Día 1 (Sitges Film Festival 2014) 18-10-2024 11:24 (UTC)
   
 

Housebound
(Gerard Johnstone, 2014)


Housebound




Ficha técnica


Título original:
Housebound
Año:
2014
Nacionalidad:
Nueva Zelanda
Duración:
109 min.
Género:
Comedia, Terror
Director:
Gerard Johnstone
Guión:
Gerard Johnstone
Reparto:
Morgana Reilly, Rima Te, Glen Waru, Cameron Rhodes, Millen Baird, Ross Harper, Bruce Hopkins, Ryan Lampp y Wallace Chapman


Sinopsis


Si uno descubriera que la casa donde vive está encantada, su primer impulso sería mudarse; pero ¿qué ocurriría si la ley no se lo permitiera?



Crítica


El creador de la sitcom (un tipo de serie televisiva cuyos episodios se desarrollan regularmente en los mismos lugares y con los mismos personajes soliéndose incluir risas grabadas o en vivo) “The Jaquie Brown diaries”, cuyo éxito en las Antípodas al parecer es abrumador, y poseedor de la productora Semi-Professional Pictures junto al actor Luke Sharp (célebre por su labor como Dylan McKay en la serie “Beverly Hills”), Gerard Johnstone, altera por completo la concepción de las casas encantadas en éste su debut, Housebound, cuya traducción sería “salir de casa” (la intención de la protagonista del filme, siendo lo plasmado precisamente lo contrario, la imposibilidad de hacerlo); la producción de origen neozelandés exprime al máximo el ajustado presupuesto (un millón y medio de dólares) dispuesto en intervalos pues, cual montaña rusa, inicia un ascenso que en el ecuador se derrumba para terminar por todo lo alto, siendo esos compases centrales tan aburridos, repetitivos e interminables que afectan severamente a la percepción general del producto, fundando una impresionante decepción que, da la impresión, podría haberse evitado de reducirse a algo más de la mitad la duración para agilizar la fluidez del desarrollo argumental, en cualquier caso mejorable aun pudiendo advertirse que la simpleza no tiene cabida, ya que (pr
ácticamente) nada es lo que parece en un principio.

Tras intentar asaltar un cajero con nefastos resultados tanto para ella como para su pareja (identificar al actor en cuestión no es posible al limitarse a aparecer encapuchado escasos segundos), Kylie (Morgana Reilly, polifacética en una sola historia), una joven malhumorada de comportamiento mayormente masculino y escaso control de la ira, es condenada a cumplir ocho meses de arresto domiciliario (la internación en un instituto especializado para rehabilitarse y estabilizarse se descarta al haberse procedido de tal modo en el pasado con nulo éxito, como se puede comprobar) bajo el amparo de Miriam (Rima Te, la exageración facial no la beneficia en según qué tesituras), bondadosa progenitora a la que no ve desde hace años que ha rehecho su vida junto a Graene (Ross Harper, demasiado sosegado), padrastro cuya inocencia perdura incluso cuando el momento de reacción ante adversidades le reclama; el caso lo llevará Dennis (Cameron Rhodes, cuya transición de enano en El señor de los anillos a enigmático terapeuta sirve para reafirma su talento), un doctor en psicología clínica que sostiene que una mente hiperactiva en un entorno hostil puede generar pesadillescas ilusiones, bajo la supervisión del agente Amos (Glen Waru, tan irregular como la consistencia de su personaje), cuya implicación en el mismo trascenderá la vertiente pericial.


La convivencia nunca es fácil entre vivos (declinaciones de limpieza, disputas por poseer el mando de la televisión...), pero mucho menos cuando hay muertos de por medio intentando contactar con ellos para transmitirles un mensaje, algo que no tardará en apreciar la recién llegada (de hecho ha regresado a su morada natal cuando era una niña, matiz que tendrá su importancia) que, sin poder abandonar el hogar más que unos pocos metros si no desea que un oficial se persone para agravar su pena, cederá ante el ímpetu de la chica que lleva catorce años muerta; indagando a raíz de las claves que la difunta la proporciona, descubre que algo relaciona la casa con el centro de reinserción
Sunshine Grove, concretamente el hecho de que el anterior inquilino de la misma propinó más de sesenta cuchilladas a la asesinada que, ahora, de un modo más vengativo que onírico, concederá improvisadas sesiones de psicofonía (a cargo del nombrado miembro del cuerpo de la ley instalando cámaras, micrófonos y demás dispositivos tecnológicos, plasmándose por enésima vez la incompetencia autoritaria, tanto por ello como por la actitud a la hora de tomar una declaración de los hechos) que bien podrían suponer un avance en la investigación de lo paranormal.

Entre lo más reseñable se encuentra la retahíla de soluciones caseras que se proponen a recurrentes manifestaciones del más allá, tales como interrupciones de orina (ser paciente), fluctuaciones en la factura de la luz (desconectar los aparatos que pudieran consumir energía), fallos en la conexión cibernética (apagar el ordenador), llamadas perdidas a horas intempestivas (hacer caso omiso), arrastramiento nocturno de mobiliario (volver a ponerlo en su lugar), posesión de objetos (quemarlo en la chimenea), apertura de puertas (desatornillarlas para quitarlas), apagones repentinos (desistir de reparaciones varias), ruidosos sonidos (contrarrestarlos con otros)...; la decisión de reducir todo al plano psicológico (exactamente al trastorno de personalidad múltiple) no se antoja conveniente al tratarse de un tema demasiado serio como para frivolizar sobre él (y, de hacerse, al menos es necesario que haya un rigor genérico), mas cuando se representa mediante personajes sin carisma (unos no se entregan y los que sí lo hacen en exceso hasta parodiarse a sí mismos) y ectoplasmáticos seres que no son tal (que la presumible perversión de un enfermo, que por cierto se asemeja cuantiosamente a Michael Keaton en la pintoresca Beetlejuice, supera cualquier clase de ficción es por todos sabido de antemano y, por consiguiente, completamente innecesario enfatizar en ello ocultando a gente detrás de las paredes llevando a cabo nemotécnicos ejercicios de desaparici
ón).

La primera media hora es salvable, pero el resto puro desperdicio y, lo que podría haberse convertido en una cinta de culto (elementos para que fuera así se dan) se concibe como una congregación de géneros poco propicia y tan ridícula (emplear un rayador de queso como arma blanca valdría como perfecto ejemplo) como inconsistente (del humor negro se pasa al suspense privatizado y posteriormente al drama familiar sin apenas dinamismo); el nuevo enfoque que a las casas encantadas se esmera en engendrar Gerard Johnstone se pierde entre espiritualidades meramente excusadoras para llamar la atención y no matizarla ni profunda ni concluyentemente, quedando la teórica intriga arruinada por una trama nada atractiva ni inventiva en la que las sospechas infundamentadas e infiltraciones sinsentido ocupan gran parte de la misma de manera no complaciente sino desesperante, con muchas pausas (pocos errores hay más fatales que no cuidar debida y minuciosamente el montaje final) e infinitos problemas de adecuación.




Daniel Espinosa




R100
(Hitoshi Matsumoto, 2013)


R100



Ficha técnica


Título original:
R100
Año:
2013
Nacionalidad:
Japón
Duración:
95 min.
Género:
Drama, Fantástico
Director:
Hitoshi Matsumoto
Guión:
Hitoshi Matsumoto, Koji Ema, Mitsuyo Takasu y Tomoji Hasegawa
Reparto:
Nao Omori, Mao Daichi, Shinobu Terajima y Matsuo Suzuki


Sinopsis


Un oficinista adicto al sadomasoquismo entra en un exclusivo y misterioso club en el que encuentra a mujeres seductoras y dominantes; ser miembro conlleva no poder cancelar su pertenencia durante un año...



Crítica


La adaptación a la acción real del famoso (cuanto menos en su país de origen) manga “Lupin the 3rd” llega al mundo del celuloide (anteriormente ya lo había hecho al televisivo con una serie de veintitrés episodios) bajo el sello del siempre singular Hitoshi Matsumoto, quien sigue respetando su tradición bianual (cada dos temporadas lanza al mercado un título, habiendo sido los anteriores Big man Japan, Symbol y Scabbard samurái en dos mil siete, nueve y once respectivamente) y la exigencia de conocer su singular proceder para disfrutar como es debido sus trabajos, pues hay directores cuyas obras resultan tan anodinas y mediocres que descubrir quiénes son y de dónde vienen es una soberana pérdida de tiempo pero, con otros, como es el caso (y el de Quentin Dupieux, por citar otro nombre que sigue un hilo narrativo parecido a éste incluso, siendo más concretos por aquello de mencionar un filme mínimamente afín, su laureada Rubber), se hace simplemente necesario para entender lo que plasman; así, recuperando algunas de las licencias que patentó en su debut con Dainipponjin (entre ellas el firme pensamiento de que la gente suele dividir las cosas en dos categorías y después deciden a cuál pertenecen para definir su identidad y sentirse seguros consintiendo impuestos cánones), el responsable expone sus credenciales más allá de la polémica (en citas anteriores ha criticado duramente de todas las maneras posibles el modelo de vida japonés predicando la destrucción familiar y asegurando que con la cantidad de jóvenes liberales que hay merece la pena casarse para ver cómo una mujer se vuelve cada vez más fea e insoportable) para poder ser considerado un autor plausible con éste relato sobre la cobardía humana que baraja la posibilidad de que el único modo de superar el masoquismo sea su opuesto, el sadismo, y que la auténtica felicidad reside en la libertad despótica pese a que no est
é bien considerada.

El ejemplar señor Katayama (Nao Omori, quien se muestra majestuoso en su altamente complejo papel de encarnación), un oficinista (más concretamente un vendedor de objetos del hogar de una tienda especializada en dichos menesteres) que lidia con una ordinaria y triste vida marcada por la prolongada internación de su mujer en un centro sanitario (la cual permanece en estado vegetativo permanente desde hace mucho tiempo) y el apremiante inicio de las rebajas de la vuelta a los estudios (lo cual se traduce en más estrés), es un padre de familia completamente normal salvo por sus gustos fetichistas, sintiendo por ellas una insana adicción al concebirlos como su única vía de escape; en busca de emociones fuertes acude al “Bondage”, un club sadomasoquista en el que las damas no utilizan sus manos para abrir puertas (para eso y otros funciones profesionales ya están sus pies embutidos en altos tacones) sino para maquillarse y complacer a los caballeros que acudan al lugar de un modo un tanto atípico, dominantes mujeres cuyo único objetivo es corresponder las visitas de sus clientes al centro (e incluso fuera de él, desplazándose y siguiéndoles de cerca sin el consentimiento explícito de ellos) con depravaciones varias primeramente aceptadas al plasmar sus firmas en el oportuno contrato anual, siendo una de las principales y más llamativas normas que no se puede cancelar antes de su vencimiento bajo ninguna circunstancia...


Además de la citada cláusula existe otra igualmente relevante que versa sobre la total sumisión del usuario, obligación que, como el recién inscrito comprobará, no es nada sencilla de respetar, y es que a pesar de que el máximo responsable de la organización asegura que está a punto de embarcarse en un viaje hacia el reino de los sentidos para disfrutar de una euforia sin igual, dicho éxodo no está exento de violencia y, por consiguiente, de sufrimiento (buena muestra de ello dará su cuerpo cuando los morados originados por los fuertes golpes recibidos comiencen a colorear su piel); formando parte del juego que ha resuelto aceptar el silencio y el abandono, irá aprendiendo (tal y como le adelanta el recepcionista de la sede a la que asistió) que el sufrimiento normalmente causa dolor pero cuando éste excede ciertos límites se convierte en placer y uno se manifiesta como es en realidad cuando experimenta lo extraordinario, despertando entonces la verdadera naturaleza oculta que alberga, misión complicada aún más con la aparición en escena de un misterioso desconocido que asegura pertenecer a una agencia gubernamental que lucha contra los elementos antisociales le advierte de que está involucrando a su familia, y así será, en efecto, a ra
íz de un fatal accidente del que no es garante pero del cual deberá responder como si de una acción propiamente suya se tratase.

“Lo que verán a continuación es una obra de ficción ejecutada mediante animación de maquillaje en tres dimensiones y otra tecnología; durante el rodaje no ha sufrido daño ninguna criatura (animales, niños, etcétera)”, tan anormal mensaje sirve de preludio para el desfase inminente que se va a presenciar, una de tantas singularidades (otra directamente mencionable es el hecho de que el título no aparezca en pantalla hasta los cuarenta minutos, algo tan inaudito como que a partir de entonces lo haga de nuevo en hasta tres ocasiones más) que convierten la presente propuesta en una experiencia única de locura extrema que culmina con un apoteósico espectáculo pirotécnico a ritmo de clásicos melódicos para, en último término, concluir con un recopilatorio de las mejores escenas mientras suena el cuarto movimiento de la novena sinfonía del célebre Ludwig Beethoven, el popular “Himno de la alegría”, pieza que se menciona varias veces desde una vertiente filosófica antes de ser reproducida y suponer la antesala de un absurdo embarazo final que no justificaría una secuela pero sí plantea tal posibilidad; apaleado en unas escaleras, humillado en un restaurante, ahogado en una fuente, amenazado en una cabina, fustigado en unos aseos, atado en un hospital, vejado en un salón, perseguido en un coche, asediado en un ático y consumido en un cobertizo son algunas de las situaciones en las que el protagonista se verá implicado, variopintas estrategias urdidas por parte del supuesto centenario creador de la película (en la misma se alude a dicho anciano mediante un quinteto de figurantes situados fuera de la propia trama que critican los gustos e incongruencias de éste simulando ser espectadores ajenos al proyecto) para excitarle genuinamente recurriendo a lo inesperado que harán las delicias del respetable, si bien puede que la sensación de estar visionando un cúmulo de sandeces sin sentido aparecerá, casi con certeza, muy asiduamente.


Aunque el autor japonés haya declarado en varias ocasiones que posiblemente sea el realizador que menos cine ve de todo el planeta (el sentido de la insurrección le nace de dentro), R100 alberga momentos memorables que demuestran su talento y dominio del medio mediante el aprovechamiento tanto del amplio abanico de personajes (tales como “La reina de las voces” que imita las tonalidades de los demás y “La reina de la saliva” que escupe sin previo aviso, sin olvidar a “La reina engulletodo que no sacia su apetito jamás) como del escaso número de escenarios (básica y substancialmente “El salón del agua”), siendo por ello técnicamente rica (cámaras subjetivas, panorámicas infinitas y primeros planos se suceden naturalmente) e imaginativamente poderosa (los efectos especiales cumplen su cometido sin alardes ni presuntuosidades) pero estando destinada exclusivamente a determinados paladares, pues el punto de vista occidental del que hace gala (esa recargada extravagancia próxima a la barbaridad más obvia puede resultar inasumible) es privativo, pero es que si Japón (como negocio del séptimo arte) no existiera habría que inventarlo; la excelente banda sonora a cargo de Hidekazu Sakamoto y la épica fotografía de Kazushige Tanaka son más que suficientes para que Hitoshi Matsumoto moldee adecuadamente una cinta que postreramente se antoja más paradójica que provocadora pero que, en cualquier caso, puede ser considerada de culto merced al guión (urdido nada menos que a ochos manos), pues contiene los suficientes elementos de catalogación sumamente extraña para que así sea (sin ir más lejos y por citar dos, la negativa de ayuda policial argumentando que lo que está sucediendo es consecuencia de un acuerdo bilateral y el baile no sensual pero sí nutritivo que cierta mujer entrada en carnes dedica a alguien que no puede verla instantes antes de morir atrozmente por torpeza propia), implicando que todo aquel que la visione (la oportunidad concurrirá por una vez sin necesidad de recurrir a la piratería ni copias importadas al distribuirla en el estado español Mediatres Estudio) la juzgue como su parecer dicte.




Daniel Espinosa




The voices
(Marjane Satrapi, 2014)


The Voices




Ficha técnica

Título original:
The voices
Año:
2014
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
103 min.
Género:
Comedia, Suspense
Director:
Marjane Satrapi
Guión:
Michael Perry
Reparto:
Ryan Reynolds, Gemma Arterton, Anna Kendrick, Jacki Weaver, Michael Ruscheinsky, Gulliver Grath, Stephanie Vogt y Paul Brightwell


Sinopsis


Jerry, un mediocre empleado, vive en un piso con la única compañía de sus mascotas, con las que se comunica retroalimentándose diariamente.


Crítica


Un hombre que no solamente habla con sus mascotas y éstas le contestan entendiblemente sino que además sus consejos penetran en él cual orden directa del supremo (el resumen de The voices daría mucho más de sí, pero básica y escuetamente ésta sería la síntesis) puede antojarse un argumento de lo más novedoso, pero no cabe olvidar que suelen existir antecedentes que dejan a uno con la sensación de que han intentado engañarle haciéndole creer que se encuentra ante una extraordinaria originalidad cuando en verdad no está visionando más que un concepto reciclado; ésta no es una excepción a lo comentado y se puede reprochar de entrada a Marjane Satrapi (la teoría de que las mujeres son más bondadosas en tal respetuoso aspecto se derrumba por completo) que haya poco menos que plagiado en la que supone su tercera obra a Steve Cuden y su independiente a la par que imperdible Lucky (la difusión en el territorio patrio fue tan escasa que apenas circuló por algunos videoclubs), cuya sinopsis hace creer que la presente no es que beba sino que parte de ella con la salvedad de doblar la cantidad de animales y algún que otro pequeño matiz contextual, nada más lejos de la realidad, la premisa es idéntica pero el enfoque de la peculiaridad dista cuantiosamente entre las dos, no pudiéndose apenas relacionar ambas.

Inevitablemente pasará mucho tiempo hasta que se desvincule a Marjane Satrapi de Persépolis, en su versión literaria y también en la cinematográfica (la novela gráfica se publicó en el dos mil y la adaptación siete años después), pues la manera en la que se situaba en el centro de la historia, reconstruyendo a través de su recuerdo los hechos acontecidos en los años setenta y ochenta, fue considerada por muchos una huella muy difícil de borrar, augurando que nuevos trabajos se recibirían con tanto temor como ansia (su segundo largometraje, Pollo con ciruelas, pasó prácticamente desapercibido para el gran público fruto del presagiado efecto); no obstante, pensaron los entendidos y la propia realizadora, puede que lo conveniente sea no figurarse un resurgir primigenio sino una maduración de aquellos inicios, y esto es lo que ocurre precisamente, que la misma conserva intacto el poder sugestivo y creativo de sus inicios con un regreso en el que busca (y halla) una tenaz reivindicación, una irrebatible muestra de que puede reinventarse permaneciendo fiel a sus principios, y lo logra mediante la elaboración de un universo formal y temático que evolucionada por sí mismo, sin forzar lo más mínimo la base sobre la que elocuente e inteligentemente pivota.

Hace ya meses que el afable, amable, indeciso e inquieto Jerry (Ryan Reynolds, cuyo camaleónico don actoral, demostrado en la totalidad de los títulos en los que ha participado, le hace merecedor de un reconocimiento por su ya dilatada carrera en general o por ésta labor en particular), un humilde empleado de la sección de embalaje y envío de la fábrica Milton Mellow, no muestra síntomas (al menos tal y como los entiende él) del severo trastorno de bipolaridad que padece y ello, curiosamente, no se debe a seguir escrupulosamente las indicaciones que le profiere la psiquiatra que frecuentemente le imparte terapia sino a declinar la ingesta de la dosis diaria que le ha sido prescrita a raíz del oportuno diagnóstico, erróneo en cualquier caso, pues no la ha revelado su mayor secreto, una tormentosa herencia que, según se fallecida madre (a la que asesinó por petición expresa de ella para ahorrarla innecesarios sufrimientos, algo que ha asumido como natural, trauma al que debe atribuirse en gran medida la angustia y melancolía que alberga perpetuamente), supone el don de poder ser testigo de excepción de las conversaciones secretas de la Tierra; el rechazo medicamentoso no le ha afectado más allá de percibir las insalubres condiciones en las que vive en su piso adosado a una antigua bolera local (el factor pintoresco está presente hasta en dichos detalles, en efecto) como idílicas, pero la celebración de un picnic junto a sus compañeros de trabajo y un fatídico accidente con Fiona (Gemma Arterton, quien asume el necesario peso femenino de la intríngulis argumental con destreza), la compañera contable a la que ama en secreto (mariposas revoloteando a su alrededor cuando está cerca de ella bien lo denotan) trastocará su perfectamente imperfecta (guiarse por los consejos que le brindan Bosco y Bigotes, racional perro y temerario gato respectivamente, se antoja cuanto menos extraño) existencia entendiendo, a base de errores (el mayor la alternativa psicopática por la que opta de descuartizar para envasar en fiambreras y guardar en la nevera a sus deslices carnales), que sólo porque ciertos pensamientos le invadan no es preciso actuar cediendo ante tales impulsos, los más primitivos y menos racionales.

La mirada pluridisciplinar de la que el largometraje hace gala permite transitar por diferentes registros tanto a la trama como al protagonista de la misma, recorriendo múltiples tesituras, desde propias de la comedia romántica (el sentimiento que subyace como perenne telón de fondo es algo confuso pero entremezcla contundente emotividad) hasta típicas del surrealismo musical (la inmensamente demencial canción que acompaña a los créditos, con Jesucristo formando parte de un desternillante grupo que canta y danza melódica y coreográficamente, sería el mejor ejemplo), descubriéndose tras ellas un microcosmos en el que lo cuotidiano puede alterarse por completo en cuestión de segundos sin duda uno de los valores del género fantástico al que pertenece la película; el tono clásico de una fábula (mantenido en todo momento en un grandioso primer o un silencioso segundo plano) crece progresivamente hacia el delirio más extravagante en ésta pieza conformadora, a la postre, de una luminosa (el apartado artístico sobresale por encima del resto, ninguno de ellos por debajo de la notabilidad) experiencia sensorial de complicada catalogación (los adjetivos irán desde infame bodrio hasta mítico culto) que, en cualquier caso, tanto a propios como a extraños, a neófitos y experimentados en la materia, sorprenderá (positivamente) a raudales.

The voices
se traduce en diversión sin fin, contribuyendo a ello de forma activa la selección musical, temas introducidos cuando y donde corresponde asiduamente sin implicar dotarla de infantilismo, residiendo tras la propuesta otro de los grandes objetivos exigibles, convertir lo ordinario en extraordinario, capacidad que viene dada por una mirada primitiva (entendida en sentido positivo) que permite asimilar una concepción diferente del mundo que encandilará a más de uno aun percatándose que para creerla se debe portar una grave enfermedad (aunque en el metraje se alude a la personalidad múltiple originarían parecidas derivaciones patologías varias); cualquiera que tenga la oportunidad de visionar la cinta objeto de la presente crítica no debe dejarla escapar (de hecho, si puede hacerlo dos o incluso tres veces, pues los matices que cada vez descubrirá le harán enfrentarse a un ejercicio cinéfilo nuevo) , porque dirección, guión y reparto se complementan casi (por citar alguna carencia, restan cabos sueltos sin resolver cuya deducción hubiera facilitado una mayor incisión en el pasado y la mayoría de personajes secundarios no justifican su presencia más que para incrementar el número de figurantes al no desarrollarse ningún aspecto ni siquiera de las víctimas) inmejorablemente, demostrando cuan peligroso es quien carece de criterio y persiste vulnerable e influenciable (puede que sin llegar al extremo plasmado, evidentemente), ya sea por cuestiones patológicas o de diferente índole.



Daniel Espinosa

 
 
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