Día 7 (Sitges Film Festival 2014) 18-10-2024 13:17 (UTC)
   
 

Aux yeux des vivants
(Alexandre Bustillo y Julien Maury, 2014)







Ficha técnica


Título original:
Aux yeux des vivants
Año:
2014
Nacionalidad:
Francia
Duración:
80 min.
Género:
Drama, Terror
Director:
Alexandre Bustillo y Julien Maury

Guión:
Alexandre Bustillo y Julien Maury
Reparto:
Anne Marivin, Francis Renaud, B
éatrice Dalle, Chloe Coulloud, Nicolas Giraud, Zacharie Chasseriaud, Damien Ferdel y Theo Fernández


Sinopsis


Una madre decide quitarse la vida antes que seguir viviendo con su monstruoso hijo; años más tarde, tres amigos cometerán el error de adentrarse en el estudio de cine abandonado donde vive la bestia...



Valoración


Lo mejor
: la participación de Canal+ unida a la nacionalidad francesa suele ser sinónimo de éxito y si detrás del proyecto se encuentra la dupla formada por Alexandre Bustillo y Julien Maury, autores de la lindeza titulada Inside datad del dos mil siete y próximos responsables de la prometedora nueva entrega de La matanza de Texas, poco más cabe añadir acerca de la calidad del producto; la escena del teléfono y el payaso estremece sobremanera, valiendo por sí sola el visionado completo de un filme repleto de grandes momentos de tensión como el de cierta vigilancia infantil remota o el propio inicio de la obra, a cuya perturbadora contundencia acompaña una melodía silbante que inquieta a la par que impacta; la imaginación del espectador se ve obligada a ejercitarse constantemente, pues los tres problemáticos amigos que protagonizan la trama principal al escaparse del colegio el último día de clase con espíritu rebelde y aventurero para ser objeto de sendas venganzas al presenciar un secuestro en un ficticio estudio de cine abandonado tan hostil como el mundo real padecen un futuro incierto en el que muchas secuencias se resuelven abiertamente en un panorama que recuerda estéticamente a la legendaria Los Goonies y argumentalmente a la terrorífica It, salvando las distancias y temáticas entre ellas e invitando a la reflexión sobre el presupuesto necesario para llevar a cabo una notable pieza, pues en ésta es evidentemente escaso.


Lo peor
: la narrativa elegida es muy particular y su comprensión, sin ser presuntuosa, se convertirá en una quimera para gran parte del público, pues la predilección por la misma es tan subjetiva como que los predominantes tintes ochenteros durante toda la película agraden; la apariencia del némesis de la historia, un extraño ser víctima de una misteriosa plaga vírica que causa daños irreversibles y mutaciones genéticas a quienes se ven expuestos a ella provocándole irregularidades fisiológicas, deja mucho que desear en cuanto a temor infundido y aclaración de los orígenes se refiere, ya que los detalles vertidos son mínimos; la violencia explícita empleada no se puede considerar necesaria sino más bien gratuita, a excepción de impases que sí exigen una gran incisión visual por su contenido psicológico.



Daniel Espinosa




Sorcerer
(William Friedkin, 1977)


Sorcerer




Ficha técnica


Título original:
Sorcerer
Año:
1977
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
119 min.
Género:
Acción, Drama
Director:
William Friedkin
Guión:
Walon Green
Reparto:
Roy Scheider, Bruno Cremer, Francisco Rabal, Hamidou Benmessaoud, Ramon Bieri, Peter Capell, Friedrich Ledebur y Karl John


Sinopsis


Un grupo de excluidos se ven obligados a viajar a Sudamérica para trabajar en una perforación petrolífera; para poder regresar a casa deberán transportar seis cajas de un explosivo sumamente inestable...



Crítica


Tras cosechar sendos desorbitados e inéditos éxitos con El Exorcista y Contacto en Francia, al legendario William Friedkin le dieron vía libre para desarrollar una película que finalmente se caracterizó, más allá de la indiscutible calidad de la misma, por la increíble cantidad de criticas superficiales vertidas sobre ella sin llegar a profundizar ni en el uso del montaje nervioso (algo habitual en casi todas las obras del autor) ni en el retrato de los oscuros personajes que la pieza presenta (el recurso de la cámara en mano era antaño empleado de muy distinta forma a como se procede en la actualidad, cobrando la subjetividad un sentido primoroso), dos de las genuinas cualidades más reseñables de ésta revisión de El salario del miedo de Henri Clouzot, pese a que cualquier similitud entre una y otra es pura coincidencia; nominada al Oscar al Mejor Sonido en mil novecientos setenta y siete (la imagen es propia de la época pero lo cierto es que la remasterización de las copias que pueden adquirirse por internet y la utilizada en la proyección dentro del marco del homenaje rendido a tan emblemática figura en el Sitges Film Festival 2014 podrían hacer pensar que no han pasado cerca de cuatro décadas) y sufriendo un rotundo fracaso en taquilla debido a que los distribuidores no aceptaron la difusión de su versión original (el recorte que padeció dejó lagunas que determinadas secuencias omitidas hubieran solucionado), encuentra en el riesgo de que el cargamento que los protagonistas transportan explote con la menor sacudida un tono existencial (concretamente nihilista, la corriente filosófica que toma como base la negación terrenal sosteniendo que ésta carece de significado objetivo o valor intrínseco) muy emotivo.


Pareciera que los actores no usaran maquillaje y que fueran parte del mismo infierno que engendró el gran realizador, pues las secuencias de ejercicio visual son de órdago (en todo momento la historia rezuma suciedad, sudor y sufrimiento a raudales), estando todas las herramientas propias del cine al servicio de un guión aparentemente poco complejo pero psicológicamente enérgico (la enriquecedora crítica social que contiene no debe entender de temporalidad generacional alguna) que no fue entendido debido a la abertura de mente que implica concebirlo como es debido (aferrarse a banas creencias era, por suerte, más habitual antes que ahora); la producción (la unión de Paramount Pictures y Universal Pictures para la ocasión es de agradecer) no está armada de forma lineal y conservadora sino a partir de la introducción de imágenes donde ningún otro mortal las situaría (las de la secuencia del viaducto, cuya transmisión de tensión es infinita, se lleva la palma), propias de un desprolijo, aproximando la obra más a un documental que a un largometraje propiamente dicho, no buscando manipular al público para transmitir sus ideales sino imponiéndolos, haciéndolos presentes para que luego sea el respetable el que tenga que decidir si cre
érselo o no.

Un grave accidente sobrevenido en una compañía venezolana de recursos petroleros amenaza con hacer peligrar seriamente ésta única fuente de trabajo, por lo que, para continuar con las obligaciones productivas propias del negocio, el máximo responsable del mismo decide llevar a cabo una gran explosión y solucionar así el inconveniente, para lo cual precisa que una alta carga de explosivos llegue al lugar, una tramitación sencilla de no ser porque la dinamita que pretende emplear para tal objetivo lleva mucho tiempo sin voltearse y ello ha hecho que la nitroglicerina de los cartuchos se haya derramado por el interior de las cajas; el recorrido, de más de trescientos quilómetros, debe realizarse por carretera mediante dos camiones (los grandes iconos del filme al fin y al cabo), pues en helicóptero no se puede debido a las turbulencias y la volatilidad del material es muy alta, y nadie en su sano juicio aceptaría la empresa a no ser que estuviera necesitado, tesitura en la que precisamente se encuentran cuatro fugitivos de la ley, un sicario de Vera Cruz, un terrorista de Jerusalén, un inversor de París y un ladrón de Nueva Jersey (Francisco Rabal, Hamidou Benmessaoud, Bruno Kremer y Roy Sheider respectivamente, un cuarteto de indudable valía interpretativa), quienes se refugian por distintas en dicho emplazamiento y ven en esta partición hacia la perforación una salida, pero su periplo se tornará rápidamente virulento y la selva del agreste país latinoamericano una mala aliada, consiguiendo sólo algunos llegar al destino prefijado y pagando con su vida otros (la mayor
ía) la aceptación de la empresa...

A tanta elocuencia direccional hay que sumar la laureada banda sonora (compuesta por el conjunto alemán de música electrónica “Tangerine Dream” en el que supuso su primer trabajo hollywoodiense) y un sinfín de memorables escenas (desde los primeros intercambios oculares entre los protagonistas hasta el regalo de una misteriosa mujer para desearle suerte a uno de ellos, pasando por la revelación de rumorologías varias sobre unos y otros, la contundente a la par que dramática revuelta ciudadana y las pruebas viarias para seleccionar de entre los múltiples candidatos a los transportistas) que antes, durante y después del propio truculento trayecto dan como resultado una serie de peligros (pasos de maderas podridas, caminos embarrados, puentes colgantes de dudosa estabilidad, climatologías caprichosamente adversas, senderos de insalvable frondosidad, árboles que interrumpen pantanosas vías...); todas las tesituras descritas (incluida la determinante aunque poco razonable, al contrario que los percales anteriores, aparición de una guerrilla de actitud sumamente hostil) son solventadas con mucha valentía y mayor perspicacia mediante heroicidades que conforman un exquisito producto fruto de un rodaje de titánico esfuerzo, una libre inspiración en la novela de Georges Arnaud (“The wages of fear”) que no se puede comparar con la datada de mil novecientos cincuenta y tres pero que ello no supone un problema, todo lo contrario al no tener que confrontarlas.


Dividiendo la película en dos partes (lo cual no resulta ni una locura ni algo especialmente complicado), una primera en la que se presentan las diferentes personalidades (un choque cultural y, en esencia, de entender el mundo, que se plasma a partir de situaciones narradas fugaz pero concluyentemente, siendo tan interesantes que se perciben como brillantes cortometrajes atendiendo a sus escasas extensiones temporales), aproximadamente una hora que contrasta justa y plausiblemente con la segunda, una en la que el encargo de la fatídica misión que se convierte en el epicentro de todo cuanto acontece genera un parecer totalmente distinto pero igualmente disfrutable, siendo éste virtual siguiente fragmento el que recupera el ritmo del responsable como en la citada al inicio de la presente crónica French connection (por no repetir títulos ahora se cita el inglés); qué duda cabe, la mayoría de los paladares degustarán todavía a día de hoy lo que en Sorcerer se recoge (siempre habrá una minoría que no comparta predilecciones y no hallen más recompensa que la aparición de Francisco Rabal en la encarnación de un grandioso papel, antojándoseles lo demás añadiduras medianamente entretenidas pero muy posiblemente insuficientes para justificar el tiempo dedicado al largometraje), un cúmulo de circunstancias altamente padecibles (en el mejor sentido del término) de gran calidad.




Daniel Espinosa




The signal
(William Eubank, 2014)


The Signal




Ficha técnica


Título original:
The signal
Año:
2014
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
91 min.
Género:
Ciencia ficción, Drama
Director:
William Eubank
Guión:
Carlyle Eubank, David Frigerio y William Eubank
Reparto:
Beau Knapp, Brenton Thwaites, Olivia Cooke, Lin Shaye, Laurence Fishburne, Patrick Davidson, Robert Longstreet y Roy Kenny


Sinopsis


Tres estudiantes desaparecen sin dejar rastro; lo último que se conoce de ellos es que estaban siguiendo la pista de un hacker informático...



Crítica


William Eubank
, quien ya firmara tres temporadas atrás el filme de corte futurista Love, sospechosa similar al que ocupa (el acento dramático estaba mucho más presente en la anterior pero la sinopsis oficial, “tras perder contacto con la Tierra, un astronauta se encuentra perdido y sólo en una estación espacial internacional, el tiempo pasa y se ve forzado a sobrevivir, intentando mantener la cordura, pues su mundo se basa en una experiencia solitaria y claustrofóbica, al menos, hasta que hace un extraño descubrimiento en la nave”, reafirma la sentencia, siendo las opiniones vertidas sobre aquella y ésta curiosamente también parecidas, no superando la nota media atribuida por parte de espectadores comunes y críticos experimentados a una y otra el cinco en una escala del cero al diez), dirige y coescribe (junto a Carlyle Eubank y David Frigerio, siendo seis manos no complementarias sino conflictivas entre sí ateniendo al sencillo pero inconcluso guión) The signal; la cinta, que ciertamente aparenta haber contado con más presupuesto del dispuesto (algo menos de cuatro millones de dólares, insuficiente alegato para defenderla a ultranza pero qué duda cabe que el preciosismo tecnológico), danza con el ocultamiento de parte de la trama para estimular el interés sobre qué les está sucediendo a los protagonistas avanzando, como si de un cuento de hadas se tratase, dejando pequeñas pistas (en este caso es la ausencia de ellas la que dibuja el camino) que guían al espectador a través de la consecución de escenas manidas, adjetivo que pudiera citarse positivamente de tratarse de una historia escrita miles de veces pero contada de forma original pero no es el caso.

Con un rodaje mejicano (concretamente en las zonas Albuquerque, Los Lunas y Taos) compresor de más de un año sumamente exigente (a pesar de abarcar una temporalidad tan amplia la mayoría de situaciones fueron grabadas en intervalos de dos días para aprovechar al máximo los recursos naturales pensando en la apariencia que tendrían en el montaje posterior en aras de que fuera lo más respetuoso posible en cuanto a compartición de particularidades se refiere), la excelsa fotografía de David Lanzenberg consigue hipnotizar hasta que uno se percata de que el frívolo brillo está tratando de compensar la coherencia narrativa, escasa sino nula, conformándose un rompecabezas pulcramente ejecutado (los efectos especiales son deleitosos e ingeniosos pero se antojan mal seleccionados al congregarse en el último cuarto) cuyo apartado musical de Nima Fakhrara (algunos temas son poco menos que una variante sonora de las composiciones de la franquicia fílmica Resident evil) es el mejor ejemplo de la pobre inventiva de la que hace gala la obra; los exiguos noventa minutos de duración se tornan un visionado ameno pero vacío, pues los pensamientos podrían haberse comprimido hasta reducir la extensión a un cortometraje convencional sin que los tres actos se dividieran tan bruscamente, siendo diferentes hasta el punto de no apreciarse un trabajo abstracto sino sencillamente improvisado, luciendo notablemente hasta que todo se vuelve ridículo y sinsentido, dejando la boca abierta pero no por asombro sino por incredulidad, y es que resulta intrigante hasta que uno se percata de que la trama no avanza sino que entra en un bucle de ocultismo sin responder apenas a las innumerables (varias existenciales) cuestiones planteadas.


Tres inseparables amigos, Jonah (Beau Knapp, cuya encarnación del típico cerebrito sabelotodo lo hace aborrecible), Nic (Brenton Thwaites, el cual afronta acepta con más torpeza ficticia que actoral la enorme responsabilidad de que gran parte del peso del filme recaiga sobre él) y Haley (Olivia Cooke, reconocida a raíz de su labor en la inquietante serie televisiva Bates motel que demuestra estar dotada del poder de convicción a pesar del apenas fugaz y secundario papel que asume), éstos dos últimos compañeros sentimentales, acostumbrados a realizar todo tipo de actividades juntos (correr por la montaña, viajar en coche, visitar parques acuáticos...) e intercambiar los raciocinios de su intelecto considerablemente superior a la media (no española sino internacional, pues de referirse al nivel patrio no sería cuantiosa sino insultante la diferencia) comienzan a interactuar, mediante correos electrónicos y chats en vivo, con un desconocido; las conversaciones que mantienen con el enigmático cibernauta de pseudónimo Nomad les hace sospechar que es un experto en introducirse en los ordenadores ajenos para manipularlos a su antojo (incluso es capaz de controlar las cámaras de seguridad vial), concluyendo el encuentro casual (o tal vez no tanto) por la red en un exhaustivo rastreo de su señal (he aquí la razón del título) por la ambición de saber más y, a la postre, con un determinante episodio físico en medio del desierto (tal vez convenga especificar que se encuentran en un largo trayecto desde la costa este hacia tierras californianas) en el que sus respectivas existencias cambiarán irremediablemente para siempre.


La ominosa reunión con el citado contacto provoca que los alumnos de envidiable expediente académico (el tipo de personas que entienden como graciosos comentarios del estilo “Android se ha hecho cargo de las conexiones eléctricas”) permanezcan sin conocimiento un tiempo indeterminado hasta que despiertan en unas instalaciones secretas gobernadas por el doctor Wallace Damon (Laurence Fishburn, seleccionado para convertirse instantáneamente en uno de los atractivos fundamentales al vinculársele con su imponente interpretación en la saga Matrix que, algo desdibujado al encarnar a un individuo apático hasta la médula, suma a su trayectoria otra irrelevante aparición en la gran pantalla), quien les expone la naturaleza de lo ocurrido, así como un breve por qué de su confinamiento en tan custodiado lugar (según la información limitada proporcionada han estado en contacto con un EBE, cuya traducción española sería Entidad Biológica Extraterrestre, y que la posibilidad de contaminación alienígena es muy real); sus esfuerzos se centrarán a partir de entonces en descubrir la manera de escapar de la base científica en la que permanecen como sujetos objeto de estudio trazando una delgada línea entre lo tangible y lo inconcebible, haciéndolo mediante la observación global (relojes de pared, conductos de ventilación, códigos de secuencias...), pues la automatización y escrupulosa rutina que siguen los trabajadores invitan a ello (no es conveniente añadir nada más a fin de no desvelar el poco encanto percibido y adelantar estelas de la resolución, asombrosa e indebida).


Alguien apodado “WEF” publicó una reseña en cierta página en la que planteaba la duda de qué es la señal más allá de sus efectos, llegando a la conclusión de que no es más que un artificial reclamo para aquellos a quienes temáticas específicas (en el particular que ocupa la de la ciencia ficción) les resulta imposible de eludir y conceder una oportunidad y, ante tan elocuente exposición de ideas, no cabe más que rendirse ante la evidencia de que, en efecto, así es, traduciéndose The signal en una venta de humo sin precedentes, un metraje poco logrado disfrazado de pieza de culto en el que se alternan decorados (veinte minutos en exteriores, treinta y dos en el claustrofóbico centro de análisis microbiológicos y media hora más de nuevo en espacios abiertos) y virtudes (la breve aparición de Lin Shaye, uno de los rostros más representativos de las dos entregas de Insidious, como la religiosa recogedora de autoestopistas Mirabelle suma enteros) pero cuya imprevisibilidad conlleva detalles tan suprimibles como la especie de homenaje al más puro estilo Usain Bolt que se rinde a Forrest Gump y, algo más relevante desde una vertiente argumental, las prótesis que dotan a quienes las portan de extraordinarios poderes; cabría rememorar la importante lección literaria que versa sobre la necesidad de que una buena historia de misterio deba ser como las capas de una cebolla, pero de falsedad, capaces de convencer al espectador hasta que llega al núcleo de verdad tras hacerle dudar sobre la conveniente interpretación de lo expuesto, pero cuando las incoherencias abundan y el ensamblaje general es pecaminoso (la película se percibe insoportablemente pausada en un inicio e igualmente desmerecedora de congratulaciones en el resto, desesperando harmónicamente sobremanera al abusar de la cámara lenta en infinidad de compases sin tan siquiera justificarse dicho recurso, por mero lucimiento) la sabia sentencia no es aplicable y lo que resta es aconsejar que nadie se deje engañar ni engatusar por un material promocional hábilmente manipulado para generarse ilusiones.




Daniel Espinosa

 
 
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