Día 3 (Sitges Film Festival 2014) 07-10-2024 05:55 (UTC)
   
 

Dead snow 2: Red vs Dead
(Tommy Wirkola, 2014)


Dead snow 2: Red vs Dead




Ficha técnica


Título original:
Dod sno 2
Año:
2014
Nacionalidad:
Noruega
Duración:
100 min.
Género:
Acción, Comedia
Director:
Tommy Wirkola
Guión:
Tommy Wirkola
Reparto:
Vegar Hoel, Stig Frode, Martin Star, Orjan Gamst y Monica Has


Sinopsis


Un hombre armado de valor tendrá que combatir a un ejército de zombies, empresa para la que contará con la ayuda de un grupo profesional estadounidense especializado en acabar con los no muertos.



Crítica


Cinco años han pasado (con un bochornoso debut americano de por medio la temporada pasada con la insufrible Hansel & Gretel 3D, siendo el principal motivo de tan insatisfactoria incursión la enorme participación de la industria hollywoodiense en todas las decisiones productivas, imposibilitando que el noruego se consagrara en el siempre desatendido pero eternamente agradecible submundo cinéfilo en el que ha querido posicionarse desde sus inicios con el cortometraje australiano de corte minimalista Remake allá por el dos mil seis) desde que Tommy Wirkola dejara esa modesta y a la vez gran obra muy próxima a la serie z menos políticamente correcta titulada Dead snow (o Zombis nazis, según la región de adquisición de la copia en formato doméstico, pues en la gran pantalla jamás fue proyectada más que en festivales especializados), la cual expande sus horizontes ahora con una secuela esperada a la par que correcta (ni mejor ni peor, en la misma l
ínea); los amantes del antaño laureado y en la actualidad venido a menos (a prácticamente nada de hecho, como bien denota su tercera parte del hombre araña, cuyas revisiones están resultando una auténtica delicia) Sam Raimi reconocerán ciertas particularidades de aquel sentido del exceso sanguinario del que hacía gala éste, siendo el maquillaje de la presente una delicia que, unido a otros factores, hace que el producto cumpla con creces con su cometido de entretener a base de demencias varias, a cada cual más salvaje (en especial en lo referente al gran plano visual).

La función de la película es bien simple, proponer al espectador acomodarse en su butaca previamente reservada (si es que está numerada, pues se ha extendido la tendencia a adquirir la entrada sin atribución de lugar) flanqueado por una bebida y unas palomitas y salir de la sala de mejor humor del que había entrado, y eso con toda probabilidad se consumará tanto entre los que disfrutaron de la anterior como entre los que no, es decir, quienes la tildaron de obra de culto indispensable y aquellos que no llegaron a entender por qué un producto de tales características vio la luz con tanta aceptación por parte de propios (público) y extraños (crítica) se podrán entretener de igual modo aunque diferente regocijo; con algunas situaciones más forzadas que el fingimiento que uno simula para evitar que le bloqueen el paso ofreciéndole productos asaltándole en plena calle (los pocos que no hayan recurrido a ello ya saben otra estrategia para evitar tan cotidiano intento de venta directa) y otras tan fluidas que se antojan expresamente diseñadas para la ocasión (algo axiomáticamente imposible al haberse observado previamente en otras), la película continúa narrando el ferviente enfrentamiento entre humanos y zombies (nazis, además), contando ésta vez los primeros con la inestimable colaboración de un escuadrón americano y un ejército de comunistas, entremezclándose la sabiduría de los dominantes tecnol
ógicos y de los armamentísticos.

Todo comenzó tan bien... (en la breve introducción que precede a la cinta en sí misma se resumen los hechos más relevantes del primer volumen de la franquicia), un grupo de amigos en una cabaña disfrutando de alcohol y desmadrándose... pero encontraron un viejo cofre lleno de oro y, al decidir apropiárselo, despertaron a su dueño legítimo, un escuadrón zombie nazi proveniente del mismo infierno que no dudó en matarlos, escapando de semejante carnicería únicamente Martin (Vegar Hoel, a quien el protagonismo ni le supone un lastre ni le diezma), al que mordieron pero logró sobrevivir gracias al buen uso de una sierra mecánica (en poco más de sesenta palabras ya deben mencionarse dos reminiscencias, las de Braindead: Tu madre se ha comido a perro por el logotipo de la camiseta de uno de los jóvenes y Evil dead  por esta herramienta leñadora) y la iniciativa de devolver la fortuna, pero una moneda cayó accidentalmente en el bolsillo de su abrigo y eso lo condenó a no librarse del mal persecutor...; justo en este punto arranca la historia, con tan particular héroe acosado por los defensores del más allá de la esvástica teniendo una fuerte colisión automovilística y despertando en un centro sanitario en el que, tras un traumático recobro de la conciencia, descubre que ha sido acusado de las múltiples muertes acontecidas y que ha sufrido una satánica implantación corporal (los poderes que le otorgan son la base humorística de la trama), a partir de aquí, asesinatos sin compasión, violencia sin mesura y ríos (sino mares) de sangre es lo que sigue, una serie de atrocidades visuales que arremete contra la religión, las autoridades y todo tipo de personas (tampoco los niños y discapacitados se salvan) suscitada a raíz de la insaciable codicia de Herzog (Orjan Gamst, entregado en su misión de infundir pavor) y su tropa, y es que el comandante de Einsatz en mil novecientos cuarenta y dos enviado a la parte norte de Noriega para proteger los buques de guerra que los alemanes escondieron en las angostas entradas del mar no cesará hasta consumar su venganza...


Algo que no se le puede reprochar al autor de su visita al país donde todos los sueños se pueden cumplir (al menos eso es lo que se ha asegurado desde siempre al referirse a los Estados Unidos) es la multitud de referencias que ha asumido, aunque es fácil sentenciar por ello que la originalidad escasea y no se tributa sino plagia para ridiculizar las obras aludidas, tales como Zombies party por los diálogos (si bien la mayoría rozan el patetismo), La guerra de las galaxias (se reproducen demasiadas frases textuales de tan célebre saga) y Titanic (el tórrido encuentro en pleno vahos que sirve de cierre está obviamente extraído de ella), amén de las ya citadas en el párrafo anterior, siendo el apartado técnico (y concretamente la fotografía) el factor más agradable, transmitiendo lo plasmado mediante planos de pureza extrema que recuerdan a clásicos como Taxi driver y Bravehart; tal vez citar tantos títulos memorables pueda despertar más interés (y por consiguientes expectativas), pero es menester relacionar lo que se observa con tanta claridad para, sin desviar la atención de otros negativismos como simpleza de la pieza en su conjunto y la poca razón de ser de los personajes secundarios, esclarecer aquellos aspectos que menos agradarán, pudiéndose asimismo matizar en cierta contraprestación que la banda sonora, compresora de estilos musicales tan agradables como distantes, ha sido introducida donde corresponde haciendo sobresaliente alguna que otra escena (cómo no, la emotividad infundida a “Total eclipse of the heart” de Bonnie Tyler eclipsa a todas las demás), y que el hecho de que la acción se desarrolle a plena luz del día es más que meritorio.


En Dod sno 2 (la traducción inglesa e internacional, Dead snow 2: Red vs Dead, ha propiciado que ésta nomenclatura original se extienda considerable e innecesariamente) Tommy Wirkola demuestra poseer (y saber plasmarlo arrítmicamente) una comicidad repleta de ironía, una en el que las tesituras son tan bárbaras que no se pueden concebir sino como un divertimento cuyo telón de fondo es un putrefacto holocausto que amenaza a todos, pues nadie está a salvo de morir de la peor forme imaginable, con muchas (sin duda demasiadas) divagaciones pero pocos (alguno sí se aprecia, como sendos desaprovechamientos tanto del ascuadrón inglés y como de la alianza soviética) rellenos, no permitiendo descansar apenas si no se desea perder algún desmembramiento, alguna lucha o alguna licencia ajena de indudable decoro; resta aconsejar coger el chubasquero, entrar en la sala y prepararse para una batalla tan épica como excéntrica que respeta los cánones más tradicionales (los créditos finales aportan una pequeña escena de menos de veinticinco segundos al más puro estilo desenlace de Freddy vs Jason, detalle que se ha ido perdiendo con el tiempo pero siempre se concibe como idóneo para el cierre de cualquier producción) reinventándolos inesperadamente (predecir qué  sucederá es un reto que no merece la pena asumir por el disparatado devenir de las contingencias), una prometida trilogía (ya sólo resta el último capítulo) aconsejable para todos los públicos (la mayoría de edad es un preciso requisito, por supuesto, ya que el contenido roza el delirio) y, en especial, el sector al que claramente va dirigido el producto, los forofos del gore.




Daniel Espinosa




Stage fright
(Jerome Sable, 2014)







Ficha técnica


Título original:
Stage fright
Año:
2014
Nacionalidad:
Canadá
Duración:
85 min.
Género:
Drama, Terror
Director:
Jerome Sable
Guión:
Jerome Sable
Reparto:
Allie Donald, Meat Loaf, Douglas Smith, Minnie Driver, Brandon Uranowitz, Melanie Leishman, Thomas Alderson, Kent Nolan, Ephraim Ellis, Leanne Miller, James Gowan, Eli Batalion y Darren Summersby


Sinopsis


Un campamento se encuentra aterrorizado por un asesino enmascarado que odia los musicales y, en especial,
El fantasma de la ópera...


Crítica


Aquellos curiosos acostumbrados a documentarse previamente acerca de la película que se disponen a visionar encontrarán varias piezas homónimas (desde la clásica de Alfred Hitchock hasta la de animación de apenas doce minutos de duración de Steve Box, pasando por la de nacionalidad italiana de Michele Soavi), pero el presente trabajo no guarda relación alguna con ninguna de ellas sino con el fantástico cortometraje The legend of Beaver Dam, pues no es simplemente que los argumentos se asemejen tremendamente sino que ésta se trata de una extensión de aquella llevada a cabo por el mismo autor, Jerome Sable, quien está convencido de que los musicales de terror todavía pueden ofrecer grandes momentos; en el currículum profesional del responsable solamente constan las dos obras mencionadas (una tercera lo hará a lo largo de éste mismo año cuando se estrene The Abc’s of Death 2, secuela en la que compartirá cartel con referentes de la talla de Julien Maury, Alexandre Bustillo, Marcus Dunstan, Sion Sono y el representante patrio por excelencia, Álex de la Iglesia), pero es suficiente para apreciar la seriedad con la que convierte el escrito en imagen (es decir, cómo transforma el guión en la propia producción audiovisual), aun resintiéndose por el hecho de urdir una historia de considerable extensión (es evidente que atreverse con un largometraje cuando uno está acostumbrado a subsistencias considerablemente menores es tan atrevido como complicada su satisfactoria ejecución).


Cuando uno especula acerca de un musical un primer pensamiento aborda la mente, y éste son los grandes propulsores de dicho género en el cine como Grease, West side story y Sonrisas y lágrimas, películas todas ellas particulares en las que en plena trama los personajes rompen con su monótono diálogo y comienzan a cantar sus alegrías o sus penas y el resto les siguen en su no tan improvisada coreografía, adquiriendo todo por unos minutos un tono rosáceo que trata de infundir alegría, pero éste no es el caso de la presente cinta, pues en ella prima la poca convencionalidad y en nada se parece a los ejemplos citados, ubicándose la historia en un campamento repleto de adolescentes hormonados que se pasan el día entonando porque se consideran libres de un mundo que no entiende su apasionamiento teatral, entusiasmo que se extiende al reparto, compuesto en su inmensa mayoría por infantes lejanos a la mayoría de edad; sin embargo, el componente terrorífico les acecha sin cesar y, a través de un villano que actúa a ritmo a heavy metal, la pantalla se teñirá constantemente de rojo a medida que los buenos y sangrientos momentos protagonizados por el enfermizo verdugo se sucedan circunscritos en un inmenso aire ochentero que impregna cada secuencia de imborrables momentos pasados (incluso en el maquillaje se puede encontrar un símil inmediato con el empleado en la horrorosa Twixt, aunque aquí con un sentido mucho más justificadamente escénico), no correspondidos con un ritmo suficientemente embriagador.


Tras la advertencia de estar a punto de recrearse una historia basada en hechos reales con los nombres de las víctimas cambiados por respeto a las mismas y a sus familiares pero con los números ejecutados exactamente como ocurrieron (he aquí la primera nota de humor, por supuesto, pues nadie puede ser tan necio como para creérselo), el cruel asesinato de la madre de Camilla (Allie Donald, quien eclipsa por su bella y encandila por su extraordinaria voz) y Buddy (Douglas Smith, correcto sin más, lo cual no es virtuoso al cobrar una relevancia suprema a la postre) sirve de antesala para situar a los mellizos ya huérfanos diez años después de vuelta al lugar del crimen como cocineros diez años después, el campamento privado “Center Stage”, un campo de entrenamiento en el que se reúnen cada verano pintorescos y prematuros talentos para alejarse unos días del mundo de fantasía que se han fabricado para lidiar con las discriminaciones que padecen diariamente, y es que el emplazamiento les sirve para desarrollar sus voces artísticas sin ser juzgados por su incomprendida pasión; la joven desea que se la brinde la oportunidad de tener una audición para rendir tributo a su difunta progenitora y cumplir el sueño de emular su arrebatado éxito, pero Roger (Meat Loaf, muy certero en su irregular labor), el productor de Brodway en horas bajas que regenta el negocio y Artie (Brandon Uranowitz, despreciable como se le es exigido), el sobrevalorado actor que se encarga de dirigir la novedosa función que reinventará el clásico “El fantasma de la ópera” añadiéndole toques japoneses feudales, no están dispuestos a permitírselo... ni ellos ni un psicópata al que le enferma la felicidad ajena y siente la imperiosa necesidad de que la obra no se lleve a cabo, por lo cual aguarda en las entrañas del escenario a que, cuando le sea posible, sembrar la conmoción entre los asistentes bajo el sádico lema “cuchillo por ojo” y que éstos sucumban a las repercusiones de no cesar en su empeño de recibir una sonora ovaci
ón en reconocimiento...

Stage fright
sorprende con una curiosa y solvente mezcla que de tan singular que resulta (el infantilismo de trasfondo contrarresta con su acentuado sadismo subyacente) no acaba de seducir (los flirteos para ganarse el favoritismo que si fueran retribuidos debieran englobarse en el término prostitución y los tórridos amoríos no correspondidos son una constante que no convencen), produciendo ya a priori cierto recelo pero agradando medianamente al final, convirtiéndose por ello en un título entretenido y recomendable que asegura pasar un buen rato, pues contiene ciertos toques de humor pero también algún que otro sobresalto, con melodías y danzas cargadas de sentido y subtramas; se trata de un filme correcto, muy ameno y honesto que, sin destacar notablemente, se antojará corto aun a pesar de sus extensos números, en gran medida gracias a un reparto entre el cual destaca el nombre propio de la absoluta protagonista femenina de éste anómalo producto melodioso, cabiendo reseñar asimismo la pequeña aunque precisa aportación de Minnie Driver en su encarnación de madre de la anterior, inspiración de la misma durante todo el metraje, un hecho tan acertado como aparentemente asumido de manera innata a juzgar por su naturalidad.

El mayor laborío del filme reside en las canciones, cuyas letras contienen el mensaje propicio para cada situación y es que, no cabe olvidar en ningún momento, que se trata de un musical con tintes góticas que lo aproximan en última instancia al género de terror más descafeinado, siendo el aspecto más importante (y felizmente logrado) el primero, el de dotar de consistencia a unos temas cuyo ritmo permanece en sintonía con el de la historia (en este aspecto se agradece que no siga la tónica de Rock of ages de narrar siempre todo cuanto acontece mediante saetas); Jerome Sable tal vez no se haya labrado (todavía) un nombre en el actual panorama cinéfilo pero, de seguir ofreciendo productos tan originales y disfrutables, puliendo ciertas inconsistencias, no merecería menos que ser considerado un revolucionario de origen independiente con unos ideales claramente definidos gracias a los cuales sus trabajos cobran una relevancia suprema para aquellos artos de ver una y otra vez lo mismo, un brindador de alternativas (la calidad de las mismas es, además, más que notable) cuyo futuro está predestinado a convertirse en exitoso si obtiene los reconocimientos que le son correspondidos (por todos es sabido que en muchas ocasiones los galardones se entregan más por publicidad engañosa o provechosa que por méritos reales).




Daniel Espinosa




What we do in the shadows
(Jemaine Clement y Taika Cohen, 2014)


What we do in the shadows




Ficha técnica


Título original:
What we do in the shadows
Año:
2014
Nacionalidad:
Nueva Zelanda
Duración:
82 min.
Género:
Acción, Comedia
Director:
Jemaine Clement y Taika Cohen
Guión:
Jemaine Clement y Taika Cohen
Reparto:
Jemaine Clement, Taika Cohen, Jonathan Brugh, Ben Fransham, Cori Gonzales, Stuart Rutherford, Jackie Beek, Elena Stejko, Jason Hoyte, Karen Leary, Mike Minogue, Ian Harcourt y Chelsie Preston


Sinopsis


La repartición de tareas domésticas puede ser un verdadero quebradero de cabeza, pero para cuatro compañeros de piso ese es el menor de los problemas sobre los que discutir, y es que sus preocupaciones se centran m
ás en el único rasgo que comparten, su condición vampírica.


Crítica


No es la primera vez que la dupla direccional de origen neozelandés formada por Taika Cohen y Jemaine Clement trabaja uniendo esfuerzos (en la serie musical The Conchords hicieron lo propio en determinados capítulos, aunque sí se estrena delante de las cámaras el primero iniciándose como actor, faceta que ya había asumido el segundo en el citado producto televisivo) y eso beneficia, en especial, a la fluidez con la que transcurre la trama, hacendosa y categórica como pocas, pero también a la determinación de aclarar desde los primeros compases de qué modo debe entenderse el filme, sin buscar explicaciones a casuísticas que no las requieren sino disfrutarlas como un enorme sinsentido del entretenimiento más espectral; humor disparatado y un enfoque muy distinto al que se daba en la belga Vampires de Vincent Lannoo (resulta propicia una con otra por la evidente compartición de temática, e incluso de recurso narrativo, que se emplea en ambas, aunque en aquella se enfatizaba en un realismo más asumible y en éste una ficción más desinhibida) es lo que ofrece What we do in the shadows, un filme sin demasiadas pretensiones que vuelve a emplear el formato del falso documental para narrar los acontecimientos, una decisión que se antoja sorprendentemente adecuada para el material.


¿Cómo actuaría un grupo de vampiros en la actualidad?
, he aquí la respuesta, intentando adaptarse a la sociedad moderna con obligaciones comunes (pagar el alquiler, hacer las tareas de la casa y asistir a clubs nocturnos) y también extraordinarias (aquellas que les permiten ser inmortales), una reconversión de la visión clásica en la que aprender a vestirse a la moda (al no poder verse en el espejo deciden las indumentarias a partir de retratos dibujados por los demás), lograr entender la tecnología (poder observar el amanecer es concebido como algo erótico) y aprovechar la tesitura en la que se encuentran como método de venganza (los niños buscan pedófilos); la cinta pasaría desapercibida de no ser por portales de cine y festivales especializados (de escasa difusión o tanta relevancia como el Festival de Sundance o el Sitges Film Festival) que, con mayor o menor predisposición (las campañas publicitarias difieren mucho según la implicación asumida), dan repercusión a esta clase de trabajos, películas que no hacen sino corroborar que lo absurdo no tiene por qué ser necesariamente divertido aunque, en gran medida, sí entretenido, por lo menos en su tercio inicial.

El denominado “Carnaval profano”, la fiesta por excelencia de los difuntos que la presente temporada se celebrará en la Catedral de la Desesperanza, está próximo y un equipo de rodaje (ningún rostro de los componentes del mismo se muestra en ningún instante pero se aclara que no sufren daños gracias a la portación de un crucifijo, protección que no les servirá frente a otras criaturas de la noche) se dispone a grabar la (no) vida de un grupo de ellos que, muy amablemente, les ha concedido la filmación de dicho material con el objetivo de desmitificar su mala reputación; el mismo está compuesto por Deacon (Jonathan Brugh), un nazi de dudosa moral, Viago (Taika Waititi), un romántico de importante pedantería, Vladislav (Jemaine Clement), un medieval de desfase permanente y Petyr (Ben Fransham), un patriarca de aspecto similar al mítico Nosferatu, de ciento ochenta y tres, trescientos setenta y nueve, ochocientos sesenta y dos y ocho mil años respectivamente, quienes comparten piso en Wellington siendo la envidia de humanos como Nick (Cori Gonzales), el cual desea con ansia poder formar parte de esa pequeña familia nacida de la necesidad gregaria innata en la especie terrícola (tanto orgánica como inerte) de cierto aprovechamiento
grupal.

Con poderes (hipnotizar a quién deseen para que éste haga lo que le dicten, transformarse en murciélagos para recorrer grandes distancias en poco tiempo...) pero también muchas debilidades (no ingerir alimentos sólidos, declinar cualquier objeto hecho de plata, reposar en ataúdes, conciliar el sueño a plena luz del día, evitar la luz solar, respetar la enemistad que mantienen desde siempre con los hombres lobo, ser invitados para poder entrar en los sitios, morder en el cuello tratando de evitar hacerlo en la arteria principal para no salpicar en exceso...), los comúnmente conocidos como chupasangres habitan en consciente armonía y relativa paz como cualquier otra clase; así, exponiendo sus predilecciones (algunas con argumentos realmente mediocres, como que prefieren que las víctimas sean vírgenes por mero capricho, ya que “si te comes un sándwich lo disfrutas más si sabes que nadie se lo ha follado”) mientras asustan, batallan, comen, danzan, discuten, duermen, friegan, juzgan, procesan, vuelan... el cuarteto de curiosos no muertos aprenderá cuán dura es la inmortalidad (sin dejar de reflexionar acerca de la vejez, la cual también implica un alto grado de sufrimiento) y lo desactualizados que estaban (los avances conllevan, como es sabido, grandes facilidades comunicativas pero también el peligro de un aislamiento permanente).


Puede que a algunos fans del género que prefieren lo b
ásico a lo satírico se deleiten, pero al resto se les antojará anémica al no ser ni remotamente peculiar ni lo suficientemente ingeniosa como para alcanzar la catalogación de culto, y es que, como sucede con las obras de Sacha Baron Cohen (Ali G, Borat, Bruno, El Dictador...), va perdiendo la gracia a medida que avanza sucediéndose las sandeces, con altibajos que van desde lo insigne a lo patético, por no entrar en análisis profundos acerca del lenguaje empleado, bastando sentenciar que no tiene por qué ser soez para hacer reír; la intención de Jemaine Clement y Taika Cohen es la de ofrecer un desmadre bidimensional y eso lo han conseguido con creces pero, en cuanto al resultado, faltaría haber dotado de más carácter a unas caricaturescas personalidades tremendamente atractivas y escasamente exprimidas (concentrar en una misma trama a hasta seis personajes aprovechables para no conceder el suficiente número de minutos al desarrollo de ninguno de ellos no resulta conveniente), mereciendo una mención especial el maquillaje y los efectos especiales, muy logrados sendos apartados en cualquier caso.



Daniel Espinosa

 
 
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