotagonista que, creyendo solo en la resurrección de la nación, no duda en aprovecharse de un conflicto de intereses en el que don dinero es el clásico poderoso caballero para tornar negocio la divinidad corpórea obviando los mínimos derechos de cualquier ser humano) como lo recogido en la evocadora cinta, pues si bien algunos compases las muestran delicada y elegantemente, otros lo hacen sin ángel (término traído a colación perspicazmente) alguno.
Daniel Espinosa
Revenge (Coralie Fargeat, 2017)
Ficha técnica
Título original: Revenge Año: 2017 Nacionalidad: Francia Duración: 106 min. Género: Drama, Suspense Director: Coralie Fargeat Guión: Coralie Fargeat Reparto: Matilda Lutz, Kevin Janssens, Vincent Colombe y Guillau Bou
Sinopsis
Tres hombres casados ricos se reúnen para su juego de caza anual...
Valoración
Lo mejor: la metáfora del reino animal (y víveres varios como la manzana, preciosa al principio, enfermada después y podrida finalmente, ciclo perfectamente aplicable a una protagonista que comienza siendo una Catherine Tramell de Instinto básico sin cerebro y termina pareciendo una Lara Croft de Tomb raider sin escrúpulos), con decenas de especies (hormigas, arañas, iguanas, gusanos, águilas...) como simbología de la superioridad ejercida por aquellas cuya posición en la cadena alimentaria es privilegiada en detrimento de las que ocupan un escalón inferior y, por ende, son consideradas más débiles; la puesta en escena inicial puede inducir a equívocos por su aparente superficialidad, pero esta será comprendida como elegancia a los pocos minutos, galanura que mantiene el resto de la cinta merced al escueto elenco, el cual está formado por solo cuatro actores que explican con mucha sensatez una historia sin demasiada trascendencia pero sí elocuencia (temeridad e ingenio se llegan a confundir en varios impases); la igualdad, por una vez, en la muestra de cuerpos despojados de prenda de vestir alguna, y es que pese al atrevimiento direccional (con machismo incluido) los desnudos son de ambos géneros y la visceral (a intervalos literalmente) empatía suscitada a raíz del tardío regreso a determinado escenario (una decisión tan incomprensible como la entrega de cierto alucinógeno y, más aún, su uso) para envolver de un hálito especial a la presente película francesa.
Lo peor: el cúmulo de casualidades que se dan en la trama (repentinos descubrimientos de cuerpos en hectáreas de extensión, cristalinas pisadas en el lugar justamente deseado, inoportunos tropiezos en largas persecuciones...), así como otras tantas paradojas (largos caminares por salvajes senderos en contacto directo con los pies descalzos, improvisadas intervenciones con precisión quirúrgica en uno mismo, ágiles movilidades en víctimas heridas de gravedad...) hace que la misma no se respete a sí misma, siendo tal vez solo irrefutable que, como bien se pronuncia, “el desierto es sublime”; la grotesca escena de violación (sin desvelar nada es oportuno señalarla para prevenir a aquellos más aprensivos con dichas cuestiones), tan repugnante como ingerir una confite de chocolate mientras se ejecuta, aunque sea el único momento que se plasma alguna de las necesidades básicas del ser humano (para qué comer y dormir cuando se puede atentar contra la integridad del prójimo con total impunidad); el desenlace desborda tanta tensión como redundancia, tiñendo textualmente la pantalla de rojo (qué desastre produce en los impolutos espacios la gratuita recreación en el dolor ajeno y la contundencia visual) tras una serie de acontecimientos a cada cual más previsible que el anterior pero, no por ello, ausentes de curioso e innato atractivo.
Daniel Espinosa
Thelma (Joachim Trier, 2017)
Ficha técnica
Título original: Thelma Año: 2017 Nacionalidad: Noruega Duración: 110 min. Género: Drama, Suspense Director: Joachim Trier Guión: Eskil Vogt y Joachim Trier Reparto: Eili Harboe, Ellen Dorrit, Okay Kayarsson y Henrik Rafaelsen
Sinopsis
Una misteriosa joven inicia una relación con una compañera de clase...
Valoración
Lo mejor: la gélida fotografía de Jakob Ihre, durante toda la película en general y en la secuencia introductoria en particular (el adjetivo cobra textuales tintes entonces), la cual se prolonga escasos segundos pero bien merece una mención aparte, amén de por su amenazante belleza, por la macabra trascendencia que a la postre cobra abarcado, al contrario que ocurre con la propia cinta, todo lo que pretende y más; la representación de la fauna animal (ciervos, pájaros, serpientes, gusanos e insectos) como alegoría de una feroz lucha por no ceder ante la atracción carnal (un instinto más primitivo y humano que cualquier deidad a la que se rinda culto) por parte de una joven sumamente devota que solo busca independiente libertad entre tanto prohibitivo control, ejemplares que perecen querer contactar con el sujeto en cuestión (íntegro donde los haya a pesar de los poderes extrasensorial que posee, circunscritos en una telequinesia muy similar a la antaño mostrada en la terrorífica Carrie) sin lograrlo a causa de múltiples barreras físicas (las vez tantas como el mismo avista en su interior); la perfecta muestra de inocencia corrompida, en primer término, por un caprichoso destino que se presenta tan tecnológico (las redes sociales como Facebook e Instagram imperan en las relaciones sociales con el riesgo de padecer el denominado “síndrome del cuello roto”, es decir, lesiones por el uso excesivo del móvil al mantener inclinada la cabeza cuarenta y cinco grados, la postura habitual, soportando el equivalente a un peso de veinticinco quilogramos) como mundano (la mayoría de individuos de cualquier población invita a la amoralidad bebiendo, fumando e intimando sin ningún remordimiento).
Lo peor: el parsimonioso ritmo narrativo desesperará a más de uno, si bien una de las claves para conseguir el propósito tensional (además de las pruebas explícitas para evidenciar que descuidos infantiles causan profundos traumas en edades adultas al reprimirse emociones y exteriorizarlas de un modo u otro, aquí mediante convulsiones no epilépticas) reside precisamente en dicho aspecto; la religión como verdad absoluta (en este caso bajo la etiqueta del cristianismo estricto aunque extensible a cualquiera) defendida por los fieles con sentencias del tipo “el saber no nos hace ser mejores que otros” cuando la única certeza es que ningún culto es universal ni superior al resto sino la pertenencia a algo en qué creer pese a que, como es obvio, cada cual (si las convicciones han sido inculcadas sin replanteamiento posible atemorizando con una cruel educación basada en técnicas como mantener la mano sobre una vela mientras se profiere “así es en el infierno todo el tiempo”) defenderá el suyo como si lo fuera, un equívoco aquí amparado en un arriesgado guión premiado en el Sitges film festival 2017 como el mejor de los participantes en dicha categoría; la insensatez del autor de dibujar un debate tan trascendental como el aludido (la obsesiva necesidad de conformar una identidad alejada de imposiciones es un conflicto remontable hasta el principio de los tiempos) con colores desgastados (trazando un símil con la herramienta de trabajo típica de un pintor y la actitud direccional denotada, propia de un niño con tanta curiosidad innata como errores pueriles), pecando de escepticismo fílmico al pretender dar respuestas a cuestiones que no las tiene, siendo solo solvente en el último cuarto (el metraje va creciendo en intensidad a medida que trascurren los minutos), contenedor de escenas de auténtico mérito como la del mechón en la ventana y la de la barca en el lago, optando por no incidir en ellas para no desvelar su contenido pero identificarlas al instante.